Viejos y j�venes

(CARTA DE MIGUEL DE UNAMUNO)

Sr. D. Emilio F. Vaamonde.

Mi muy estimado amigo: Acabo de leer el art�culo "Viejos y j�venes", que en el Madrid c�mico dedica usted a rebatir al que nuestro com�n amigo "Zeda" public� en La �poca bajo el t�tulo de "Los hijos de Lear". No puedo resistir el deseo de escribirle cuatro l�neas acerca de ello.

No me parece que tiene raz�n nuestro amigo al poner la literatura de los que se van sobre la de los que vienen. Lo que hay es que a la �ltima producci�n de la decadencia de un viejo se la ve a trav�s de su obra toda, y a la primera de un joven no es posible verla desde el futuro. Hasta que aprendemos a un autor no sabemos apreciarle.

Pero si no estoy conforme con el amigo "Zeda", tampoco lo estoy con usted. Tomo en cierto modo la diagonal, constituy�ndome as� en hipotenusa, y dej�ndoles a ustedes de catetos.

Tal vez sea cierto, en efecto, que, como usted dice, la juventud espa�ola actual es en extremo prudente y respetuosa con exceso; pero es el caso, amigo Vaamonde, que gran parte de ella, por lo menos, est� corro�da de una �ntima soberbia, de una soberbia luciferina.

He o�do a un joven quejarse con acrimonia de que los viejos, los que dan la alternativa, no le hac�an caso, y aun sospecho que el infeliz est� en camino de dar con la monoman�a de la conspiraci�n del silencio. Pero �cree usted que la solicit� en debida forma esa ayuda de cuya falta se queja? Los favores se deben pedir, y el llamar la atenci�n sobre un ingenio incipiente no es m�s que un favor al ingenio mismo y al p�blico. Y puesto que el p�blico no lo pide, que lo pida el mismo interesado. Porque la cosa es sencilla. Eso de que un viejo elogie la obra de un joven, as�, de b�bilis b�bilis, y sin que se lo pida �ste, no sirve m�s que para llenar de necia presunci�n al principiante, y, lo que es m�s triste, para incubar un ingrato. Cr�a cuervos y te sacar�n los ojos.

Otra cosa es si se trata de despanzurrarle. Para dar un palo ni hay que pedir permiso al recipiendario ni esperar a que �ste, en virtud del derecho al castigo, lo pida, puesto que siempre lo est� pidiendo otro interesado, el p�blico. Y el cr�tico, representante del p�blico, y no de la parte, debe ser fiscal. Si no hay culpa pide el sobreseimiento y se calla; si cree que la hay, acusa. Y all� los abogados defensores. Pero dejo esto de la cr�tica. de que alg�n d�a espero escribir largo.

La soberbia de los j�venes es lo que m�s les impide conseguir sus deseos. Y su poca fe es lo que les impide mirar al porvenir.

Tal vez me dir� usted que si los j�venes son soberbios, los viejos son taca�os. Me llevar�a muy lejos el justificar la taca�er�a de �stos, pero cr�ame que esto es mucho m�s f�cil que excusar la soberbia de aqu�llos. Porque un joven apenas tiene motivos para ser soberbio, mientras a un viejo para ser taca�o �le sobran tantos!

La cuesti�n capital en todo esto es econ�mica. No sirve declamar contra los viejos. Tienen derecho a la vida, y si han sido �tiles, tienen derecho a una recompensa lo m�s proporcionada a sus servicios. Y como quiera que el trabajo literario no est� retribuido en Espa�a de manera que quepa hacer ahorros ni hay suficientes derechos pasivos, se resarcen los viejos explotando su antiguo prestigio. Nada m�s justo que el "no hay que empujar". Lo que todo viejo sensato debe procurar es crearse una familia literaria, que haya de ser el b�culo de la vejez de su prestigio.

Pero hay en nuestra literatura algo m�s triste que esta trist�sima cuesti�n de j�venes y viejos, y es la cuesti�n de los "cotarros" y cofrad�as. Es una plaga pestilente, y una de dos: o se rompe la pluma, renunciando de una vez a las pompas y vanidades de la literatura, o hay que resignarse al contagio. Por mi parte, amigo Vaamonde, sinti�ndome esclavo de la vanidad, procuro acomodarme a la parte del cotarro, y en vista de que �sta toma color regionalista, me dedicar� a elogiar, as� que crea lo merecen, a los "m�os" y s�lo a ellos. Esto de "m�os" reconocer� usted que tiene gracia, aun cuando no sea original. Los ciegos de Par�s no tienen por qu� cantar las glorias de los prusianos, pues para eso est�n los de Berl�n; los ciegos, se entiende. Tengo yo reservado en "mi" pueblo un chico de sorpresa, que... ver� usted qu� prodigio. Vuelvo a llamarle la atenci�n sobre la gracia de eso de "mi pueblo", advirti�ndole de paso que tampoco es original, aunque gracioso, lo de poner el "mi" en bastardilla. Es por si se le escapaba a usted la intenci�n.

Si hubiese usted pasado como yo por siete oposiciones, en cinco de opositor, y en dos de juez de ellas, habr�a visto en extracto concentrado, y sin hipocres�a, todo eso de los viejos y los j�venes y de los cotarros y las cofrad�as. �Qu� de lecciones aplicables a la brega literaria!.

Mas como esto bien merece otra carta, cierro �sta dese�ndole a�ne a los entusiasmos irreflexivos de su juventud presente la reflexiva marruller�a de su vejez futura. Que usted la alcance dilatada, feliz, fresca, es lo que desea su amigo Miguel de Unamuno. —En Salamanca, a 9 de abril de 1898.

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