Las cr�ticas de Bernal D�az del Castillo a la "Historia de la conquista de M�xico", de L�pez de G�mara1[Nota 1]

Se ha dicho —lo ha dicho Prescott— que los dos pilares en que reposa la historia de la conquista de M�xico por los espa�oles son las cr�nicas de G�mara y de Bernal D�az del Castillo. Ahora bien, estos dos pilares, m�s que como tales, con su inmutable simetr�a, yo los veo como sensibles columnas termom�tricas que var�an de continuo seg�n se producen en el ambiente determinadas alteraciones.

En la actualidad asistimos a un alza de Bernal D�az, quien parece haber sobrepasado definitivamente a G�mara, sin que a �ste le queden ya posibilidades de recuperar el terreno perdido. Yo mismo, en el XXVI Congreso de Americanistas, celebrado en Sevilla en 1935, romp� una lanza en favor de Bernal —con la edici�n de cuya cr�nica me ocupaba entonces—. Me hice eco de las cr�ticas al uso contra G�mara y le llam� panegirista de Cort�s, adulador servil y no s� si alguna cosa m�s.

Lo que, en realidad, me pasaba entonces, es que no hab�a le�do con suficiente detenimiento a G�mara. No es que yo quiera sugerir que todos aquellos que mantienen hoy la actitud mantenida por m� en 1935 est�n en el mismo caso, no. Pero lo cierto es que, habiendo le�do a G�mara con mayor atenci�n, y habiendo cotejado su obra con la de Bernal D�az, he llegado a conclusiones bastante distintas a las de entonces, hasta el punto de que el presente trabajo viene a ser una lanza rota en favor de G�mara, o, por lo menos, un intento para reestablecer un equilibrio tan fuertemente alterado hoy en favor de Bernal D�az.

Como es bien sabido —acepto aqu� la versi�n corriente; v�ase el estudio que sigue—, este conquistador, siendo ya viejo, emprendi� el relato de la Conquista. Llevaba algunos cap�tulos escritos cuando lleg� a sus manos la obra de G�mara. La primera impresi�n que le produjo su lectura fue el desaliento; pens� que su relato nunca podr�a competir con el del cl�rigo, y estuvo a punto de abandonarlo, pero sigui� leyendo, y se encontr� —seg�n �l nos dice— con que la obra de G�mara estaba tan llena de falsedades que se anim� a proseguir la suya, con �nimo de rebatirlas.

Quiero volver con la pluma en la mano, como el buen piloto lleva la sonda, descubriendo bajos por la mar adelante, cuando siente que los hay, as� har� yo en decir los borrones de los cronistas; mas no ser� todo, porque si parte por parte hubiesen de escribir, ser�a m�s la costa de recoger la rebusca que en las verdaderas vendimias.

Hoy, en l�neas generales, se da por buena esta opini�n de Bernal D�az. Su historia de la Conquista es la verdadera, como �l la llam�. Esto parece implicar que la de G�mara no lo es. Y sobre ello quisiera llamar brevemente la atenci�n del lector.

Antes de seguir debo hacer una observaci�n. Yo no creo en la imparcialidad hist�rica en el sentido que la historiograf�a liberal positivista ha dado a este t�rmino, el de la existencia de una verdad exclusiva, �nica, que se puede alcanzar. Cuando yo estudiaba qu�mica en el bachillerato —y hago esta salvedad porque no estoy muy al tanto del estado actual de la cuesti�n— hab�a un cierto n�mero de cuerpos simples m�s all� de los cuales no se pod�a llegar en la descomposici�n de una materia que se supon�a �nica. De manera an�loga podr�a explicarse lo que yo entiendo por verdad hist�rica. Los hechos se han producido, sin duda, en determinada manera, de manera �nica; pero en su averiguaci�n, como en el an�lisis de los mismos, nosotros no podemos ir m�s all� del punto de vista de quienes los han presenciado y los han vivido, dando cuenta de ello. El punto de vista del narrador inmediato es el cuerpo simple con que tropezamos en nuestra investigaci�n. Cuando los actores o testigos que narran los hechos son varios, podremos reunir sus puntos de vista en grupos afines, pero si hay disparidad entre ellos, en la selecci�n que nosotros hagamos entrar� un nuevo factor que ser�, quer�moslo o no, nuestro propio punto de vista, tan condicionado, tan limitado por una serie complicada de factores, como lo son aquellos que sometemos a examen. No creo, como normalmente ha venido acept�ndose, que una mayor distancia proporcione por s� sola una mejor visi�n de los hechos hist�ricos.

