Frente a Veracruz

Sandoval, Xpoval de Olid, y
otras personas muy nobles...
Xpoval de Olid, Andr�s de
Tapia, personas nobles, y por
sus personas valerosas...


FRAY FRANCISCO DE AGUILAR

El Jueves Santo de 1519, Crist�bal de Olid se hallaba frente a San Juan de Ul�a, mientras en las gavias de los nav�os surtos la luz retozaba con los p�jaros. Los embajadores de Moctezuma aparecieron cargados de oro, plata y jade. Cort�s envi� al se�or que as� recib�a la copa de vidrio de Florencia, labrada y dorada, en la que hab�a �rboles y escenas de cacer�a.

Olid fue nombrado maestre de campo, y al mismo tiempo fueron elegidos el capit�n para las entradas, el alguacil mayor, el tesorero, el contador y el alf�rez. Do�a Marina y Ger�nimo de Aguilar eran los int�rpretes y el padre Olmedo qui�n perdonaba los pecados. Poco despu�s, al nombrarse las autoridades del primer ayuntamiento de la Villa Rica, Olid result� electo regidor. 4[Nota4]

Cingapacinga, Cempoala, Ul�a... Estos nombres mel�dicos, enigm�ticos, escuch� Olid en aquellos d�as de prueba. Se dio cuenta cabal de las intrigas de Vel�zquez para desbaratar la expedici�n; presenci� el ir y venir de los embajadores de Moctezuma que le habr�an entregado, en metales finamente labrados, la imagen de oro del Sol y la plata de la Luna; y muchas tardes, a la hora del Angelus, su alma se quedaba en suspenso escuchando la palpitaci�n de la campanita que ta�ia en el real. Las picaduras de los mosquitos, el calor anodadante, la incomodidad, la ilusi�n de febril le atenaceaban cuerpo y alma, findiendoselos en una sola pieza. Y cuando m�s arreciaban las intrigas de los partidiarios de Vel�zquez, que deseaban regresar lo m�s pronto a Cuba, el se�or capit�n sent�a que le horadaba el llamado pat�tico de una tierra vasta, rica, honda de infinito.

Un día tuvo conversaci�n con Cort�s, poni�ndose de acuerdo con los Alvarado y con Escalante, Lugo, Hern�ndez Portocarrero y Alonso de �vila, para proclamar a Cort�s capit�n general y justicia mayor (10, I: 134). Conoci� al cacique gordo y ciego de Cempoala, que quer�a palpar y o�r a Quetzac�atl redivivo, a Cort�s, el usufructuario de la antigua profec�a mexicana. El cacique les recibi� en Cempoala con una fiesta rumbosa. Estaban en el pa�s de los totonacos, enemigos de Moctezuma; y, al igual de los otros capitánes, Olid iba de sorpresa en sorpresa. Comenz� a sentir los primeros s�ntomas de una enfermedad que s�lo se curar�a con el b�lsamo del oro; pero sent�a tambi�n un aire de maravilla, que bajaba desde las altas tierras hasta sus pulmones y le invitaba a subir, como un invisible im�n. Estaba en M�xico, tierra misteriosa, con grandes nubes sobre las sienes, con lejan�as seductoras que suavizaban como vidrios remotos el ardor de las pupilas entre el resistero. Los partidarios de Vel�zquez insist�an en la conveniencia de regresar a Cuba, temerosos de haber ca�do como ratones en una trampa de queso. Olid ya era maestre de campo (10, I: 76) y hab�a jurado seguir a Cort�s hasta la muerte. A medida que el ej�rcito espa�ol pisaba la tierra del An�huac, le parec�a que el casco y la armadura le quemaban la imaginaci�n. �Qu� significaba para los astr�logos aqu�l pez grande que se qued� varado cerca de la costa de la Villa Rica? En el aire caliginoso de Cempoala hab�a grata efusi�n de flores... y uno de los caballeros alucinados al ver las casas de Villaviciosa, untadas de cal brillante, las crey� de plata maciza...

