Por tel�fono *[Nota 21]

El a�o de 1900 se un�an por primera vez las Filipinas a la Metr�poli por medio del hilo telef�nico tendido por una sociedad anglo-catalana, llamada The Trans-Oceanic Telephone Company, tan conocida en su tiempo por sus ideas verdaderamente atrevidas.

Gracias a la perfecci�n de los aparatos se pod�an o�r desde Madrid los suspiros m�sticos de los frailes, orando delante de las im�genes sagradas, sus rezos llenos de piedad, sus frases humildes, sus palabras de conformidad y resignaci�n y hasta las acciones de gracias con que recib�an las limosnas de arroz y sardinas que el pueblo les daba compadecido de sus ayunos y abstinencias. Tal era la perfecci�n del tel�fono, que se o�a hasta el silencio que reinaba en los refectorios, y por el ruido de la masticaci�n se sab�a a ciencia cierta que el m�s glot�n de los frailes no com�a arriba de cinco bocados diarios.

—�Qu� pobres y qu� virtuosos son estos sacerdotes! —exclamaban en Madrid los dem�cratas conmovidos.

—�Qu� pobres y qu� virtuosos son estos sacerdotes! —repet�a el tel�fono en Filipinas y lo publicaba en todas partes, en los conventos, iglesias, etc�tera.

Y los frailes, al o�r esto, disminu�an m�s en n�mero de sus bocados por temor de que hubiese un indio que tuviese hambre; ense�aban a leer y escribir a los muchachos, y los instru�an por fuerza en la lengua castellana, sufriendo no pocas veces insultos y bofetadas de los padres de los muchachos por atreverse a abrirles los ojos. 22 [Nota 22]

—�Bendito sea Dios! —respond�an los frailes y presentaban la otra mejilla—: �sea todo por Dios y la madre Espa�a.

Y continuaban ense�ando tan pronto como el desp�tico indio se alejaba, si el gobierno, a instigaci�n de los padres, no les formaba causa por ense�ar, delito que constitu�a un gran crimen, peligrando la integridad de la patria.

—El ministro de ultramar —telefoneaba un d�a el procurador de agustinos desde Madrid a Manila—, solicitado por los indios, ofrece a nuestra corporaci�n una hacienda para que los padres no se mueran de hambre y vivan con alguna comodidad. �Qu� le respondo?

(El tel�fono lo transmite al convento de agustinos.)

—�Jes�s! �Jes�s! �Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal! �Dios nos libre de toda tentaci�n! —exclaman todos los frailes al o�r la noticia, se caen de rodillas y se tapan los o�dos.

—�Se�or! �Se�or! —gime el provincial d�ndose golpes de pecho de veras y no as� como quien quiere embaucar a los fieles para hacer cuartos—. �Yo he perdido el alma de Salvadorcito envi�ndole de procurador a Madrid! ��l tan bueno, tan humilde, tan sencillo, tan ingenuo, tan poco charlat�n, tan casto, tan c�ndido cuando estaba aqu�! �Ahora se ha perdido! �Hacernos esas proposiciones... tan pecaminosas! �Ay! �ay! �ay! Domine, quare dereliquisti eum? Se�or, �por qu� le has abandonado?

Y todo san Agust�n gimiendo y todos los fieles d�ndose golpes de pecho y azot�ndose unos a otros para hacer penitencia y traer al buen camino el alma de SalvadorcitoTont.

Y en Madrid se oye (por tel�fono) toda la consternaci�n del convento de san Agust�n. Y SalvadorcitoTont, en su aire c�ndido de buen muchacho, exclama:

—�Si habr�n encarcelado a todos mis hermanos por no leer los libritos que contra ellos publican los indios, insult�ndolos con la aprobaci�n eclesi�stica!0 23 [Nota 23]Despu�s de todo, �est� bien hecho! �Qui�n les manda contestar y replicar?

—A nosotros los imitadores y ministros de Cristo, si nos insultan en los libritos, nos deben obligar que los leamos, sobre todo si tienen indulgencias, y nos deben prohibir que contestemos o nos defendamos. Para eso tenemos voto de soberbia... Inmediatamente me voy al ministro para pedirle mande azotar a cualquier sacerdote de mi religi�n que por orgullo no diga a todo am�n y acate la verdad. As� ver� que aunque soy un simple, no me falta amor a la justicia...