Un caso t�pico de lo que voy diciendo es el que se produce con la historia de la conquista de Am�rica por los espa�oles. Seg�n quienes sean los que la escriben, conforme a sus razas y creencias, las opiniones se enfrentan bravamente, y las plumas prolongan las luchas que narran. En el congreso de Americanistas antes aludido, hubo sesi�n en que los congresistas estuvieron a punto de llegar a las manos, al ponerse a discusi�n la figura y la obra del padre Las Casas. "!Qu� espect�culo deplorable!", pensaba yo. Si la vida es siempre lucha y conflicto, la narraci�n de esta lucha, la historia, tiene que ser apasionada, parcial.

Podremos darnos por contentos si la pasi�n se mantiene dentro de t�rminos nobles y si el relato de los hechos no se falsea deliberadamente; pero lo que no podremos evitar nunca es que el hecho estudiado var�e seg�n el punto de vista de quien lo contempla y analiza.

Temo hacer demasiado larga esta digresi�n pero la creo precisa para que se vea con claridad ad�nde quiero ir a parar. Admitiendo la relatividad, el contingentismo del conocimiento hist�rico, adquirimos una mayor libertad de movimientos, una mayor validez para nuestras conclusiones, puesto que reconocemos a priori su limitaci�n.

Vengamos concretamente al problema planteado por la historiograf�a de la conquista de M�xico,a la apreciaci�n de sus dos textos b�sicos. En nombre de una pretendida imparcialidad hist�rica se prefiere hoy la obra de Bernal a la de G�mara. �Por qu�? �Es realmente Bernal m�s sincero, m�s desapasionado que G�mara en el relato de los hechos? Espero poder demostrar que no. �Son razones literarias, de estilo, las que motivan la preferencia? Tampoco. Porque si bien es cierto que la obra de Bernal tiene condiciones �nicas de espontaneidad y frescura, la de G�mara es uno de los productos m�s bellos del idioma castellano. Pero, entonces, �a qu� se debe la preferencia? �A qu� se deben las frecuentes reediciones de Bernal, mientras G�mara, que tuvo �xito sin precedentes a ra�z de su publicaci�n, es hoy un autor que se encuentra con dificultad y que pocas personas han le�do —fuera de los especialistas, claro est�— tanto en Espa�a como en M�xico?

La preferencia se debe a lo que antes he dicho del punto de vista. A que por las p�ginas de Bernal, no obstante sus continuadas protestas de lealtad y admiraci�n, corre un descontento apenas reprimido contra Cort�s, un deseo enconado de rebajar sus m�ritos, mientras en las de G�mara se glorifica al conquistador. Y as� el punto de vista de Bernal viene a coincidir con el de una �poca que se ha esforzado por nivelarlo todo, que ha visto con recelo a los hombres geniales, sobre todo en el campo de la acci�n pol�tica y guerrera. Enti�ndase bien que yo no soy antidem�crata —que si lo fuera, no estar�a aqu�—. Lo que hago es se�alar ciertas tendencias del pensamiento democr�tico que en el terreno de la investigaci�n hist�rica han llevado a actitudes plenamente demag�gicas. No me cabe la menor duda de que la conquista de Am�rica es una empresa de tipo popular, que la masa juega en ella papel destacado, pero lo que esta masa da de s� cuando no encuentra hombres superiores que alumbren sus ideales y encaucen sus energ�as, lo vemos en la conquista de las islas, en las guerras civiles del Per� y en toda una serie de episodios que no es preciso recordar aqu�.

Cort�s, con todos sus defectos —dejar�a de ser hombre si no los tuviera— era un hombre superior. Y esto es lo que no quer�a admitir Bernal: el car�cter de excepci�n que tiene la personalidad de Cort�s. Para Bernal, Cort�s era un buen capit�n y nada m�s, un buen capit�n, fruta que abundaba entonces entre los espa�oles. Para G�mara, Cort�s era un genio. Y hoy los historiadores ven con simpat�a el testimonio de Bernal, por la misma raz�n que los hace exhumar devotamente cualquier declaraci�n de cualquier criada que pueda ser desfavorable al conquistador, en su proceso de residencia. Todo ello, claro est�, en nombre de la imparcialidad hist�rica.

