XXXIX. REALZAR LAS CIRCUNSTANCIAS

Un discurso es una obra esc�nica completa; el orador perfecto tiene a la vez del autor dram�tico y del actor. Concurre al �xito del discurso mil diversas circunstancias. Tenemos, ante todo, la autoridad, el prestigio de quien habla; luego, el momento en que se habla; tambi�n la ansiedad, la expectaci�n que se ha formado respecto a lo que se espera diga el orador; de igual manera el peligro que �ste pueda correr en no ser due�o de s� mismo, es decir, en no acertar a dominarse por completo, y en las consecuencias que sus palabras pueden tener.

El orador debe saber todo esto; un orador joven es dif�cil que obtenga un �xito completo, �ntegro; no puede darse en �l todas las circunstancias que se requieren. El �xito completo, el arte maravilloso y total de la elocuencia s�lo puede lograrlo un hombre de experiencia, de edad, encanecido en los negocios. Aqu� tendremos la aureola que le rodea y que se ha ido formando con los a�os; luego, su posici�n social y pol�tica: el haber estado al frente de los Gobiernos, el haber sido due�o del poder; despu�s, cierto cansancio, cierta laxitud, cierto pesimismo, cieerta suave y tierna amargura del que todo lo ha visto y que hace que sus ademanes sean lentos, dulces; que sus palabras sean insinuantes, delicadas, y que en toda su persona haya cierto dejo de renunciamiento y de desinter�s supremo.

El orador sabr� realzar las circunstancias. No apoye demasiado, pero tenga arte para entretener esta expetaci�n que le rodea y en medio de la cual se ha levantado a hablar. Det�ngase un momento antes de comenzar su oraci�n en actitud inm�vil, resignada, sea quedo y suave al principio; mu�vase con reposo, haga con arte una transici�n de lo ir�nico a lo pat�tico; rep�sese de cuando en cuando, en tanto que permanece en una actitud de supuesto cansancio; tenga una sonrisa de indulgencia, de bondad o de imperceptible desd�n para el adversario.

Y si logra todo esto, si tiene este arte, no ser� necesario que diga grandes cosas, que use grandes palabras; �l ver�, y los espectadores lo advertir�n y gozar�n, qu� maravilloso valor tiene las medias tintas, los claroscuros; c�mo una palabra opaca adquiere luminosidad impensada; de qu� manera una insinuaci�n imperceptible, que no traspasa los linderos del buen gusto, es cogida, sopesada por todos y se mete en todos los corazones.

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