El juicio de la posteridad no ha sido favorable a la persona y car�cter de Pedro de Alvarado. Reconociendo en �l brillantes cualidades de mando en la guerra y modales atrayentes en su trato, los historiadores condenan su crueldad y dureza, su rigor y falta de conmiseraci�n con los indios, a quienes someti� a la m�s dolorosa servidumbre, y su insaciable codicia que lo impulsaba a cometer las mayores injusticias y violencias. Conquistador afortunado y valiente, su ilimitada ambici�n lo hizo descuidar sus deberes de gobernante, lanz�ndole cada vez tras nuevas aventuras que, si bien calmaban su fiebre de actividad y ansia de gloria, jam�s rindieron el fruto que de ellas esperaba.
No hizo sino enhilar y trazar en su mente e arbitrio cosas de mayor importancia que sus fuerzas e de m�s posibilidad que �l ten�a dice Oviedo e con su desasosegado esp�ritu no se quiso contentar con lo adquirido.
Sus contempor�neos lo acusaron durante el proceso de 1529 de numerosos actos de crueldad cometidos no s�lo contra los indios, sino tambi�n contra los espa�oles. La matanza de la nobleza azteca en el templo de Tenochtitlan durante la fiesta en honor a Tezcatlipoca no fue �nicamente un acto de crueldad y una sangrienta felon�a, sino grav�simo error t�ctico que motiv� la muerte de centenares de espa�oles y estuvo a punto de costarle a Cort�s la p�rdida de toda su labor de la conquista de M�xico.
En Guatemala, Alvarado hizo la guerra a las tribus ind�genas con arrojo y sin misericordia. Incendi� y destruy� pueblos enteros, unas veces sin intimarles la rendici�n, como dispon�an las �rdenes del soberano, y otras para castigar los intentos de destruirlo a �l y a sus guerreros. Fueron actos de guerra que se practicaban en aquellos tiempos y que en los actuales se ejecutan tambi�n en mayor escala como episodios dolorosos de la lucha entre las naciones.
Pero donde su crueldad se muestra m�s evidente y menos disculpable es en el trato que daba a los nativos despu�s de terminada la guerra de conquista y cuando la raza vencida se hab�a conformado ya con la p�rdida de su libertad. Los indios eran para Alvarado una raza inferior y despreciable que pod�a emplearse sin piedad en los trabajos m�s rudos, bajo la amenaza del l�tigo y la horca. El padre Bartolom� de las Casas pint� desde aquel tiempo el cuadro del sufrimiento humano en esta regi�n del continente.
Mat� infinitas gentes con hacer nav�os dice fray Bartolom� llevaba de la mar del norte a la del sur, ciento y treinta leguas, los indios cargados con anclas de tres y cuatro quintales que se le met�an las unas dellas por las espaldas y lomos: y llev� de esta manera mucha artiller�a en los hombros de los tristes desnudos; y yo vi muchos cargados de artiller�a por los caminos, angustiados. Descasaba y robaba los casados tom�ndoles la mujeres y las hijas, d�balas a los marineros y soldados por tenerlos contentos para llevarlos en sus armadas. Hench�a los nav�os de indios, donde todos perec�an de sed y de hambre... Cu�ntos hu�rfanos hizo agrega, cu�ntos rob� de sus hijos, cu�ntos priv� de sus mujeres, cu�ntas mujeres dej� sin maridos, de cu�ntos adulterios y estupros y violencias fue causa, cu�ntos priv� de su libertad, cu�ntas angustias y calamidades padecieron muchas gentes por �l, cu�ntas l�grimas hizo derramar, cu�ntos suspiros, cu�ntos gemidos, cu�ntas soledades en esta vida y de cu�nta condenaci�n eterna en la otra caus�... Plegue a Dios que de �l haya habido misericordia y se contente con tan mal fin como al cabo le dio.
El historiador moderno Bancroft no niega a Alvarado sus brillantes cualidades de jefe militar, y dice de �l que s�lo Cort�s le aventajaba; pero afirma que en car�cter y en conducta era el rev�s de la medalla.
Cort�s pose�a cierta grandeza y nobleza de alma dice Bancroft. Alvarado era mendaz, traidor y falto de honradez; su porte franco ocultaba el enga�o, y los favores que se le prodigaban los pagaba con ingratitud. No sent�a afecto ni por la mujeres, y su elecci�n de esposa o amante era inspirada por la ambici�n o la concupiscencia. Gozaba en gobernar por el miedo. Cort�s era precavido, Alvarado impetuoso, esperando siempre resultados favorables.
A cambio de estos defectos tan severamente se�alados, el historiador norteamericano observa que Alvarado demostr� capacidad como militar y que "su percepci�n r�pida, sangre fr�a y presencia de �nimo, no perturbada ni por la magnitud del peligro, le permitieron obrar siempre con prontitud y acierto en las m�s cr�ticas circunstancias. Su aptitud para gobernar era inferior a su competencia en el campo de batalla".
El cronista espa�ol L�pez de G�mara coincide en esta parte del juicio de Bancroft cuando dice que Alvarado fue mejor soldado que gobernador.
Por su parte, otro historiador saj�n, Wiliam H. Prescott, pinta con estas palabras el car�cter del conquistador de Guatemala:
Pedro de Alvarado era un oficial de familia distinguida, valiente, caballeroso... ten�a talento para obrar, firmeza e intrepidez, al paso que sus maneras francas y deslumbradoras hac�an de Tonatiuh un especial favorito de los mexicanos; pero bajo este brillo exterior ocultaba el futuro conquistador de Guatemala un coraz�n temerario, rapaz y cruel: falt�bale aquella moderaci�n que, en el puesto que ocupaba, era cualidad m�s apreciable que todas las dem�s.
