Los nuevos b�rbaros

Con la ca�da de Tula , otra gran oleada de pueblos n�madas se dirige como un torbellino hacia el sur, invade las tierras de los pueblos sedentarios y arrasa todo a su paso. Son los cazadores b�rbaros que se enfrentan de nuevo a los agricultores civilizados. Tula vencida, no quedaba ning�n poder lo bastante fuerte para oponerse a sus incursiones. Conocemos a estos n�madas con el nombre gen�rico de chichimecas. Esta palabra no indica una tribu espec�fica sino m�s bien un conjunto de grupos, a veces bastante diferentes, que se al�an en ciertos momentos y en otros combaten entre ellos, pero cuyo rasgo com�n es un seminomadismo.

La palabra chichimeca en n�huatl significa, seg�n se dice, "linaje de perros". No debemos dar a este nombre el sentido infamante que tendr�a entre nosotros, ya que muy probable se refiere a un nombre tribal en que el perro es el t�tem de la tribu, como es tan frecuente encontrar en otras varias partes de Am�rica y aun, a veces, en el centro y noroeste de M�xico. Con el tiempo, el significado de este nombre se ampli� hasta incluir no s�lo a los chichimecas originales, sino a todos los reci�n llegados o a los emigrantes que llevaban vida n�mada. Por lo tanto, en un sentido general, vino a simbolizar la oposici�n entre el chichimeca b�rbaro y el tolteca culto. Es posible tambi�n, como lo ha sugerido Jim�nez Moreno, que el nombre chichimeca provenga de una vieja leyenda de origen huichol. Cuentan que la madre de los dioses habl� a un le�ador anunci�ndole un diluvio en el que morir�an todos los hombres, para salvarse deb�a encerrarse en un tronco hueco, en la curiosa compa��a de una perra. Esto hizo el le�ador y como la diosa cerr� muy bien el tronco, �ste flot� hasta que pas� la inundaci�n y salieron el le�ador y su perra. Se instalaron en una cueva y �l sal�a diariamente a cortar le�a. Como el le�ador era el �nico hombre sobreviviente, le extra�aba much�simo que, al regresar a la cueva, todos los d�as encontrara agua del r�o y tortillas calientes. Presa de curiosidad decidi� esconderse y entonces vio que la perra se quitaba la piel y se convert�a en una mujer. Mientras iba al r�o a traer agua, el le�ador quem� la piel de la perra. La mujer inmediatamente empez� a gritar sintiendo terribles dolores en la espalda, y es que ten�a la espalda quemada al igual que la piel de la perra. El le�ador le ech� el agua con la que se preparaba la masa para las tortillas y con eso se alivi�. Despu�s se casaron y sus hijos explican las palabras "linaje de perros". Tal vez sea el recuerdo de esta historia lo que hizo que al aparecer los chichimecas en el valle de Puebla les arrojaran el agua del nixtamal, llam�ndolos hijos de perros.

A primera vista resulta un poco dif�cil entender c�mo estos cazadores n�madas pudieron reunir la fuerza suficiente para asediar y aun vencer a los grandes imperios establecidos. Pero las ruinas de Chalchihuites y especialmente de La Quemada, as� como sitios en Durango, Quer�taro y otros indican que estas tribus, aunque fundamentalmente n�madas, no lo eran del todo. Hab�an construido centros donde probablemente se reun�an para las fiestas o para comerciar, que sirvieron de n�cleo de atracci�n a grupos esparcidos. Durante siglos recibieron influencias teotihuacanas y toltecas y muchos rasgos civilizados. La Quemada, en Zacatecas, es una ciudad de extensi�n considerable rodeada de muchas otras poblaciones que depend�an de alguna fuente permanente de abastecimientos. Esta fuente no pod�a ser sino la agricultura; es decir que, en este caso, como en varios otros, se hab�an formado en el �rea de los n�madas islotes agr�colas m�s ricos y poderosos. En otras palabras, la frontera de Mesoam�rica se extend�a m�s al norte que en el siglo XVI. Estos sitios demuestran la existencia de grupos con una cohesi�n m�s o menos permanente y una poblaci�n bastante mayor que la que jam�s hubiera podido tener una simple tribu de cazadores-recolectores. Sin embargo, La Quemada, con todo y su tama�o y el evidente esfuerzo que representa, est� lejos de llegar a los refinamientos de otras ciudades de su �poca. Los edificios son de piedra sin tallar y sin empleo de mezcla. Las paredes no est�n revestidas de estuco y no encontramos ning�n rastro de murales o de escultura. Esto es cierto en todos los sitios al norte de Mesoam�rica.

Es probable que de esta ciudad, o de otras similares, salieran los innumerables grupos que en diversos momentos se lanzaron a la conquista de sus vecinos del sur.

Entre todos estos grupos se mueve uno de m�nima importancia y que quiz� s�lo asisti� como espectador, o cuando menos con un papel insignificante, a la ruina del imperio tolteca. Deb�a, con el tiempo, ilustrarse extraordinariamente; se trata de los mexicas, que aparecen por primera vez en el escenario de la historia.

Los datos m�s antiguos que poseemos sobre ellos son semihist�ricos y semilegendarios. Se cuenta que salieron de una cueva situada en una isla llamada Aztl�n, de donde, por cierto, deriva su nombre de aztecas, aunque �ste era m�s bien su nombre de "mexicas", de aqu� el mexicano de hoy. Con el tiempo y las grandezas se har�n llamar "culhuas", para indicar con ese t�rmino su descendencia tolteca, es decir, civilizada.

Eran, por lo pronto, una peque�a tribu dirigida por cuatro jefes-sacerdotes cuya �nica posesi�n de valor era un bulto en el que estaba envuelta la estatua de un dios, hasta entonces desconocido: Huitzilopochtli. Este dios, al triunfar su tribu, se convertir�a en el gran dios del An�huac. Despu�s de largas emigraciones se hab�an instalado en los alrededores de Tula, y ah� hab�a tenido lugar un acontecimiento mitol�gico-astron�mico que tanto hab�a de pesar en sus destinos futuros. Cuenta su leyenda que viv�a en Tula una se�ora viuda, de conducta irreprochable, que hab�a tenido una hija y cuatrocientos (es decir, innumerables) hijos. Un d�a estaba esta piadosa se�ora barriendo el templo y se encontr� una bola de plumas que guard� en su seno. Pasados algunos meses not� que estaba encinta y, un poco m�s tarde, su hija y sus hijos se dieron cuenta de ello. Indignados ante lo que consideraban como una ligereza de su madre, decidieron matarla. Arm�ronse los 400 hijos y marcharon contra la viuda. En ese momento oy� una voz dentro de ella que le dec�a: "No temas"; y naci� un hijo grande y vigoroso armado de todo a todo, como la Minerva cl�sica. Llevaba en las manos no s�lo el �tlatl y el escudo, sino una nueva arma divina de efectos definitivos: la serpiente de fuego, que es el rayo, con la cual cort� la cabeza de su hermana y mat� a los innumerables hermanos. Este guerrero prodigioso era nada menos que el dios Huitzilopochtli.

Es curioso comprobar c�mo se conserv� viva y profundamente cre�da la historia de este nacimiento y la eficacia infinita de la serpiente de fuego. En 1521, en los �ltimos d�as de la defensa de la capital azteca contra Cort�s, Cuauht�moc decide que ha llegado el momento de recurrir al arma suprema. Se implora al dios Huitzilopochtli y se viste a un guerrero joven y valiente con los vestidos de un antiguo emperador conocido como gran general victorioso. Sobre todo se le pone en la mano el arma del dios con la cual podr� vencer a los espa�oles. Sale a la lucha, pero tras una ligera escaramuza en la que s�lo logra tomar prisioneros, tiene que retirarse. El arma divina hab�a fracasado. La conquista era, pues, inevitable.

