En su largo recorrido estas inmensas caravanas conducían bestias de carga, caballos mansos de silla y perros pastores. Traían también lazos de Tehuacán o de San Juan del Río, arpilleras, hilo de arria, jáquimas y muchas otras cosas. En el renglón de herramientas figuraban barretas, hachas, hierros y tijeras de trasquila. En el de armas, había arcabuces, adargas, machetes, etc. No faltaba tampoco el almud o medida para dar la ración de semillas a la gente de servicio, ni las ollas, metates, comales, loza y demás enseres de cocina. Muy importante en todo esto eran las grandes tiendas de lona, utilizadas para acampar en los altos del dilatado trayecto. En ello había mucho de reminiscencias bíblicas de Egipto o de Mesopotamia.
El traslado requería mucha gente de diversas castas. Juan Alvarez de Godoy, uno de los primeros en conducir a este reino sus ovejas, expresa en 1653 traer consigo, además de la gente criolla o española, "sesenta indios e indias, chicos y grandes y negros y esclavos". Predominaban entre los indios los otomíes, los mexicanos y los chichimecas; pero abundaban también los mestizos, los mulatos y los negros esclavos. El obispo don Juan de Santiago de León y Garavito, en auto de visita de 27 de diciembre de 1681, reconoció que en las misiones de Río Blanco, San Antonio, San Bernardino y otras "han entrado algunas pastorías en que vienen españoles, mestizos, negros, mulatos e indios laboríos", cuya administración espiritual correspondía al cura beneficiado de Monterrey o a su vicario. Había estricta prohibición de sacar indios de la jurisdicción del reino. En 1654 fue seguida causa contra Juan de Zúñiga por sacar 10 indios y cuatro indias, cuando la licencia que tenía era sólo para cuatro y dos. Por ello, fue condenado a pagar 150 pesos. En 1706, el gobernador Salinas Varona halló algunos mulatos "hijos de las mujeres que han casado con los indios hualahuises".