Memorias de un gallo*[Nota 18]

Yo vi por primera vez no la luz sino la noche en un silong 19 [Nota 19]de una casa. Mi cuna fue una cesta de ca�a, llena de paja, en donde se encontraba nuestra madre, cuyo calor nos preservaba un poco del fr�o, pues nuestro corto plumaje apenas pod�a defendernos de las inclemencias. Yo estaba muy alegre sin saber por qu�, tal vez sea por el placer de encontarme a mis anchas, tal vez por hallar otros tantos hermanos y compa�eros de juego a gozar del tibio contacto de nuestra progenitora. Es el caso que estaba muy alegre y piaba de cuando en cuando con tal satisfacci�n, que mi madre volv�a la cabeza para mirarme como extra�ada del placer que me embargaba. Yo prob� hacer uso de mis patitas y saltando de pollito en pollito estuve conversando y piando con ellos como d�ndoles la enhorabuena. Eran diez y conmigo once gorditos, redonditos, con su piquito y una cabeza m�s bien grande que peque�a, pi�bamos y est�bamos pose�dos todos de una alegr�a y una satisfacci�n enteramentes de pollos.

—�Chiquitines! —nos dec�a nuestra madre—, no hag�is tanto ruido; piad m�s despacio que arriba est�n a�n durmiendo.20 [Nota 20]

Nosotros nos callamos, aunque no sab�amos qui�nes estaban durmiendo.

Extra�ar� a usted el que nosotros al salir del huevo sepamos hablar y nos entendamos. Usted es hombre y bien puede dudarlo, porque los hombres nacen faltos de todo, ignorantes, pues tienen todos los cuidados de sus padres y dem�s parientes y como viven mucho, tiempo tienen para aprender el idioma y otros usos. Pero nosotros los polluelos, nosotros que no tenemos m�s que una madre y �somos tantos hijos!, una madre tan pobre y necesitada como nosotros sin recursos. �Qu� nos suceder�a si para el poco tiempo de vida que nos concede el hombre tuvi�semos que aprender a hablar y tuviese, que ense�arnos palabra por palabra? Yo he sabido que los hijos de los hombres tardan tres, cuatro o m�s a�os para hablar y poderse expresar imperfectamente; si tuvi�semos que aprender nosotros que no tenemos mucho seso y memoria, morir�amos antes de que lleg�semos a expresar un deseo. La naturaleza, pues, pr�vida y justiciera, nos dota de muchas cosas que ustedes carecen en un principio, aunque m�s tarde los perfeccionan de una manera incomprensible.

Habl�bamos pues nuestro lenguaje, imperfecto probablemente pero muy expresivo. Y mientras nosotros los peque�itos discurr�amos qui�nes pod�an ser los que arriba dorm�an, entreg�ndonos a nuestras conjeturas, nuestra madre nos habl� de esta manera:

—Chiquitines; har� media hora que merced a mis picotazos romp� la envoltura que os ocultaba al mundo, es decir, que a�n sois muy pollitos para poder penetrar ciertas materias. La que yo os puedo decir por ahora, que as� vosotros como yo pertenecemos todos a un hombre que nos da de comer y que dispone de vosotros como de m�. —Y un suspiro acompa�� a estas �ltimas palabras.

Yo no aprecio el valor del suspiro y llevado solamente de la curiosidad, le pregunt�:

—�Qu� es eso que V. llama hombre?

—Hijo m�o, hombre... hombre, esp�rate, �qu� te dir�? Ah ya, hombre es un pollo m�s grande que todos vosotros, muy poderoso y muy fuerte.

—�M�s grande y m�s poderoso que t�?

—Oh, much�simo m�s.

�Nosotros nos quedamos todos pasmados! �Qu� conjeturas nos form�bamos y qu� suposiciones! �Qu� podr� ser ese pollo m�s grande y m�s poderoso que mi mam�?

Est�bamos en estas conjeturas cuando o�mos un canto fuerte, sonoro, prolongado, canto que parec�a lanzado por la alegr�a, la altivez, el orgullo y la jactancia.

�ndice Anterior Siguiente