Desde tres distintos campamentos liberales, Ju�rez gan� la Guerra de Tres A�os en medio de cien desastres dolorosos y tres victorias fulgurantes.
En Guanajuato, donde la Reforma como la Independencia tuvo su primer refugio y su primer lucero, Ju�rez lanz� su primera proclama de Presidente, dictando a su pueblo la �nica regla de su conducta y su primer mandamiento de paz:
La voluntad general expresada en la Constituci�n y en las leyes que la naci�n se ha dado por medio de sus leg�timos representantes, es la �nica regla a que deben sujetarse los mexicanos para labrar su felicidad a la sombra ben�fica de la paz.
En Guadalajara, en cuyo Palacio de Gobierno y en la hora misma de los fusilamientos, Guillermo Prieto, quemando todos los ardimientos de su sangre de gran republicano y todos los fuegos de su ensue�o de poeta en aras de la salvaci�n de su patria, cubri� el pecho y la vida de Ju�rez y detuvo la descarga de los fusiles con aquel grito sublime: �Levanten esas armas! �Los valientes no asesinan! All� en Guadalajara —repito—, Ju�rez proclam� su amor al pueblo y su fe en la justicia:
�Pueblo de M�xico: Tened fe en la posibilidad de
restableceros! �Un poco de energ�a, una ciega sumisi�n a la justicia,
la proclamaci�n y respeto de los verdaderos derechos, volver�n a la
Rep�blica la paz!
Con esas creencias que son la vida de mi coraz�n, con esta fe ardiente,
�nico t�tulo que enaltece mi persona hasta la grandeza de mi encargo,
incidentes de la guerra son despreciables. �El pensamiento est� sobre
el dominio de los ca�ones y la esperanza inmortal nos promete la victoria
decisiva del pueblo!
Y en Veracruz, desde cuya invicta muralla el pensamiento liberal mexicano respondi� al estruendo del ca�on enemigo don el fuego glorioso de las Leyes de Reforma, Ju�rez expres� en su arenga a los heroicos defensores del puerto la raz�n sagrada de su causa:
Ni la libertad, ni el orden constitucional, ni el
progreso, ni la paz ni la independencia de la naci�n, hubieran sido
posibles fuera de la Reforma.
�Mexicanos: inmensos sacrificios han santificado la libertad de esta naci�n! �Sed tan grandes
en la paz como lo fuisteis en la guerra y la Rep�blica se salvar�!
La justicia reinar� en nuestra tierra: la paz labrar� su prosperidad;
la libertad ser� una realidad magn�fica y la naci�n atraer� y fijar�
sobre s� la consideraci�n de todos los pueblos libres o dignos de
serlo.
El j�bilo del triunfo esperado estall� all� mismo en Veracruz, donde el presidente Ju�rez asist�a a una funci�n de gala en el teatro. Su presencia comunicaba una profunda emoci�n patri�tica al pueblo, cuyo inter�s se repart�a entre la escena que evocaba la Guerra Santa en Inglaterra en el siglo XVI
, y la figura austera y recia de aquel indio estoico, nuevo capit�n del destino de M�xico.
De pronto un correo corri� la cortina y, al ponerse Ju�rez en pie, la orquesta enmudeci� y aquella multitud de patriotas se levant� como un hombre para escuchar la voz de Ju�rez leyendo el parte que anunciaba la derrota de Miram�n bajo la espada victoriosa de Gonz�lez Ortega, en la batalla de Calpulalpan.
La atenta admiraci�n del p�blico pas� del escenario al palco del Presidente, y el grupo de artistas olvid� los trajes y los cantos que evocaban las luchas de la vieja Inglaterra, para llenar el aire con las notas marciales de La Marsellesa, que hicieron estremecer el bronce impasible del pecho de Ju�rez, al desbordar el sentimiento del pueblo en un grito sonoro: �Viva la Independencia! �Viva la Reforma! �Viva Benito Ju�rez!
En medio del fuego y la esperanza de las multitudes, Ju�rez volvi� triunfante a la capital de la Rep�blica, en enero de 1861, terminada la Guerra de Tres A�os y vencido, definitivamente, el Partido Conservador.