Cacer�a del zorrino14[Nota 14]

CHIQUITOS:

Uno de los animales salvajes m�s bonitos de la Argentina y Uruguay es un peque�o zorro de color negro sedoso, con una ancha franja plateada que le corre a lo largo del lomo. Tiene una magn�fica cola de largos y nudosos pelos, que enarbola como un plumero.

Este zorrito, en vez de caminar, se traslada de un lado a otro con un galopito corto lleno de gracia. Es mans�simo y a la vista de una persona ni piensa siquiera en huir. Posee una gracia de movimientos que le envidiar�an las mismas ardillas, y pocos animalitos del mundo dan m�s ganas de acariciarlos.

Pero el que pone la mano encima de esta bell�sima criatura, chiquitos m�os, no vuelve a hacerlo en su vida.

Una vez, en el departamento de Paysand�, en la Rep�blica Oriental del Uruguay, fui testigo del mal rato que dio este lindo zorrito a un joven ingl�s reci�n llegado a Am�rica.

Ustedes saben, chiquitos, que nosotros, en la regi�n del Plata, atribuimos siempre a los ingleses las an�cdotas o cuentos basados sobre un error de lengua. Los ingleses en general no tienen la tonta verg�enza nuestra de no querer hablar un idioma porque lo pronunciamos mal. Ellos, de lo que sienten verg�enza, es de no hacer lo posible por aprender en seguida la lengua del pa�s donde viven. De aqu� que cometan al principio muchos errores de pronunciaci�n, que a nosotros nos hacen re�r y que fomentamos muchas veces por malicia.

A un joven ingl�s, pues, y a prop�sito del lindo bichito que nos ocupa, le vi cometer el m�s tremendo error que sea posible cometer.

Yo hab�a llegado hac�a diez días a una estancia solitaria poblada por una vieja familia criolla, y amiga, como todos los criollos viejos, de embromar a los extranjeros reci�n venidos.

El d�cimo d�a de mi estad�a lleg� el inglesito con �nimo de aprender las costumbres del campo. No sab�a casi nada de espa�ol, pero pon�a todo su entusiasmo en aprenderlo. Hac�a preguntas sobre todo lo que ve�a y repet�a tan mal las palabras que todos, y �l incluso, nos re�amos en grande de sus disparates.

Los viejos criollos de la estancia le ense�aron cambiadas muchas palabras. Se le dijo que "caliente" se dec�a fr�o, y que "rico", quer�a decir "feo". Y aqu� ven�a la historia.

El inglesito llevaba consigo un perro foxterrier que, como ustedes lo saben bien, son grandes cazadores de ratas, zorros, comadrejas; de todo bicho, en fin, que vive en cueva. Ese perrito blanco era el �nico que le quedaba de cuatro que el a�o anterior hab�a llevado a la India. Los otros tres hab�an muerto por querer jugar con terribles v�boras de la India, llamadas cobras capelo. Los perros foxterrier que van por primera vez a la India creen que las cobras capello son gusanos, y las muerden de la cola. Las v�boras se vuelven entonces, y a la media hora los perritos no vuelven a perseguir nunca m�s gusanos, porque han muerto.

Una noche, pues, que hab�a magn�fica luna, el perrito del ingl�s se fue a pasear por el campo, en busca de caza, mientras nosotros qued�bamos en el comedor, tomando mate. El inglesito, tan empe�oso en adaptarse a las costumbres del pa�s como en aprender su idioma, tomaba mate a todas horas quem�ndose la lengua y chupando como un rabioso la bombilla, como si quisiera absorberla.

Concluida nuestra charla, nos retiramos todos a nuestras habitaciones. Y ya hac�a tiempo que dorm�amos con la frescura de la noche, cuando fuimos despertados por los desgarradores aullidos del foxterrier. Los perros de la estancia luchaban tambi�n, pero de un modo distinto: toreaban, como se dice. Pero el perrito ingl�s aullaba como un condenado.

Apenas hab�amos tenido tiempo de asomarnos a la ventana, cuando vimos al inglesito correr en piyama a la luz de la luna, y bajarse luego a recoger algo del suelo. Pero con la rapidez con que lo vimos salir a proteger a su cuzco, lo vimos regresar, y a todo escape, agarr�ndose la cabeza entre las manos.

—�Qu� tiene, mister Dougald? —le preguntamos todos ansiosos—. �Qu� le ha pasado?

—�Perrito m�o! —contest� tan s�lo gimiendo.

—�Y qu� tiene su perrito?—proseguimos nosotros, suponiendo que le habr�a pasado un gran desgracia.

—�Rico olor! �Oh, olor muy rico!

—�Olor rico! —dijimos entonces extra�ados—.

�Y de qu� puede tener tan rico olor? �No estar� equivocado, mister Dougald?