El cronista Remesal se�ala con justicia el car�cter duro y violento de Alvarado diciendo de �l que "m�s quiso ser temido que amado de todos cuantos le estuvieron sujetos, as� indios como espa�oles".
Para juzgar con imparcialidad el car�cter de Alvarado y de los dem�s aventureros europeos del siglo XVI
hay que tomar en cuenta el car�cter general de la conquista de Am�rica. Sin pretender disculpar las enormes faltas de los conquistadores espa�oles, su crueldad, su codicia, su absoluta carencia de sentimientos humanitarios, es preciso recordar que la �poca en que vivieron era de lucha y de violencia, y que, adem�s, la empresa de la conquista fue realizada por fuerzas num�ricamente inferiores, que tuvieron que imponerse a los ej�rcitos numerosos de los nativos mediante la superioridad de las armas y t�ctica europeas y por el terror y la intimidaci�n. El propio Cort�s no est� limpio de culpa. La matanza de Cholula, ordenada por �l, fue tal vez una tragedia inevitable, pero no ha recibido la sanci�n de la historia. Pedro de Alvarado quem� a los reyes del Quich�, y en su tiempo dijo que lo hab�a hecho para castigarlos por haber intentado una estratagema de guerra destinada a acabar con �l y su gente. Cort�s ahorc� al �ltimo emperador de M�xico en las selvas de Yucat�n alegando haber descubierto una conspiraci�n dirigida por el pr�ncipe destronado. Atahualpa fue ejecutado por Pizarro despu�s de entregar todo el oro de los incas.
El gran escritor espa�ol don Manuel Jos� Quintana ha pronunciado tal vez el juicio m�s acertado sobre los hombres de la conquista diciendo en un d�stico famoso que
su atroz codicia, su inclemente sa�a,
culpa fueron del tiempo y no de Espa�a.
La obra de Alvarado como administrador y colonizador fue casi completamente nula. Su esp�ritu inquieto no le permit�a concebir, ni mucho menos emprender las obras que florecen en un pueblo al amparo de la paz. Era un hombre nacido para la guerra y la aventura, que a su juicio eran el �nico camino de la riqueza y de la felicidad. En ninguna de las cartas que escribi� siendo ya gobernador expone planes de progreso para su gobernaci�n; el meollo de sus informes al rey es el eterno tema de los descubrimientos, de la conquista, de la guerra. Cierto es que Alvarado vivi� en la �poca de los descubrimientos, pero otro hombre dotado de virtudes civiles, de que �l careci� en absoluto, habr�an hecho alto en su carrera y demostrado que pod�a dar forma a la tierra con tanto esfuerzo conquistada y hacer de ella una joya para la corona de Espa�a.
De Alvarado no qued� obra material de importancia, ni en M�xico ni en Guatemala, a excepci�n de sus casas de M�xico y del palacio que construy� para su vivienda en la ciudad de Santiago de Guatemala y que los elementos destruyeron en la aciaga noche del 10 de septiembre de 1541.
El historiador guatemalteco don Jos� Milla, a quien siempre habr� que citar por la serenidad e imparcialidad de sus juicios, resume en las siguientes palabras el car�cter ambicioso y caballeresco del hombre que ayud� a conquistar a M�xico y Guatemala y aspir� a la gloria de conquistar otras muchas tierras en distintas partes del orbe:
Los abusos y las crueldades inmotivadas son y ser�n siempre dignos de censura, y no fueron pocos los que cometieron Alvarado y sus compa�eros. Dotado aquel caudillo de un car�cter apasionado y violento, excedi� en el particular a otros de los jefes expedicionarios de Am�rica, a quienes, por otra parte, puede compararse en el denuedo, en la constancia, en la actividad, en la astucia militar, y a quienes supera en la grandeza de los planes y en la importancia de las empresas que acometi�. Estas cualidades, unidas a un exterior brillante, a sus modales distinguidos y caballerescos y aun a sus mismos vicios (el juego, las mujeres, la prodigalidad) hacen aparecer al conquistador de Guatemala m�s bien como un h�roe de novela que como un personaje hist�rico.
Llena la imaginaci�n con ideas de engrandecimiento personal y de nuevas conquistas con que ensanchar a�n m�s los inmensos dominios de su patria, �l, que hab�a salvado de tantos peligros, vino a morir donde ya no deb�a, por un accidente casual, ocasionado de la pusilanimidad de un hombre. Acab� su vida y se desvanecieron los sue�os de ambici�n y gloria que agitaban aquella alma que nada ten�a de vulgar. A su muerte sigui� de cerca la desaparici�n de toda su familia y la ruina de aquellos bienes de fortuna por los cuales se hab�an afanado tanto y por cuya consecuci�n cometiera tantas injusticias. Sus mismos restos mortales se perdieron bajo los escombros de la iglesia matriz de la ciudad de la cual fue el fundador y primer vecino, y hoy no queda de �l m�s que el recuerdo que conserva la historia y que va pasando de una en otra generaci�n, con la alabanza que no puede negarse a sus hechos heroicos y con el vituperio que debe acompa�ar a aquellas de sus acciones que se desviaron de las reglas del honor, de la moral y de la justicia.