No sólo hacia la costa fue proyectada la presencia de los colonizadores de Nuevo León. En el último tercio del siglo XVII empezó un desplazamiento sumamente importante hacia el norte del Bravo. En 1686 circuló el rumor de que exploradores franceses estaban poblando hacia donde habitaban los indios texas. El gobernador, marqués de San Miguel de Aguayo, comisionó al general Alonso de León para que fuese a cerciorarse de ello. A fines de febrero salieron de Monterrey, bajo sus órdenes, tres compañías. Por Cerralvo avanzaron hasta cruzar el Bravo, y, por la ribera norte, llegaron al mar el 20 de marzo. No hallaron a los franceses, pero, además de las experiencias obtenidas en la exploración, encontraron muchos "indios belicosos que les dieron harto que entender".
Las versiones sobre pobladores franceses continuaron. Dos años más tarde, en 1688, el mismo general, siendo ya gobernador de la provincia de Coahuila, salió de Monclova. Tuvo entonces mejor suerte, porque, separándose de la compañía que llevaba, con sólo trece hombres entró a una numerosa ranchería al norte del Bravo. Allí logró aprehender a un francés, de los de la expedición de Lasalle, que, identificado con los nativos, vivía como ellos, rayado el rostro y venerado como ídolo. Conducido el francés a México se obtuvo información que propició nuevas jornadas. Alonso de León, el hijo, había ganado merecido prestigio. Y fue él a quien el virrey, conde de Gálvez, encargó una nueva expedición a la bahía del Espíritu Santo. En marzo de 1689 salieron 25 soldados de Monterrey y 25 de Monclova, simultáneamente. El día 27 se encontraron con otros 50 soldados presidiales de la Nueva Vizcaya, procedentes del Parral. Al día siguiente partieron rumbo a Texas. Era una expedición en toda forma, iba como capellán fray Damián Massanet y, por supuesto, llevaban también al prisionero francés. Además de los cien soldados forraban parte del grupo 12 arrieros y 13 criados. Las bestias caballares y mulas eran 721, y conducían 82 cargas de harina, biscocho y otros bastimentos, como chocolate y carne seca.
La expedición fue también de descubrimiento. A los dieciocho días de jornada llegaron al río que llamaron Guadalupe y once días después a otro muy caudaloso que bautizaron con el nombre de San Marcos. Tuvieron la fortuna de que, además del prisionero francés, los guiara un indio quems, quien, buscando a su mujer, había estado ya en la población francesa, situada en el lago de San Bernardo, a 165 leguas (825 km) de Monterrey. No fue necesaria violencia alguna: de la población hallaron sólo vestigios, sus moradores habían muerto, unos a manos de los indios, otros, los más, víctimas de una epidemia. El resultado fue provechoso. Se hicieron reconocimientos de tipo científico sobre profundidades, distancias y, además, se logró la captura de otros dos franceses, en la ranchería de los texas. El 13 de mayo estaban de nuevo en Monclova.
Alonso de León rindió informes e hizo algunas propuestas al gobierno virreinal. De todo ello provino una cuarta y última jornada, ahora con el propósito de poblar y de emprender la evangelización de Texas. En marzo de 1690 salieron de Monterrey veinte soldados hacia Monclova, desde donde partieron con otros veinte procedentes de Zacatecas y Sombrerete. De nuevo en la bahía, hicieron otras exploraciones en los alrededores, para pasar luego a tierra de los texas. En éstos encontraron la mejor disposición para colaborar con los tres religiosos franciscanos que iban en la expedición y con los cuales quedó fundada la primera misión.