Pero volviendo al mito del nacimiento de Huitzilopochtli, la viuda significa la Tierra, de donde nacen todas las cosas; la hija es la Luna y los 400 hijos son las estrellas que palidecen y desaparecen totalmente al levantarse el Sol representado por el dios Huitzilopochtli. Siendo �ste el dios de los mexicas, su identificaci�n con el Sol es de primera importancia, pues los convierte en el "pueblo del Sol", como lo ha dicho brillantemente Alfonso Caso.

Ser�n, por lo tanto, los representantes del Sol en la Tierra y los encargados de mantenerlo con vida. Esta dignidad y esta obligaci�n van a pesar fuertemente sobre su historia y nos explican muchos de sus episodios. Pero dejemos esto para m�s tarde, ya que por ahora s�lo se trata de una tribu de �nfima importancia.

El fin del siglo XII y los primeros a�os del siglo XIII ven sucederse una serie de interminable de peque�as invasiones chichimecas que s�lo son un preludio de la gran invasi�n de 1224, la de los chichimecas llamados de X�lotl. �stos parecen proceder de una regi�n cercana al valle del Mezquital. Su jefe, X�lotl, los lanza en una carrera de conquistas que hab�a de acabar, como en todos los casos, por establecer una nueva dinast�a y un nuevo imperio sobre las ruinas de los anteriores. En los c�dices pict�ricos, este grupo de X�lotl aparece como un cazador vestido con pieles de venado y habitando cuevas.

"Cuando se establecieron nuestros antepasados, nuestros primeros, quienes vinieron a gobernar el pa�s incultivado de las yerbas y los �rboles, el p�ramo; los bienes que tra�an consigo eran codornices, serpientes, conejos y venados y los com�an cuando pasaban a sus a�os y d�as en las caminatas. Dieron buen ejemplo los dem�s porque levantaron y conservaron sus pueblos y su se�or�o s�lo con la ayuda del Ipalnemoani, porque en todo vive el Se�or del mundo".

En pocos a�os parecen haberse apoderado de una gran parte del valle de M�xico y tras alg�n otro intento establecen su capital en un nuevo sitio llamado Tenayuca. En este lugar levantan una pir�mide que ser�a continuamente ampliada por sus sucesores; resulta muy importante hoy d�a, pues es el �nico monumento chichimeca del valle de M�xico que conocemos bien. Toma muchos de sus elementos arquitect�nicos de templos m�s antiguos; pero inaugura cuando menos una nueva idea m�s econ�mica: el colocar dos templos separados sobre un solo basamento. En sus primeras �pocas, una enorme escalinata lleva a los dos santuarios. M�s tarde es separada en dos secciones iguales por una ancha alfarda. En esta forma cada uno de los templos conserva su independencia y tiene la misma importancia. Uno de ellos estaba dedicado al representante principal de la civilizaciones antiguas, Tl�loc, el dios de la lluvia; el otro, al gran dios tolteca-chichimeca, Tezcatlipoca.

El templo de Tenayuca, h�bilmente explorado y en parte reconstruido hace unos a�os, resulta una de las visitas interesantes que hace en los alrededores de la ciudad de M�xico. Sus numerosas superposiciones est�n construidas con el mismo sistema: un n�cleo de piedra y tierra revestido de peque�as piedras, recubierto a su vez de una gruesa capa de estuco. Independientemente de la magnitud del edificio mismo, se admiran las espl�ndidas serpientes y cabezas que lo rodean y que, siguiendo en parte la tradici�n inaugurada en Tula, forman el "muro de serpientes". Se han encontrado en Tenayuca alrededor de 800 serpientes de formas y tama�os diversos.

Indudablemente que se trata en conjunto de un edificio dedicado al culto solar, especialmente al de sol poniente, el sol moribundo que tanto preocupar� al alma ind�gena. As� este aspecto del culto solar, como el muro de serpientes, como los dos templos colocados sobre la misma base, ser�n imitados siglos m�s tarde en Tenochtitlan, s�lo que en proporciones mucho mayores. All� Tl�loc seguir� reinando en uno de los templos, pero en el otro encontraremos a Huitzilopochtli en vez de a Tezcatlipoca, puesto que se trata del gran templo mexica donde naturalmente su propio dios habr� tomado el sitio principal. Este cambio en realidad es menor de lo que pudiera imaginarse a primera vista, ya que Huitzilopochtli no es sino un Tezcatlipoca de cu�o m�s reciente.

X�lotl, con todo y la construcci�n que empieza de este santuario de Tenayuca, sigue siendo fundamentalmente un n�mada y por tanto cambia continuamente de residencia. Las cr�nicas nos dicen que sus agentes no sembraban, lo que no es exactamente cierto. No sembraban ma�z, pero s� algunas otras semillas. Aunque eran fundamentalmente cazadores, completaban el producto de la caza, para entonces bien escasa en el valle de M�xico, con cosechas temporales que no necesariamente implican una permanencia fija en un sitio determinado.

X�lotl es un nuevo Mixc�atl. Nos lo representan las fuentes como otro conquistador siempre victorioso y como el terror de los pueblos que lo rodean. Podr�a f�cilmente compararse a Gengis Khan; los dos son la avalancha que viene de las estepas y que, como un Atila —a pie— seca todo a su paso. Adem�s, tanto X�lotl como Mixc�atl son los primeros en usar en la Am�rica Media el arco y la flecha, arma mucho m�s eficaz que el �tlatl de los viejos sedentarios.

Si X�lotl no tiene la fortuna de procrear un hijo tan ilustre como Quetzalc�atl, en cambio se convierte en el origen de un linaje que hab�a de reinar casi sin interrupci�n hasta la conquista espa�ola. Sus descendientes, adem�s de ocupar el trono chichimeca, se mezclar�n con todas las familias reinantes; entre ellos se cuenta otra de las figuras m�s extraordinarias del M�xico antiguo, Nezahualc�yotl, el rey poeta de Tezcoco.

Los restos de los toltecas ven�an sufriendo persecuciones sin cuento a manos de los nuevos pueblos dominantes. En una forma muy pintoresca, la historia tolteca-chichimeca nos relata la forma en que, civilizando a los chichimecas, lograron una vida m�s f�cil.

"Durante un a�o los colonos hicieron sufrir mucho a los toltecas, porque quer�an destruirlos. Por eso los toltecas suplicaron a su dios y amo llorando de tristeza y de tribulaciones y le dijeron: 'Se�or nuestro, amo del mundo, por quien todo vive, nuestro Creador y Hacedor, �ya no nos brindar�s aqu� tu protecci�n? Los xochimilcas y los ayapancas nos molestan mucho porque desean destruir nuestro pueblo. T� sabes bien que no somos muchos. Que no perezcamos a manos de enemigos. Compad�cete de nosotros que somos tus vasallos y aleja la guerra. Dios hombrudo, escucha nuestro lamento y llanto. Que no seamos destruidos. Antes bien, que el poder�o de nuestros enemigos sea aplastado y que perezca su pueblo y su dominio, su nobleza y su gente'. Y luego �l contest� y ellos escucharon una voz que les dijo: 'No est�is tristes ni llor�is. Yo ya lo s�. Ya os digo, Icxic�uatl y Quetzalteu�yac, idos al cerro de Colhuaca, all� est�n los chichimecas, grandes h�roes y conquistadores. Destruir�n a vuestros enemigos, los xochimilcas y ayapancas. No llor�is. Idos ante los chichimecas e imploradles insistentemente. Observadlo bien. Todo esto os lo mando'."

