Corresponde a la sesi�n de GA 3.8 EL PORFIRIATO
Hasta la Restauraci�n de la Rep�blica, el ideal de "orden y progreso" no hab�a podido concretarse en una realidad. Los continuos levantamientos de militares y caciques locales y la autonom�a que el sistema federal otorgaba a los estados, muchas veces entendida de acuerdo a los intereses particulares de cada entidad, hab�an impedido la estabilizaci�n del pa�s y la puesta en marcha de un proyecto econ�mico que lo modernizara.
A la muerte de Ju�rez, en 1872, asumi� la presidencia de la Rep�blica Sebasti�n Lerdo de Tejada, quien intent� eliminar el clima de inestabilidad que imperaba en el pa�s buscando ser reelegido. Este intento provoc� la oposici�n de antiguos liberales encabezados por el oaxaque�o Profiri� D�az Mori.
En 1876, D�az acaudill� la llamada Rebeli�n de Tuxtepec en contra de la reelecci�n de Lerdo. En el Plan de Tuxtepec se desconoc�a a Lerdo como presidente, se elevaba a rango de ley suprema la no reelecci�n de presidente y gobernadores y, despu�s de una modificaci�n, se establec�a que Jos� Mar�a Iglesias, presidente de la Suprema Corte de Justicia, ser�a nombrado presidente interino
Iglesias no acept� la propuesta del Plan de Tuxtepec. Sin embargo el levantamiento se extendi� por todo el pa�s y, el 23 de noviembre de 1876, Profiri� D�az entr� triunfante a la ciudad de M�xico siendo elegido, poco tiempo despu�s, presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. As�, bajo la bandera de la no reelecci�n, se iniciaba una historia de continuas reelecciones.
Una vez en el poder, D�az logr� mantener en orden al pa�s sacrificando la libertad. Para ello fortaleci� al ej�rcito, que fue el encargado de eliminar cualquier intento de rebeli�n, incluy� en su gabinete a personas de toda su confianza y se rode� de un grupo de intelectuales, llamado "los cient�ficos", que elabor� los proyectos econ�micos, culturales y educativos que "modernizar�an" al pa�s y que hab�an sido so�ados desde la Independencia.
El gobierno porfirista cre� las condiciones para que M�xico se integrara a la econom�a mundial, era un momento - fines del siglo XIX - en que los pa�ses industrializados del mundo buscaban nuevos mercados. De acuerdo con dicha integraci�n, se construy� una extensa red de l�neas ferroviarias que uni� a las poblaciones, ampliando con ello la circulaci�n de las mercanc�as, adem�s, se impuls� la inversi�n de capitales extranjeros y nacionales en la industria, reduciendo impuestos y otorgando concesiones para la explotaci�n de minas y petr�leo, principalmente.
Las oportunidades de empleo, en las industrias de las ciudades atrajeron hacia ellas a una gran masa de campesinos a quienes era ya imposible vivir del campo. La idea liberal de distribuir la tierra en peque�as propiedades hab�a dado lugar, desde mediados del siglo XIX, a una serie de leyes que permitieron el desarrollo de grandes latifundios, despojando de sus tierras a los campesinos y a los pueblos ind�genas que hab�an logrado conservar sus propiedades comunales. Este problema se agudiz� durante el Porfiriato con la expedici�n de la Ley de colonizaci�n y deslinde de terrenos bald�os.
Una de las preocupaciones del gobierno porfiriano fue mantener al pa�s eficientemente comunicado. Los tel�grafos y los ferrocarriles, como el de la ilustraci�n, jugaron un papel importante en el proceso.
Sin medios para vivir, los campesinos y los ind�genas se sublevaron en muchas ocasiones para reclamar su derecho a la tierra, pero fueron duramente reprimidos por el ej�rcito o deportados de sus regiones de origen, como en el caso de los indios yaquis que, al sublevarse, fueron trasladados a los campos henequeneros de Yucat�n. Los que emigraron a las ciudades, formaron cinturones de miseria y fueron v�ctimas de los abusos de los propietarios de las industrias quienes obtuvieron enormes ganancias a costa de los bajos sueldos que pagaban.
