La misión de Sinaloa


Cuando Martín Pérez y Gonzalo de Tapia llegaron a San Felipe y Santiago de Sinaloa había en la villa cinco familias españolas y unos 50 000 indígenas en las comarcas aledañas, pertenecientes a diversos grupos cahitas: sinaloas, ocoronis, mocoritos y comanitos, más los guasaves de la costa. Los jesuitas trataron de ganarse la confianza de los indios cercanos y de aprender su lengua, para poder catequizarlos y luego administrarles el bautismo. Visitaban regularmente las comunidades de los indios, siempre acompañados por una escolta de seis soldados españoles que les prestaban protección, más simbólica que real, porque los cahitas no estaban sometidos al control de los españoles.

Los primeros informes de los jesuitas eran optimistas en cuanto a la "docilidad" de los indígenas y su gusto por escuchar las cosas de la religión cristiana. Decían que espontáneamente se les acercaban, que les gustaban mucho la música y las ceremonias del culto y que eran diestros para aprender a cantar y a tocar los instrumentos musicales. Al cabo de un año, los jesuitas ya atendían a más de mil indígenas en la catequesis y esperaban atraer a muchos más. En 1592 llegaron otros dos misioneros: Álvaro de Santiago y Juan Bautista de Velasco.

Pero los indígenas no eran tan dóciles como pensaban los jesuitas; la evangelización implicaba cambios en su vida diaria, por ejemplo la aceptación del matrimonio monogámico e indisoluble, lo cual provocaba tensiones dentro de la familia y de todo el grupo. Los individuos que desempeñaban las funciones de chamán y curandero, a los que los jesuitas llamaban "hechiceros", fueron los más afectados por la evangelización porque su papel y prestigio dentro del grupo quedaban nulificados por el liderazgo que asumían los religiosos. En julio de 1594, uno de estos hechiceros, llamado Nacabeba, arengó a ciertos indígenas y los condujo a matar al misionero Gonzalo de Tapia en la aldea de Teboropa.

El capitán Miguel Ortiz Maldonado, entonces alcalde mayor de Sinaloa, se presentó de inmediato al frente de sus soldados y de los vecinos armados para reprimir a los "insurrectos" y evitó que el conflicto se extendiera a otros grupos indígenas. Ortiz Maldonado dispuso que los jesuitas se retiraran a la villa de San Miguel de Culiacán mientras dominaba la situación. El capitán fue muy severo en el castigo y ejecutó a la mayor parte de los homicidas del misionero.

El virrey Luis de Velasco, el joven, impulsó la ocupación de la provincia de Sinaloa de manera muy eficaz, pues envió 40 familias a la villa de San Felipe y Santiago, añadió 12 plazas a la guarnición militar y dispuso que los misioneros recibieran un subsidio llamado sínodo que sumaba 250 o 300 pesos anuales por religioso. El sínodo fue considerado como el salario del misionero, y su monto era suficiente para la manutención de una persona durante un año. En enero de 1595 llegó a la villa el capitán Alonso Díaz acompañado de 12 soldados, a sustituir a Miguel Ortiz Maldonado en el mando de la provincia y a fundar el presidio de Sinaloa que, como dijimos, era una guarnición militar para asegurar la tranquilidad en las fronteras del dominio español. En realidad, 18 soldados y un capitán no eran suficientes para asegurar la tranquilidad de pobladores y misioneros, por lo que se aumentó la guarnición a 32 soldados y Diego Martínez de Hurdaide, que desempeñó un importante papel durante los siguientes 20 años, asumió los cargos de capitán del presidio y alcalde mayor de Sinaloa.

Los jesuitas reanudaron la labor. Pusieron en la villa de San Felipe y Santiago su centro de operaciones y allí permanecieron dos religiosos para atender a los españoles y una escuela para niños indígenas que albergaba a 200 internos. Otros cuatro religiosos visitaban por turnos las comunidades de los ríos Sinaloa, Ocoroni y Mocorito, y para 1595 habían logrado aumentar a 7 000 el número de bautizados. Pero había circunstancias que entorpecían el trabajo de los jesuitas, como el hecho de que los indios cristianos y los gentiles (no bautizados) vivieran juntos en las comunidades, pues así era más difícil suprimir las costumbres opuestas al cristianismo. También veían los jesuitas que sus visitas temporales a las comunidades no eran suficientes para enseñar a los indios, y que sería preferible que el misionero estuviera de planta en la comunidad; asimismo, consideraron conveniente que los indios no tuvieran contacto con los españoles de la villa porque no se comportaban como cristianos y daban mal ejemplo.

El mayor obstáculo a la evangelización, señalaron los misioneros, fue la inestabilidad de las comunidades indígenas, pues bastaba una mala cosecha, una sequía o inundación para que se dispersaran a cazar y recolectar alimentos. La comunidad desaparecía por varios meses y, cuando los indios volvían, era necesario reiniciar el trabajo de evangelización. Tampoco faltaban hechiceros que incitaban a la rebelión, y aunque no siempre agredían a los misioneros, los inconformes abandonaban el sitio y se refugiaban en los montes, lejos del alcance de los jesuitas.

Formación del sistema de misiones
El presidio de Sinaloa
Organización y funcionamiento de la misión

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