XXV
LA CAÍDA DEL ÁGUILA*

*Este capítulo y el siguiente, "En medio del suplicio", fueron preparados por Rafael Heliodoro Valle por encargo de la familia de Salvador Toscano.

Nota: En las citas bibliográficas las siglas BD,corresponden a Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,(México, 1904, vol. II) y las siglas SA, corresponden a Fernando de Alva Ixtlixóchitl, Historia general de las cosas de Nueva España, (apéndice de la obra aludida de fray Bernardino de Sahagún.)

YA EL hedor de los cadáveres era insoportable. Cuauhtémoc se iba reconcentrando, con todos sus héroes, en una parte de la ciudad.1 [Nota 1]Cortés y todos los españoles se habían apoderado de Tlatelolco. En aquel trance definitivo, Cuauhtémoc dijo a los señores principales:

—Hagamos experiencia a ver si podemos escapar de este peligro en que estamos: venga uno de los más valientes que hay entre nosotros, y vístase las armas y divisas que eran de mi padre Avitzotzin.

Y entonces un muchacho que se llamaba Tlalpaltecatlopuchtzin se presentó y Cuauhtémoc le dijo:

—Veis aquí estas armas que se llaman quetzalteculotl, que eran armas de mi padre Avitzotzin; vístetelas y pelea con ellas, y matarás alguno, vean estas armas nuestros enemigos, podrá ser que se espanten en verlas. 2[Nota 2]

Un día Cuauhtémoc recibió a un mensajero de Cortés, invitándole a rendirse, y prometiéndole que le perdonaría la vida y "que mandaría a México y todas sus tierras y ciudades como solía", 3[Nota 3]y a la vez le envió regalos y bastimentos. Cuauhtémoc convocó a sus capitanes y le aconsejaron que diera una respuesta de paz dentro de tres días porque era conveniente consultar a Huitzilopochtli.

En seguida envió a cuatro de los suyos y Cortés los agasajó con una comida. Nueva embajada de Cuauhtémoc enviando unas mantas ricas al capitán general, asegurándole que pronto se encontrarían. Pero, aconsejado de que no le creyera y de que los dioses aseguraban la victoria, faltó a su promesa. De súbito aparecieron batallones de los sitiados peleando con tal ímpetu y furor que parecía que la guerra estaba comenzando. Nueva promesa de Cuauhtémoc para una entrevista y nueva espera inútil de Cortés. Muchos de los sitiados, hambrientos y enfermos, se refugiaban entre los españoles.

Cortés ordenó entonces a Gonzalo de Sandoval que, al frente de los doce bergantines, atacase por el rumbo de la ciudad en que se acuartelaba Cuauhtémoc "con toda la flor de sus capitanes y personas más nobles". 4[Nota 4]Era el último momento del asedio. Cuauhtémoc entró en una de las cincuenta grandes canoas que tenía preparadas y, acompañado de toda su familia y llevando su oro y sus joyas, escapó hacia el lago. Pero Sandoval pudo percatarse de la fuga y ordenó a sus compañeros que le persiguieran y que, si le prendían, no le fueran a dañar ni la causaran enojo.

Serían las tres de la tarde. García Holguín, el más rapido de los perseguidores, le dio alcance reconociéndole por el asiento y el toldo de la canoa, y aunque hizo señales de que se detuvieran no lo logró "e hizo como que le querían tirar con las escopetas y ballestas".

Cuauhtémoc, estremecido, exclamó:

—No me tires, que yo soy el rey de esta ciudad y me llamo Cuauhtémoc. Lo que te ruego es que no llegues a cosas más de cuantas traigo, ni a mi mujer ni parientes sino llévame luego a Malinche.

García Holguín le abrazó y le hizo entrar en su bergantín, en compañía de Copito de Algodón, su esposa, y de treinta principales, y les dio de comer.

Sandoval, envidioso de García Holguín, le disputó la insigne presa y surgió violenta disputa. Otro de los bergatines salió apresuradamente hacia Cortés —quien estaba en el barrio de Amaxac 5[Nota 5]—para demandarle las albricias. Cortés ordenó al capitán Luis Marín y a Francisco Verdugo que apaciguaran los ánimos y le llevasen los prisioneros. Mandó instalar "un estrado lo mejor que en aquella sazón pudo haber con petates y mantas y asentaderos y mucha comida, de lo que Cortés tenía para sí". 6[Nota 6]

Sandoval y García Holguín aparecieron ante Cortés —quien estaba "debajo de un dosel de carmesí" 7—, [Nota 7]entregándole a Cuauhtémoc y "con alegría le abrazó y le hizo mucho amor". Cuauhtémoc, lleno de dignidad, habló entonces, mientras —como diría López Velarde— iban "los ídolos a nado":

—Señor Malinche: ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y no puedo más, y pues vengo por fuerza y presto ante tu persona y poder, toma ese puñal que tienes en el cinto y mátame luego con él.

Al hablar así lloraba y sollozaba y también sus compañeros de infortunio, mientras Cortés —por medio de sus intérpretes Jerónimo de Aguilar y doña Marina— respondió a Cuauhtémoc que le tenía gran estimulación por haber sido tan valiente y haber defendido su ciudad, y que no tenía ninguna culpa y que descansaran su corazón y los de sus capitanes y que "él mandara a México y a sus provincias como de antes". 8[Nota 8]Cortés preguntó enseguida, cortésmente, por las señoras que acompañaban a Cuauhtémoc. Le rogó Cortés "que mandase a los suyos se rindieran". 9[Nota 9]

Caía la tarde. El cielo del Anáhuac empezó a llorar. Cortés ordenó que todos salieran con él, hacia Coyoacán. 10[Nota 10]Era el día de San Hipólito Mártir, 13 de agosto de 1521. Hasta la medianoche llovió sin cesar. El sitio había durado 75 días. Habían cesado las voces y los alaridos de los defensores. Sobre el lago de México flotaba una muchedumbre de cadáveres y también eran numerosos en las calle y patios de Tlatelolco, tanto que los vencedores no podían "andar sino entre cuerpos y cabezas de indios muertos". 11 [Nota 11]Gran parte del tesoro de Moctezuma se lo robaron los que iban en los bergantines y así se lo dijo Cuauhtémoc a Cortés.

Ante el hedor que flotaba sobre la ciudad, Cuauhtémoc pidió a Cortés que "diese licencia para que todo el poder de México que estaba en la ciudad saliese fuera de los pueblos comarcanos". 12[Nota 12]Cortés convino en ello. El espectáculo de aquel desfile, a lo largo de las calzadas, en que iban hombres y mujeres y niños, "flacos, amarillos, sucios y hediondos", 13[Nota 13]era más que horrendo.

Cortés ordenó a Cuauhtémoc que se arreglasen los caños del agua potable que llegaba desde Chapultepec, se limpiasen las calles, fuesen enterrados los cadáveres y se reparasen las calzadas y los puentes, las casas y palacios.

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