Despu�s de seis d�as de marcha, llegaron al cerro de Culhuacan y encontraron a los chichimecas dentro de la cueva. Tras una serie de ritos m�gicos, obtuvieron los embajadores toltecas que salieran los chichimecas junto con su int�rprete, necesario ya que hablaban una lengua distinta. A continuaci�n, dijeron los embajadores: "Escucha, Couatzin (el interprete), venimos a apartaros de vuestra vida cavernaria y monta�esa". Terminada la conversaci�n, ambas partes entonan un canto pr�cticamente ininteligible para nosotros y los chichimecas entienden por fin el fondo del mensaje. Consiste �ste en proponerles un acuerdo por medio del cual los toltecas civilizar�n a los chichimecas y �stos les ayudar�n en la guerra contra sus opresores. "Nos buscan", dicen, "por motivo de su guerra y la vara tostada y el escudo son nuestra suerte y nuestro destino". Terminada la conferencia, los embajadores toltecas ennoblecen a los jefes chichimecas, perfor�ndoles el septum de la nariz en la forma tradicional con el hueso del �guila y del jaguar. Y como dice la cr�nica, "aqu� terminan los caminos y los d�as".

Esta extraordinaria transacci�n, en la cual cada parte permuta los productos que posee —los toltecas la civilizaci�n, los chichimecas la fuerza armada—, produce con el tiempo magn�ficos resultados. Veremos la fusi�n de las dos fuerzas, tradici�n y novedad, producir el imperio mexica. Este proceso que la cr�nica ind�gena nos muestra en forma m�gica y simplificada, se desarrollar� durante los siglos XIII y XIV. Y nos recuerda lo que ya hab�a acontecido con los nonoalcas en Tula. Los chichimecas, rodeados de los viejos pueblos sedentarios que hab�an conquistado, sin hacerlos desaparecer, absorbieron poco a poco la vieja cultura tolteca. Es el caso t�pico entre Grecia y Roma.

Esta fusi�n se acelera con la llegada, bajo el reinado de Tlotzin, nieto de X�lotl, de una serie de emigrantes m�s cultos portadores de antiguos conocimientos. Los m�s interesantes son los que las cr�nicas nombran los "regresados". Probablemente se trate de un pueblo que hab�a vivido en el valle, emigr� a la Mixteca, adquiriendo all� la refinad�sima cultura de esa gente y despu�s volvi� al valle de M�xico, de donde el nombre con que la conocemos. Posiblemente a estos "regresados" se deba la fina orfebrer�a mexica, descendiente directa del estilo mixteco, as� como el arte de pintar los jerogl�ficos y los libros hist�ricos que tan desarrollado se encontraba en esa regi�n oaxaque�a. Se dice que estos emigrantes, junto con otros que llegaron en ese �poca, levantaron las primeras casas de Tezcoco hacia 1327 e introdujeron entre un grupo chichimeca la agricultura, la cer�mica y muchos otros adelantos. Debido al aumento que en esta �poca tiene el nivel de los lagos, las chinampas vuelven a ser una importante fuente de productos.

Los cambios causan un cisma, ya que una parte de los chichimecas, m�s reaccionaria que la otra, se neg� a aceptar estas novedades y trat� de imponerse; pero fue vencida y desde ese momento el grupo m�s adelantado obtiene el predominio y lleva a la monarqu�a chichimeca a convertirse, un siglo m�s tarde, bajo el reinado ilustre de Nezahualc�yotl, en el centro mismo de la cultura ind�gena, lo que con el tiempo vali� a Tezcoco el nombre de la "Atenas americana".

Para llegar a este momento glorioso, la monarqu�a chichimeca fue —como la Espa�a de los Reyes Cat�licos— una monarqu�a sin capital fija. S�lo a mediados del siglo XIV se instala definitivamente en Tezcoco, volvi�ndose sedentaria. Pero antes de proseguir con la historia de estos chichimecas, nos es necesario estudiar en somera revista cuando menos algunos de los grupos m�s importantes que se hab�an instalado en diversas fechas en el valle de M�xico. Sin ellos ser�n ininteligibles los acontecimientos ocurridos en los siglos XIII a XVI.

Durante el tiempo de la supremac�a chichimeca en el valle de M�xico se conserva un �ltimo reducto, Culhuacan, donde han venido a refugiarse los toltecas vencidos. All� reina, durante el siglo XIII y parte del siglo XIV, una dinast�a que leg�tima o ileg�timamente se hace descender de los reyes de Tula y por tanto de Quetzalc�atl. A esto debe su prestigio. Adem�s, aprovecha h�bilmente esta situaci�n, ya que hab�a de ser un imperativo que el gobernante tuviera sangre tolteca. Por ello vamos a ver a los jefes de los nuevos grupos que entran en el valle desear un jefe o una mujer de la casa de Culhuacan. Para los se�ores de Culhuacan, estas alianzas din�sticas permiten, cuando menos, una sombra de independencia.

Hab�amos dejado a los mexicanos en Tula, convirtiendo a su dios en sol; ni por esta transformaci�n divina hab�a de mejorar r�pidamente su situaci�n. As� los vemos ir de sitio en sitio hasta que despu�s de 1215 llegan al valle de M�xico, donde siguen cambiando continuamente de residencia. En general son mal recibidos en todas partes y a poco tiempo de instalados expulsados, ya que su conducta resulta insufrible a sus vecinos. R�pidamente adquirieron una fama —bien merecida— de pendencieros, crueles, ladrones de mujeres, falsos a su palabra. Por otro lado, en extremo valientes, "los mexicanos se sostuvieron �nicamente mediante la guerra y despreciando la muerte" como dicen los Anales de Tlatelolco.

La "Historia de Tlatelolco desde los tiempos m�s remotos" menciona su pobreza y su simplicidad primitivas: "su indumentaria y sus bragueros eran fibra de pluma, sus sandalias de paja entretejida, asimismo sus arcos, sus morrales". La descripci�n de los mexicanos en este nivel cultural nos recuerda a los n�madas del norte de Mesoam�rica, en donde, hasta el siglo XVI, el modo de vida casi no cambi� ya que no participaron de la civilizaci�n con la que lindaban al sur. El descubrimiento de la cueva de la Candelaria, cerca de Torre�n, ha mostrado algunos objetos probablemente similares a los usados por los mexicas en la �poca de su peregrinaci�n. En efecto, en la Candelaria se conservaron cosas de madera o de tela que la humedad ha destruido en otras partes: sandalias de fibra, arcos o lanzadores, cuchillos de piedra con mango de madera pintada, redes utilizadas como bolsas, gruesas mantas coloreadas con que se envolv�a a los muertos, etc�tera.

Por fin, no sabemos bien c�mo, lograron establecerse en Chapult�pec, donde, gracias al valor estrat�gico del lugar, permanecieron bastantes a�os, posiblemente hasta una fecha que var�a entre 1299 y 1323. El cerro famoso, de gran valor estrat�gico, donde a�os despu�s los emperadores mexicanos mandar�an grabar sus retratos en la roca viva, donde edificar�n una casa los virreyes espa�oles, donde tendr� lugar la defensa heroica de los Ni�os H�roes y Maximiliano dejar� un espl�ndido palacio, es hoy —muy justamente— el Museo de Historia Mexicana. Aqu� los mexicanos conocieron los primeros a�os de una tranquilidad relativa.

