Alarmas insurgentes


El 19 de septiembre de 1810, apenas dado el grito de Dolores por el cura Miguel Hidalgo y Costilla, don Roque Abarca, presidente de la Audiencia de la Nueva Galicia, gobernador e intendente de Guadalajara, mandó al subdelegado de Colima Juan Linares estar atento ante una posible conmoción.

El obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas hacía lo propio poniendo sobre aviso al cura de Colima, José Felipe de Islas, sobre el estallido de la insurrección y le encarecía mantener unida a la grey en torno a la "Divina y humana Potestad".

El 26 de septiembre fue remitido otro despacho por el que don Roque Abarca giraba instrucciones al comandante Francisco Guerrero del Espinal para que se enviasen con urgencia rumbo a Guadalajara las milicias de Colima, integrantes de la segunda División del Sur, facilitándoles "los bagajes y víveres que se hayan menester". La urgencia tropezaba con la realidad. Notificado de tal disposición, el subdelegado contestó que "mientras no se me pase la noticia individual del número de cabalgaduras y de lo demás necesario, no puedo tomar providencia alguna. Un día después, Guerrero del Espinal, sin responder expresamente a lo solicitado por Linares, hacía nueva petición para acuartelar a las seis compañías que existían en la cabecera. El subdelegado, tras seleccionar las viviendas y pedir a los dueños su desalojo o, en su imposibilidad, que se redujeran "en algunas de sus piezas", dio instrucciones para el acopio de 150 caballos mansos y 40 mulas precaviendo a los administradores de las haciendas requeridas y a otros propietarios que debían proporcionar aquéllos, sin ninguna "excusa, pretexto o razón" por su parte para no hacerlo.

A las 10 de la mañana del primero de octubre salieron de Colima hacia Guadalajara 500 hombres, incluida la oficialidad, el capellán y el cirujano, formando seis compañías. Dejaban la villa y su provincia desprotegidas.

En pocos días Colima y sus pueblos entraron en la zozobra: bastaron estas comunicaciones, amén de los rumores llegados a través de los arrieros y la movilización a las armas de aquellos 500 hombres. El 4 de octubre siguiente, los vecinos corrieron a leer el bando que por instrucciones del intendente de Guadalajara se había fijado en las puertas de las Casas Reales y demás poblaciones del partido de Colima.

Llamaba el presidente de la Real Audiencia a la unidad, que borraran los resentimientos personales y las rivalidades por haber nacido en distintos pueblos. De modo explícito decía "todos somos españoles". Más allá de nuestro color "todos somos vasallos del Rey legítimo que hemos jurado y todos somos católicos".


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