Las cosas se aclarar�an, tal vez, si admiti�ramos que tan parcial es Bernal D�az como G�mara, que sus puntos de vista son opuestos, lo cual se manifiesta sobre todo cuando enjuician la obra de Cort�s. G�mara, el capell�n del marqu�s del Valle, que tiene con �l estrecha relaci�n durante su estancia en Espa�a, escribe su vida y recibe dinero por hacerlo. En cambio Bernal, soldado que hubiera quedado en el an�nimo de no remediarlo �l mismo, le tiene enemiga a Cort�s porque �ste maneja siempre con gran desenvoltura la primera persona del singular, olvid�ndose de los m�ritos de sus compa�eros, que no eran escasos. Bernal le acusa sin ambages.

Y esto digo que cuando Cort�s, a los principios, escrib�a a Su Majestad, siempre por tinta le sal�an perlas y oro de la pluma, y todo en su loor, y no de nuestros valerosos soldados. Seg�n entendimos, no hac�a en su carta relaci�n de Francisco Hern�ndez de C�rdoba, ni de Grijalva, sino de �l solo, a quien atribu�a el descubrimiento, la honra y loor de todo, y dijo que ahora al presente que aquello estuviera mejor por escribir y no dar relaci�n de ello a Su Majestad, y no falt� quien le dijo que a nuestro rey y se�or no se le ha de dejar de decir lo que pasa.

Si Cort�s falsea la verdad, seg�n Bernal D�az, es con miras interesadas, para conseguir mercedes del emperador, sin acordarse para nada de los dem�s. Cuando estuvo en Espa�a, "no cur� de demandar cosa ninguna para nosotros que bien nos hiciese, sino solamente para �l". �sta era acusaci�n muy dura en boca de Bernal, quien no era precisamente un dechado de desinter�s y que tampoco ten�a escr�pulo en falsear la verdad. De continuo se lamenta por su pobreza y desamparo, en desacuerdo con los datos documentales que poseemos referentes a la �ltima �poca de su vida, que es cuando extrema las lamentaciones.

Y dir� con tristeza de mi coraz�n, porque me veo pobre y muy viejo, y una hija por casar, y los hijos varones ya grandes y con barbas, y otros por criar, y no puedo ir a Castilla ante Su Majestad para representarle cosas cumplideras a su real servicio, y tambi�n para que me haga mercedes, pues se me deben bien debidas.

Si comparamos estas afirmaciones con los resultados que arrojan los documentos aludidos, veremos que hay que andar con sumo tiento con lo que Bernal dice. Ten�a la misma codicia desenfrenada de todos sus compa�eros, lo cual no disimula, pues da la busca de riquezas como uno de los m�viles de la Conquista. "Murieron aquella crudel�sima muerte por servir a Dios y a su Majestad, y dar luz a los que estaban en tinieblas, y tambi�n por haber riquezas, que todos los hombres com�nmente venimos a buscar."

Bernal ten�a mentalidad de resentido. Reprocha a Cort�s siempre el que se haya quedado con la parte del le�n en el bot�n de la Conquista. Y tampoco soporta que su nombre no destaque en el relato de la empresa. Como su papel debi� ser secundario, tiene que alzar el nivel de todos y rebajar el de Cort�s, para ponerse as� en primer plano. Porque no s�lo era el deseo de riquezas el que mov�a a Bernal, sino tambi�n el de gloria, tan t�pico entre los hombres de esta �poca renacentista. Al final de su obra hay un breve di�logo, que no llega a serlo plenamente, con "la buena e ilustre Fama", en que para nada recata su despecho.

La Fama da grandes voces, y dice que fuera justicia y raz�n que tuvi�ramos buenas rentas; y asimismo pregunta que d�nde est�n nuestros palacios y moradas, y qu� blasones tenemos en ellas diferenciados en las dem�s, y si est�n en ellas esculpidos y puestos por memoria nuestros heroicos hechos y armas.

