Corresponde a la sesi�n de GA 5. UN TIPO DE CUIDADO
Uno de los mayores bribones de la literatura mexicana es Pedro Sarmiento, a quien sus amigos apodan Periquillo Sarniento, debido a su forma de vestir (en la que predominan los colores de un perico) y por haber padecido sarna alguna vez.
Periquillo, con el af�n de no ganarse la vida trabajando, como lo exige una existencia honrada; recurre a la mentira, el enga�o y la trampa, adem�s de aliarse con verdaderos ladrones y estafadores que lo inmiscuyen en diversos embustes y delitos. Sin embargo, recibe duros castigos por cada falta cometida. El se arrepiente y, al final de su vida, escribe sus memorias para aconsejar a sus hijos y al lector que act�en con honestidad.
La obra, formada con las supuestas memorias de Pedro Sarmiento, fue escrita en realidad por Jos� Fern�ndez de Lizardi, y se constituy� como la primera novela de M�xico e Hispanoam�rica, titulada El Periquillo Sarniento.
De ella se transcriben, en seguida, algunos pasajes, en los que un amigo propone a Perico robar la casa de una viuda.
En el que nuestro autor refiere su prisi�n, el buen encuentro de un amigo que tuvo en ella, y la historia de �ste.
Despu�s de muchos debates que tuvimos sobre la materia antecedente, le dije a Januario:
�ltimamente , hermano, yo te acompa�ar� a cuanto t� quieras, como no sea a robar; porque, la verdad, no me estira ese oficio; y antes quisiera quitarte de la cabeza tal tontera.
Januario me agradeci� mi cari�o; pero me dijo que si yo no quer�a acompa�arlo, que me quedara; pero que le guardara el secreto, porque �l estaba resuelto a salir de miserias aquella noche, topara en lo que topara; que si la cosa se hac�a sin esc�ndalo, seg�n ten�an pensado �l y el P�pilo, a otro d�a me traer�a un capote mejor que el que me hab�a jugado, y no tendr�amos necesidades.
Yo le promet� guardarle el m�s riguroso silencio, d�ndole las gracias por su oferta y repiti�ndole mis consejos con mis s�plicas, pero nada bast� a detenerlo. Al irse me abraz�, y me puso al cuello un rosario, dici�ndome:
Por si tal vez por un accidente no nos vi�ramos, ponte este rosarito para que te acuerdes de mi.
Con esto se march�, y yo me qued� llorando, porque le quer�a a pesar de conocer que era un p�caro...
Embutido en una puerta y oculto a merced del poco alumbrado de la calle, observ� que como a las diez y media llegaron a la casa destinada al robo dos bultos, que al momento conoc� eran Januario y el P�pilo: abrieron con mucho silencio; emparejaron la puerta, y yo me fui con disimulo a encender un cigarro en la vela del farol del sereno que estaba sentado en la esquina.
...o�mos abrir un balc�n y dar unos gritos terribles a una muchacha que sin duda fue la criada de la viuda:
Se�or sereno, se�or guarda, ladrones; corra usted, por Dios, que nos matan!
...vuelta en s� del desmayo, llam� el sargento a la criada para que viera lo que faltaba en la casa. Ella la registr�, y dijo que no faltaba m�s que el cubierto con que estaba cenando su ama, y el hilito de perlas que ten�a en el cuello... Yo estaba con el farol en la mano, desembozado el sarape y con aquella serenidad que infunde la inocencia; pero la malvada moza, mientras estaba dando esta raz�n, no me quitaba un instante la vista repas�ndome de arriba abajo. Yo lo advert�, pero no se me daba nada, atribuy�ndolo a que no le parec�a muy malote.
Pregunt�le el sargento si conoc�a a alguno de los ladrones, y ella respondi�:
-S� , se�or; conozco a uno que se llama se�or Januario, y le dicen por mal nombre Juan Largo, y no sale de este truquito de aqu� a la vuelta, y este se�or lo ha de conocer mejor que yo.
A ese tiempo me se�al�, y yo qued� mortal, como suelen decir...
...el sargento ... le pregunt� a la muchacha:
-�Y t�, hija, en qu� te fundas para asegurar que �ste conoce al ladr�n?
- Ay , se�or - dijo la muchacha -, en mucho, en mucho! Mire su merc�, ese zarape que tiene el se�or es el mismo del se�or Juan Largo, que yo lo conozco bien, como que cuando sal�a a la tienda o a la plaza no m�s me andaba atajando, por se�as que ese rosario que tiene el se�or es m�o, que ayer me agarr� ese p�caro del desgote de la camisa y del rosario, y me quer�a meter en un zagu�n, y yo estir� y me zaf�, y hasta se rompi� la camisa, mire su merc�, y mi rosario se le qued� en la mano y se revent�; por se�as que ha de estar a�idido y le han de faltar cuentas, y es el cord�n nuevecito; es de cuatro y de seda rosada y verde, y en esa bolsita que tiene ha de tener dos estampitas, una de mi amo se�or San Andr�s Avelino y otra de Santa Rosal�a.
Fr�o me qued� yo con tanta se�a de la maldita moza, considerando que nada pod�a ser mentira, como que el rosario hab�a venido de mano de Januario, y ya �l me hab�a contado la afici�n que le ten�a.
El sargento me lo hizo quitar; descosi� la bolsita, y dicho y hecho, al pie de la letra estaba todo conforme hab�a declarado la muchacha. No fue menester m�s averiguaci�n. Al instante me trincaron codo con codo con un portafusil, sin valer mis juramentos ni alegatos,...