Para entonces ten�an una cultura m�s avanzada y aun bastante completa. Hab�an aprendido algo de las t�cnicas agr�colas, aun de las m�s avanzadas, como la de las chinampas. En los momentos de crisis volv�an a su pobreza original, pero conoc�an —aunque no pudiera utilizarla— la civilizaci�n de sus vecinos. As� sabemos que ya ten�an entonces libros pintados, un calendario, fiestas c�clicas y aun construcciones de piedra, por muy rudimentarias que hayan sido. Pero Huitzilopochtli velaba, y logr� hacerlos cada vez m�s odiosos a sus vecinos hasta que se form� una coalici�n contra ellos encabezada por los tepanecas y la gente de Culhuacan. Por traici�n lograron los aliados que salieran los hombres de su fortificaci�n y mientras tanto cayeron sobre las mujeres y los ni�os. Con esto desmoralizaron a los mexicanos y los vencieron llev�ndolos prisioneros. El jefe, Huitzil�huitl el Viejo, fue sacrificado en Culhuacan y los dem�s quedaron cautivos de los culhuas. Un poema antiguo narra este episodio:

La margen de la tierra se rompi�
funestos presagios se levantaron sobre nosotros
el cielo se dividi� sobre nosotros
y sobre nosotros baj� Chapult�pec
aquel por quien todo vive...


Se dice con toda raz�n
que los mexicas no existen m�s
que en ninguna parte m�s est� la ra�z de su cielo;
mas aquel por quien todo vive dice:
"oh, aunque ya no seas grande, no llores".
�l no ser� privado de sus criaturas.


�Entonces por qu� permanece alejado?
Su coraz�n llora
porque perecer�n sus vasallos.
Por el escudo volteado hacia varios lados
perecimos en Chapult�pec.
Yo, el mexicano.
El colhua se cubri� de gloria, el tepaneca se cubri� de gloria.
Los mexicas fueron llevados como esclavos hacia los cuatro puntos cardinales.
El jefe Huitzil�huitl se deplora
cuando en Culhuacan pusieron en su mano la bandera del sacrificio.
Mas los mexicas, que escaparon de las manos enemigas
los viejos se fueron al centro del agua...
all� donde los tules y la ca�a se mueven susurrando...

Despu�s dice el mexicano Ocelopan:
"Qu� felices son los nobles se�ores Acolnau�catl y Tezozomoctli,
quienes ganaron este pa�s mediante ejercicios de penitencia.
Quiz� no sea favorable la palabra de los pr�ncipes de Azcapotzalco.
Ojal� que el tepan�catl no lleve a vuestros hijos al pa�s de los muertos
que no nos sobrevenga enemistas y sangre".

Poco despu�s de la terrible derrota de Chapult�pec, Achit�metl, rey de Culhuacan, les da tierras en Tizapan con la esperanza secreta de que las innumerables serpientes de ese sitio destruyan a los mexicanos, pero ir�nicamente cuenta la cr�nica que "los mexicanos se alegraron grandemente en cuanto vieron las serpientes y las asaron y cocieron todas y se las comieron". Cuando los emisarios del rey de Culhuacan le contaron esto, dijo desolado: "Ved pues cu�n bellacos son: no os ocup�is de ellos ni les habl�is".

Con todo y la atracci�n de tan deliciosos banquetes, los mexicanos no duraron mucho en Tizapan; su dios velaba y no les permit�a establecerse en el lujo, muy relativo, de un fest�n de serpientes.

Seg�n la Cr�nica mexic�yotl les dijo Huitzilopochtli: "O�d, no estaremos aqu� sino m�s all� donde se hallan quienes apresaremos y dominaremos; mas no iremos in�tilmente a tratar familiarmente a los culhuacanos, sino que iniciaremos la guerra; os lo ordeno, pues, id a pedirle a Achit�metl su v�stago, su hija doncella, su propia hija amada; yo s� y os la dar� yo".

Incontinenti fueron los mexicanos a pedir a Achit�metl su hija doncella; rog�ronsela dici�ndole: "Todos te suplicamos nos concedas, nos des tu collar, tu pluma de quetzal, tu hijita doncella, la princesa, noble nieta nuestra que la guardaremos all� en Tizapan". Y al punto dijo Achit�metl: "Est� bien, mexicanos, llev�osla pues". En cuanto llegaron a Tizapan dijo Huitzilopochtli: "Matad, desollad os lo ordeno, a la hija de Achit�metl y cuando la hay�is desollado vestidle el pellejo a alg�n sacerdote. Luego id a llamar a Achit�metl". Los mexicanos hicieron lo ordenado y Achit�metl, habiendo aceptado la invitaci�n, se presenta con hule, incienso, papel, flores, tabaco y alimentos para ofrec�rselos al dios. Coloca su ofrenda a los pies del pretendido dios que se encontraba en un cuarto oscuro, pero al hacer fuego para quemar el incienso se da cuenta de que el dios no es sino un sacerdote vestido con la piel de su hija. "De inmediato, llam� a gritos a sus copr�ncipes y a sus vasallos dici�ndoles: '�Qui�nes sois vosotros, �oh culhuacanos!, que no veis que han desollado a mi hija? No durar�n aqu� los bellacos, mat�moslos, destruy�moslos y perezcan aqu�."

La consecuencia de esta horrible historia es naturalmente otra guerra en la que los mexicanos son expulsados de Tizapan; como nadie quiere aceptarlos, se ven obligados a refugiarse en el agua, en los pantanos, a esconderse entre los juncos. Huitzilopochtli, terrible e inmutable, sigue orden�ndoles todo lo que han de hacer. La vida casi acu�tica de esta gente en estos momentos permite a los sacerdotes del dios dar su dictado supremo, el m�s h�bil de cuantos hab�an pronunciado: la fundaci�n de Tenochtitlan sobre una isla. Insignificante el principio, este acontecimiento deb�a tener las m�s grandes repercusiones sobre el futuro de M�xico.

La Cr�nica mexic�yotl en forma po�tica narra este episodio. Nos cuenta que estando desterrado y sin sitio en el cual colocar el templo de su dios Huitzilopochtli se les aparece de nuevo y les ordena que sigan buscando hasta encontrar el lugar preciso que, desde el principio de los tiempos, �l tiene se�alado para la fundaci�n de la capital mexicana. "Dentro del carrizal, se erguir�a y lo guardar�a �l, Huitzilopochtli, y orden� a los mexicanos. Inmediatamente vieron el ahuehuete, el sauce blanco que se alza all� y la ca�a y el junco blanco y la rana y el pez blanco y la culebra del agua y luego vieron hab�a una cueva. En cuanto vieron esto lloraron los ancianos y dijeron: 'De manera que aqu� es donde ser�, puesto que vimos lo que nos dijo y orden� Huitzilopochtli, el sacerdote'... Luego volvi� a decir Huitzilopochtli: 'O�d que hay algo m�s que no hab�is visto todav�a e idos incontinenti a ver el Tenoch en el que ver�is se posa alegremente el �guila, la cual pone y se asolea all� por lo cual os satisfar�is, ya que es donde germin� el coraz�n de Copil. Con nuestra flecha y escudo nos veremos con quienes nos rodean, a todos los que conquistaremos, apresaremos, pues ah� estar� nuestro poblado, M�xico, el lugar en que grita el �guila, se despliega y come, el lugar en que nada el pez, el lugar en que se desgarrada la serpiente y acaecer�n muchas cosas'. Y llegados al sitio vieron cuando erguida el �guila sobre el nopal come alegremente desgarrando las cosas al comer y as� que el �guila los vio agach� muy mucho la cabeza, aunque tan s�lo de lejos la vieron y su nido todo �l de muy variadas plumas preciosas, y vieron, asimismo, esparcidas all� las cabezas de muy variados p�jaros. E inmediatamente lloraron por esto los habitantes y dijeron: 'Merecimos, alcanzamos nuestro deseo, puesto que hemos visto y nos hemos maravillado de donde estar� nuestra poblaci�n. V�monos y reposemos'..."

