Partido, pues, el Almirante de Palos hacia las Canarias, al d�a siguiente, que fue s�bado, a cuatro d�as de agosto, a una de las carabelas de la armada, llamada la Pinta, se le saltaron fuera los hierros del tim�n; y como tal defecto los que en ella navegaban ten�an que amainar las velas, el Almirante se les acerc� pronto, bien que por la fuerza del viento no pudiese darles socorro, pero tal es la costumbre de los capitanes en la mar, para dar �nimos a los que padecen alg�n da�o. Y lo hizo con tanta m�s presteza cuanto que sospechaba si tal percance no habr�a sobrevenido por astucia o malignidad del patr�n, creyendo de tal modo poder evitarse el viaje, como antes de la salida ya hab�a intentado hacer. Como quiera que Pinz�n, capit�n de dicho nav�o, fuese hombre pr�ctico y marinero diestro, lo arregl� con algunas cuerdas de tal modo que pudieron seguir su camino, hasta que el martes siguiente; con fuerza del viento, se rompieron las cuerdas y fue necesario que todos amainasen para volver a arreglarlo.
Del trastorno y mala suerte que tuvo aquella carabela en perder dos veces el tim�n al principio de su camino, quien fuese supersticioso habr�a podido conjeturar la desobediencia y contumancia que despu�s tuvo contra el Almirante, pues se alej� de �l dos veces por malevolencia del dicho Pinz�n, como se dir� m�s adelante.
Volviendo, pues, al hilo de mi relato, digo que procuraron entonces remediarse lo mejor posible hasta llegar a las Canarias, las cuales descubrieron los tres nav�os el jueves 9 de agosto al amanecer; mas por el viento contrario y por las calmas, no les fue posible ni aquel d�a ni en los dos siguientes tomar tierra en la Gran Canaria, a la cual estaba ya muy pr�ximos. Entonces el Almirante dej� all� a Pinz�n, a fin de que saltando a tierra pronto procurarse conseguir otro nav�o; y con el mismo objeto march� �l a la isla de la Gomera, juntamente con la Ni�a, para, caso de no encontrar nav�o en alguna de dichas islas, buscarlo en la otra.
Siguiendo su camino con tal prop�sito, lleg� a la Gomera el domingo siguiente, que fue doce de agosto. En seguida mand� el batel a tierra, el cual regres� a la nave a la ma�ana siguiente diciendo que no hab�a entonces ning�n nav�o en aquella isla; pero a�adi� que de un momento a otro los vecinos esperaban a Do�a Beatriz de Bobadilla, se�ora de la isla, que estaba en la Gran Canaria, que llevaba un nav�o de un cierto Grajeda de Sevilla, de cuarenta toneladas;37el cual, por ser apto para tal viaje, habr�a podido tomarlo. El Almirante, en vista de esto, resolvi� esperar en aquel puerto, calculando que si Pinz�n no hab�a podido aderezar su nave, conseguir�a �l una en la Gomera. Habiendo, pues, permanecido all� dos d�as m�s, y viendo que el nav�o indicado no aparec�a y que part�a para la Gran Canaria un carabel�n de la isla de Gomera, mand� en �l un hombre para que anunciase a Pinz�n su arribada y le ayudase a componer su nav�o; y le escribi� que si no regresaban para prestarle ayuda era porque el nav�o no pod�a navegar. Como despu�s de la partida del carabel�n tard� mucho tiempo en tener noticias, el Almirante decidi� el 23 de agosto volverse con sus dos naves a la Gran Canaria. Partido, pues, al d�a siguiente, encontr� en el camino al carabel�n, que no hab�a podido llegar a�n a la Gran Canaria, por haberle sido muy contrario el viento.
Recogi� al hombre que hab�a enviado, y pas� aquella noche cerca de Tenerife, de cuya monta�a, 38que es alt�sima, ve�an salir llamas inmensas. Maravillada su gente, les dio a entender la causa y fundamento de semejante fuego, comprob�ndolo todo con el ejemplo del monte Etna de Sicilia, y de otros muchos montes donde se ve�a la misma cosa. Pasada despu�s aquella isla, el s�bado 25 de agosto llegaron a la isla de Gran Canaria, donde Pinz�n, con grandes trabajos, hab�a arribado el d�a antes. Por �l supo el Almirante c�mo el lunes anterior Do�a Beatriz hab�a partido con aquel nav�o que con tanta dificultad y molestias procuraba conseguir. Aunque los otros tuvieron por esto gran pesar, �l se conformaba con lo que suced�a, ech�ndolo todo a la mejor parte, y afirmando que si no plac�a a Dios encontrase aquel nav�o, quiz�s ocurr�a esto porque, caso de haberlo hallado, habr�a tenido tambi�n impedimento y dificultad para obtenerlo, p�rdida de tiempo en el trasbordo de las mercanc�as que llevaba y por consiguiente dilaci�n en el viaje. Por lo cual, temiendo encontrarlo de nuevo en el camino si regresaba hacia la Gomera, se decidi� por arreglar en la Gran Canaria la carabela estropeada lo mejor posible, haci�ndole un tim�n nuevo, porque como hemos dicho, hab�a perdido el suyo. Adem�s de esto hizo cambiar la vela de la Ni�a de latina en redonda, 39a fin de que siguiese a las otras naves con m�s facilidad y menor peligro.