VOY A CONTARLES
ahora, chiquitos, la historia muy corta de tres
cachorritos salvajes que asesin� bien puede decirse, llevado por las
circunstancias.
Hace ya alg�n tiempo, poco despu�s del asunto con la serpiente de cascabel, que les cont� con detalles, tres indios de Salta enfermos del chucho y casta�eteando los dientes, llegaron a venderme tres cachorritos de aguar� -guaz� casi reci�n nacidos.
Yo no ten�a vacas, ustedes bien saben; ni una mala cabra para alimentar con su leche a los reci�n nacidos. Iba, pues, a desistir de adquirirlos, por mucho que me interesaran los zorritos, cuando uno de los indios, el m�s flaco y m�s tiritante de chucho, me ofreci� en venta tambi�n dos tarros de leche condensada, que extrajo con gran pena del bolsillo del pantal�n.
�Habr�n visto indio m�s pillo? �De d�nde pod�a haber sacado sus tarros de leche? De un ingenio, seguramente. Estos indios de Salta van todos los oto�os a trabajar en los ingenios de az�car de Tucum�n. All� aprenden muchas cosas, Y entre las cosas que aprenden, aprenden a apreciar la bondad de la leche cuando sus chicos est�n enfermos del vientre.
El indio poseedor de los tarros de leche condensada era seguramente padre de familia. Y pens� con mucha raz�n que yo le comprar�a sus tarros para criar a los aguaracitos. Y el demonio de indio acert�, pues yo, entusiasmado con los cachorritos, que compr� por un peso los tres, pagu� 10 por los dos tarros de leche. Y a m�s pagu� un paquete de tabaco, y un retrato de mi t�o, que vio colgado en la carpa. Hasta hoy no s� qu� utilidad puede haberle reportado ese retrato de mi t�o.
Cri�, pues, a los cachorros de aguar�-guaz�, o gran zorro del Chaco, como tambi�n se le llama.
El aguar�-guaz� es, en efecto un zorro alt�simo y flaco que tiene toda la apariencia del lobo. No hay en toda la selva sudamericana un animal m�s arisco, hura�o y ligero para correr. Tiene la particularidad de caminar moviendo al mismo tiempo las patadas del mismo lado, como lo hace tambi�n la jirafa. Es decir, todo lo contrario del perro, el caballo y la gran mayor�a de los animales, que caminan avanzando al mismo tiempo las patas alternativas y cruzadas.
En el campo, sin embargo, se suele ense�ar a los caballos un paso muy distinto del que tienen, que se llama «paso andador». Este paso, que no fatiga al jinete y es muy veloz, se efect�a precisamente avanzado al mismo tiempo las patas del mismo lado, como la jirafa y el aguar�-guaz�,
En nuestro zoo, detr�s del pabell�n de las grandes fieras; hab�a hace tiempo un aguar�-guaz� que iba constantemente de un lado a otro, con su gran paso fant�stico. Creo que muri� al poco tiempo de estar encerrado, como mueren todos los aguar�s a quienes se priva de su libertad.
Yo tambi�n perd� a mis aguaracitos: pero no de tristeza �pobrecitos ! sino por la mala alimentaci�n.Yo les di leche tibia cada tres horas, los abrigaba de noche, les frotaba el cuerpecito con cepillo para remplazar a la lengua de las madres que lamen horas enteras a sus cachorros. Hice cuanto puede hacer un hombre solo desprovisto de recursos para criar a tres fieras reci�n nacidas.
Durante dos semanas, y mientras dur� la leche condensada, no hubo novedad alguna. A los siete d�as los cachorritos caminaban ya gravemente, aunque todav�a un poco de costado. Ten�an los ojos de un azul ceniciento y desvanecido. Miraban con gran atenci�n las cosas, aunque apenas ve�an. Y cuando una mosca se plantaba delante de ellos, bufaban de susto, ech�ndose atr�s.
Como yo ven�a a ser su madre para ellos, me segu�an por todas partes, pegados a mis botas, debiendo yo tener gran cuidado para no pisarlos. Tomaban de mi mano la mamadera que constru� con un recipiente de tomar mate y un trapito arrollado.
Nunca se hallaban m�s a gusto conmigo que a la hora de mamar. Pero el d�a que, previendo la falta de leche, les di un pedacito de pava del monte para irlos acostumbrando al cambio de alimentaci�n, ese d�a no reconoc� a mis hijos.
Apenas olfatearon la carne en mis manos, se agitaron como locos, busc�ndola desesperadamente entre mis dedos, y cuando les hube dado a cada uno su presa de ave, se alejaron cada cual por su lado y con el pescuezo bajo, a esconderse entre el pasto para devorar su presa.
Yo los segu� uno por uno para ver c�mo proced�an. Pero apenas me sintieron, se erizaron en una bolita col�rica, ense��ndome los dientes. Ya comenzaban a ser fieras.
A nadie en el mundo sino a m� conoc�an y quer�an. Tomaban de mi mano su mamadera, gru�endo imperceptiblemete de satisfacci�n. Y hab�a bastado un trozo de carne para despertar en ellos bruscamente su condici�n de fieras salvajes y cazadoras, que defienden ferozmente su presa. Y ante m� mismo, que los hab�a criado y era su madre para ellos.
Al concluirse el segundo tarro de leche, yo supuse que mis tres aguaracitos deb�an hallarse ya acostumbrados a la alimentaci�n carn�vora, �nico alimento que yo pod�a proporcionarles en adelante. Pero no fue as�. Al suprimirles la leche, decayeron de golpe. Los tres comenzaron a sufrir descomposturas de vientre que no los dejaban descansar.
Ten�an el cuerpo muy caliente, y sal�an del caj�n con el pelo erizado y tambale�ndose.
Cuando yo les silbaba, volv�an lentamente la cabeza a todos lados, sin lograr verme. Ten�an ya en los ojos un velo lechoso, como los animales y las mismas personas en agon�a. Las descomposturas de vientres se hicieron cada vez m�s continuas hasta que una ma�ana los tres aguaracitos amanecieron muertos, en su caj�n, y ya cubiertos de hormigas.
�sta es, chiquitos, la corta historia de tres zorritos salvajes privados de su madre desde el nacer y a quienes un hombre desprovisto de todos los recursos hizo lo posible para prolongar la vida. Muchas veces, all�, en Buenos Aires, al pasar delante de las lecher�as tan baratas, me he acordado de aquellos pobres cachorritos de teta, envenenados por la alimentaci�n carn�vora.
Recu�rdenlo tambi�n ustedes, hijitos m�os. No cr�en animales si no pueden proporcionarles la misma alimentaci�n que tendr�an junto a su madre.
Much�simo m�s que por debilidad, mueren los pichones y cachorros por exceso de comida. Los empachos de harina de ma�z han matado m�s t�rtolas que la m�s atroz hambre.
Robar un animalito a su nido para criarlo por diversi�n, por juguete, sabiendo que fatalmente va a morir, es un asesinato que los mismos padres ense�an a veces a sus criaturas. Y no lo hagan ustedes nunca, chiquitos m�os.