"Asentaremos luego el Tlachzuitetelli y su Tlalmomoztli. As�, pues, paup�rrima y mis�rrimamente hicieron la casa de Huitzilopochtli; cuando erigieron el llamado oratorio era todav�a peque�o, pues estando en tierra ajena cuando se vinieron a establecer entre los tulares y los carrizales de d�nde hab�an de tomar piedra o madera, puesto que eran tierras de los tepanecas as� como de los tezcocanos encontr�ndose en el lindero de los culhuacanos, por todo lo cual sufr�an much�simo. Todo esto en el a�o 2-casa (1325) de que naciera Jesucristo, nuestro Salvador, fue cuando entraron, llegaron y se asentaron dentro del tular y el carrizal, dentro del agua en Tenochtitlan los ancianos mexicanos aztecas".

La fundaci�n de Tenochtitlan resulta no s�lo el episodio m�s caracter�stico de toda la historia azteca, sino el que mejor nos revela su modo de ser, esa combinaci�n de inteligencia pr�ctica y habilidad pol�tica mezclada al fanatismo y al desd�n del sufrimiento.

As�, es interesante hacer notar, en primer lugar la selecci�n aparentemente absurda, en realidad extraordinaria, que los sacerdotes hicieron del sitio en que hab�an de fundar su ciudad. Un peque�o islote, casi un pantano del que s�lo sobresal�an una rocas, rodeado de ca�averales, en el lago de Tezcoco. Sitio tan poco atractivo, que ninguno de los innumerables habitantes anteriores lo hab�a ocupado. Los brillantes directores aztecas deben haber comprendido el valor estrat�gico y pol�tico que representa este sitio. Trat�ndose de una isla la defensa era muy f�cil, ya que s�lo pod�a atac�rsela por agua; pero adem�s estaba colocada en los confines de tres reinos, por lo que en realidad, siendo de los tres, no era de ninguno. Daba a los nuevos pobladores una posici�n de relativa independencia y les permit�a apoyarse en cualquiera de sus vecinos, en contra de los otros.

En el transcurso del siglo siguiente hab�an de aprovechar a fondo esta ventajosa posici�n y los vamos a ver, como mercenarios de Azcapotzalco, atacar a los dem�s, luego aliarse con Tezcoco para vencer a los tepanecas y as� sucesivamente, hasta colocarse por encima de todos, conservando siempre su ciudad libre de ataques enemigos. Desgraciadamente no nos es posible saber hasta qu� punto los jefes se dan cuenta de todas estas ventajas; pero es evidente, a trav�s de toda la historia de la peregrinaci�n, que aunque sea confusamente, buscaban un sitio similar, una "tierra prometida", y que estaban decididos, por todos los medios, a llevar a su pueblo a la hegemon�a de los valles.

Con el tiempo, la isla hab�a de presentar otra gran ventaja; �sta de tipo comercial. El sistema de transporte que prevalec�a en el M�xico antiguo era tan primitivo que solamente el hombre pod�a utilizarse como animal de carga. Como la rueda no pas� de ser un juguete, no hab�a veh�culo alguno de tracci�n. En estas condiciones, el transporte de mercanc�as, sobre todo cuando se trataba de alimentar una ciudad grande, se convert�a en un problema pr�cticamente insoluble. En cambio una sola canoa, con poco esfuerzo, pod�a hacer el trabajo de muchos hombres durante varios d�as. Este factor constituye seguramente una de las causas del desarrollo extraordinario que pronto hab�a de alcanzar Tenochtitlan. Otra vez el lago parece dictar los destinos mexicanos.

Otras de sus armas eran la austeridad y el fanatismo. No permitiendo durante siglos que la poblaci�n se quedara nunca permanentemente en parte alguna, oblig�ndola continuamente a moverse, imped�an as� la acumulaci�n de riquezas, el aprovechamiento de tierras cultivadas, o la formaci�n de costumbres de ocio y de lujo, los hombres aztecas estaban eternamente preparados para la guerra o para el sacrificio, justamente porque ten�an tan poco que perder, porque su vida estaba lejos de ser agradable. La pobreza misma del sitio escogido los obligaba a tratar continuamente de arrebatar a sus vecinos m�s ricos todas las cosas que ellos no ten�an, o si no pod�an hacerlo por la fuerza, a trabajar sin descanso para obtenerlas por comercio; as� vemos, por ejemplo, que a poco de fundada su ciudad se dedican a reunir una gran cantidad de peces, camarones, anfibios y otros productos de la laguna para permutarlos por madera o piedra para construir el templo de su dios, aun antes que sus propias casas. Trabajo, austeridad, fanatismo.

Ya es tiempo de preguntarnos qui�n es ese Huitzilopochtli que a trav�s de siglos gu�a a su pueblo convirti�ndolo en un "pueblo elegido". En las cr�nicas siempre aparece como el dios supremo cuya voz es escuchada con temor y reverencia por los sacerdotes. Evidentemente se trata de un peque�o, muy peque�o grupo —tal vez no m�s de cuatro personas— de sacerdotes-directores que, usando del artificio de la voz divina, gu�an a su pueblo y forman el destino de los mexicas. Lo interesante del caso es que desde el principio de su historia se tiene la impresi�n muy clara de que segu�an un verdadero programa preestablecido, programa que se desarrollar� a trav�s de siglos; de una concepci�n de gobierno brutal pero genial que, seguida al pie de la letra por esta peque�a, indomable �lite, llevar� a su pueblo a trav�s de miles de peligros, privaciones y sacrificios, hasta obtener el triunfo final, el imperio. El pueblo es empujado sin consideraci�n a su cansancio o a su hambre, con todo y las mujeres y los hijos que se mueren, contra todo, hacia el destino que esta �lite le ha prometido. Claro que es imposible pensar en que los mismos dirigentes pudieran haber establecido y seguido este plan, casi diab�lico, a trav�s de tanto tiempo. Pero los primeros formaron el "tipo" que fue seguido por sus descendientes hasta el fin. Huitzilopochtli habla sin descanso, en todas las ocasiones importantes, como el m�s cruel pero tambi�n como el m�s h�bil de los pol�ticos. Nunca se cansa, nunca se detiene, nada le basta. Durante quince generaciones su voz temible abruma al pueblo de tr�gicos consejos de violencia sin un minuto de reposo.

El triunfo —mucho m�s tarde— ha de significar para Huitzilopochtli, como para todos los pueblos que triunfan brutalmente, el principio del fin. Al momento del apogeo mexica ya no o�mos su voz poderosa repercutir a trav�s de las cr�nicas. Ya el peque�o grupo de jefes se ha convertido en una vasta aristocracia que no puede tener ni la fuerza ni la coherencia originales. El imperio y la riqueza habr�n de gastar la voluntad inquebrantable de los primeros tiempos.

