Hall�ndose en camino para su di�cesis, recibi� el obispo Marroqu�n en Ciudad Real de Chiapas la infausta nueva de la muerte del adelantado que desde M�xico le comunic� el virrey Mendoza. Comentando el fatal suceso escrib�a el prelado al emperador desde aquella ciudad con fecha 10 de agosto, dici�ndole que hab�a perdido el m�s bueno y leal servidor que el soberano ten�a en estas partes, y expresando el temor de que esta p�rdida fuese causa de alguna alteraci�n en la provincia de Guatemala.
Agregaba el obispo que Alvarado dejaba m�s de cincuenta mil pesos de deuda, gastados en el real servicio, y seis hijos e hijas desnudos y sin abrigo, am�n de muchos sobrinos y otros deudos que hab�an servido tambi�n y quedaban igualmente sin amparo. Con el fin de remediar estas necesidades propon�a que la gobernaci�n no saliera de los parientes del adelantado y que se nombrara gobernador a su sobrino Juan de Alvarado, hombre de bien que anduvo con �l en el Per� y en otras conquistas por espacio de catorce a�os e iba de general en su armada.
En defecto de Juan de Alvarado propon�a el buen obispo para el cargo de gobernador a Juan de Ch�vez, "hijodalgo y caballero y el m�s hombre de bien que haya en toda la provincia". Ambos eran favorablemente conocidos de los naturales y entre ellos podr�an repartirse el gobierno de las dos provincias, Guatemala y Honduras.
De don Francisco de la Cueva no dec�a mucho bueno. El primo de do�a Beatriz hab�a llegado de Espa�a con ella y su marido hac�a solamente dos a�os, y no hab�a tenido tiempo de conocer a fondo las necesidades de la Colonia. "Yo le convers� poco tiempo dec�a el obispo en su carta, que no hubo lugar para m�s; lo que conoc�a de �l, ans� como es mozo en edad, lo es en sus obras, e no tiene experiencia de lo que conviene hacer, ning�n celo a los naturales, etc�tera."
En caso de que el emperador eligiera a Juan de Alvarado para gobernar a Guatemala, el obispo aconsejaba que se casara, por mandato de S. M., con su prima do�a Leonor, la hija del adelantado, que quedaba en la orfandad, lo cual "ser�a mucha merced a los muertos y a los vivos".
Hechas estas recomendaciones sobre lo m�s apremiante de la nueva situaci�n, el se�or Marroqu�n se puso en camino para la ciudad de Santiago de Guatemala, donde pensaba, con raz�n, que hac�a falta su presencia para el sosiego de la tierra.
Las malas nuevas corren velozmente. A o�dos de los habitantes de Santiago llegaron rumores del desgraciado fin del adelantado, pero no fue hasta el 29 de agosto cuando el correo enviado por el virrey Mendoza se present� en la ciudad llevando las cartas dirigidas al ayuntamiento y al licenciado don Francisco de la Cueva, teniente de gobernador, que conten�a la confirmaci�n del infausto suceso.
El ayuntamiento se congreg� al instante para enterarse de la comunicaci�n del virrey. El lac�nico y expresivo documento dec�a as�:
Magn�ficos y nobles Se�ores: Por cartas que escribo as� al Se�or Obispo dessa provincia como a don Francisco de la Cueva, Teniente de Gobernador della, sabr�is c�mo Dios Nuestro Se�or fue servido de llevar a su gloria al se�or Adelantado Alvarado, y el suceso della de que no poca pena he sentido como era raz�n y tanto como si fuera propio hermano, y pues �l le dex� por su Teniente de Gobernador por la confianza que del ten�a y no menos tengo yo de su persona [y] hasta que Su Majestad otra cosa sea servido de proveer, le terneis y obedecereis, Se�ores, por tal Gobernador, y as� os lo encargo y mando de parte de Su Majestad e que os conformeis con �l para que essa provincia est� bien gobernada y en toda paz e sosiego, sin aver novedad alguna e mostreis en esto el desseo que teneis de servir a Su Majestad como sus leales vasallos y de mirar el bien y perpetuaci�n dessa gobernaci�n como tengo por cierto que lo hareis, y de lo que vi�redes que conviene proveerse y escribirse a Su Majestad me hareis relaci�n porque as� se har�. Y a la se�ora dona Beatriz la tened y acatad como es justo porque en esto servireis a Su Majestad y a m� me echareis cargo para favorescer a essa ciudad en lo que pudiere. Nuestro Se�or vuestras magn�ficas personas guarde. De M�xico XV de julio.1541.
