XXIII
LAS INCURSIONES SOBRE MÉXICO

Los informantes de Cuauhtémoc un día llevaron una nueva a México: ocho mil tlaxcaltecas, conducidos por el tlacochálcatl Sandoval, custodiaban unos tablones de cedro cortados en los bosques de Huejotzingo. Al llegar a Texcoco habían entrado con atabales, caracoles y otros instrumentos musicales cantando sus canciones de guerra. El capitán Malinche iba a armar sus acalles, es decir, sus barcos, llamados "casas para el agua". Un temible enemigo contra México estaba próximo a aparecer.

Pero en tanto Martín López armaba los bergantines, el capitán Malinche, aprovechando la presencia de sus aliados tlaxcaltecas, inició la primera incursión formal —después de la burla de Ixtapalapa— sobre México y sus ciudades aliadas. Desde su real de Texcoco salió con dirección a México, tocando Xaltocan, Cuauhtitlán, Tenayuca —el pueblo de las serpientes—, Azcapotzalco y Tacuba.

En tacuba, los extranjeros lloraron con tristeza los recuerdos de la Noche Tenebrosa y desde los palacios hollados de Tetlepanquetzal, que hicieron su fuerte, miraron a lo lejos la erecta prámide del templo mayor. Cortés había entrado en Tacuba, según el uso en las ciudades anteriores, saqueando e incendiando, pero allí hubo de detenerse, porque en esa ciudad empezaba la calzada y las canoas henchidas de guerreros se presentaban amenazadoramente. Bernal Díaz relata, además, un incidente de guerra muy común en la táctica indígena: los mexicanos simularon huir hacia Tenochtitlán, pero una vez que los enemigos se habían adentrado en la calzada, volvieron los mexicanos sobre sus pasos con mayor ánimo y los empujaron hasta Tacuba. El cronista menciona que por un espía aprehendido "Cortés supo muy largamente todo lo que en México hacía y concertaba Guatemuz, y era que por vía ninguna no había de hacer paces, sino morir todos peleando o quitarnos a nosotros las vidas".

Los españoles atacaron repetidamente durante los seis días en que inútilmente el capitán Malinche buscó un pundo débil de los mexicanos, y los diversos reencuentros sólo sirvieron para confirmarle la decisión de libertad o muerte de aquella tribu. Los guerreros de Cuauhtémoc injuriaban a los extranjeros gritándoles: "¿Pensáis que hay agora otra Moctezuma?" (Cortés). El conquistador habló a los guerreros de México en aquella ocasión diciéndoles que habría de destruirlos, y que la miseria y el hambre amenazaban su ciudad; pero los mexicanos respondieron arrojándole panes de maíz contestando que si los españoles tenían hambre la saciarian allí. Cortés les había preguntado, además, que si allí estaban los señores que les mandaban que se comunicaran con él; entonces los guerreros todos le respondieron, luego de deshonrarlo, que todos aquellos combatientes que miraba eran los señores de México.

Las huellas de una revolución en el seno de México las confirman estas palabras recogidas por Cortés. Pero la versión de un levantamiento popular índigena contra la nobleza dirigente, lo que permitió a los guerreros constituirse en señores, está consignada en los Anales históricos de la nación mexicana. Dice esta fuente que, apenas se establecieron los españoles en Texcoco, los "tenochcas empezaron a matarse mutuamente". Mataron a sus príncipes, el Cihuacóatl Tziuacpopocatzin, a Cipactzin Tencuecuenotzin y a los hijos de Moctezuma llamados Axayácatl y Xoxopeuáloc. la fuente indígena añade:

Al haber llegado la desdicha en esta forma, los tenochcas empezaron a hacer pleitos entre sí y a matarse mutuamente entre sí. Por eso fueron muertos los nobles. Suplicaron, cuando hablaron al pueblo, para que se juntara maíz blanco, pavos y huevos: [pues] con esto daba tributo el pueblo. Los sacerdotes, pontífices y jefes fueron los que mataron a los soberanos cuando se enojaron. Cuando se mató a los nobles, sus asesinos dijeron: "Acaso colgaríamos a unos veinte. Y además nos colgarán..."

La muerte de la parentela de Moctezuma, adicta a los españoles, podía interpretarse como el resultado de un intento de la nobleza para buscar la paz con los españoles. Sin embargo, el sacerdocio, como parte de la nobleza, acaudillado por Cuauhtémoc, reprimió sangrientamente aquella conspiración condenando a muerte a los reponsables, entre otros al propio Cihuacóatl de Tenochtitlán.

La vuelta de Cortés al real de Texcoco, seguido de cerca por los batallones mexicanos, no fue precisamente un augurio de fácil victoria. Había salido buscando despojo para los suyos y sus aliados tlaxcaltecas, pero al regresar por la ruta de Cuauhtitlán y Acolman no llevaba un botín de consideración. Sin embargo, la desintegración del Imperio continuaba: en Texcoco lo esperaban misiones de Nautla, Tuzapan y otros pueblos totonacas del norte de Veracruz que le iban a rendir tributo al señor, al capitán Malinche.

Mientras tanto, la incursión española sobre Tacuba le había permitido a una guarnición mexicana apostada en el valle de Morelos, en Huaxtepec, caer sobre Chalco y amenazarla peligrosamente por su traición. Cortés, por lo mismo, no sólo envió a Sandoval con órdenes de auxiliar a los chalca, sino también de avanzar hasta Huaxtepec y someter a la guarnición aliada de México. En Huaxtepec, un antiguo vergel de los aztecas en el que Moctezuma tenía flores de extraordinaria belleza y plantas medicinales muy variadas, Sandoval apenas encontró resistencia; pero al presentarse ante el cercano poblado de Yecapixtla, una aldea situada en una altura bien defendida por las barrancas de un río, encontró una desesperada resistencia: piedras y flechas cubrieron a la tropa española antes que ésta pudiese escalar los puntos altos. Finalmente, Sandoval y los suyos vencieron la resistencia y la vengaron con la matanza acostumbrada.

Los guerreros de Yecapixtla se arrojaron despeñándose desde los altos cantiles del río, prefirieron la muerte a la esclavitud; dice el propio Cortés:

Fue tanta la matanza dellos a manos de los nuestros, y dellos despeñados de lo alto, que todos los que allí se hallaron afirman que un río pequeño que cercaba casi el pueblo, por más de una hora fue teñido de sangre.

Cuauhtémoc —al decir de Bernal— deploró no solamente la derrota de Yecapixtla sino la traición de los chalca, a los que envió dos mil guerreros con canoas; pero aquéllos, auxiliados por los huejotzincas, detuvieron a los mexicanos. Los españoles pudieron hacerse del usual botín de guerra: joyas, mujeres e indios esclavos para ser herrados. La victoria de los españoles en el valle de Morelos sobre la guarnición de Huaxtepec y la comarcana Yecapixtla, sumada a la derrota de los mexicanos en Chalco, le abrieron a Cortés definitivamente el camino oriental del valle de México, permitiéndole que una ininterrumpida corriente de armamentos y hombres acrecentara el arsenal y efectivos del capitán: ballestas, caballos, pólvora y hombres atraídos por la fama de Cortés y la riqueza de la tierra.

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