A media legua de Quiauiztl�n, ayudados por los indios, dispusieron levantar, desde los cimientos, una fortaleza. Olid fue uno de los que acarrearon agua y madera e hicieron ladrillos, tejas y tapias (10. I: 191). Olid era uno de los "teules" (dioses) que no s�lo manejaban el trueno, el rel�mpago y el rayo, sino que pod�a ganarse el pan cazabe y la gallina de la tierra con el trabajo de sus manos mortales. As� fue como particip� en la construcci�n de la primera ciudad mexicana, con la iglesia, plaza y carnicer�a.

A dos d�as de marcha desde Cempoala entraron en Zimpacingo. Fue all� d�nde los aliados cempoaleses intentaron vengarse de viejos agravios; y al o�r los argumentos de los cimpacingos que le ped�an defenderlos, envi� Cort�s a Olid, Alvarado y otros soldados para que impidieran el saqueo, lo cu�l no pudieron evitar porque al presentarse ya se hab�a iniciado. 5[Nota5]De Zimpancingo regresaron a la Villa Rica de la Veracruz. Pocos d�as despu�s dispuso don Hernando que se trepanaran los barcos y los hundieran para que los partidarios de Vel�zquez no tuvier�n f�cil escapatoria. �C�mo se llamaba el que hab�a piloteado Olid? �Qu� sentir�a el fiero maestre del campo al verlo doblegarse entre las olas? Atr�s quedaba Cuba con sus palmeras y sus blandas hamacas; al frente, el para�so prometido.

El 16 de agosto, Cort�s abandon� Cempoala para dirigirse a la capital de Moctezuma. A medida que iban ascendiendo sent�an el efluvio bals�mico de la zona templada, el olor de los liquid�mbares, la placidez del sol de las tierras alegres y, cuando menos lo esperaban, las primeras rachas del fr�o, ya en los linderos del altiplano. La imaginaci�n de Olid comenz� a resplandecer en cuanto se le iba dibujando en lontananza la imagen de Tenochtitlan; una cuidad anfibia, con ciudades aleda�as, jardines flotantes, guerreros poderosos, aposentos aborrotados de plumas, oros y jades, y las gentes comiendo carne humana en las fiestas religiosas. Mientras tanto, iba rumbo a Espa�a la carta dirigida al rey, en la que los capitánes -- uno de ellos Olid-- le ponderaban las cualidades de Cort�s para llevar a t�rmino venturoso la expedici�n, contrarrestando as� las intrigas de Vel�zquez.

Desde Jalapa 6[Nota6]siguieron este itinerario: Socochima, Tejutla, Zacatl�n (�Socotl�n?), Teguacingo... Olid siempre iba alerta para combatir, pues dorm�a sin quitarse las alpargatas, vestido con su armadura, soportando serenamente el granizo y el viento que ca�a como un l�tigo desde la sierra; pero la impaciencia por desafiar la aventura pon�a a prueba el temple de su alma espa�ola. Iban desafiando todas las intemperies y zozobras; pasaban entre pueblos silenciosos, sin encontrar bastimiento; pero cada d�a les regalaba el talism�n de una sorpresa. El enorme lebrel de Francisco Lugo traspasaba con sus alaridos el cendal de las noches calladas y los indios se asomaban a verlo, creyendo que era un tigre o un le�n. Entretanto, segu�an llegando embajadores de Moctezuma, cargados de cosas espl�ndidas. La intr�pida hueste iba, como un cicl�n, rumbo a Tlaxcala. El caballo de Olid oteaba, ensillado d�a y noche, para estar a salvo de un ataque.

El 2 de septiembre fue el primer encuentro con los tlaxcaltecas. Olid se port� tan bien que no se sab�a si era un tigre o un le�n. Y como era hombre y tem�a a la muerte, m�s de una vez se confes�. El 5 de septiembre, mientras que los enemigos hac�an ondear sus penachos, fue la segunda batalla, entre un estruendo de bocinas y trompetillas, y en ella Olid tuvo la pena de ver herido a su caballo. 7[Nota7]En el tercer combate, que fue de noche --porque seg�n los adivinos tlaxcaltecas cuando estaba ausente su padre el sol, quedaban paralizados, inm�viles--, Olid fue herido. �Qu� emoci�n sentir�a al saber que en Tenochtitlan les estaban esperando para comérselos con salsa picante!

