Se trata, claro, de vinos jóvenes que mejorarán en cuanto los productores cuenten con los medios y con la demanda para someterlos a crianza y envejecimiento adecuados. En general, los tintos mexicanos se crían en barricas de uno a dos años (no más de un año para los blancos), y también es normal que de la barrica vayan a la botella y al mercado. Excepcionalmente —me consta en el caso de algunos de ellos, como el Viña Santiago y los tintos Hidalgo— se dejan envejecer un año en botellas antes de comercializarse, de donde resulta que así y todo sean vinos tiernos aunque también limpios y bien cuidados. La mayor de todas las ventajas radica en el hecho de que los productores, llámense Domenech, Garza de la Mora o Elías Müller, son enamorados del vino primero que hombres de negocios, o al mismo tiempo que, en el peor de los casos .