El momento culminante de la historia de estos sacerdotes geniales y terribles, el momento en que mejor vemos trabajar su brillante inteligencia, es justamente �ste de la fundaci�n de su ciudad.

Sab�an que para un pueblo como ellos, s�lo este sitio de Tenochtitlan, despreciado por todos lo dem�s, les daba la posibilidad de llegar al fin de sus ambiciones, de convertirse en un gran poder. Empiezan por comprender que s�lo si son forzados querr�n los mexicas vivir en esa isleta pantanosa. Tal vez por ello los obligan a representar el drama que hab�a de costar la vida a la hija de Achit�metl de Culhuacan. Entonces ya no es cuesti�n de escoger; ya no queda sino el lago, eterno centro de los destinos del M�xico antiguo. Pero no bastaba la compulsi�n f�sica; era necesaria la compulsi�n moral. Entonces resulta que al establecerse en el lago se cumplen las profec�as, ya que en el lago descubren muy a su satisfacci�n la famosa �guila, sobre el tunal, sobre la piedra, comi�ndose a la serpiente, en el sitio mismo donde hab�a sido arrojado el coraz�n de Copil.

Una vez asentados los mexicanos en su isla y construido el primer templo de su dios, que no fue sino un pobre edificio que desaparecer� en el esplendor futuro, comprenden que no es posible ir demasiado aprisa. A�n no son siquiera due�os del islote en que se han refugiado. Aprovechando sus cualidades principales, el valor y la habilidad guerrera, se convierten en mercenarios del poder m�s cercano a ellos constituido en este tiempo por los tepanecas que reinan en Azcapotzalco. �stos les imponen adem�s de la obligaci�n de ayudarlos en la guerra, una serie de tributos, a veces excesivos, a cambio de su protecci�n. Son, por tanto, en parte mercenarios y en parte tributarios de los tepanecas. �stos, para molestarlos, les ped�an como tributo cosas imposibles; por ejemplo, deb�an llevarles patos de la laguna que pusieran huevos en el momento de ser entregados.

En 1367, siempre en provecho de Azcapotzalco, destruyen Culhuacan, el �ltimo centro de alguna importancia donde todav�a, como una verdadera supervivencia hist�rica, reinaban gentes que se consideraban toltecas. Este evento tiene una importancia futura, ya que abr�a la "sucesi�n tolteca" que a�os m�s tarde los mexicanos reinvindicar�n en su provecho. En 1371, la otra fracci�n mexicana, los tlatelolcas, toman Tenayuca, que conquistan tambi�n para provecho de Azcapotzalco y a expensas de los se�ores chichimecas de Tezcoco.

Cinco a�os m�s tarde, se consideran lo bastante importantes para tener un rey, como lo han hecho ya los de Tlatelolco. Entonces, con su gran habilidad pol�tica, no lo piden a la casa reinante de Azcapotzalco, la aparentemente m�s fuerte, sino que eligen a un descendiente del despose�do rey de Culhuacan. Este primer se�or de los mexicanos se llamaba Acamapichtli. Esta selecci�n, a primera vista insignificante, iba a darles un cierto derecho a reivindicar a su favor la sucesi�n tolteca, puesto que se considerar�an de aqu� en adelante como los leg�timos herederos de los viejos reyes. Hab�a de germinar esta idea y este vago derecho en forma tan fruct�fera, que cien a�os m�s tarde los mexicanos ser�an due�os no s�lo de casi todo el imperio tolteca sino aun de tierras mucho m�s extendidas, pretendiendo ser los reivindicadores de una herencia ancestral.

Pero esta gloria futura todav�a est� en la mente de los dioses. Por lo pronto, Acamapichtli, dominado por Azcapotzalco, se lanza en una largu�sima guerra contra la gente del valle de Morelos, guerra que no deb�a terminar sino muchos a�os despu�s de su muerte y cuyos episodios relataremos m�s tarde.

Ya hemos hablado mucho de los tepanecas de Azcapotzalco. Es necesario regresar un poco atr�s para ocuparnos de este grupo que va a llenar el escenario pol�tico del valle hasta la segunda d�cada del siglo XV. Esta gente, originaria del valle de Toluca, hab�a conservado en grado bastante alto la civilizaci�n tolteca, ya que esa regi�n no parece haber sido invadida en el siglo de confusi�n que sucede a la ca�da de Tula. Una vez en el valle, establecen su capital en el sitio que hab�a servido de ep�logo a la civilizaci�n teotihuacana: Azcapotzalco, hoy d�a un barrio al noreste de la ciudad de M�xico. Este acontecimiento sucede hacia 1230. Durante poco m�s de un siglo, Azcapotzalco progresa lentamente bajo una serie de reyes oscuros. Pero hacia 1363 ocupa el trono un hombre extraordinario, Tezoz�moc, bajo cuyo reinado, que dura hasta 1426, Azcapotzalco se convierte en la ciudad m�s importante del valle.

El largo reinado de Tezoz�moc est� marcado por una serie interminable de guerras. Ya vimos que, utilizando como mercenarios a los mexicanos, conquista Culhuacan. Esta victoria abre a la ambici�n tepaneca todo el sur del valle y la posibilidad futura de pasar a los llanos de Morelos. Vimos tambi�n c�mo conquistaron Tenayuca, la hasta poco antes capital de los se�ores chichimecas. Esta nueva conquista despierta su apetito hacia la posibilidad de englobar finalmente todo el antiguo imperio de X�lotl. En efecto, con momentos de tregua y otros de guerra, Tezoz�moc no abandona un instante su empresa hasta lograr mucho m�s tarde el triunfo total.

Pero para lograr sus fines necesita consolidar su posici�n en la regi�n del sur del valle de M�xico, absorbiendo un grupo considerable de se�or�os independientes de los que no nos hemos ocupado aqu� para no hacer a�n m�s confusa esta historia, pero que daban a los valles centrales durante le siglo XIII y la mayor parte del XIV un car�cter feudal a base de muchos peque�os se�or�os en continuas luchas, alianzas y rupturas. Esta situaci�n recuerda la de Italia en �poca similar, donde vemos el mismo juego eterno y vano de ligas m�s movedizas que la arena, de est�riles batallas y de ef�meras victorias.

Habi�ndose apoderado de todo el centro del valle entre Culhuacan y Tenayuca, pod�a Tezoz�moc proseguir tanto hacia el norte como hacia el sur. En esta direcci�n ya hemos visto que lanza sus mercenarios como punta de flecha sobre la regi�n de Morelos. Al norte quedaban, aislados y listos para ser vencidos, por un lado Xaltocan y por otro el poder�o chichimeca. Xaltocan cae hacia 1400 y entonces ya s�lo falta llevar a su fin la conquista de Tezcoco y de su imperio.

Este imperio hab�a sido dividido en se�or�os, lo que facilit� la empresa. As� lo vemos caer uno a uno. Cuando Ixtlilx�chitl sube al trono de Tezcoco, probablemente en 1409, la situaci�n ya es angustiosa y su reinado de nueve a�os se pasa en continuas alertas y falsas promesas de paz de parte de Tezoz�moc.

