Baroja, 1898

Setenta a�os de intervalo han hecho el milagro de convertirnos aquel Baroja desorbitado y harag�n, incapaz de una acci�n continuada y eficaz, en el primer novelista de nuestro tiempo. Con ello ha logrado desmentir rotundamente aquella profec�a del chirle pedagogo de sus a�os infantiles, que a cada instante le advert�a: "�Baroja, no ser�s nada!"

Fueron aquellos sus a�os infantiles iniciadores y fecundadores del eterno esp�ritu andariego del novelista. Las andanzas de su padre —el ingeniero oficial D. Seraf�n Baroja— le hicieron danzar de la Ceca a la Meca por los cuatro rincones de la Pen�nsula. Si bien en la partida de nacimiento consta haber nacido en 1872, en el n�mero 6 de la calle Oquendo, de San Sebasti�n, antes de cumplir los cinco a�os, rod� aquella compacta familia hacia el centripetismo oficioso de la Villa y Corte.

Vivi� aquel primer par de a�os de su vida madrile�a en lo que por entonces pod�a considerarse las afueras de la Villa, en la barriada conocida por la Era del Mico, serie de casas m�s o menos diseminadas en las zonas comprendidas hoy entre la glorietas de Bilbao y Quevedo. Era la parte verbenera de Madrid, con una serie de tiosvivos y columpios permanentes y un sinn�mero de ciegos cantando la �ltima habanera o relatando ante un cartel�n, rodeado de papanatas, las haza�as del �ltimo criminal. Todas estas impresiones infantiles, y las m�s fuertes a�n recogidas en sus visitas subrepticias a un viejo cementerio abandonado de las proximidades, formaron en la imaginaci�n del peque�o Baroja un mundo fant�stico, que estamos por creer que todav�a —para bien de nuestra novel�stica— no ha soltado del todo.

Dur� poco el empleo de D. Seraf�n en el Instituto Geogr�fico de Madrid, y pronto tomaron trenes y diligencias para las tierras a�n no muy pacificadas de Navarra. En Pamplona se termin� de "formar" la mentalidad fantasmag�rica de Baroja. Cinco a�os dur� su esancia all�, y en la capital de Navarra hubo de almacenar, a un admirable un�sono, fant�sticas leyendas y suspensos inexplicables. "Pamplona era entonces un pueblo extra�o, se viv�a como en tiempos de guerra; de noche se levantaban los puentes levadizos y quedaban no s� si uno o dos portones abiertos. Pamplona era un pueblo divertid�simo para un chico."

Fueron aquellos a�os de exuberante fantas�a para el futuro novelista. Juntamente con su hermano Ricardo vivi� las grandes horas de los personajes de Julio Verne y de Defoe. Este �ltimo, sobre todo, dej� en P�o ese esp�ritu "robinsoniano" que siempre ha parecido caracterizarle.

Hacia el a�o 1886, de nuevo D. Seraf�n fue destinado a la capital del reino. Otro viaje entretenido, ya completamente en ferrocarril, y una serie de suspensos y aprobados septembrinos, que sacaron adelante el bachillerato y los primeros a�os de estudios m�dicos al futuro novelista. "El bachillerato —dir� m�s tarde Baroja— me dej� dos o tres ideas en la cabeza, y me lanc� a estudiar una carrera como quien toma una p�cima amarga." Estos a�os de estudiante, tan magistralmente descritos, en la que para muchos es la mejor novela de don P�o —El �rbol de la ciencia—, hubieron de continuar y dar fin en la entonces lejana Universidad de Valencia; ya que los continuos ajetreos administrativos lanzaron al tan llevado y tra�do D. Seraf�n, en uni�n de su familia, hacia la capital levantina.

La vida estudiantil de P�o parec�a ir por no mejores caminos que haya ido en Madrid, y hasta quiso en m�s de una ocasi�n colgar los libros de texto. Pero no lo hizo porque ten�a la seguridad de que si abandonaba aquella carrera, su padre le obligar�a a seguir otra, y a �l lo que le interesaba era disponer de tiempo para devorar informes folletones y novelones inacabables, mientras su imaginaci�n herv�a calenturientamente, tumbado cara al cielo, contemplando sin verlo el desfile mon�tono de las nubes.