Y busca sus zapatos agujerados, porque los que lleva puestos no tienen suelas. El buen agustino tiene que andar a pie hasta el ministro y no cuenta siquiera con qu� pagar el tranv�a. �Y eso que hab�a hecho voto de riqueza!

—Salvadorcito, Salvadorcito! —le grita el tel�fono.

Salvadorcito reconoce la voz del provincial y se pone a temblar. Salvadorcito era muy obediente.

&#�Mande su paternidad! —contesta y se pone de rodillas al lado del tel�fono para que as� est� m�s respetuoso, y eso que lo prohib�a el voto de soberbia.

—�C�mo te has dejado t� tentar por el enemigo del mal, aceptando por un momento la proposici�n de darnos una hacienda?

—�C�mo, hijo m�o? �No has visto en eso un lazo que nos est� tendiendo el enemigo, inspirado sin duda por el condenado Rizal para que as� nos enriquezcamos y seamos soberbios, poderosos y libertinos, porque el desgraciado calambaino no quiere otra cosa sino que cumplamos con los votos de riqueza, soberbia y lujuria, que los sacr�legos fundadores se han impuesto? Nada, no vuelvas a escuchar semejantes ofertas, �nada! Nosotros aqu� no s�lo trabajamos y construimos nuestras iglesias con nuestras manos, no s�lo sembramos y ayudamos a los pobres, sino tambien damos lo poco que nos dan los ricos y soberbios, para que nos tiranicen, para que su avaricia se aumente y nos exploten y arruinen m�s, para que nos pongan en las c�rceles, nos destierren, etc�tera... As� propagamos la ley de Cristo en todas partes, la predicamos en las islas a donde nos deportan, vienen m�s imitadores... As� no hay un solo igorrote, no hay un solo fiel en las monta�as; todos se han bautizado, y todos nos explotan a fuer de cristianos. Lo que has de proponer al ministro, para que nuestra doctrina triunfe, es que imite a los pretores romanos, que nos env�e gobernantes crueles, sanguinarios, que atropellen las leyes y nos persigan: as� se despertar� la atenci�n de los indiferentes que hay muchos, much�simos... Acu�rdate que para hacer triunfar una causa hay que perseguirla... �Anda y que nos persigan! Entretanto te impongo por penitencia, a ti que no eres jambuguero ni comediante, que te dejes retratar en diferentes posiciones pero siempre en actitud de meditar, de escribir un serm�n, con una pluma en la mano y al lado de una l�mpara, con gafas aunque no las necesitas, �entiendes? Expondr�s las fotograf�as en p�blico para que todo el mundo diga, aunque no se lo crea: "�Qu� pensador es! �Qu� gran orador debe ser Salvadorcito Tont! Siempre est� escribiendo sermones. �Ni tiempo tiene para que lo retraten!" Esto te har� sufrir, porque aunque tienes votos de riqueza, soberbia y lujuria, no haces caso de ellos...24 [Nota 24]�No te olvides de retratarte en actitud pensativa y de comediante! �Con Dios!

—�H�gase tu voluntad! —gime Salvadorcito resignado, y toda su casa se llena de lamentos.

Salvadorcito era tan humilde que le martirizaba la idea de presentarse en p�blico, aunque no fuese m�s que en fotograf�a; por eso cuando ten�a que predicar sacaba una voz hueca y cavernosa para amedrentar a sus oyentes a ver si le dejaban solo.

—!Salvadorcito, Salvadorcito! —grita otra vez el tel�fono.

—�Mande su paternidad! —contesta el buen procurador, y esta vez se pone de gatas para escuchar m�s reverentemente a su provincial.

—P�dele al ministro que no haga obispo al padre Rodriguez; dile que est� muy ocupado buacando y componiendo palabras derivadas de Calamba, ya calambano, calambaino, calaino, calainos. �Si vieras el trabajo que le cuesta! Suda que es un gusto. No tiene tiempo para ser obispo, aunque servir�a mucho, pues est� condenado por N. P. S. Agust�n a ser est�pido toda su vida. �Que no le hagan obispo, por Dios!