Tambi�n pregunta la Fama d�nde est�n las tumbas de los conquistadores, y Bernal le responde:

que son los vientres de los indios, que los comieron las piernas y muslos y brazos y molledos y pies y manos, y lo dem�s fueron sepultados, y sus vientres echaban a los tigres y sierpes y halcones que en aquel tiempo ten�an por grandeza en casas fuertes, y aqu�llos fueron sus sepulcros, y all� est�n sus blasones.

La codicia, el deseo de gloria y el resentimiento se dan la mano en el remate del di�logo.

A esto que he suplicado a la virtuos�sima Fama, me responde y dice que lo har� de muy buena voluntad, y dice que se espanta c�mo no tenemos los mejores repartimientos de indios de la tierra, pues que la ganamos, y Su Majestad lo manda dar, como lo tiene el marqu�s Cort�s, no se entiende que sea tanto, sino moderadamente.

Si Cort�s deja a sus compa�eros sin la recompensa merecida, el relato de G�mara les quita hasta la �ltima esperanza de obtenerla, pues pasa por alto sus haza�as. De aqu� que Bernal envuelva a los dos en sus reproches. Con frecuencia repite que si G�mara escribi� en la forma que lo hizo, ensalzando tan s�lo a Cort�s y dejando de consignar los hechos de los dem�s capitanes y soldados es porque "le untaron las manos", le dieron dinero para ello. Las noticias de G�mara son falsas; pero el falsificador es Cort�s. "Y en lo que escribe va muy desatinado, y a lo que he sentido, no tiene �l la culpa, sino el que le inform�."

Seg�n Bernal, tanto peca Cort�s por falsear la verdad, como G�mara por meterse a relatar lo que no ha visto. Es t�pico en todas las guerras el desprecio de los conbatientes por la gente de la retaguardia, y la indignaci�n que les produce que hablen de hechos militares sin haber tomado parte en ellos. Bernal, que ten�a muy bien puesto su orgullo de soldado, zahiere de continuo a G�mara por este motivo. El "no me extra�a que no acierte lo que dice, pues lo sabe por nuevas", el "no le informaron bien", contrasta vigorosamente con la precisi�n de sus propios recuerdos: "Ahora que lo estoy escribiendo se me representa todo delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto pas�". Un licenciado "que era muy ret�rico y tal presunci�n ten�a de s� mismo", a quien Bernal mostr� su manuscrito, le reproch� que hablara demasiado de s�. Le replica Bernal que s�lo puede hablar de la guerra quien en ella ha estado; "m�s el que no se hall� en la guerra, ni lo vio ni entendi� �c�mo lo puede decir? �Hab�anlo de hacer las nubes o los p�jaros que en el tiempo que and�bamos en las batallas iban volando, sino solamente los capitanes y soldados que en ellas se hallaron?"

Esto va contra G�mara. Quien, para mayor desesperaci�n de Bernal, pose�a un estilo que da gran realce a su narraci�n. Bernal aparenta no concederle importancia, pero otra le queda dentro. "Y quien viere su historia, lo que dice creer� que es verdad, seg�n lo relata con tanta elocuencia, siendo muy contrario de lo que pas�." "Y no miren la ret�rica y ornato, que ya cosa vista es que es m�s apacible que no est� tan grosera." Que esta modestia de Bernal es falsa, y que no le eran tan indiferentes las galas literarias como �l pretend�a, se ve en el di�logo aludido con los licenciados, pues �stos le dijeron de su manuscrito "que va seg�n nuestro com�n hablar de Castilla la Vieja y que en estos tiempos se tiene por m�s agradable, porque no van razones hermoseadas ni polic�a dorada, que suelen poner los que han escrito, sino todo a las buenas llanas, y que debajo de esta verdad se encierra todo buen hablar".

G�mara, que no ha estado en la conquista, G�mara, que posee talento literario, es, para colmo de desdichas, cl�rigo. Ahora bien, Bernal comparte la ideas del propio Cort�s y de tantos otros conquistadores respecto a la actuaci�n de los cl�rigos en Indias. Todo lo que en �l hay de respeto y veneraci�n por los frailes, lo hay de animadversi�n hacia los cl�rigos. No precisa espigar demasiado en su libro para encontrar frases como �stas:

He querido traer esto aqu� a la memoria para que vean los curiosos lectores, y aun los sacerdotes que tienen cargo de administrar los santos sacramentos y doctrina a los naturales de estas partes, que porque aquel soldado tom� dos gallinas en pueblo de paz, a�na le costara la vida, y para que vean ahora ellos de qu� manera se han de haber con los indios, y no tomarles sus haciendas... Y ten�an los indios estos cumplimientos con los cl�rigos; mas despu�s que han conocido y visto algunos de ellos, y los dem�s, sus codicias, y hacen en los pueblos desatinos, pasan por alto, y no los querr�an por curas en sus pueblos, sino franciscos o dominicos, y no aprovecha cosa que sobre este caso los pobres indios digan al prelado, que no lo oyen. !Oh, qu� hab�a que decir sobre esta materia! Mas quedarse ha en el tintero.

