Como señala Cramaussel, en los primeros años los habitantes de Santa Bárbara
enfrentaron grandes dificultades para emprender los trabajos mineros y agrícolas,
así como para mantener la comunicación con el sur de la Nueva Vizcaya y con
el resto del virreinato. El reducido número de españoles hacía muy difícil la
tarea de conseguir trabajadores entre los indios, que se mostraban reacios a
trabajar para los europeos. Por tal razón estos primeros pobladores españoles
recurrieron a métodos violentos para conseguir la preciada mano de obra. La
resistencia de los indios a someterse al mandato español fue el pretexto para
organizar capturas masivas de indios y para remitirlos luego a las minas y estancias,
donde vivían incluso atados en colleras. Como se comprenderá, esa violencia
española comenzó a generar inquietud y animadversión la población indígena.
FUENTE: Robert H. Schimdt, "Chihuahua, tierra de contrastes geográficos", en Historia General de Chihuahua I, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez-Gobierno del Estado, 1992, p. 94.
Para sostener un punto de avanzada en una porción tan alejada de la ciudad de México, del Bajío, de Zacatecas es decir, del corazón del virreinato de la Nueva España -, los españoles se vieron obligados a dedicarse ellos mismos a las siembras. Los intercambios iniciales con tepehuanes y tarahumaras no eran una fuente de magnitud considerable. Los primeros pobladores, muchos de ellos antiguos soldados, recibían diversos privilegios de la Corona para asegurar su permanencia. Entre esos privilegios se destacaba el hecho de que después de cinco años de residencia se convertían en propietarios definitivos de la tierra que habían recibido mediante merced de la Corona; del mismo modo, los primeros pobladores no podían ser despojados del agua otorgada; como "vecinos" que eran tenían derecho a elegir a las autoridades locales y a recibir trabajadores indios antes que los demás. En los asentamientos españoles los "vecinos" eran la minoría compuesta por aquellos que podían elegir y ser elegidos en los cargos del gobierno local. En términos demográficos, el número de vecinos no era igual al número de habitantes, porque no se incluían ni a familiares ni a sirvientes.
Años más tarde, en 1574, la ocupación española de Santa Bárbara ganó fuerza con la creación de un convento franciscano en un punto que más tarde se conocería como Valle de San Bartolomé (el actual Valle de Allende). Esta población se hallaba en una zona fértil, regada por un río que más tarde llevaría el nombre del pueblo. Allí mismo algunos vecinos de Santa Bárbara habían obtenido algunas mercedes de tierra y agua para sembrar trigo y frutales.
La minería de Santa Bárbara —y más tarde las de los cercanos minerales de San Juan y de Todos Santos (1591)— no tenía la riqueza que los españoles esperaban, pues de hecho se limitaba a la explotación de depósitos superficiales de oro y plata. A pesar de eso, los indios de México y Michoacán, que habían formado parte de la expedición de Ibarra, así como los esclavos negros, no bastaban para satisfacer la demanda de trabajadores que requerían las minas y estancias de los españoles. Los vecinos de Santa Bárbara expresaban repetidas quejas acerca de la escasez de trabajadores en su comarca.
La ocupación europea descansaba en el trabajo de los indígenas; para garantizar esa fuerza de trabajo los españoles recurrían a varios métodos. Ya se ha mencionado el más simple: la captura de indios. Pero había otros dos más complejos: la encomienda y el repartimiento. Mediante el primero, la Corona otorgaba derechos al encomendero sobre un número de indios que debían pagar tributo, ya fuera en especie o en trabajo; a cambio, el encomendero debía respaldar la labor de evangelización de sus indios encomendados. El repartimiento, por su parte, era un sistema de asignación de trabajadores temporales que se regulaba de común acuerdo entre las autoridades españolas y las autoridades de los pueblos o localidades indias. Estos métodos, sin embargo, no lograron afianzarse en Santa Bárbara en el siglo XVI; por ello el método más exitoso continuó siendo el de la caza de indios.
La fundación de Santa Bárbara y de Valle de San Bartolomé marcó el principio de las relaciones de trabajo entre los españoles y los indígenas en esta zona. Eran relaciones en gran medida coercitivas, marcadas por la tensión y la violencia. Vale decir, sin embargo, que también hubo casos de indígenas que decidieron acomodarse por su cuenta y riesgo en los establecimientos españoles.
