Despu�s de que los nav�os estuvieron bien en orden y a punto para la partida, viernes 1 de septiembre por la tarde, el Almirante hizo desplegar las velas al viento, saliendo de la Gran Canaria. Al d�a siguiente llegaron a la Gomera, donde en proveerse de carne, de agua y de le�a tardaron otros cuatro d�as. De modo que el jueves siguiente de ma�ana, esto es a 6 de septiembre de dicho a�o de 1492, que se pueda contar como principio de la empresa y del viaje por el Oc�ano, el Almirante sali� de la Gomera con rumbo a Occidente, y por el poco viento y las calmas que tuvo no pudo aslejarse mucho de aquellas islas.
El domingo, al hacerse de d�a, hall� que estaba nueve leguas al Oeste de la isla de Hierro. Este d�a perdieron por completo de vista la tierra; y temiendo no poder volver a verla en mucho tiempo, muchos suspiraban y lloraban. El Almirante, despu�s de haberlos confortado a todos con grandes ofertas de muchas tierras y riquezas, para hacerles conservar la esperanza y perder el miedo que le ten�a al largo camino, aunque aquel d�a los nav�os anduviesen dieciocho leguas, dijo no haber contado m�s de quince, habiendo decidido disminuir en el viaje parte de la cuenta, para que no pensase la gente estar tan lejos de Espa�a como lo estaba de hecho, caso de contar bien el camino, como �l pensaba hacerlo en secreto.
Continuando, pues, as� su viaje el martes 11 de septiembre, al ponerse el sol, estando ya casi a ciento cincuenta leguas al oeste de la isla de Hierro, vio un grueso madero del m�stil de una nave de ciento veinte toneladas, el cual parec�a que hab�a sido llevado por el agua mucho tiempo. En aquel paraje, y m�s hacia el Occidente, las corrientes eran muy recias hacia el Nordeste. Habiendo luego caminado otras cincuenta leguas hacia el Poniente, el 13 de septiembre, hall� que a prima noche noroesteaban las agujas de las br�julas en media cuarta y al alba nordesteaban poco m�s de otra media. Por lo cual conoci� que la aguja no se�alaba la estrella que llaman Polar, sino otro punto fijo e invisible. Variaci�n que hasta entonces no hab�a conocido nadie; y as� tuvo buen motivo para maravillarse de esto. Mucho m�s se maravill� a�n pasando tres d�as, cuando hab�an caminado ya casi cien leguas m�s adelante de aquel paraje, porque las agujas, a prima noche, noroesteaban con la cuarta, y a la ma�ana volv�an a dirigirse a la misma estrella.
El s�bado 15 de septiembre, estando ya a casi trescientas leguas al Oeste de la isla de Hierro, cay� de noche del cielo al mar una maravillosa llama, a cuatro o cinco leguas de distancia de los nav�os, rumbo al Sudoeste, aunque el tiempo fuese templado como en abril, y los vientos del Nordeste al Sudoeste bonancibles, y el mar tranquilo, y las corrientes de continuo hacia el Nordeste. Los de la Ni�a dijeron al Almirante que el viernes pasado hab�an visto un garjao y otro p�jaro llamado rabo de junco; de lo cual entonces, por ser �stas las primeras aves que hab�an visto, se admiraron mucho.
Pero m�s se admiraron al d�a siguiente, que fue domingo, de la gran cantidad de hierba, entre verde y amarilla, que se ve�a en la superficie del agua, la cual parec�a que acabara de desviarse de alguna isla o escollo. Al d�a siguiente vieron mucha de esta hierba, por lo cual muchos afirmaban que ya estaban cercanos a tierra, en especial porque vieron un cangrejo vivo entre aquellas matas de hierba, la que dec�an que se parec�a a la hierba estrella, salvo que ten�a el tallo y las ramas altas, y estaba toda cargada de frutos como de lentisco. Notaron tambi�n que el agua del mar era la mitad menos salada que la anterior. Adem�s de lo cual, aquella noche le siguieron muchos atunes, que se acercaban tanto a los nav�os y nadaban junto a ellos con tanta ligereza que los de la Ni�a mataron uno con un tridente.
Estando ya a trescientas sesenta leguas de la isla de Hierro vieron otro rabo de junco, p�jaro as� llamado porque tienen por cola una larga pluma, y en lengua espa�ola rabo quiere decir cola.
El martes siguiente, que fue 18 de septiembre, Mart�n Alonso Pinz�n, que se hab�a adelantado con la Pinta, que era una muy buena velera, esper� al Almirante y le dijo haber visto una gran multitud de aves que volaban hacia el Poniente, por lo que esperaba encontrar tierra aquella noche. Cuya tierra le pareci� ver hacia el Norte, a quince leguas de distancia, aquel mismo d�a al ponerse el sol, cubierta de grande oscuridad y nubarrones. Pero como el Almirante estaba seguro de que no era tierra, no quiso perder tiempo en ir a reconocerla, como todos deseaban, porque no se encontraba en el sitio donde seg�n sus conjeturas y razones esperaba que se descubriese. Antes bien, quitaron aquella noche una boneta,40porque el viento arreciaba, habiendo pasado ya once d�as en que no amainaban las velas ni un palmo, pues navegaban de continuo con viento en popa hacia el Occidente.