Con este bagaje de fobias que Bernal tiene contra G�mara, no cabe esperar que la sonda de que antes nos habl� funcione con precisi�n. En efecto, la mayor�a de sus comentarios tienen car�cter de simples exabruptos.

Desde el principio, medio ni cabo no hablan de lo que pas� en la Nueva Espa�a; que es todo burla lo que escriben acerca de la Nueva Espa�a; en todo escriben muy viciosos. �Y para qu� yo meto tanto la pluma en contar cada cosa por s�, que es gastar papel y tinta? Yo lo maldigo, puesto que lleve buen estilo; y si todo lo que escribe de otras cr�nicas de Espa�a es de esta manera, yo los maldigo como cosa de patra�as y mentiras, puesto que por m�s lindo estilo lo diga.

Todo esto nos interesa como �ndice de un estado de esp�ritu del que no podemos prescindir para valorar debidamente las cr�ticas propiamente dichas que Bernal hace a G�mara. Mi trabajo no tiene car�cter de confrontaci�n exhaustiva, que ser�a muy conveniente hacer, pero que estar�a desplazada aqu�. Es una simple llamada de atenci�n

�Cuales son, concretamente, los reparos que Bernal hace a G�mara en el relato de los hechos? Son muchas las ocasiones en que la observaci�n que suele poner Bernal al concluir sus cap�tulos, "esto es lo que pasa, y no la relaci�n que sobre ello dieron al cronista G�mara", "aqu� es donde dice el cronista G�mara muchas cosas que no le dieron buena relaci�n", etc. no se encuentra justificada despu�s de una atenta confrontaci�n de los textos. V�ase en ambos autores el relato de los preparativos de Cort�s para su empresa, o el del encuentro con Jer�nimo de Aguilar, o el de la entrevista con los emisarios de Moctezuma en San Juan de Ul�a. Yo confieso ingenuamente que no encuentro ninguna diferencia esencial que justifique las observaciones y salvedades hechas por Bernal D�az. Sin duda �l, que pose�a un gran sentido del detalle, una memoria de fidelidad sorprendente, podr�a apreciar peque�as diferencias que se escapan a nuestra atenci�n. Pero su comentario es siempre desproporcionado. Y que no cabe hablar de una gran exactitud en el manejo de la sonda nos lo prueban dos episodios que quiero subrayar. Bernal, en deseo de contradecir a G�mara, no s�lo manifiesta discrepar de �l al concluir relatos de episodios fundamentalmente id�nticos, sino que le hace decir a G�mara cosas que en �ste no aparecen por ninguna parte. As� ocurre al hablar de la estancia de los espa�oles en Cempoal. Dice Bernal D�az:

Aqu� es donde dice el cronista G�mara que estuvo Cort�s muchos d�as en Cempoal, y que se concert� la rebeli�n y liga contra Moctezuma; no le informaron bien, porque, como he dicho, otro d�a por la ma�ana salimos de all�. Y d�nde se concert� la rebeli�n, y por qu� causa, adelante lo dir�.

Ahora bien, si consultamos el relato de G�mara, veremos que para nada habla de que en Cempoal se formase la liga contra Moctezuma. Lo que dice es que el cacique de Cempoal, "el cacique gordo", se quej� a Cort�s de la tremenda esclavitud a que estaban sometidos —lo mismo que dice Bernal— y que la rebeli�n y la liga contra el monarca azteca se planearon m�s tarde en Quiahuiztl�n —como dice Bernal tambi�n—.

