En 1912 se inici� la labor docente de Henr�quez Ure�a cuando sustituy� a Luis G. Urbina en la clase "Lectura comentada de producciones literarias selectas" en la Escuela Nacional Preparatoria.4 Su relaci�n con Urbina databa tanto del hecho de haber colaborado juntos, con Nicol�s Rangel, en la Antolog�a del Centenario, como de que "el viejecito" se hab�a inscrito en el Ateneo, del cual era notable decano. Imparti� esa c�tedra, adem�s del tiempo de licencia de Urbina, ya no como interino, del 26 de noviembre de 1912 al 16 de agosto de 1913. La dej� para ense�ar en la Escuela Nacional de Altos Estudios.
El 1� de abril hab�a comenzado su curso de "Literatura inglesa y angloamericana", nombre que disgustaba a Henr�quez Ure�a.5 Despu�s, el 31 de julio, tiene que sustituir a Alfonso Reyes en "Lengua y literatura castellanas".6 De estas dos experiencias docentes queda el testimonio insustituible de don Pedro, quien expres� al director de la Escuela, don Ezequiel A. Ch�vez, su opini�n sobre el contenido de los cursos y el rendimiento de los alumnos.
Henr�quez Ure�a imparti� 16 clases, del 30 de agosto al 26 de octubre. Trat�
en ellas, solamente, la epopeya espa�ola, la cual fue dividida en diversos asuntos,
como or�genes y comparaci�n de la espa�ola con la de otros pueblos indoeuropeos;
sigui� una periodizaci�n que postula as� formaci�n (siglo X y XI), apogeo (XII-XIII),
decadencia (XIII y XIV) y fragmentaci�n (XIV). Despu�s pas� a analizar los caracteres,
el lenguaje y el metro, para pasar a los temas en su orden hist�rico. Al mencionar
sus fuentes, se�ala el Poema del Cid, el Cantar de Rodrigo, el
Poema de Fern�n Gonz�lez, la primera Cr�nica general, los Infantes
de Lara y el Romancero. M�s interesante es recuperar el comentario
que sigue:
No trat� en ning�n otro punto de la literatura medioeval, de los comprendidos en el programa del Sr. Reyes, porque estimo que en esta Escuela no debe pretenderse desarrollar �ntegros los programas, sino profundizar realmente alguna porci�n de ellos.
Luego de recomendar a Julio Torri para continuar con el curso de literatura
medieval, "porque nadie en M�xico conoce mejor que el se�or Torri esa porci�n
de la actividad literaria de Espa�a", pasa a referirse a los alumnos. En primer
lugar decidi� suprimir las listas y se atreve a proponer que se supriman
en la Escuela porque "son absolutamente in�tiles y s�lo producen p�rdida
de tiempo y errores de estad�stica". Se queja: "En el curso de literatura espa�ola,
m�s de la mitad de las personas inscritas no asisti� a clases; en cambio, una
mitad, o m�s, de los asistentes efectivos no estaban escritos". Tras un plazo
de tres meses para que presentaran trabajos de la materia, "nada se ha presentado".
Sin embargo, aprovecharon muy bien, y desde luego aprobaron el curso, Antonio
Castro Leal, Manuel Toussaint y Ritter y Alberto V�zquez del Mercado; Erasmo
Castellanos Quinto tambi�n llev� el curso. Se abstiene de comentar, pues hace
poco hab�a sido nombrado profesor de la escuela. La opini�n fundamental es la
siguiente:
Los resultados obtenidos no me parecen del todo satisfactorios. La inmensa mayor�a de los concurrentes asisten por dilettantismo a estas clases, y no por deseo de estudiarlas en serio. Y la Escuela de Altos Estudios no es para formar dilettanti. No debe sorprender la toma de Constantinopla discutiendo sobre la naturaleza de la luz del tabor: recordemos las palabras de Justo Sierra. En Europa no es causa de sorpresa el hecho de que un curso de estudios altos s�lo d� anualmente tres o cuatro alumnos aprobados, pero entre nosotros la cantidad significa mucho a los ojos del vulgo, y el vulgo tiene siempre raz�n en sus exigencias de orden pr�ctico. La Escuela debe llevar fines pr�cticos tambi�n: debe formar hombres conocedores de las materias que ense�a, en n�mero suficiente para las graves necesidades de cultura del pa�s. Y cuatro personas cultas en literatura espa�ola son poca cosa para la ignorancia que hay respecto de la materia en el pa�s. Mi opini�n, pues, es que debe buscarse el medio de obtener suficiente n�mero de alumnos que sigan en serio los cursos, por ejemplo, alumnos pensionados.7
En relaci�n con su curso de literatura inglesa, tambi�n env�a una carta extensa
a don Ezequiel A. Ch�vez, ya que �l hab�a solicitado a los profesores de los
cursos sus opiniones. Para comenzar, Henr�quez Ure�a insiste en llamar al curso
"Literatura inglesa" solamente, y no agregarle el "y angloamericana", puesto
que debe abarcar toda la literatura de lengua inglesa, y no s�lo la producida
en Inglaterra y en el Canad� y los Estados Unidos, sino tambi�n en la India,
Australia, Nueva Zelandia y el �frica del Sur". Por ser el titular de la materia,
dio alrededor de 50 clases. Parti� de la literatura c�ltica, para pasar a explicar
la literatura medieval, desde los primeros poemas en ingl�s antiguo, como el
Beowulf, hasta los albores del Renacimiento, sin omitir la literatura
en lat�n y el movimiento filos�fico. Despu�s se detuvo en Shakespeare, a quien
dedic� m�s de 30 clases. Por ejemplo, dedic� cuatro clases a Hamlet y
concluy� con La Tempestad. Igual que en Literatura espa�ola, en tres
meses nadie le hab�a entregado trabajos.