Victoriosos, al fin, el 23 de septiembre entraron en Tlaxcala, tierra de pan. Acaso porque estaban sudados y malolientes, los indios acudieron a encontrarles con sahumerio de copal y rosas de tierra, haci�ndoles tres graciosas reverencias. Olid se sent�a fuera de la realidad, como un Dios hechizado.

--Malinche --exclam� el viejo Xicot�ncatl delante de Cort�s--, con que m�s claramente conozc�is el bien que os queremos y deseamos en todo contentaros, nosotros os queremos dar nuestras hijas para que sean vuestras mujeres y hay�is generaci�n con que queremos teneros como hermanos.

Y al siguiente d�a los viejos caciques reaparecieron llevando cinco doncellas ataviadas, y despu�s de que recibieron las aguas del bautismo en el templo de Oclotelulco, fueron entregadas a Cort�s y �ste di� una de ellas a Olid (10, I: 284). Los cuatro se�ores de las cuatro cabeceras de Tlaxcala fueron bautizados 8[Nota8]por el padre Juan D�az, capell�n de la armada, y los padrinos fueron Cort�s, Olid y Sandoval. Hubo carreras de caballos, liminarias, comida y regalos (21, p. 205).

Sellada la paz con Tlaxcala, dispuso Cort�s continuar la marcha hasta Tenochtitlan; pero hab�a que detenerse en Cholula. El 13 de octubre las tropas espa�olas, con sus 100 000 tlaxcaltecas y 500 cempoaltecas alidos, avanzaron hacia la ciudad enemiga. Con gran prudencia y atendiendo a los deseos de Cholula dio Cort�s instrucciones a Olid y a Pedro de Alvarado para que los tlaxcaltecas se encuartelaran fuera de la ciudad y �nicamente dejasen entrar a los que llevaban la artiller�a y a los aliados cempoaltecas; "y les dijesen la causa porque se les mandaba era porque todos aquellos caciques y papas se temen de ellos" (10, I: 300).

Cholula les recibi� en son de paz, aparentemente. Pero en medio de zozobras comenzaron a escasear los v�veres; se ausentaron los caciques y tuvo Cort�s que redoblar sus precauciones para no caer en una trampa. Los esp�as anunciaron que los de Cholula pretend�an matar a los espa�oles y darse un gran banquete con sus carnes, sal, tomates y aj�, pues "ya ten�an aparejadas las ollas" (10, I: 309). Cuando Cort�s se convenci� que se hab�a tramado una conspiraci�n, se dio prisa para anticip�rseles, ordenando una matanza que dur� cinco horas y en las que sucumbieron "m�s de tres mil hombres", seg�n su carta a Carlos V. Los tlaxcaltecas abandonaron el campo y saquearon la ciudad, y entonces "Cort�s mand� a Olid, que le trajese todos los capitánes de Tlaxcala para hablarles, y les mand� que le cogiesen toda su gente y que se estuviesen en el campo". No parece que Olid haya tomado parte en aquella carnicer�a, porque estaba fuera de la ciudad refenando la codicia de los tlaxcaltecas que deseaban algod�n, carne humana y sal. Los caciques pidieron la paz y Cort�s avanz� el 1� de noviembre hacia Tenochtitlan, por la ruta de Calpan. Al pasar entre el Popocat�petl y el Ixtacc�huatl, los espa�oles se quedar�n absortos contemplando a lo lejos de la ciudad acu�tica de Tenochtitlan, 9[Nota9]y, como si estuviese presa de un encantamiento, Olid sinti� por primera vez el aire de seda y las luz perla de la altiplanicie. En el fondo del paisaje sublime ondulaban los cerros con perfiles n�tidos, puros, recort�ndose como para infundir un aliento de paz a los hombres que llegaban del otro lado del mar en busca de nuevas emociones, desafiando el hombre y el fr�o, la malaria y la muerte.