Lo mismo ocurre con el relato de la ocupaci�n de Cingapancinga. Afirma Bernal: "Y esto de Cingapancinga fue la primera entrada que hizo Cort�s en la Nueva Espa�a, y fue de harto provecho, y no, como dice el cronista G�mara, que matamos y prendimos y asolamos tantos millares de hombres en lo de Cingapancinga". Veamos lo que dice G�mara y encontraremos que para nada habla de combate, por la sencilla raz�n de que no lo hubo, pues los naturales no ofrecieron resistencia, y la fuerza de Moctezuma abandon� el lugar. "Y rog� a Cort�s [relata G�mara] que no hiciesen mal a los vecinos y que dejasen ir libres, mas sin armas ni banderas, a los soldados que lo guardaban. Fue cosa nueva para los indios." Las muertes de millares de indios no aparecen por ning�n lado, estaban en la cabeza de Bernal, en su deseo fren�tico de desacreditar a G�mara.

Hasta aqu� las cr�ticas de Bernal son injustificadas. Hay otro aspecto en ellas que merece examen m�s cuidadoso: el referente a lo dicho por G�mara de la actuaci�n de Cort�s. En esto se fue, sin duda, la mano a G�mara. Su libro habr�a salido ganando con llamarse Vida de Hern�n Cort�s, en lugar de la Conquista de M�xico.2[Nota 2]Hay en �l una concentraci�n exclusiva de la atenci�n sobre el h�roe extreme�o, un continuo atribuirle toda clase de haza�as, que pueden justificar la exclamaci�n indignada de Bernal:

Cort�s ninguna cosa dec�a ni hac�a sin primero tomar sobre ello muy maduro consejo y acuerdo con nosotros, puesto que el cronista G�mara diga "hizo Cort�s esto, fue all�, vino de acull�", y dice otras tantas cosas que no llevan camino, y aunque Cort�s fuera de hierro, seg�n lo cuenta G�mara, en su historia, no pod�a acudir a todas partes.

Admitamos que tiene Bernal raz�n en esto, como la tiene en la apreciaci�n de hechos de detalle: que no fue Cort�s quien entr� en el r�o de Alvarado, que no fue Cort�s, sino Alvarado, quien por primera vez penetr� la tierra dentro a poco de desembarcar los espa�oles, etc. Todo esto est� muy bien; pero con lo que ya no podemos estar conformes es con el continuo plural de Bernal D�az, con el "acordamos", "ordenamos", "hicimos", que reduce a Cort�s a simple instrumento en manos de sus capitanes. "Parece ser que a los soldados nos daba Dios gracia y buen consejo para aconsejar que Cort�s hiciese las cosas muy bien hechas." "Y digamos c�mo todos a una esforz�bamos a Cort�s y le dijimos que cuidase su persona, que ya all� est�bamos." Con todo lo unilateral que es la visi�n de G�mara al prescindir de los compa�eros de Cort�s, yo la creo menos inveros�mil que �sta de Bernal al darnos un Cort�s sometido a las opiniones de una camarilla.

Siento no tener datos m�s precisos sobre la organizaci�n de la jerarqu�a militar en aquella �poca. Desde luego, entonces no exist�an los que hoy llamamos Estados Mayores, con su misi�n especif�ca de preparar las decisiones de los jefes. Pero entonces, como hoy y siempre, la decisi�n, con asesoramiento previo y sin �l, era atributo del jefe y no de los subordinados. El propio Bernal se contradice en esto, pues al darnos su semblanza del car�cter de Cort�s, insiste en que era muy porfiado.

Y era muy porfiado, especial en las cosas de guerras, que por m�s consejo y palabras que le dec�amos en cosas desconsideradas de combates y entradas que nos mandaban dar cuando rodeamos la laguna; y en los pe�oles que ahora llaman del Marqu�s le dijimos que no subi�semos arriba en unas fuerzas y pe�oles, sino que le tuvi�semos cercado, por causa que de las muchas galgas que desde lo alto de la fortaleza ven�an desriscando, que nos echaban, porque era imposible defendernos del �mpetu y golpe con que ven�an y era aventurar a morir todos porque no bastar�a esfuerzo, ni consejo, ni cordura; y todav�a porfi� contra todos nosotros, y hubimos de comenzar a subir, y corrimos mucho peligro, y murieron ocho soldados, y todos los m�s salimos descalabrados y heridos, sin hacer cosa que de contar sea, hasta que mudamos otro consejo.