A lo que Se�ores mand�redes.
Don Antonio de Mendoza.
La noticia de la muerte del adelantado caus� en la ciudad general sentimiento. Los viejos conquistadores que hab�an peleado al lado suyo en M�xico y Guatemala dol�anse del triste fin del famoso capit�n, al par que se preocupaban por los cambios que forzosamente habr�an de ocurrir en la vida de la Colonia. Los indios no ten�an motivos para participar del sentimiento de los castellanos, y, lejos de eso, es natural suponer que la desaparici�n del f�rreo gobernador haya hecho brillar para ellos un rayo de esperanza.
Los hidalgos espa�oles vistieron de luto. Los hijos del adelantado deb�an llorar la p�rdida de su padre y su orfandad y desamparo. A todos excedi�, sin embargo, en sus demostraciones de dolor la viuda de Alvarado, do�a Beatriz de la Cueva. Hizo pintar de negro toda su casa por dentro y por fuera y se retir� a su aposento, en oscuridad y soledad absolutas, sin comer, sin dormir y dando grandes voces lastimeras. Do�a Juana la Loca no derram� m�s lagrimas que do�a Beatriz a la muerte del esposo amado. Fray Pedro de Angulo trat� de llevar a su �nimo los consuelos de la religi�n, pero la atormentada dama lo rechaz� exclamando: "Quitaos de ah�, Padre, no me veng�is ac� con tales sermones. �Por ventura tiene Dios m�s mal que hacerme despu�s de haberme quitado al Adelantado, mi Se�or?".
De estos extremos de dolor y desesperaci�n dio cuenta desde a poco a�os fray Toribio de Motolin�a, y de �l los tomaron m�s tarde otros autores para consignarlos en sus cr�nicas.
La misma naturaleza pareci� tomar parte en el llanto de la inconsolable viuda. Apenas terminados los funerales del adelantado se desat� un temporal de lluvias que hab�a de hacer �poca en la historia del pa�s. El 9 de septiembre, bajo la lluvia que ca�a sin descanso, se reuni� el ayuntamiento para deliberar acerca del gobierno del reino. Hall�banse presentes a este acto el obispo Marroqu�n y el teniente de gobernador don Francisco de la Cueva.
En el coraz�n de do�a Beatriz, repuesta sin duda de sus primeras impresiones dolorosas, se hab�a despertado la ambici�n de mando. Acostumbrada a la categoria de esposa del jefe de la provincia, ard�a en ella el orgullo de una reina. La muerte de su consorte la privaba de los privilegios de que hasta entonces gozaba. Surgi� entonces en su mente la idea de asumir ella los poderes del difunto gobernador, y para lograrlo trabaj� h�bilmente en el �nimo de los miembros del cabildo, en su mayor parte amigos del adelantado e interesados en la continuaci�n del r�gimen existente. La orgullosa viuda ha de haber pensado tambi�n que mediante las influencias de su familia en la Corte le ser�a f�cil alcanzar la confirmaci�n del cargo que pretend�a y asegurar para s� y para los suyos los beneficios del poder.
Los planes de la viuda de Alvarado se desarrollaron favorablemente en la sesi�n del ayuntamiento. Los cabildantes, casi por unanimidad y movidos por razones que la historia calla pero que no es dif�cil adivinar, y sin m�s oposici�n que la del alcalde Gonzalo Ortiz, tomaron la inusitada resoluci�n de encomendar el gobierno a do�a Beatriz de la Cueva, mientras Su Majestad dispon�a otra cosa.
