�ste, sin embargo, con el apoyo de una minor�a de generales indignos y tratando de salvar sus viejos privilegios a costa de la propia autonom�a de M�xico, lleg� a la medida incre�ble de importar un poder extranjero. Y mientras Ju�rez expresaba al Congreso su voluntad firm�sima de que la revoluci�n produjera los esperados frutos de paz y prosperidad, y su prop�sito de seguir desempe�ando su doble tarea de combatiente de la ley y magistrado de la naci�n, en Europa se concertaban las alianzas y se pon�a el precio de una corona a la traici�n.
Debemos recordar que en aquella intervenci�n injusta dos de las naciones aliadas, Inglaterra y Espa�a, hicieron desistir a sus gobiernos de participar en la monstruosa agresi�n a nuestra soberan�a, y se retiraron, seg�n la declaraci�n del general Prim:
Porque es evidente, para los que vemos las cosas de cerca, que el partido reaccionario est� casi aniquilado hasta el punto que en cerca de dos meses que estamos en este pa�s, no hemos observado muestra alguna de la existencia de semejante partido. Es cierto que M�rquez, a la cabeza de algunos centenares de hombres, sigue desconociendo la autoridad del presidente Ju�rez, pero su actitud no es la de un enemigo que ataca, sino la de un proscrito que se oculta en los montes.
Quedaba solamente la codicia invasora de Napole�n III y el ej�rcito de la Francia imperial.