El problema se plantea desde los primeros d�as del reinado. En 1410, Ixtlilx�chitl convoca a la ceremonia de su jura como soberano chichimeca. A ella no asisten, seg�n su historiador descendiente del mismo nombre, sino dos se�ores. Los dem�s se excusan pretextando la defensa de las fronteras. Pero la ausencia m�s ominosa a esta ceremonia es la de Tezoz�moc, el viejo tirano, que no s�lo se niega a asistir, sino que pretende competir en la sucesi�n ya que ambos reyes eran descendientes de X�lotl. Manda a Ixtlilx�chitl una embajada portadora del supremo insulto: una carga de algod�n en bruto para que le sea devuelta en mantas tejidas. Esto indica, seg�n la costumbre ind�gena que considera a Ixtlilx�chitl como una d�bil mujer que s�lo es capaz de hilar algod�n. El problema es crucial para Ixtlilx�chitl. Si devuelve el algod�n con palabras injuriosas manteniendo as� su dignidad, esto significa de inmediato la guerra contra Tezoz�moc. Ixtlilx�chitl. no tiene ej�rcitos ni armas preparadas. Entonces se somete, para ganar tiempo. Manda reclutar soldados, fabricar armas y concentrar en el centro mismo de su pa�s todas las fuerzas, hasta entonces dispersas en sus posesiones lejanas.

As�, al principio las pretensiones del rey tepaneca parecen no tener �xito, e Ixtlilx�chitl toma el poder muy a pesar de su rival. Se casa con una hermana de Chimalpopoca de M�xico, por cierto nieta de Tezoz�moc, y empieza a reinar.

En 1414 Ixtlilx�chitl ve claramente que la situaci�n se vuelve cada vez m�s desesperada. Decide en ese a�o hacer jurar a su hijo, Nezahualc�yotl, como su heredero. Con ello piensa obtener dos ventajas: salvar , si no su reino, cuando menos el derecho futuro de su dinast�a, y adem�s saber cu�les se�ores le son a�n leales. Era dif�cil definir esto sin una ceremonia que claramente deslindara los campos, ya que Tezoz�moc emplea no s�lo la guerra, sino la astucia, la traici�n, las alianzas y aun la corrupci�n para allegarse amistades en el campo opuesto.

Ixtlilx�chitl da cita a todos los jefes cerca de Huexotla en una gran llanura donde ha mandado construir un trono. Llegado el d�a, se desarrolla pomposa ceremonia conforme a los viejos ritos toltecas: pero en presencia de muy pocas personas importantes, pues la mayor parte ha preferido no asistir por temor a Tezoz�moc.

El lamentable resultado de esta junta inicia la agon�a del trono de Ixtlilx�chitl. �ste, con un nuevo ej�rcito, logra empezar otra campa�a, al principio victoriosa, ya que invade terrenos de Azcapotzalco y aun dice su cronista (muy favorable a �l y por tanto dif�cil de aceptar �ntegramente) que Tezoz�moc, perdido, pidi� la paz. Ixtlilx�chitl la acepta, considera la guerra terminada y manda disolver su ej�rcito. El hecho es que en 1418 las tropas de Tezoz�moc est�n a las puertas de Tezcoco: muchos de sus antiguos enemigos se han pasado a su campo e Ixtlilx�chitl se encuentra casi solo.

Acompa�ado de su hijo Nezahualc�yotl, y rodeado de sus �ltimos fieles, se hizo fuerte en un bosque donde, vi�ndose perdido, se retir� a una barranca profunda. Bajo un gran �rbol ca�do pas� la noche en compa��a de su hijo y de dos capitanes. Al salir el sol, al d�a siguiente, lleg� un soldado a decirle que lo hab�an descubierto y que a gran prisa ven�a gente armada para matarlo. Entonces pidi� a los soldados que lo dejaran solo, llam� a su hijo y le dijo: "Hijo m�o muy amado, brazo de le�n, Nezahualc�yotl, �ad�nde te tengo de llevar que haya alg�n deudo o pariente que te salga a recibir? Aqu� ha de ser el �ltimo d�a de mis desdichas y me es fuerza el partir de esta vida; lo que te encargo y ruego es que no desampares a tus s�bditos y vasallos, ni eches en olvido de que eres chichimeca, recobrando tu imperio que tan injustamente Tezoz�moc te tiraniza y vengues la muerte de tu afligido padre, y que has de ejercitar el arco y las flechas. S�lo resta que te escondas entre estas arboledas porque no con tu muerte inocente se acabe en ti el imperio tan antiguo de tus pasados".

Despu�s de tan tierna escena, el peque�o pr�ncipe se esconde y entre las ramas ve c�mo los enemigos matan a su padre, Una vez idos, recoge el cuerpo y ayudado por algunos amigos adereza el cad�ver y lo quema. Ixtlilx�chitl fue el primer emperador chichimeca quemado seg�n los ritos y ceremonias toltecas en vez de ser enterrado en una cueva con sus antepasados.

Con la muerte de Ixtlilx�chitl comienza el "gobierno en exilio" de la dinast�a chichimeca representada por el joven Nezahualc�yotl, "el coyote hambriento", leg�timo heredero del imperio. Este muchacho, de juventud tan azarosa, hab�a de convertirse en la figura m�s ilustre de su siglo por lo pronto tiene que refugiarse de un sitio a otro, perseguido implacablemente por el odio de Tezoz�moc, que deseaba verlo desaparecer ya que era el �nico rival leg�timo que quedaba. Poco despu�s se establece en Tlaxcala y a veces en la corte de su t�o Chimalpopoca.

Nos relatan las cr�nicas innumerables episodios m�s o menos ver�dicos, de las aventuras que ocurrieron a Nezahualc�yotl durante su exilio. Los peligros no le impidieron, como dice su descendiente, irse "por diversas partes de las tierras no dejando reino, ciudades, provincias, pueblos y lugares que no entrase en ellos para conocer los designios y voluntades de los se�ores de estas partes. En unas le recib�an con mucho regocijo; en otras muy secretamente, avis�ndole que se guardase de sus enemigos. A veces disfrazado entraba y o�a lo que se dec�a de �l, averiguando por tanto la opini�n de los se�ores y las �rdenes de Tezoz�moc". Tanto preocupaba su vida al tirano que hasta dicen que lo so�� dos veces. "La una hecho �guila real, que le daba grandes rasgu�os sobre su cabeza y que parec�a que le sacaba las entra�as y el coraz�n y que le despedazaba los pies".

En medio de aventuras sin cuento, escapando siempre de la ira de Tezoz�moc, protegido a veces por su astucia y otras por los muchos parientes importantes que ten�a, el joven Nezahualc�yotl ve pasar con amargura los a�os del exilio, pero mientras �l tiene la juventud que le permite esperar, su rival, el viejo Tezoz�moc, est� cada vez m�s enfermo no de enfermedad sino de a�os, "y era tan viejo, seg�n parece en las historias y los viejos principales me lo han declarado, que lo tra�an como a una criatura entre plumas y pieles amorosas metido y siempre lo sacaban al sol para calentarlo y de noche dorm�a entre dos braseros de fuego grandes que jam�s se apartaba de la calor porque le faltaba la calor natural". Como era de esperarse en estas circunstancias, por fin muere el tirano en 1426, y un aire de independencia sopla entonces en el valle.

El largo reinado de Tezoz�moc, 63 a�o tuvo una importancia mucho m�s grande que la simple consolidaci�n de la supremacia tepaneca. Tezoz�moc fue el primero que, desde los d�as ya lejanos de la ca�da de Tula, logr� unir bajo su dominio directo o indirecto, por medio de su qu�ntuple alianza", todo el valle de M�xico, gran parte de los otros valles circundantes y aun terrenos mucho m�s lejanos, ya que sus tropas llegaron hasta la regi�n de Taxco. Esto marc� el fin de innumerables peque�os se�or�os que se hab�an dividido esas tierras como una consecuencia de la dispersi�n de los toltecas. A los tepanecas, en cierto modo, cabe el honor de haber puesto fin a esta situaci�n. al reunir esos feudos semiindependientes, preparan la unificaci�n mayor que har�n los mexicas.

