Sobre la maldad natural de los hombres y los pueblos que beben agua y leche

Si reparamos en los diversos l�quidos que la humanidad ingiere, caeremos en la cuenta de que algunos se llevan con su naturaleza y otros la violan flagrantemente. Entre los primeros cabe se�alar a la cerveza, bebida muy popular y opci�n elemental entre gente sin imaginaci�n, inmersa en la prosa de la vida. Parece que la cerveza es sana, de lo que aprovechan sus productores para recomendarla ilimitadamente, sin agregar que tambi�n engorda, en el mejor de los casos, y que en el peor favorece los impresionantes vientres que se dejan ver en la Hofbr�uhaus am Platzl de Munich. Saludable la cerveza, y atractiva por a�adidura en tierras de est�os ardientes y prolongados, en M�xico resulta sin embargo traumatizante que un ciudadano intachable, ejemplar padre de familia, sienta la necesidad fisiol�gica de llamar a los mariachis en cuanto llega a la cuarta botella.

Tambi�n se da el caso de seres aparentemente en sus cabales que toman caf� o t� con sus comidas —atentado que en los Estados Unidos se practica ante la cruel indiferencia de la CIA— mas el embrutecedor espect�culo es tan riesgoso entre personas celosas de su reputaci�n que uno de mis amigos sufri� tal colapso al ver que una pareja de americanos acompa�aba con caf� sendos steaks, que durante ocho d�as no pudo probar bocado y tuvieron que alimentarlo por sonda. Los jugos de frutas con la comida, por otro lado, cuentan con ardientes defensores entre quienes se proponen ganar el Limbo, objetivo p�o y digno de aplauso si la m�s refinada hipocres�a no hubiera echado mano de ellos para los saraos en Palacio Nacional. En general, los jugos de frutas no son malos sino buenos, recomendables a la hora de comer siempre y cuando el ni�o en cuesti�n no haya cumplido los siete a�os. Pero en reciente y prolongado sexenio —se dice que dur� un siglo—, daba grima ver c�mo los embajadores, acostumbrados al champ�n, hac�an buches con el agua de tamarindo antes de ingerirla, sabi�ndose de alguno que al llevar el vaso a sus labios grit� con la cara congestionada: "�Todo por la patria!"

Por �ltimo, quedan como bebidas posibles el agua y la leche. En cuanto a la primera, aunque muchos creen que es una bebida id�nea para consumo humano, est� probado que s�lo los tontos y los anacoretas la toman con verdadera convicci�n. Se aducir�, en contra, que es tambi�n la bebida natural de los pobres, mas de observar con detenimiento c�mo y por qu� la ingieren veremos que lo hacen forzados por la miseria, y que salpican cada sorbo con dos o tres mentadas de madre. Entre los que acostumbran el agua para beberla se encuentran, para colmo, los m�s peligrosos revolucionarios y terroristas, pues est� confirmado que un vaso de agua fomenta las malas pasiones y logra que adoptemos, hacia nuestros semejantes, una cara peor que la que Dios nos asign� al enterarse de que sus ministros le hac�an objeto de una calumnia tan gruesa como decir que �l nos hizo a su imagen y semejanza. Estoy en condiciones de probar que casi todos los maleantes que han dejado bombas en bancos, cines o estaciones ferroviarias tomaron un par de vasos de agua antes de colocar los explosivos.

En cuanto a la leche, es bastante peor que el agua. Sin eficaz control sanitario sobre vacas y laboratorios, la leche es un para�so de bacterias, que si est� adulterada es una porquer�a, y si es limpia y entera engorda lo que se dice una barbaridad. Asegura Luis Antonio de Vega que �l suscribir�a la frase de que "el vino es la leche de la ancianidad" s�lo en el caso de estar seguro de que la leche, aparte de la materna durante la lactancia, es una bebida id�nea para el hombre. "Es de suponer —agrega—, que la de vaca a quien le ir� bien es al ternero, mas por si acaso la miro con recelo." Qu� tan mala ser� la leche que un pueblo culto y avezado en la cultura del vino —como Espa�a— utiliza ese sustantivo como maldici�n. Cuando oiga usted que un espa�ol grita �leche! mant�ngase a prudente distancia pues el hombre estar� dispuesto a cometer cualquier tropel�a.

Hist�ricamente la leche, bebida y alimento de pueblos primitivos, perdi� su prestigio a medida que avanz� la cultura y el hombre la convirti� en quesos y mantequilla. Como bebida y alimento sabemos que la leche forma parte del r�gimen rudimentario del hombre prehist�rico; la encontramos tambi�n en la dieta del pueblo hebreo —un pueblo de pastores— y muy probablemente los pieles rojas acostumbraron tambi�n la leche de sus b�falas, pero el horrendo l�quido mereci� el desprecio de los griegos de la �poca heroica —Homero llam� galact�fagos a los bebedores de leche—, y en cuanto a los romanos de la Rep�blica y el Imperio, apenas si la dieron a los ni�os en su m�s tierna infancia.

Sin antecedentes de que la leche gozara del menor prestigio en el mungo greco-romano o el Renacimiento, para que los adultos llegaran a verla con simpat�a fue preciso que en el siglo XVI se produjera la gran crisis que escindi� la unidad cristiana y que los puritanos hallaran en ella virtudes que nadie le concedi� en mejores tiempos. Si Calvino s�lo hubiera sido padre del puritanismo podr�amos disculpar algunos de sus errores, pero —galact�fago al fin—, no se content� con mandar quemar vivo a Miguel Servet, el gran m�dico espa�ol heterodoxo, sino que puso a beber leche a sus infelices correligionarios.

Hoy en d�a —causa horror comprobarlo—, la leche vuelve por sus fueros hasta en pa�ses que otrora fueron notables por sus grandes aportaciones a la causa de la cultura. Que tanta leche se consuma en nuestro tiempo ser�a s�lo de lamentarse si, adem�s, el creciente n�mero de galact�fagos no fuera grave riesgo para la paz mundial. Alguna propiedad b�lica contendr� el feo l�quido cuando los Estados Unidos, cl�sico pa�s lactante, figura en cuanto conflicto b�lico se presenta a lo ancho del planeta, y es tambi�n evidente que la gente irritable y sin gusto por la vida bebe leche. Cierto que los m�dicos atribuyen su amargura y mal car�cter a �lceras en el est�mago y en el duodeno, mas yo estoy seguro de que tales desgraciados son insociables y agresivos porque sus est�magos reclaman un vaso de vino y le administran un litro de leche. Entre la leche, la guerra nuclear y las �lceras existe una evidente relaci�n de causa a efecto.

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