La asistencia a clases a�ade ha sido poco numerosa,
y nunca pas� de treinta personas, manteni�ndose generalmente alrededor
de veinte. La ignorancia del idioma ingl�s, por desgracia tan frecuente
en las clases cultas de M�xico, alej� a muchas personas: aun se cre�a
que el curso se daba en ingl�s. Espero que los cursos del se�or Palomo
Rinc�n preparen a muchas personas para recibir m�s tarde esta ense�anza,
que por ahora no ha sido fruct�fera.
La misma ignorancia del idioma ingl�s ha hecho m�s graves aqu�
que en el curso de Literatura espa�ola los defectos del dilettantismo
a que all� me refer�. La mayor parte de los concurrentes no dominaban
el idioma cuya literatura se explicaba.8
Con respecto a los alumnos de mayor aprovehamiento, cita de nuevo a Erasmo Castellanos Quinto. "Fuera de �l, a ning�n otro me atrever�a a declarar aprobado, sino en el caso de que presentara, aun fuera de tiempo... un trabajo sobre los temas que se�al�". Declara aprovechados a Manuel Rodr�guez Tecailini, Antonio Castro Leal, Manuel Toussaint, Alberto V�zquez del Mercado, C�sar Pellicer y S�nchez M�rmol y Carlos Roel.
Posiblemente Pedro Henr�quez Ure�a fue uno de los pocos individuos que se percat� de la seriedad y del potencial que presentaba la Escuela de Altos Estudios. Por las cartas que se conservan en los archivos universitarios, su obsesi�n por el rigor fue la nota m�s caracter�stica de su magisterio. No se dejaba llevar por el deslumbramiento f�cil, por lo cual se declara enemigo del dilettantismo, perjudicial para la ense�anza superior de la literatura, siempre proclive a caer en el comentario f�cil y brillante, en lugar de la lectura cuidadosa de los textos en su lengua original. Preferible abarcar poco, pero con la atenci�n suficiente. La divisa atene�sta era �sa. Por ello, despu�s de ser maestro de su generaci�n y de s� mismo, como los atene�stas, pudo ser maestro destacado de la generaci�n subsiguiente, la de los nacidos despu�s de 1890, conocida como generaci�n de 1915 o de los "Siete sabios".
A mediados de 1914, Henr�quez Ure�a parti� del pa�s. Todav�a no ca�a Victoriano Huerta, aunque la presi�n de los norte�os era fuerte. Para entonces, ni la presencia de Nemesio Garc�a Naranjo en la Secretar�a de Instrucci�n P�blica pod�a impedir la intentona de militarizar a la Preparatoria. No obstante, Garc�a Naranjo trat� de elevar la calidad de los programas universitarios, en medio del caos que viv�a M�xico.
La Universidad no era ajena a esa situaci�n. Si bien la mayor�a de los atene�stas permaneci� en la capital, los m�s distinguidos se hab�an alejado, por razones diferentes. De "los cuatro grandes", s�lo permaneci� Antonio Caso. Fue el �ltimo gran maestro de los j�venes de 1915. En ese a�o, Vasconcelos estaba con la Convenci�n, lo que le cost� el destierro; Reyes cumpl�a su segundo a�o en Espa�a y Henr�quez Ure�a iniciar�a un peregrinaje por su propio pa�s, por los Estados Unidos, donde obtuvo su doctorado, y por Espa�a, donde, entre muchas otras cosas, ya en 1920, tradujo, en compa��a de Alfonso Reyes y de �don Carlos Pereyra!, El Estado y la revoluci�n, de Lenin.9