—�No, no! —respondi� haciendo horribles visajes— �Rico, riqu�simo olor! �Pobre perrito m�o!

Nosotros no nos acord�bamos m�s de las palabras cambiadas que le ense��bamos y est�bamos ya dispuestos a creer que el joven ingl�s se hab�a vuelto loco con el sereno, cuando lleg� revolc�ndose y aullando a la par del perrito tan perfumado.

Al verlo llegar su due�o corri� tambi�n a encerrarse en su cuarto, como si su perro fuera el mismo demonio; mientra el cuzco, al pasar, nos infestaba a nosotros de su insoportable olor; el olor sofocante, amoniacal y nauseabundo que despide el zorrino.

—�Por fin! —dijimos nosotros, tap�ndonos las narices—, �En vez de decir olor feo, fe�simo, el ingl�s dice rico, riqu�simo!

Nosotros se lo hab�amos ense�ado as�, y nuestra era la culpa. Tal era el perfume que casi hab�a quemado los ojos del inglesito, al querer levantar del suelo a su oloroso pichicho.

S� chiquitos. Era un zorrino, ni m�s ni menos, el que hab�a perfumado al ingl�s, y a su perro. Ustedes recuerdan el fuerte tufo de las comadrejas, zorros y leones que pueblan nuestro zoo. Al cruzar por delante de una de esas jaulas, se conoce enseguida por el tufo que el animal que las habita es una fiera carn�vora. Los animales carn�voros despiden todos un olor amoniacal muy fuerte.

Pero ninguno de estos tufos es comparable con el olor que despide el zorrino. Es, como decimos nosotros, un olor que "voltea". Nada m�s expresivo se puede decir que esto. Un hombre que recibe la fea descarga en el rostro cae con seguridad desmayado. Hasta puede morir por asfixia, si el l�quido ha penetrado en la nariz. Se conocen casos de ceguez, por haber tocado los ojos el c�ustico l�quido. Y el zorrino este lind�simo animalito que tiene la potencia de una descarga de artiller�a, era la linda cosa que el ingl�s hab�a querido levantar tras el corral.

Cuando el zorrino se siente perseguido, detiene su galopito y se apronta para la lucha. �l no posee otra arma que su descarga nauseabunda. �Pero qu� arma, hijos m�os! Si quien se acerca al zorrino es un hombre o un animal que nunca lo han visto, el zorrino los deja acercarse, hasta que aqu�llos se hallan a dos o tres metros. Gira entonces sobre s� mismo, vuelve el anca a su enemigo, levanta la cola como un plumero... y hace su descarga.

La hace hacia atr�s, como los leones.Y esto solo, basta. Los hombres que reciben el l�quido gritan enloquecidos, los perros se revuelcan aullando. Y el zorrinito, contento y satisfecho de la vida, reanuda a la luz de la luna su paseo al galopito corto.

Pero no siempre es d�a de fiesta para el zorrino. Hay hombres que lo reconocen desde lejos y perros que, habiendo sido una vez rociados ligeramente, aprenden a cazarlos. Y digo rociados ligeramente, chiquitos, porque si un perro, por bravo que sea, llega a recibir una de estas descargas en la cara, no vuelve jam�s por nada del mundo a perseguir zorrinos.

Los perros de la estancia conoc�an muy bien a su enemigo. Y desde aqu� la toreada de esa noche, mientras el perrito blanco se precipitaba sobre aquel manso animalito

As� pues, salimos todos de las casas, menos el inglesito, a presenciar la lucha de los perros con el zorrino.

A la luz de la luna ve�amos bien al zorrino con su franja de pelo plateado en medio del lomo y su gran cola al aire. Los perros giraban a su rededor, ladrando como desesperados, mientras el zorrino volv�a el anca a los m�s avanzados, pronto a lanzar su descarga cuando alguno se pusiera a distancia.

Pero la t�ctica de los perros consiste precisamente en marear a su enemigo girando sin cesar y haciendo falsas acometidas para que el zorrino se equivoque y descargue su chorrito al aire.

Eso fue lo que pas� anoche. A fuerza de girar y girar estrechando cada vez m�s el c�rculo, un perro hizo presa del cuello del zorrino, lanz�ndolo al aire.

Y cuando cay�, los cinco perros estaban sobre �l, destroz�ndolo.

Por el inglesito, que se ausent� un mes despu�s de la estancia, tuvimos por largo tiempo noticias del zorrino.

"Hace ya un a�o —nos dec�a en una carta— que lavo el pa�uelo con que me limpi� las manos aquella noche. Y por m�s soda y lavandina que le pongo, no consigo que pierda del todo el olor a zorrino. Conservo el pa�uelo como recuerdo del feliz mes pasado con ustedes, y del 'riqu�simo' olor a zorrino que me ense�aron ustedes a decir, con tanta amabilidad".

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