XXVI
En medio del suplicio

BIEN pronto aparecieron, en espiral, los chismes. ¿En dónde estaba el tesoro de Moctezuma? Seguramente que Cuauhtémoc lo sabía, murmuraban las malas lenguas; otras, que lo había arrojado a las aguas lacustres cuatro días antes de su captura; y no faltaban quienes aseguraran que se habían apoderado de él los tlaxcaltecas y los cholulas, los texcocanos y los huejotzincas.

Pero los oficiales reales "decían y publicaban que Guatemuz lo tenía escondido y que Cortés holgaba de ello porque no lo diese y haberlo todo para sí, y por estas causas acordaron... de dar tormento a Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo y gran privado". 14[Nota 14]"Todos los mayordomos de Guatemuz decían que no había más de lo que los oficiales del Rey tenían en su poder y que eran hasta 380 mil pesos de oro que ya lo habían fundido y hecho barras y de ahí se sacó el real quinto y otro quinto de Cortés. Y como los conquistadores que no estaban bien con Cortés vieron tan poco oro y el tesorero Julián de Alderete que así se decía, que tenían sospecha que por quedarse con el oro Cortés no quería que prendiesen al Guatemuz ni le prendiesen sus capitanes ni diesen tormentos y porque no le achacasen algo a Cortés sobre ello", 15[Nota 15]no pudo Cortés impedir que atormentaran a Cuauhtémoc .

Doña Marina dijo al ilustre prisonero una vez:

—El señor capitán dice que busquéis 200 tejuelos de oro; tan grandes como así...

Y señalóle con las manos el grandor de una patena de cáliz. 16[Nota 16]

Fue en Coyoacán en donde se realizó la tortura afrentosa. Untaron de aceite los pies del señor de México, y de Tetlepanquetzal, el señor de Tacuba, antes de someterles a la prueba del fuego.

Y lo que confesaron [fue] que cuatro días antes lo echaron en la laguna, así el oro como los tiros y escopetas que nos habían tomado cuando nos echaron de méxico y cuando desbarataron agora a la postre
a Cortés. 17[Nota 17]

Sentados en aquel trono de ignominia, Cuauhtémoc y el señor de Tacuba se miraron, iluminándoseles los rostros por el lúgubre resplandor que los atormentaba.

—Por ventura, ¿estoy yo en un baño de temascal?— exclamó Cuauhtémoc, impávidamente.

El señor de Tacuba se desmayó frente a la indiferencia de los sicarios.

Pasado aquel horror, "fueron adonde señaló Guatemuz que lo habían echado [el tesoro] y entraron buenos nadadores y no hallaron cosa ninguna, y lo que yo vi, que fuimos con el Guatemuz a las casas en que solía vivir y estaba una como alberca de agua y de aquella alberca sacamos un sol de oro como el que nos dio Moctezuma y muchas joyas y piezas de oro de poco valor que eran del mismo Guatemuz". 18[Nota 18]Refiere Bernal Díaz 19[Nota 19]que él y otros soldados y unos "buenos nadadores" encontraron en uno de los buceos "ánades y perrillos y pinjantes y collarejos y otras cosas de nonada".

¿Qué hacía Cuauhtémoc en su prisión, "la recámara que llamábamos del gran Moctezuma", mientras Cortés estaba abrumadísimo de problemas? Ni éste ni otros cronistas puntuales hablan de la vida que llevaba de cautiverio. De seguro deseaba evadirse, pero no podía forjar algún plan porque se hallaba continuamente vigilado, espiado, acechado por ex súbditos que le servían o le conversaban en aquellos largos días melancólicos, y todas sus palabras eran oídas atentamente por los intérpretes. Cortés no tenía descanso. Enviaba hacia los cuatro puntos cardinales a sus capitanes, en busca de rutas hacia el ignorado paso interoceánico, las nuevas ciudades, las minas inéditas y las tierras pingües. Por la imaginación atormentada del águila caída desfilaban imágenes terribles, procesiones de fantasmas, promesas fallidas que le había dado el señor capitán.

El 23 de junio de 1524, doce hombres humildes descalzos, vistiendo trajes que no eran españoles, se aproximaron a las puertas de México-Tenochtitlán. Eran los doce franciscanos que llegaban del otro lado del mar con la luz del Evangelio. Cuauhtémoc e Ixtlilxóchitl, "así como tuvieron noticia que habían llegado al puerto", enviaron "sus mensajeros para recibirlos y proveerlos de todo lo necesario para el camino". 20[Nota 20]

Cortés y varios de sus capitanes salieron a caballo a darles la bienvenida. En la comitiva de a pie iban muchos soldados y numerosos indios llevando cruces y velas encendidas y entre ellos iba Cuauhtémoc, quien —de seguro— quedó sorprendido ante aquel espectáculo en que Cortés apareció, tímido como una paloma, humillándose ante los doce humildes, besándoles las manos, y deponiendo ante los indios su majestad de ídolo, "acaso como sus dioses". 21[Nota 21]

Los doce llegaban a pacificar las almas en momentos en que, en las tierras hasta donde se prolongaba hacia el sur el poderío cortesiano, Cristóbal de Olid, uno de los capitanes más audaces en la toma de México y en la conquista de Michoacán, se rebelaba contra Cortés, y éste ignoraba el paradero de Francisco de las Casas, a quien había enviado a Honduras para someterle.

Cortés decidió salir en persona, al frente de un ejército, para castigar el rebelde (12 de octubre de 1524). Llevaba consigo a Cuauhtémoc, a Juan Velázquez —uno de los capitanes de éste durante el sitio de Tenochtitlán—, al señor de Tacuba y a otros caciques, además de un séquito que más parecía el de un rey, en pos de peligrosa aventura. Aquella expedición recorrió vastas y difíciles tierras, desafiando los peores peligros, desde los del hambre y las víboras hasta las enfermedades tropicales, las rutas desconocidas y los climas feroces. ¿Qué pensaría Cuauhtémoc al sentirse arrastrado por aquella tumultuosa corriente humana, que iba con rumbo hacia lo desconocido? ¿Viajaba a lomo de indios o iba a pie?

En Orizaba se casaron doña Marina y el soldado raso Juan Jaramillo, y hubo fiesta alborozada, bajo toldos, con música de chirimías y zacabuches, entre canciones improvisadas. Pasaron en seguida por Coatzacoalcos y Tonalá; vadearon esteros, inventaron puentes sobre pantanos de varias leguas, y, de repente, aparecieron en Tabasco, donde abundaban mosquitos y culebras "nauyacas", ciénagas y cacaotales, y unos parajes en donde "había muy grandes sapos". Cuando menos lo esperaba Cortés, empezaron a fugarse los guías indios y los caciques del tránsito a negar servicios y a decir mentiras sobre las distancias por recorrer. Muchos de los expedicionarios deseaban regresar a México-Tenochtitlán; otros empezaron a desfallecer, como si se sintieran a un milímetro de la muerte. Surgió el hambre y "pareció que ciertos caciques de México acompañaron dos o tres indios de los pueblos que dejábamos atrás y traíanlos escondidos con sus cargas a manera y traje como ellos y con la hambre en el camino los mataron y los asaron en hornos que para ello hicieron debajo de tierra y con piedras como en su tiempo lo solían hacer en México y se los comieron". 22[Nota 22]

Lo supo Cortés "y por consejo de Guatemuz mandó llamar los caciques mexicanos y riñó malamente con ellos".

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