Todo esto va dicho contra Cort�s, pero se vuelve en contra de la afirmaci�n de que el conquistador era llevado y tra�do por las opiniones de sus capitanes. La realidad debi� ser exactamente la contraria. Lo que pasa es que Cort�s era tan h�b�l, y ten�a tal manera de exponer sus planes a sus hombres, que �stos llegaban a creer que se les hab�an ocurrido a ellos. Es muy justa la reflexi�n de Orozco y Bernal al hablar de la prisi�n de Moctezuma. "El general ten�a formado su proyecto, mas, como siempre, aparentaba acomodarse a la opini�n ajena, a fin de no ser solo en la responsabilidad, caso de haberla."

�sta es la verdad, y Bernal intenta en vano deformarla. Cuando la destrucci�n de los nav�os, el propio Bernal reconoce que la idea sali� de Cort�s. "Y seg�n entend�, esta pl�tica de dar con los nav�os al trav�s, que all� le propusimos, el propio Cort�s lo ten�a ya concertado, sino quiso que saliese de nosotros, porque si algo le demandesen que pagase los nav�os, que era por nuestro consejo, y todos fu�semos en los pagar." Luego se indigna mucho porque G�mara afirma que el conquistador mantuvo su plan dentro del mayor secreto posible y da a entender que los soldados lo conoc�an.

Aqu� es donde dice el cronista G�mara que cuando Cort�s mand� barrenar los nav�os que no lo osaba publicar a los soldados que quer�an ir a M�xico en busca del gran Moctezuma. No pas� como dice, pues �de qu� condici�n somos los espa�oles para no ir adelante y estarnos en parte que no tengamos provecho y guerras?

Muy bien esta apreciaci�n de la bravura —y de la codicia— de los espa�oles; pero es l�stima que Bernal se contradiga una vez m�s, pues el mencionar las manifestaciones de unos soldados deseosos de que Cort�s renuncie a la empresa, les hace decir: "Y que ahora fueran buenos los nav�os que dimos con todos al trav�s, o que se quedaran siquiera dos para necesidad, si se ocurriese, y que, sin darles parte de ello ni de cosa ninguna, por consejo de quien no sabe considerar las cosas de fortuna, mand� dar con todos al trav�s".

Realmente, estas famosas imparcialidad y veracidad acrisoladas de Bernal D�az embrollan las cosas de modo tremendo. Si los soldados hab�an sabido que iban a ser destruidos los nav�os, �a qu� se quejan luego de que no se lo hab�an comunicado? El mentir requiere buena memoria, amigo Bernal. M�s valdr�a que te hubieras limitado decir que Cort�s se asesoraba en ocasiones con algunos de sus capitanes, pero sin dar a entender siempre que son ellos y los soldados quienes todo lo deciden, como si Cort�s no existiera. La guerra no se decide a base de comit�s y votaciones, como quiere indicar Bernal al relatarnos la reuni�n celebrada en Cholula cuando los espa�oles se creen expuestos a un ataque de los naturales.

Luego aquella noche tom� consejo Cort�s de lo que hab�amos de hacer, porque ten�a muy extremados varones y de buenos consejos; y como en tales casos suele acaecer, unos dec�an que ser�a bien torcer el camino e irnos por Guaxocingo; otros dec�an que procur�semos haber paz por cualquier v�a que pudi�semos y que no nos volvi�semos a Tlaxcala; otros dimos parecer que si aquellas traiciones dej�bamos pasar sin castigo, que en cualquier parte nos tratar�an otras peores, y pues que estabamos all� en aquel gran pueblo y hab�a hartos bastimentos, les di�semos guerra, porque m�s la sentir�an en sus casas que no en el campo, y que luego apercibi�semos a los tlaxcaltecas que se hallasen en ello; y a todos pareci� bien este postrer acuerdo.

Cort�s no abre la boca. Claro que a veces se le escapa a Bernal que es �l quien decide en momentos graves, como en la bifurcaci�n de los caminos que conducen a M�xico: "Entonces dijo Cort�s que quer�a ir por el que estaba embarazado". Pero �sta es la excepci�n. El Cort�s de Bernal es tan opaco como lo son sus compa�eros en G�mara; pero si en G�mara hay omisi�n, en Bernal hay deformaci�n.