—�No es el ministro el que quiere hacerle obispo, son los dominicos que as� tratan de rehuir el cargo, por esp�ritu de soberbia! —contesta Salvadorcito.

—Pues dile al ministro que para obispos no hay como los dominicos. Aqu� conozco yo uno tan amigo de los indios y enemigo de nuestra fe, que no permiten que los chinos tomen parte en las ceremonias, y eso que se sabe que tan pronto como dejan el pa�s, dejan el cristianismo; se hacen cristianos por inter�s. Los cristianos cuantos peores mejores son. Los dominicos lo saben, y aunque los chinos les dan y ofrecen dinero, ellos no lo aceptan. �Ca! �No, se�or! Ellos procuran que los indios no ri�an con los mestizos, ni estos con los chinos, contra el mandato expreso de dividir para reinar que dijo Jesucristo. Por esta desobediencia hay que hacerlos obispos, hay que plantarles encima de la cabeza una mitra en se�al de soberbia, como a los sacerdotes asiros y persas que la llevaban puesta; esta gente sigue a Machiavelo, el maldito Machiavelo que dec�a que hay que predicar la paz y la concordia. Hablando de la concordia, �sabes, Salvadorcito, que el padre Baldomero y otro han ido a visitar el colegio de este nombre, que es un colegio de educandas si mal no te acuerdas?... Naturalmente, no visitaron los dormitorios mientras las ni�as se vest�an y se mudaban, ni hablaron con las m�s hermosas, y las pocas veces que cambiaron palabras no era en la oscuridad, ni detr�s de las puertas, ni lejos de los dem�s... �Ah!, el martirio que sufrieron; �ah!, �ellos tan p�dicos, tan virtuosos, tan candorosos! �Y las madres tan ariscas, tan poco complacientes, tan poco tolerantes! �Todo el tiempo que estuvieron all� s�lo hablaron de Dios permaneciendo llorosos y compungidos!

—�Ay!� Ay! �Ay!

—�Qu� te pasa, Salvadorcito?

—Quitarme ya de procurador, porque aqu� estoy sufriendo lo mismo que debieron de sufrir Baldomero y el otro en el colegio de ni�as... �Cu�ntas chulas y mujeres boni...! �Ay! �Quiero volver a Manila! �Madrid est� perdido!

—�Aqu� te van a poner preso los indios y te desterrar�n sin formaci�n de causa! Con escribir un informe secreto...

—�No importa!

—�Morir�s de hambre y no ir�s en coche!

—Aqu� ando a pie.

—Mira que tendr�s t� que saludar a los indios o, si no, te forman expediente gubernativo y te destierran.

—�No importa! Prefiero todo eso a vivir entre mujeres...bonitas.

—Mira que si no le das gusto en todo al gobernadorcillo te va a acusar de antiespa�ol...

—Protestar�, dir� que amo a Espa�a.

—No te creer�n, porque los indios son muy ricos y publican libritos con superior permiso contra los frailes...

—Pues �qu� he de hacer? �Qu� he de hacer?

—�Quedarte all� de procurador!

—�Ay!

—Regalar objetos de la China y del Jap�n a los ministros, diputados y senadores para conseguir nuestros fines.

—�S�, eso es, a los chinos! �Y qu� m�s?

—Esperar a que te hagan obispo.

—�Ay! �Ay!

—�Y despu�s, cardenal!

—�Ay! �Ay! �Ay!

—Pero, por de pronto, hay que trabajar para que el gobierno d� cruces, haciendas, cargos a nuestro enemigos...

—�Y si arman una sublevaci�n y dice que somos nosotros los que lo hacemos porque somos bistirufelos?

Silencio

—�Qu� digo del bistirufelismo? —pregunta Salvadorcito.

Silencio

—�Padre provincial? �Qu� hay del bistirufelismo?

�El bistirufelismo? —contesta una voz al fin—. Dile al ministro que no existe, pero que si quiere que exista, que crea en su existencia, y existir�. Dile que nosotros hemos sufrido ya mucho, sufrimos y sufriremos a�n, pero como en esta vida nada es eterno, nuestros sufrimientos tendr�n un d�a su l�mite, el d�a en que nos convenzamos de que el gobierno est� con nuestro enemigos.25 [Nota 25]

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