A pesar de las consignas positivistas, la técnica de cultivo seguía siendo primitiva y el incremento en la producción se lograba mediante la gran extensión del cultivo, facilitada por la concentración de la propiedad en pocas manos. Los ferrocarriles darían impulso a la producción al revertir en poco tiempo capital disponible para nuevas inversiones. Otro factor determinante para una producción considerable y redituable era la utilización de fuerza de trabajo a muy bajos costos. Las haciendas del valle de Toluca en tiempos de Zubieta pagaban, como regla general, la miseria cotidiana de real y medio a cada peón, "cantidad que no alcanzaba para la subsistencia de las familias, que en porciones considerables emigran buscando mejor recompensa en el trabajo".
Dentro de ese panorama se dio una encomiable excepción. Celso Vicencio, que había sido gobernador interino y que no se avergonzaba de su raza otomí, compró en dos ocasiones terrenos de la hacienda El Mayorazgo con el fin de fraccionarlos y venderlos a precio de costo entre los vecinos de los pueblos comarcanos.
Al terminar cada ciclo de cultivo, las haciendas de la entidad, al igual que
muchas otras en el país, lo festejaban de esta manera:
Cuando finalizan las cosechas, el mayordomo y el caporal arreglan la diversión; se adornan las carretas con banderas y arcos de ramas, se cubren con flores los bueyes y algunos instrumentos de agricultura; en la carreta capitana se lleva con más esmero alguna imagen, la del santo patrono de la finca o la de la Virgen de Guadalupe; en algunas haciendas la música acompaña a las carretas, y todos los gañanes y dependientes forman una especie de procesión, se dirigen a los gavilleros o eras poblando el aire con cohetes, en medio de regocijo general; después se toma el obsequio que les prepara el amo y termina la diversión con toros y baile.