Los hechos más importantes ocurridos en estas provincias durante el siglo XVII
fueron el sometimiento de los cahitas al orden colonial por medio de las misiones jesuíticas, la numerosa inmigración de colonos no indígenas y el establecimiento de empresas para el aprovechamiento de los recursos de la región. A 170 años de la desastrosa incursión de Nuño de Guzmán, las cinco provincias que más tarde formarían el estado de Sinaloa eran ya una colonia del imperio español. La villa, el real de minas, la alcaldía mayor, la misión y la parroquia, eran las instituciones europeas más importantes de la zona; hubo también otras no menos importantes, como la familia, pero casi nada sabemos de su funcionamiento en estas tierras. Los indios estaban bajo control, al parecer estable, y su trabajo se aprovechaba en las empresas de los españoles. El sistema económico se organizaba y la actividad minera medraba por la preferencia de las autoridades y de muchos colonos españoles. En otras palabras, el territorio de las cinco provincias estaba bajo el dominio del gobierno colonial, los habitantes estaban sujetos a la autoridad y había un sistema de organización económica y social para la explotación de los recursos naturales y del trabajo de la población. Además, el noroeste se perfilaba como productor de plata para los intereses del imperio.
Los grupos sociales delineados en el siglo XVI
estaban consolidados, aunque no de la misma manera, en todas las provincias. En Sinaloa predominaba, por su número, el grupo de los indígenas que, aunque en disminución, superaba con mucho a los colonos y a los indígenas de las otras provincias. Había mayor disponibilidad de trabajadores; en Sinaloa estaban las minas más ricas, las de Álamos, y tenía abundante producción de granos y ganado. Era la provincia más dinámica desde el punto de vista económico, pero con fuertes tensiones sociales. En las otras cuatro provincias los indígenas estaban en minoría frente a los colonos, y predominaban los mestizos, mulatos y negros, porque los españoles eran el grupo más reducido.
En esta heterogénea sociedad tan rica en contrastes étnicos y culturales había un elemento unificador, la cultura traída por los españoles, que tendía a arraigar progresivamente en todos los estratos sociales; el idioma castellano ya destacaba como el que terminaría por imponerse y la religión católica era la única tolerada. Esta cultura propiciaba la unificación interior de las provincias, pero también forjaba un lazo de unión con muchas otras regiones conquistadas y colonizadas.
Del siglo XVII
al XVIII
hubo una continuidad en los procesos sociales que hemos señalado, al mismo tiempo que aparecieron nuevas contradicciones entre los intereses de los grupos de la sociedad que conducirán a profundos cambios en el gobierno, en la economía y en las relaciones entre los sectores sociales de la región, como lo veremos en los siguientes capítulos.