Gran parte de los ind�genas y campesinos que permanecieron en el campo tuvieron que emplearse en las haciendas, que se hab�an anexado una enorme cantidad de tierras pertenecientes a comunidades ind�genas y de campesinos. La peque�a propiedad no se hab�a convertido en una realidad y la gran propiedad se hab�a acrecentado. Los trabajadores de las haciendas, denominados peones, tambi�n padecieron de la explotaci�n de los hacendados: los jornales eran bajos y muchas veces pagados en especie a trav�s de la tienda de raya en la que los productos ten�an un precio m�s alto que en los mercados, lo que convert�a a los peones en eternos deudores de la tienda de raya, at�ndolos de por vida a la hacienda.
La asimilaci�n de los campesinos e ind�genas al trabajo asalariado y, con ello, a la necesidad de comprar lo que antes produc�an en su propia tierra, junto con el desarrollo de las ciudades, acrecent� la necesidad de elaborar m�s mercanc�as y de introducir nuevas tecnolog�as en los procesos de elaboraci�n de productos.
El proyecto modernizador del Porfiriato inclu�a a la esfera cultural. La apertura a Europa provoc� la influencia de corrientes intelectuales extranjeras -principalmente francesas- en las artes mexicanas. A pesar de ello, hubo una tendencia a describir aspectos tradicionales de la vida del pa�s llamada nacionalismo . Como principales exponentes del nacionalismo de esa �poca destacaron, en la pintura, Jos� Mar�a Velasco y en la literatura Ignacio Manuel Altamirano. La obra del historiador Vicente Riva Palacio, quien coordin� la elaboraci�n de M�xico a trav�s de los siglos, estudio en el que se recupera, organizadamente, el pasado del pa�s, es uno de los productos m�s logrados de la cultura en la etapa porfiriana.
Como producto de la influencia cultural francesa se adopt� en M�xico la filosof�a positivista, que tiene como uno de sus principios el de ordenar y organizar la libertad. El positivismo se adecuaba perfectamente a la pol�tica social y econ�mica del r�gimen porfirista, y tuvo influencia en la definici�n del m�todo de las ciencias, pues expresa un conjunto de ideas sobre el conocimiento del universo. Durante el Porfiriato se prest� especial inter�s al fomento de la educaci�n - "una educaci�n que diera un nuevo sentido de identidad y cohesi�n nacionales"-, que se basara en las ciencias y tuviera car�cter laico. Esta tendencia educativa es conocida con el nombre de "educaci�n cient�fica" y tuvo entre sus bases los principios del positivismo.
La modernizaci�n econ�mica y cultural de la �poca transform� la vida de una buena parte de los habitantes del pa�s. La modernizaci�n de los procesos productivos, sobre todo los empleados en la miner�a, la extensi�n de la red ferroviaria -que creci� hasta m�s de 20 000 kil�metros durante el r�gimen- y por lo tanto el acortamiento de las distancias y el auge de las industrias, en especial la petrolera, entre otros aspectos, provoc� la incorporaci�n de tecnolog�a avanzada en las actividades cotidianas de la poblaci�n. El tel�fono apareci� durante esta �poca, la electricidad proporcion� un sistema m�s efectivo para el alumbrado y el transporte, como en el caso del tranv�a.
Sin embargo la modernizaci�n de la econom�a no logr� aliviar las carencias de la gran mayor�a de la poblaci�n, que se hizo evidente con una severa disminuci�n de la producci�n agr�cola durante la aguda crisis econ�mica acontecida en 1907. Aunado a ello, las continuas reelecciones de D�az a la presidencia despertaban el descontento de diversos sectores medios e intelectuales. Esta oposici�n se manifest� -a pesar de la represi�n del r�gimen-, a trav�s, sobre todo de diversos peri�dicos como El hijo del Ahuizote, dirigido por Daniel Cabrera, o El Dem�crata en el que, colaboraba Ricardo Flores Mag�n.
La fundaci�n del Partido Liberal Mexicano, desde principios del siglo xx, era una clara se�al del descontento contra el r�gimen porfirista. El Partido Liberal buscaba el restablecimiento del principio de no reelecci�n y la liberaci�n de obreros y campesinos de la opresi�n y la pobreza en que viv�an. Las nuevas generaciones buscaban un cambio y �ste habr�a de precipitarse, hac�a 1910, con un movimiento armado: la Revoluci�n Mexicana.