Se perfiló entonces la candidatura del doctor Marín, que contaba con la bendición del doctor Chávez y de Gómez Hornedo. Sin embargo, al mismo tiempo se formó el Círculo Electoral Independiente, que presentó la candidatura de Rafael Arellano, un hombre muy popular cuya participación en la vida política había sido hasta entonces limitada.
Sucedió entonces lo que no volvería a suceder durante los siguientes 30 años: el triunfo de un candidato independiente. A pesar de las maniobras de Librado Gallegos, el gobernador interino, que trató de manipular las elecciones y de condicionar el voto de los ciudadanos, y pese a las influencias de los patrocinadores del doctor Marín, que desde la ciudad de México trataron de consumar una burda imposición, el triunfo de Arellano fue tan claro y rotundo que no hubo más remedio que reconocerlo.
Sintomáticamente, los resultados precisos de las elecciones nunca se publicaron, con toda seguridad por la gran cantidad de anomalías que se presentaron, aunque sí se reconoció mediante un decreto especial que Arellano obtuvo "el mayor número de sufragios".
Arellano representaba algo así como la facción moderada del partido liberal. Era un hombre extremadamente recto, que había prosperado como agricultor pero que seguía viviendo de una manera muy austera. Como gobernador se distinguió por la severidad con la que manejó las finanzas públicas, suprimiendo muchos gastos e informando con el mayor escrúpulo del destino dado a cada partida. Además, inició las obras de construcción del teatro Morelos, el cual sería inaugurado en 1885.
A Arellano lo sucedió Francisco Gómez Hornedo, quien fue electo gobernador para un segundo periodo de cuatro años que dio inicio el primero de diciembre de 1883. Al término de su gestión, que se distinguió por la inauguración del ferrocarril que comunicaba la ciudad de Aguascalientes con las de México y Paso del Norte, Gómez Hornedo estaba convertido en el hombre de mayor confianza de Porfirio Díaz. Quería reelegirse, pero la Constitución se lo impedía. Se mencionaron entonces varios nombres, entre otros los de Miguel Velázquez de León y Rafael Arellano, pero al parecer ambos se negaron a aparecer como candidatos en la contienda. Se habló de la posibilidad de reformar al vapor la Constitución para permitir que Hornedo continuara al frente del gobierno, pero muchos liberales se sintieron ofendidos. Finalmente, a fines de mayo de 1887 Miguel Guinchard y Agustín R. González viajaron con la representación del gobernador a la ciudad de México y se entrevistaron con el presidente Díaz, cuya "influencia moral" solicitaron a fin de darle a la candidatura de Alejandro Vázquez del Mercado el debido prestigio.
Pese a ello, el licenciado Jacobo Jayme lanzó también su propia candidatura; gozaba de muchas simpatías y prometía unas elecciones muy reñidas. Se publicaron dos periódicos: El Bien Público, en el que se promovía la candidatura de Vázquez del Mercado, y La Voz Pública, en el que los partidarios de Jayme hacían lo propio. Entre ambos se trabó un combate en el que más que argumentos hubo insultos. Pocos días antes de las elecciones, que estaban programadas para el domingo 7 de agosto de 1887, Jacobo Jayme retiró sorpresivamente su postulación, lo cual le allanó el camino a Vázquez del Mercado.
No se trataba en realidad de un gobernador electo, sino de un gobernador designado por el que ya para entonces era el único elector: el general Porfirio Díaz, presidente de la república. En la prensa de la ciudad de México se dijo incluso que el pueblo de Aguascalientes, que tenía una confianza ciega en la perspicacia de don Porfirio, esperaba a su nuevo mandatario con verdadera ilusión.
Ya como gobernador, lo primero que hizo Vázquez del Mercado fue estampar su firma en un decreto mediante el cual el pueblo de Aguascalientes le daba las gracias a Hornedo, su antecesor y uno de los más importantes promotores de su candidatura, "por el patriotismo, abnegación y acierto con que gobernó al estado". Un poco después, ya con la intención obvia de rendirle culto y de armarlo para futuras lides, Vázquez del Mercado le entregó a Hornedo una "medalla conmemorativa honorífica", que según se dijo era, no el símbolo del afecto que le profesaban sus amigos, sino "el testimonio elocuente de gratitud de todos los hijos del estado".
Todo estaba preparado para que Hornedo se convirtiera de nuevo en gobernador en 1891. Lo único que se lo impidió fue su prematura y sorpresiva muerte, que tuvo lugar el 22 de marzo de 1890. El beneficiario directo e inesperado de este deceso fue Vázquez del Mercado, que se reeligió y que se convirtió, andando el tiempo, en el porfirito de la localidad.
En 1895 le entregó el cargo a Rafael Arellano, el cual fue sucedido, en 1899, por Carlos Sagredo. Vázquez del Mercado regresó en 1903. Colocó a sus favoritos en el Congreso y en las jefaturas de los partidos políticos, gozó como pocos esa fantasía colectiva que se llamó progreso y se dedicó a cultivar su propia personalidad. Ya no era Vázquez del Mercado sino don Alejandro, gobernador vitalicio del estado, impulsor necesario de cualquier nueva empresa, amo y señor de la política local. En 1910, cuando le hablaron de los maderistas y de Alberto Fuentes Dávila, un loco que quería ser gobernador del estado, le dio risa. Nunca pensó que el fin del régimen que lo había encumbrado estuviera tan cercano.
Conviene recordar que el Porfiriato, pese a la frecuencia y la falta de rigor con las que en la bibliografía histórica se emplea este término, no fue una dictadura en el sentido lato del término. De hecho sólo en contadas ocasiones fue necesario recurrir a la fuerza para imponer un candidato o sofocar la indignación de los trabajadores. Es indudable que había en torno a la figura de don Porfirio y de su régimen un notable consenso, que era hijo de la pacificación del país y de los indudables progresos que en este contexto se habían experimentado.
Por otra parte, aunque tal vez nos resulta ahora difícil entenderlo, la mayor parte de la población apreciaba en mucho el tesoro de la paz, que era el primero y el mayor de los bienes que había llevado consigo el Porfiriato. Después de que durante casi setenta años el país se había visto sumido en interminables, costosas y sangrientas guerras, que entre otras cosas significaron la pérdida de la mitad del territorio nacional y la absoluta parálisis de todos los negocios, se tenía el más elevado concepto de la época que se inauguró con el arribo del general Díaz al poder.
Por todo ello es indispensable evaluar con detenimiento las características y los alcances del progreso económico que experimentó el país durante el Porfiriato. Más aún cuando el pequeño estado de Aguascalientes se convirtió en uno de los escenarios privilegiados por los grandes inversionistas, al grado de que en unas cuantas décadas la entidad y sobre todo su capital eran puestas como ejemplo de lo que en México se había logrado gracias al empeño pacificador de don Porfirio.