El 8 de noviembre la invicta hueste y sus aliados se hallaban a las puertas de Tenochtitlan. Uno de los testigos del encuentro espectacular de Moctezuma y Cort�s fue Olid y vi� al primero descender de su litera, con sus sandalias de suela de oro, en tanto los pr�ncipes y los s�bditos escond�an la cara para no ver su rostro de divinidad. Moctezuma se dirigi� a Cort�s con un discurso —bueno, pero breve— que ha de haber estremecido al andaluz Olid:

    —Se�or nuestro, ni estoy dormido ni so�ando; con mis ojos veo vuestra cara y vuestra persona. D�as ha que mi coraz�n estaba mirando aquella parte de d�nde habeís venido. Habeís salido de entre las nubes y de entre las nieblas, lugar a todos escondido. Esto es por cierto lo que nos dejaron dicho los reyes que pasaron; que hab�ais de volver a reinar en estos reinos y que hab�ais de sentaros en vuestro trono y en vuestra silla. Se�is muy bien venido. Trabajos habr�is pasado viniendo por tan largos caminos. Descansad ahora. Aqu� est�n vuestra casa y vuestros palacios. Tomadlos y descansad en ellos con tods vuestros capitánes y compa�eros que han venido con vos.

Y despu�s de condecorar a Cort�s, ech�ndole al cuello dos collares con camarones de oro --insignias de Quetzalc�atl-- aposent� a los turistas heroicos en uno de los palacios de Axay�catl. Aquel d�a Olid debe haberse sentido, como los compa�eros �picos, en el misterio de una isla desconocida. Nunca hab�a sido hospedado con tanto esplendor. Poco despu�s el anfitri�n imperial les ofreci� un banquete, en el que el ma�z, el pavo, los pescados y las yerbas olorosas aparecieron en espl�ndida competencia; y todos olvidaron por un momento la sombra amenaz de ser ofrendados, como si fueran codornices, a la gula de Huitzilopochtli.

Al siguiente d�a, 9 de noviembre, Cort�s devolvi� la visita que Moctezuma les hab�a hecho cuando estaban a los postres del banquete; pero entre los hombres que lo acompa�aban no iba Olid. De seguro se quedo en el palacio en que se aposentaban, redoblando las precauciones que Cort�s hab�a recomendado, ya que era preciso estar con la barba sobre el hombro. Tampoco figur� en el s�quito de Cort�s el d�a que �ste y los otros capitánes visitaron el mercado de la ciudad; ni cuando Moctezuma les ense��, desde una terraza, el estupendo paisaje de la ciudad lacustre, en "la regi�n m�s transparente del aire". Ni apareci� con don Hernando, en la hist�rica entrevista en que �ste captur� a Moctezuma; una escena de audacia, que estuvo a punto de culminar en pu�aladas y en la que el se�or de An�huac, espeluznado, decidi� convertirse en m�sero reh�n.

Cautivo, sin que se le privara de su atm�sfera de opulencia y comodidad, Moctezuma segu�a recibiendo las ondas del exterior, y ello facilitaba a Cort�s las noticias de lo que ocurr�a en Veracruz. Para no hacerle tan mon�tono el cautiverio, permiti� Cort�s que, aprovechando la botadura de unos bergantinesen en el lago, acudiese Moctezuma a una cacer�a, custodiado por 200 soldados. Iba en el bergant�n m�s veloz, y "Cort�s mand� a Juan Vel�zquez de Le�n y a Pedro de Alvarado y a Crist�bal de Olid, fuesen con �l, y a Alonso de �vila, con doscientos soldados, que llevasen gran advertencia del cargo que les daban y mirarse por el gran Moctezuma, y como todos estos capitánes que he nombrado eran de sangre en el ojo, metieron todos los soldados que he dicho y cuatro tiros de bronce con toda la p�lvora que hab�a con nuestros artilleros que se dec�an Meza y Arvanga y se hizo un toldo muy emparamentado, seg�n el tiempo, y ah� entr� Moctezuma con sus principales, y como en aquella saz�n hizo el viento fresco y los marineros holgaban de contentar y agradar a Moctezuma, mareaban las velas de arte que iban volando y las canoas en que iban sus monteros y principales qued�banse atr�s por muchos remeros que llevaban. Holg�base Moctezuma y dec�a que era gran maestr�a lo de las velas y remo todo junto, y lleg� al pe�ol que no era muy lejos y mat� toda la caza que quiso de venados y liebres y conejos, y volvi� muy contento a la ciudad, y cuando lleg�bamos cerca de M�xico mand� a Pedro de Alvarado y Juan Vel�zquez de Le�n y los dem�s capitánes que disparasen la artiller�a, de que se holg� mucho Moctezuma..."(10, I: 390).

