Capítulo Tercero |
Las cogidas consisten en faltar a las reglas del toreo, ya por ignorancia
de ellas, ya por caer o resbalar, ya por adelantarse o atrasarse el
diestro, ya por hacer la suerte atravesada, ya por ejecutarla encontrada
y ya por divertir a los toros con otros objetos que le hagan embestir
con desproporción. ¿Qué cosa más clara, que el que sea cogido,
quien con ignorancia de las reglas del toreo se pone a llamar? No hay arte alguno que se ejecute bien sin el conocimiento de sus
principios, Y por tanto he visto cogidos repetidas veces a hombres
ignorantes, aun de reses las más sencillas y claras. La cogida
por caer o resbalar el diestro, ya se ve que es irremediable, porque
se inhabilita de poder usar de las reglas de la suerte; y el que tenga
esa desgracia deberá quedarse tendido si el toro se le queda
encima; y aunque así no estará seguro que lo deje, con
todo es más natural que embista al objeto que se mueve, que
no al que está sin movimiento; y en caso que vea que no obstante
de estar sin él el toro va a partirle, procurará levantar
las piernas, y menearlas, para que se fije en ellas, de la cornada
sobre alto, rebrinque y salga sin engancharlo; y aunque no por esto
hay seguridad de libertarse, basta que alguna vez sirva semejante
ardid, para que siempre se elija y practique. Cuando el diestro se adelanta o traza en la suerte, es por lo regular
cogido o arrollado. Este defecto sucede de muchos modos; y así
hablaré de los más principales en particular. En las
suertes de capa se adelanta el diestro, cuando antes de llegar el
toro a jurisdicci6n, saca el engaño e intenta rematar la suerte,
cuya salida antes de tiempo es motivo para que el toro le dé
un embroque en su remate natural; y en los recortes o galleos se adelanta
el diestro cuando va formando el semicírculo muy adelantado
al que describe el toro, de forma que cuando debían llegar
juntos al centro de los quiebros se hallan separados a mucha o poca
distancia; y entonces como que el toro no ha sufrido el destronque,
y queda en rectitud con el diestro, regularmente le acomete de firme
y éste no tiene otro arbitrio que escapar por pies, y si no
será cogido. El matador se adelanta en la suerte si antes de la humillación, y que el toro ocupe el centro de ella, mete el brazo de la espada; y entonces, además que sólo lo pinchará en el principio del cerviguillo con inmediación a los cuernos, al derrote del toro se quedará descubierto, y muchas veces embrocado de cuadrado sobre corto. Por el contrario, se dice que el diestro se atraca en la suerte de
capa cuando estando ya el toro humillado, y para rematar en el centro
tiene todavía parados los pies, y no se pasa a ocupar el terreno
de adentro, para darle el remate. Y en los recortes cuando sale tarde
al cuarteo, de forma que cuando llegan a encontrarse en el centro
de los quiebros, va el toro adelantado, y no le deja pasar. Y en ambos
casos sólo por milagro escapará el diestro de una cogida. Lo mismo sucederá cuando éste tiene igual atraso con
las banderillas. Y así aconsejo que en los cuarteos se tenga
especial cuidado en no salir nunca atrasado sino siempre con alguna
delantera, pues el que la lleva puede en la carrera mejorar la suerte
acortándola; pero cuando sale atrasado, o ha de quedarse con
peligro, o si sigue ha de meterse en la cabeza del toro. Cuando la suerte de capa se hace atravesada, ya porque el toro lo
está, y no le mejora el diestro, o ya porque éste se
sitúa fuera de la rectitud del terreno que aquel ocupa; por
muy claras que sean las reses, entran ceñidas, ganando terreno,
y aun se cuelan al bulto; y cuando acaso se les haga la primera suerte
(que siempre es arrollada) se quedan embrocados para la segunda, en
que he visto suceder muchas cogidas, y para evitarlas recuerdo el
precepto inexcusable que ya dejo sentado a saber: que las suertes
se toman en la rectitud del toro sin atravesarse en manera alguna
con ellos. Cuando la salida que ha de tomar o toma el diestro es la natural
del toro se llama suerte encontrada. Una de ellas es la que se hace
contra las querencias naturales, y sucede muy de continuo cuando se
citan, y llaman de esta forma, que como parten con el sentido a la
querencia que dejan, no rematan la suerte, sino que por el mismo centro
se vuelven a buscada, y en este contraste suelen llevarse por delante
al diestro. También es suerte encontrada la que se hace a los toros cuando
se les dan las tablas, y el diestro se sale a la plaza. Si aquéllos
tienen querencia casual en ella, es suerte segura, pero si no, muy
peligrosa; y en el primer caso se ejecutan más frecuentemente
con la muleta en la muerte de los toros, que ya porque pierdan las
piernas, o se acobardan con el castigo, se aquerencian a las tablas,
poniéndose de nalgas en ellas, y en este caso aconsejo que
los matadores no los citen a volapié dejado, sino que los enderecen
con las mismas tablas, dándoles en ellas el pase regular, y
luego el volapié con la espalda a la plaza, enderezando primero
el toro sobre dichas tablas, pues es constante que la querencia casual
la prefiera el toro a las naturales, y que nunca se salga a éstas
como le dejen el terreno de aquéllas al menos que no sientan
castigo. Cuando el diestro se cambia a la muerte saliéndose a la plaza,
es también suerte encontrada. Ésta se ejecuta cuando
el toro se está llamando al pase regular, y no quiere acudir;
pero ve el matador que humilla bien, y entonces se cambia, y sitúa
en la muerte tirándose a volapié sobre el toro. Pero
advierto, que no se haga este cambio si no se le advierte al toro
alguna querencia con las tablas aunque esté desviado de ellas,
pues si no la tiene, como que la salida suya es la que tiene el matador,
podrá llevárselo por delante aunque le dé una
buena estocada. Y últimamente cuando el diestro está en suerte, y al
tiempo de partir el toro menean otros objetos a que atiende, embiste
con desproporción; y no es mucho que por este contraste dé
una cogida. Y así encargo muy particularmente que nunca se
citen los toros por muchos, sino que lo dejen sólo con el que
está en suerte. Creo que he significado en el modo posible los fundamentos esenciales
de la tauromaquia, demostrado las suertes y sus reglas, y patentizado
las causas y motivos que influyen para las cogidas, con lo que he
hecho ver suficientemente el débil y fuerte del toreo; para
poder así llenar el objeto de esta obrilla, y agradar a los
muchos apasionados que hay a toros, instruir a los infinitos aficionados
a ellos e iluminar a los toreros de profesión. Quiera Dios
que consiga estas gracias, para que mi trabajo tenga el premio que
busca. |