Un �ltimo ejemplo: el relato de la prisi�n de Moctezuma, Bernal nos dice en �l qui�nes componen la camarilla de Cort�s, esa camarilla que es �rgano consultivo y ejecutivo, sin la que el conquistador no da un paso. Naturalmente que Bernal forma parte del grupo. "Cuatro de nuestros capitanes, juntamente, y doce soldados de quien �l se fiaba, y yo era uno de ellos." Son ellos y no Cort�s quienes idean apoderarse de Moctezuma, quienes precisan hasta los menores detalles de la forma en que ha de realizarse la atrevida prisi�n. Cort�s —claro, un hombre tan irresoluto— no ve bien c�mo va a ser posible detener a Moctezuma en medio de sus guerreros. "Y replicaron nuestros capitanes, que fue Juan Vel�zquez de Le�n, y Diego de Ordaz, y Gonzalo de Sandoval, y Pedro de Alvarado, que con decirle que ha de estar preso,que si se altera o diere voces que lo pagar� su persona, y que si Cort�s no lo quiere hacer luego, que les d� licencia, que ellos lo pondr�n por obra." Creo que no hay mejor comentario a esta desenvoltura de Bernal, que como vamos viendo nada tiene que envidiar a la de G�mara, que aquel p�rrafo de la segunda carta de relaci�n de Cort�s en que alude a la primera, perdida: "Y a�n me acuerdo que me ofrec� en cuanto a la demanda deste se�or, a mucho m�s de lo a m� posible, porque certifiqu� a V. A. que lo habr�a preso, o muerto, o s�bdito de la corona real de V. M." Es decir que la idea de la prisi�n del soberano estaba concebida por Cort�s desde que hab�a tenido noticias de su existencia.

Bastar� con admitir, de las afirmaciones de Bernal, la existencia de un grupo de capitanes —lo de los soldados ya parece m�s dificil— con quienes Cort�s se asesoraba antes de tomar las decisiones graves; pero sin que este grupo fuera el eje de la conquista, el inspirador y el fortalecedor de Cort�s, como Bernal nos dice. De todas maneras, las cr�ticas se�aladas no justifican que la obra de G�mara est� sepultada en el descr�dito y el olvido. T�ngase en cuenta que Bernal no refuta el relato de G�mara en su conjunto m�s que en los exabruptos mencionados. Deja pasar sin contradicci�n los hechos esenciales de la Conquista: guerra de Tlaxcala, matanza de Cholula, entrada en M�xico, lucha con Narv�ez, huida de la capital, cerco y toma de la misma, viaje a las Hibueras. Y que no se me diga que es porque Bernal anuncia su prop�sito de no volver a mencionar a G�mara poco despu�s de relatar la primera entrada de M�xico: "Y porque ya estoy harto de mirar en lo que el cronista va fuera de lo que pas� lo dejar� decir". Eso es superior a las fuerzas de Bernal, quien vuelve a la larga contra G�mara siempre que encuentra, o cree encontrar ocasi�n para ello. As� lo hace, por ejemplo, al comentar el salto de Alvarado: "Digo que en aquel tiempo ning�n soldado se paraba a verlo si saltaba poco o mucho, porque harto ten�amos que salvar nuestras vidas".

Antes de terminar, quisiera observar algo que brindo a la atenci�n de alg�n estudioso pacienzudo. Ins�stase m�s en el cotejo de los textos de Bernal y G�mara, y quiz� se encuentre que �ste le prest� a aqu�l un precioso servicio, ayud�ndole a dar forma a su obra, a distribuir los cap�tulos, etc. Es una simple sugerencia que yo no puedo justificar plenamente; pero creo que G�mara no s�lo estimul� a Bernal, sino que lo sirvi� de pauta en su relato. Esto ya de por s� ser�a un mérito para G�mara, autor que merece nuestra atenci�n por muchos conceptos. Ed�tese y est�diese en buena hora a Bernal —nadie menos sospechoso que yo para decirlo, pues dediqu� cerca de cuatro a�os a una edici�n de su cr�nica que la guerra de Espa�a me impidi� concluir— pero que no sea el resentimiento quien estimule la pasi�n por Bernal y el olvido de G�mara. Porque su obra —como la propia de Cort�s— podr� discutirse cuanto se quiera, pero nunca ignorarse.

Tiempo, M�xico, junio-julio, 1940

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