Las encomiendas otorgadas por la Corona en estos años en Santa Bárbara encubrían una realidad definida por la violencia que encerraba la captura de indios. Estas encomiendas otorgadas en Santa Bárbara no incluían el pago de tributos. Este sería un rasgo distintivo del septentrión novohispano: a diferencia de los indios del centro del virreinato, los del norte no pagarían tributos, en gran medida por el estado de guerra. Algunos indios prefirieron huir a la sierra o a otros lugares antes que verse sometidos a la explotación de los españoles. Es muy probable también que con esta violencia se iniciaran movimientos de población indígena que dificultan ahora el estudio de la situación de ésta al momento del contacto: no es difícil que los seminómadas se hicieran nómadas y que los nómadas confirmaran su nomadismo moviéndose a lugares nuevos mezclándose con otros grupos.
Otro problema fueron las enfermedades transmitidas por los españoles, que provocaron grandes epidemias. Por lo menos en 1577 y 1590 hubo dos de ellas que afectaron severamente a la población indígena local. Las epidemias de viruela y sarampión se sucederían en el siglo XVII en ciclos de cinco a ocho años, trayendo consigo una gran mortandad entre los indios.
Algunos de estos grupos decidieron enfrentar con la fuerza la violencia española. Los ataques se sucedieron y llegaron a tal extremo en 1586, que la villa de Santa Bárbara tuvo que ser evacuada. Así, este asentamiento se sumaba a su vecino Indé en la historia de despoblamientos y repoblamientos. Sólo dos años después Santa Bárbara fue repoblada. En 1591 se formó el pequeño mineral de Todos Santos, que en 1604 tenía apenas 18 vecinos.
Hacia fines de siglo, en 1598, los españoles emprendieron un importante avance en su expansión hacia el norte, gracias al interés de Juan de Oñate por ocupar el Nuevo México. Todavía Oñate y muchos españoles soñaban con encontrar las famosas ciudades de enormes riquezas. Oñate obtuvo concesión de la Corona para conquistar nuevos territorios, a cambio de recibir prebendas y nombramientos. Se trataba, entonces, de una expedición de particulares autorizada por el gobierno español, es decir, semejante a la de Ibarra.
Para su expedición, Oñate viajó a Santa Bárbara, lo que era obligado por ser éste el último poblado español de la frontera septentrional. Allí permaneció casi dos años, preparando el viaje. Antes de Oñate, varias expediciones habían pasado por Santa Bárbara, como las de Chamuscado en 1581, Espejo al año siguiente y Zaldívar en 1588. Las repetidas intentonas de conquistar el Nuevo México significaban una sangría para la endeble villa de Santa Bárbara. Ello era así porque atraían a la aventura a algunos de los escasos habitantes del mineral. Además, la villa tenía que alimentar a los expedicionarios y en ocasiones los hombres y animales ocasionaban daños en los cultivos; los robos y la farándula eran otras quejas de los habitantes del lugar. A fines de 1597 un grupo de más de 129 soldados y colonos, 83 carros y 7 000 cabezas de ganado iniciaron el viaje hacia el norte. Meses después cruzaban el río Grande (o Bravo) y tomaban rumbo hacia el norte. El 30 de abril de 1598 Oñate tomaba posesión de la provincia de Nuevo México.
La expedición de Oñate no sólo fue importante por la fundación de Nuevo México sino porque abrió un camino que sería muy utilizado en los siglos siguientes en el tráfico hacia Santa Fe. De ese modo, los españoles, en los inicios del siglo XVII, habían extendido el camino de tierra adentro, como se le llamaría más adelante, desde la ciudad de México hasta Santa Fe, un tramo de casi 2 500 kilómetros (unas 600 leguas). Aunque entonces nadie lo sabía, esa ruta sería fundamental para la conformación del espacio que más tarde se conocería como Chihuahua.
Sin embargo, durante años el tramo entre Santa Bárbara y Santa Fe permaneció sin asentamientos españoles, pues la ocupación de Nuevo México fue muy azarosa y frágil en sus primeros momentos. De hecho algunos de los miembros de la expedición de Oñate se decepcionaron tanto que prefirieron regresar; algunos de ellos contribuyeron a aumentar la población de la zona de Santa Bárbara. Para los españoles era una ruta difícil, porque atravesaba un largo tramo habitado por diversos grupos indígenas. La conformación histórica de Chihuahua puede verse en gran medida a través de la gradual ocupación de ese espacio con asentamientos y explotaciones españolas.
Para 1604 la villa de Santa Bárbara estaba nuevamente abandonada y así permanecería por lo menos tres décadas. Lo que no se despobló fue el conjunto de estancias y ranchos agrícolas y ganaderos de los españoles de la llamada provincia de Santa Bárbara. A pesar de las dificultades, estos asentamientos lograron sostenerse como la punta de avanzada de la expansión española en el Septentrión, que pronto se vieron reforzados con nuevos asentamientos, las misiones.