Termin�is ahora el primer periodo de vuestras sesiones, para volver a consagraros dentro de muy pocos d�as a vuestras importantes tareas.
Vengo con grande satisfacci�n a felicitaros en estos actos, que presentan un testimonio solemne de la marcha regular de los poderes p�blicos.
Es grato observar que, apenas pasados los conflictos de la guerra, se ha planteado de nuevo, sin muchos embarazos, el r�gimen normal de nuestras instituciones. Est� disfrutando de ellas el pueblo, que combati� sin tregua para defenderlas, porque le aseguran todos sus derechos y le procurar�n grandes bienes, siendo fielmente respetadas.
De los disturbios ocurridos en algunos lugares, han concluido r�pidamente unos y debemos confiar en que los otros ser�n pronto sofocados. La Rep�blica quiere gozar de paz, bajo el amparo de la Constituci�n y de las leyes. Para reprimir a los que pretendan sobreponerse a ellas, no debe ni puede dudar el gobierno de que cuenta con la opini�n y el apoyo de la inmensa mayor�a de los ciudadanos.
Una guerra dilatada deja un legado inevitable de elementos que por alg�n tiempo se agitan por perturbar la sociedad. Podemos congratularnos de que no sean muchos, ni causen hasta ahora grave peligro. Sin embargo, deben servirnos las elecciones del pasado para precaver que ocasionen progresivamente mayores males en el porvenir.
El gobierno se esforzar� en cumplir el primero de sus deberes, que es mantener la paz con toda la energ�a de los medios de acci�n que tenga en su mano y con toda la confianza que deben inspirarle la voluntad y el derecho del pueblo, para que sus mandatarios le den perfecta seguridad en todos los intereses sociales.
La primera prenda de paz es la armon�a de los poderes p�blicos. El gobierno est� lleno de gratitud por la confianza que le ha dispensado el Congreso y procurar� siempre merecerla, acatando las decisiones que con su patriotismo y sabidur�a dicten los representantes del pueblo.