Gonzalo Ortiz ofreci� razonar su oposici�n por escrito, pero aunque el escribano reserv� el espacio necesario, esa parte del acta qued� en blanco. Esta p�gina blanca es elocuente, y el investigador puede llenarla considerando la situaci�n, la aptitud que una dama de la Corte de Espa�a pod�a tener para gobernar una colonia conquistada despu�s de sangrientas guerras y los intereses que tras ella se mov�an para perpetuar el sistema implantado en el pa�s y que tend�a a favorecer a determinadas familias en detrimento de los dem�s pobladores. Pero Gonzalo Ortiz, aunque patriota, era buen cortesano y ante el concurso un�nime que entonaba las alabanzas de do�a Beatriz prefiri� no insistir y dobl� la hoja.
El cronista Remesal observa que la ambici�n de do�a Beatriz era m�s grande que sus l�grimas, y que por eso, al terminar las exequias de su marido, se hizo nombrar gobernadora: "desvar�o y presunci�n de mujer comenta G�mara y cosa nueva entre los espa�oles de Indias". Lo cierto es que, de esta manera, la sobrina del duque de Alburquerque vino a ser la primera gobernadora que hubo en las tierras conquistadas por los espa�oles en el Nuevo Mundo.
Tomada la resoluci�n que queda dicha, el Consejo Municipal pas� en pleno a la residencia de do�a Beatriz y le hizo saber su nombramiento, el cual ella acept� de buena gana. Acto continuo prest� juramento sobre la cruz que remataba la vara de la gobernaci�n. En el mismo acto nombr� teniente de gobernador a su primo el licenciado don Francisco de la Cueva, facult�ndolo para conocer de todos los asuntos concernientes a la gobernaci�n, menos la provisi�n de los indios que en lo sucesivo vacaren, importante ramo que se reserv� por razones que dijo tener y que es f�cil adivinar recordando que todo el peso de la incipiente econom�a de la Colonia pesaba sobre los hombros de los desventurados naturales.
Extendida el acta de aquella memorable sesi�n, acerc�se do�a Beatriz a la mesa del escribano para firmarla con los dignatarios presentes. Tras breve meditaci�n, sin embargo, escribi� en dos renglones al pie del documento:
La Sin Ventura
Do�a Beatriz.
Pero, seg�n observa Remesal, que vio m�s tarde el Libro de Cabildo, el nombre de la gobernadora estaba "atravesado por una raya que ella debi� de echar en acabando de escribir para que no se leyera m�s que La Sin Ventura, como quien no quer�a ser conocida por otro nombre y apellido despu�s de la muerte del adelantado, su Se�or".
Fuentes y Guzm�n niega que la tachadura del nombre de do�a Beatriz haya sido un acto deliberado de su parte, y dice que, como puede verse en el folio 207 vuelto del Libro II de Cabildo, solamente hay en la firma un rasgo que corre de la letra ene hasta el fin y luego se tuerce y corre entre los dos renglones. El cronista, apasionado de todo lo que al conquistador de Guatemala se refiere, asegura que do�a Beatriz no tuvo el prop�sito de tachar su nombre y que s�lo manifest� en aquel acto su desesperaci�n y dolor cuando entint� la firma con un borr�n; que todo fue obra del acaso, o que la mesa se ha de haber meneado, y acusa a Remesal de no haber visto el Libro de Cabildo o de haber estado "ciego de pasi�n contra el cr�dito de esta ilustre matrona".
Xim�nez sale a la defensa de Remesal, pregunta qui�n le cont� a Fuentes y Guzm�n haber visto menearse la mesa, y dice que no existi� tal borr�n sino una raya. hecha muy de prop�sito, como se ve�a en el libro, de lo cual hab�a sacado testimonio.
La historia ha prescindido de estas triqui�uelas de los cronistas coloniales y ha aceptado, para designar a la infortunada esposa de Alvarado, el nombre que ella quiso darse y el destino le confirm� de La Sin Ventura.