Un d�a de abril de 1519, Moctezuma rindi� vasallaje a Carlos V, derramando l�grimas en presencia de Cort�s, Olid y los otros capitánes. Fue una escena digna de perpetuarse en el c�dice, por obra de uno de aquellos pintores que bajaron hacia el oc�ano de esmeralda cuando vieron por primera vez surcar los palacios flotantes...

Ni tardo, ni mucho menos perezoso, Cort�s empez� a tender algunos puentes de su curiosidad hacia la perifer�a, en donde palpaba, con su imaginaci�n, las tierras ricas: al norte envi� al capitán Pizarro y a la costa de sotavento a Diego de Ordaz. Entretanto Cort�s segu�a m�s precavido que nunca, prolongando su larga visita. Puso aparentemente preso durante dos d�as a Vel�zquez de Le�n, despu�s del altercado que �ste tuvo con el tesorero Gonzalo Mej�a, y cuando Moctezuma se percat� de que alguien arrastraba cadenas en el aposento vecino, ignoraba que era Olid qui�n le estaba vigilando; y, como los otros carceleros, procuraban agradar y servir (10, I: 417) al gran se�or en desgracia, como si Cort�s quisiera adiestrarle en el oficio de cuidar prisioneros. "En largos d�as de ociosidad forzosa, Moctezuma ense�aba a los blancos algunos juegos aztecas. Ten�an casi siempre al mismo Cort�s por contrincante". Pedro de alvarado, Crist�bal de Olid, Vel�zquez de Le�n y Diego de Ordaz, que iban a visitarle, presenciaban el juego (20).

De s�bito, Moctezuma envi� un recado a Cort�s: acababa de recibir la noticia de que otros espa�oles, en barcos m�s numerosos que los suyos, se hallaban frente a Veracruz. Ya no cab�a duda: el gobernador Vel�zquez, interrumpiendo su larga siesta, hab�a resuelto viajar hac�a occidente. �Era �l qui�n encabezaba la nueva expedici�n? No, era P�nfilo de Narv�ez, uno de los gordos m�s confiados. Cort�s se present� ante Moctezuma, acompa�ado de Olid —que era capitán de la guardia— y de otros cuatro capitánes, y los int�rpretes do�a Marina y Jer�nimo de Aguilar. "Cort�s no sab�a qui�n ven�a de capitán", y bien pronto ofreci� a Olid y a todos los capitanes y soldados "grandes d�divas de oro" y que los har�a ricos (10, II: 14).

Con la velocidad de la centella, Cort�s hizo aprestos para desbaratar a Narva�z. No era �ste un hombre de peligro, si bien confiaba demasiado en sus recursos poderosos, le faltaba audacia e imaginaci�n. Sus 880 hombres y 10 o 12 ca�ones quedar�an pronto anonadados. Cort�s sali� al encuentro de Narv�ez el 4 de mayo de 1520, dejando en la capital de Moctezuma al feroz Alvarado. El d�a 28, aprovechando el silencio de la tibia noche tropical, Cort�s cruz� sigilosamente el r�o de las Chachalacas y orden� a Olid que "embistiese a la artiller�a de Narvaez y que �l le guardar�a las espaldas" (32, I: 486); sorprendi� a Narv�ez y sus tropas, desband� su caballer�a y se apoder� de �l. Cuarenta 10[Nota10]de los jinetes de Narv�ez hu�an a todo galope y Cort�s orden� a Olid y a Ordaz que salieran en su busca y que les atrajeran hacia los vencedores. Los rebeldes gritaban:

—�Viva el rey y Diego de Vel�zquez!

Y as� que �sto dijeron, Olid les advirti� que har�an por fuerza lo que no quer�an hacer por voluntad; entonces se fue a informar a Cort�s de lo que ocurr�a, mientras que Carrasco segu�a soliviant�ndoles y la artiller�a de Cort�s se prestaba a obligarle a que se rindiera. Olid volvi� a arengarles; pero ellos reiterar�n su v�tor:

—�Viva el rey y Diego de vel�zquez!

A una voz de Cort�s, el artillero Meza dispar� el primer ca�onazo, matando a tres, y as� fueron sometidos. 11[Nota11]Entre ellos figuraba —�nada menos!— uno de los mejores amigos de Cort�s en Cuba, aquel Andr�s de Duero, secretario del gobernador Vel�zquez, cuya influencia decisiva hab�a logrado el nombramiento de Cort�s como jefe de la expedici�n de M�xico.

