V. SEPA DESENTENDERSE

Cuando salga de la Corte y vaya a provincias, sus admiradores y amigos le recibir�n efusivamente; acaso toque una m�sica en la estaci�n; la casa donde �l pare se llenar� de gente; lo rodear�n un compacto grupo de correligionarios cuando marche de una parte a otra; �l tendr� que estrechar muchas manos, Hablar� todo el d�a con unos y con otros; soreir� a todos; tendr� que decir frases de ingenio; se mostrar� en todos los instantes cordial y decidor.

Sepa el pol�tico en tales circunstancias desentenderse alg�n momento de esta corte de admiradores y amigos que le rodean; a su alrededor ellos han formado una atm�sfera, una muralla que le impide ver en su normalidad, en su verdad, el pueblo o el pa�s que visita. As� por las ma�ana, bien temprano, o en alguna otra ocasi�n, �l dejar� la casa con sigilo, se apartar� de la fiesta y se ir�, bien solo o bien en compa��a de un buen amigo, a visitar y escudri�ar el pueblo o la tierra adonde ha llegado. Entrar� �l en las casas de los humildes; hablar� con lo oficiales o artesanos; interrogar� respecto a sus vidas, a sus necesidades, a sus planes y a sus ideas sobre la marcha de los negocios p�blicos. Si ellos no lo conocieran y hablaren con toda libertad, la visita podr� serle muy fructuosa; si, conoci�ndolo, tuviera el temor o encogimiento de expresarse con espontaneidad, esfu�rcese con su sencillez, con su cortes�a, con su afabilidad, con su llaneza, en hacer desaparecer todo reparo.

Despu�s de estos escudri�os y salidas puede volver a sumergirse en el ambiente artificioso de los agasajos y las fiestas; �l sabr� a qu� atenerse respecto al pa�s que visita, y, aparte de esto, tales escapadas habr�n esparcido su �nimo y le habr�n tonificado y dado �nimos para continuar en la fatigosa labor de sonre�r a unos y otros, de estrechar manos y de proferir cosas fr�volas.

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