Rodean a todo hombre de influencias gentes de toda suerte y catadura; unos son buenos, discretros y leales; otros son galopines, truchimanes y trapisondistas. �stos se introducen en la privanza y valimiento de los pol�ticos por medio de la asiduidad y la lisonja.
Con�zcalos a todos el pol�tico; sepa c�mo vive �ste y el otro; qu� negocios lleva entre manos; de qu� se sostiene; qu� es lo que ha hecho y qu� es lo que hace; cu�les son sus secretas idas y venidas. El pol�tico lo sabr� todo punto por punto; si la gente murmura de alguno de los que le rodean, �l sabr� cu�les son los motivos que tiene para murmurar. Pero no d� a entender a nadie el pol�tico, y menos a los interesados, que conoce sus malos pasos; �l har� como que no sabe nada. S�lo que cuando llegue una ocasi�n en que el galop�n espere hacer la suya; cuando crea que �l debe ocupar tal o cual cargo, el pol�tico obre con discreci�n: pase con buenas palabras al mals�n; no le d� el cargo ni le otorgue comisi�n de confianza; alegue un compromiso inevitable; y de este modo, sin ruido, sin esc�ndalo, podr� ir haciendo poco a poco la labor de selecci�n y determinando que el truchim�n se canse y le abandone.
A veces, el pol�tico se ve cara a cara en una conversaci�n con un parcial suyo de vida sospechosa; el parcial le apretar� con palabras a que le d� un cargo o merced; el pol�tico se ver� en un trance apurado: �l no querr� ser descort�s ni que la conversaci�n tome un giro desagradable. En este caso cr�tico no abandone el pol�tico su cortes�a y su impasibilidad; pero con una frase, con un inciso, con una palabra delicada, d� a entender que conoce los hechos sospechosos del solicitante y su mala vida. Puede decir esto mientras se levanta de pronto del asiento o acerc�ndose a la puerta, o echando mano del sombrero: gestos todos bien elecuentes. Y si el pretendiente tuviese seso todos los malsines le tienen esto bastar� para darse cuenta de que la partida est� perdida y de que es peor insistir.