Pero Tezoz�moc gobernaba un grupo que no era realmente local, ya que hablaba el matlatzinca, en vez del n�huatl, y cuyas ra�ces por tanto no pudieron ser tan hondas. �sta era la debilidad profunda de su imperio, oculta durante su brillante reinado, pero que a su muerte deb�a aparecer muy claramente.

La extraordinaria inteligencia de Tezoz�moc, ayudada por su perfidia y su falta total de escr�pulos, fue completada por la fortuna de una largu�sima vida que le permiti� llevar a cabo su obra. Logr� as� prestigio incomparable. Pero su obra, como todas las obras de violencia, no pod�a perdurar.

No s�lo utiliz� la guerra como arma de expansi�n, sino una tortuosa pol�tica de alianzas y traiciones que le hab�an de valer el apoderarse de un n�mero de sitios que no hab�a podido vencer con su fuerza militar, o cuya conquista lo hubiese obligado a una serie de campa�as. Apoy� su proceder con una sistem�tica serie de alianzas din�sticas. Con el tiempo hab�a casado a muchos de sus hijos y nietos con los herederos de casi todos los se�or�os del valle de M�xico. A trav�s de su dispersa familia intervino en los asuntos de todas las ciudades y se convirti� en el se�or indiscutido de la regi�n.

Desgraciadamente tenemos pocos datos sobre este personaje, que ser�a muy interesante conocer m�s a fondo. Aparece y desaparece fugazmente en las cr�nicas; pero lo poco que sabemos de su personalidad nos hace pensar que, mucho mejor que C�sar Borgia, habr�a servido como modelo para El pr�ncipe de Maquiavelo.

Dej� en la mente de sus sucesores pol�ticos una nueva f�rmula del arte de gobernar, f�rmula admirablemente adaptada a las calidades de los mexicanos que, como dice Jim�nez Moreno, "aprendieron en la escuela de Tezoz�moc de Azcapotzalco". Los vamos a ver pronto aplicar brillantemente esos principios de realismo brutal. Pero antes necesitamos regresar un poco hacia atr�s para estudiar lo que durante los a�os del esplendor tepaneca aconteci� en Tenochtitlan.

A la muerte de Acamapichtli, el primer se�or, sube al trono su hijo Huitzil�huitl, que siempre por cuenta de Tezoz�moc, guerrea victoriosamente contra varios pueblos del valle y sobre todo contin�a la lucha contra la gente del valle de Morelos, capitaneada �sta por el se�or de Cuernavaca.

Entre las pausas de la lucha, nos cuenta la Cr�nica mexic�yotl c�mo Huitzil�huitl se enamora de la hija del se�or de Cuernavaca: "Su coraz�n fue solamente a Cuernavaca, por lo cual inmediatamente envi� a sus padres a pedirla por esposa".

Pero el padre de la joven era un brujo: "Llamaba a todas las ara�as as� como al ciempi�s, la serpiente, el murci�lago y el alacr�n, orden�ndoles a todos que guardasen a su hija doncella, que era bien ilustre, para que nadie entrase donde ella ni bellaco alguno la deshonrara; estaba encerrada y muy guardada hall�ndose toda clase de fieras por todas puertas del palacio; a causa de esto hab�a muy gran temor y nadie se acercaba al palacio. A esta princesa la solicitaban los reyes de todos los poblados porque quer�an casarla con sus hijos; pero su padre no aceptaba ninguna petici�n".

En cuanto oy� el de Cuernavaca que el se�or de M�xico solicitaba a su hija, dijo a los enviados: "�Qu� es lo que dice? �Qu� podr� �l darle? Lo que se da en el agua, de modo que, tal como �l se viste con ropa de lino acu�tico, as� la vestir�. Y de alimentos �qu� le dar�? �O acaso es aquel sitio como �ste donde hay de todo, viandas y frutas muy dilectas, el imprescindible algod�n y las vestiduras? Idos a decir todo esto a vuestro rey antes que volv�is aqu�". Muy afligido se hallaba Huitzil�huitl al saber que hab�a sido rechazada su petici�n cuando en sue�os se le apareci� el dios Tezcatlipoca y le dijo: "No te aflijas, que vengo a decirte lo que habr�s de hacer para que puedas tener a la doncella. Haz una lanza y una redecilla con las cuales ir�s a casa del se�or de Cuernavaca donde est� enclaustrada su hija. Haz tambi�n una ca�a muy hermosa; �sta ad�rnala cuidadosamente y p�ntala bien plant�ndole adem�s en el centro una piedra muy preciosa, de muy bellas luces. Ir�s a dar all� por sus linderos, donde flechar�s todo e ir� a caer la ca�a en cuyo interior est� la piedra preciosa all� donde est� enclaustrada la hija del rey de Cuernavaca y entonces la tendremos". El enamorado hizo exactamente lo que el dios le hab�a indicado y cuando cay� la ca�a la doncella la vio bajar del cielo, la tom�, la rompi� por el medio y vio dentro la piedra preciosa. Quiso, muy femeninamente, asegurarse de que era buena la piedra, mordi�ndola; pero se la trag� y ya no pudo sacarla, con lo cual se hall� embarazada. Siendo el se�or de M�xico la causa del embarazo, su padre se la dio por esposa.

Al leer cuidadosamente la cr�nica, nos damos cuenta de que esta p�gina de amor es bastante menos rom�ntica de lo que parece a primera vista; en realidad, as� como la joven demuestra su inter�s al morder la piedra para ver si era fina, el m�vil verdadero del se�or de M�xico era menos la pasi�n que el deseo de obtener la rica producci�n de algod�n de la regi�n de Morelos y desquitarse justamente de lo que le reprochaba su futuro suegro, o sea, de andar vestido de ropa tejida con plantas acu�ticas. A partir de estas fechas se pod�a adquirir ropa de algod�n en el mercado de Tlatelolco.

A la muerte de Huitzil�huitl, en 1417, lo hereda Chimalpopoca, nieto, por su madre, de Tezoz�moc de Azcapotzalco.

Este parentesco fue muy provechoso a los mexicanos, ya que el abuelo de su nuevo rey les exig�a cada vez menos tributos. Probablemente se deba al parentesco de Chimalpopoca con Tezoz�moc el que haya sido elegido al rango supremo, pues apenas ten�a doce a�os cuando subi� al trono. Los diez a�os de su reinado fueron poco importantes en los anales mexicanos. En 1426 muere cargado de a�os y de gloria el viejo Tezoz�moc y estalla entre dos de sus hijos una guerra, pues ambos pretend�an ser sus herederos.

Chimalpopoca comete el peor error que pueda hacer un gobernante: apoya al hermano que pierde la batalla. El vencedor, Maxtla, manda matar a la mayor parte de los que, partidarios de su hermano, han conspirado contra �l. Chimalpopoca fue encarcelado y parece que ah� se le ahorc� a los 22 a�os de edad.

Con la muerte de Tezoz�moc y el fin poco glorioso de su nieto Chimalpopoca, llegamos al momento m�s importante de la historia mexicana, cuando se inicia una nueva etapa que lleva a Tenochtitlan a la hegemon�a sobre los valles centrales.

�ndice Anterior Siguiente