As� que Narv�ez dej� de ser problema, regresaron a Tenochtitlan el 24 de junio, en donde acaec�an sucesos grav�simos: los indios la estaban asediando, enfurecidos por la matanza que Alvarado hab�a hecho en el Templo Mayor, confundiendo una fiesta religiosa con una conspiraci�n. Moctezuma hab�a perdido toda autoridad, y cuando mand� llamar a Cort�s para decirle algo, a �ste se le hinch� la vena del cuello, se�al inequ�voca de su iracundia. Al escuchar sus improperios contra Moctezuma, Olid le ped�a que se aplacara.

—�Y mire cu�nto bien y honra nos ha hecho este rey de estas tierras, que es tan bueno que si por �l no fuese ya fu�ramos muertos y nos habr�an comido,y mire que hasta a las hijas le ha dado! (10, II: 73).

Los mexicanos no daban cuartel a los espa�oles. Moctezuma fue invitado por Cort�s para que saliese a la azotea a calmarse; pero se rehus�. Entonces el padre Olmedo y Olid "le hablaron con mucho acato y palabras amorosas" (10, II: 182), y Moctezuma accedi� esa vez 12[Nota12]y les contest� que ya los mexicanos ten�a otro se�or y que estaban resueltos a no dejar que los espa�oles escapasen de Tenochtitlan.

—�Y as� creo que todos vosotros hab�is de morir!

La noche del 30 de junio, despu�s de haber hechado las cartas el astr�logo Botello y de que �ste formul� advertencias nefastas, Cort�s resolvi� abandonar la metrópoli azteca. En el silencio de la duermevela Gonzalo de Sandoval y Diego de Ordaz; al medio Cort�s con Crist�bal de Olid y Alonso de �vila, con "una capitan�a de cien soldados mancebos sueltos para que fuesen entre medias y acudiesen a la parte que m�s conviniese pelear" (10, II: 87); y a la retaguardia Alvarado y Vel�zquez de Le�n. 13[Nota13]Aquella noche los ojos de tigre herido de Crist�bal de Olid cobraron un brillo tremendo.

A la luz del alba, Cort�s estaba en Tacuba, viendo su desastrado ej�rcito. El 10 de julio, m�s all� de Cuautitl�n, all� fue Otumba. Enjambres de indios volvieron a salirles al paso y tuvieron que multiplicarse repartiendo estocadas y cuchilladas, invocando a Santiago en aquel trance que ya les parec�a final. "Y aunque estaban heridos ellos y sus caballos no dejaban de batallar muy como varones esforzados". Cort�s, Olid y Gonzalo de Sandoval "andaban a una parte y otra, y aunque bien heridos rompiendo escuadrones" (10, II: 95).

Olid era uno de los que, gracias a que el campo era llano, "alanceaba a su placer, entrando y saliendo".

Olid, vi�ndose libre de guerreros
enemigos, y due�o del rellano,
coloca en �l cuarenta arcabuceros,
y un numeroso cuerpo tlascalano
de flechas prevenido, y cien honderos,
para que desde lo alto al mexicano
ej�rcito a su gusto dispararan,
y de la plaza le desalojaran (11, III: 279).

—¡Ea, se�ores —dijo Cort�s—, rompamos con ellos y no quede ninguno de ellos sin herida!

E invocando a Dios y al ap�stol Santiago, seguido de Olid, Sandoval, �vila y los otros capitanes, rompi� las filas del escuadr�n mexicano. Juan de Salamanca se apoder� de la bandera del enemigo, haci�ndole poner los pies en polvorosa, entre la confusi�n de los gritos, el oro y la llama de las divisas y los penachos, las pieles de los caballeros �guilas y el furor de la sangre. �El capit�n Olid, resplandeciente de c�lera, se hab�a burlado otra vez de la muerte! Aquella batalla, en la que los ojos pecadores de Bernal D�az no le permitieron ver a Santiago blandiendo la espada, les facilit� el paso hac�a Tlaxcala, en donde habr�an de tomar nuevo aliento para resarcirse del desastre.

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