Por estas fechas comenz� Baroja a emborronar las primeras cuartillas: muchos cuentos, muchas novelitas cortas, que la gente encontraba malas, porque no se parec�an en nada a las de Teodoro Bar� o Alfonso P�rez Nieva, que eran los que privaban por entonces.

Un buen d�a se le ocurri� la idea de enviar algunos art�culos, un tanto pol�micos, a La Uni�n Liberal, de San Sebasti�n, diario cuya redacci�n guardaba inextinguible afecto hacia D. Seraf�n. Pocas semanas m�s tarde dieron la fiesta m�s inolvidable al hijo del ingeniero, el d�a que �ste pudo ver no s� qu� asunto tipografiado limpiamente por encima de su nombre y sus dos apellidos en letras de molde.

En 1893 regres� Baroja a Madrid, esta vez solo, dispuesto a doctorarse en medicina; estos estudios los tom� con m�s ah�nco y parece que su tesis —"El dolor: estudio psicol�gico"— no fue una de las peores del a�o. En su deambular por caf�s y librer�as de viejo, conoci� por entonces un sinf�n de periodistas. Uno de ellos le present� a Francos Rodr�guez, que dirig�a La Justicia, �rgano period�stico del republicanismo salmeroniano. En aquella redacci�n se "hizo" period�sticamente P�o Baroja. En la colecci�n de este peri�dico encontrar� el investigador barojiano una serie de trabajos an�nimos, art�culos de pura pol�mica en su mayor parte.

Con motivo de la muerte de su hermano Dar�o, regres� Baroja a la alegre casita de Burjasot, donde viv�a el resto de su familia. All� transcurrieron para �l horas de pl�cida holgazaner�a, hasta que un d�a tropez� en un peri�dico con el anuncio de la plaza de un m�dico titular en el pueblo de Cestona. En varias ocasiones ha escrito D. P�o su vida de m�dico de pueblo, pero lo mismo que la medicina te�rica, la pr�ctica tampoco iba con su car�cter, y un buen d�a dej� al Ayuntamiento de la villa guipuzcoana buscando un nuevo titular.

A instancias de su t�a Juana Nessi, se hizo cargo de la administraci�n de una tahona que pose�a esta parienta junto al convento de las Descalzas madrile�as. Mal que bien, fue sacando adelante el negocio panadero, hasta que muri� la t�a, y se ech� el cierre. Ocurri� esto el a�o 1897, a�o en que puede considerarse naci� p�blicamente el novelista Baroja. Si bien como �nicas muestras pr�cticas s�lo pueden presentarse algunos cuentos publicados en El Pa�s Vasco, y otros —los mejores— en la revista — donde coincidi� por primera vez con el grupo que hab�a de tomar el r�tulo sangrante del "98".

Aquellos d�as de desastre s�lo tuvieron un sentido pol�tico-filos�fico para los del grupo, borrachos de la reciente lectura de la Philosophie de Nietzsche, glosada por el franc�s Lichtemberger, y explicada personalmente por el suizo Paul Schmidt, inseparable de los escritores de la generaci�n. Baroja se crey� un tanto el representante del fil�sofo alem�n en estas tierras, y escribi� m�s de un art�culo sobre sus ideas y sentimientos.

"Azor�n", que le ha pintado en aquellos d�as juveniles, ya calvo y con una barbita puntiaguda y rubia, lleno de aire misterioso y herm�tico, ha sido el que ha remozado hoy su viejo amor por lo extra�o y parad�jico, su admiraci�n por los pueblos castellanos, tan sombr�os y tan austeros, y su primitiva inclinaci�n por todas las cosas de Espa�a. Ya que, contra todo lo que suele decirse en otro sentido, la generaci�n del "98" ha sido el primer grupo juvenil ansioso y pleno de verdadero patriotismo.

"De nuestro amor a Espa�a, responden nuestros libros". No hay uno solo de los libros de este grupo de escritores que no transpire espa�olismo efectivo; lejano, bien es verdad, de aquel patrioterismo a que estaban acostumbradas las viejas generaciones, pero espa�olismo de la m�s honda y aut�ctona ra�z.

* Autobiograf�a de P�o Baroja

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