El estado sobresale por su alto grado de homogeneidad cultural y étnica, dentro de la cual la presencia de algunos pueblos otomíes aporta nuevos matices, más que constituir una excepción notable. La uniformidad cultural que tuvieron los señoríos indígenas en la época prehispánica, la categoría especial que mantuvo la provincia de Tlaxcala durante todo el periodo virreinal, así como el afán por mantener su identidad y su soberanía en el transcurso del México independiente, son algunas de las razones que explican esa homogeneidad. Sin embargo, diversos acontecimientos surgidos a largo de los últimos 100 años han generado cambios en la sociedad tlaxcalteca, y sus consecuencias aún son objeto de estudio.
Hace más de un siglo, la región de La Malinche era completamente indígena, pero desde la llegada del ferrocarril y la industria muchas comunidades comenzaron a transformarse culturalmente en pueblos mestizos de habla española. Con la inauguración de la carretera Puebla-Tlaxcala-Apizaco, alrededor de 1940, y con el crecimiento demográfico de las últimas décadas, se intensificaron los efectos modernizantes.
1. Amaxac de Guerrero | 12. Españita | 23. Nativitas | 34. Tlaxco |
2. Apetatitlán | 13. Huamantla | 24. Panotla | 35. Tocatlán |
3. Atlangatepec | 14. Huayotlipan | 25. San Pablo del Monte | 36. Totolac |
4. Atizayanca | 15. Ixtacuixtla | 26. Santa Cruz Tlaxcala | 37. Trinidad Sánchez Santos |
5. Barrón y Escandón | 16. Ixtenco | 27. Tenancingo | 38. Tzomoantepec |
6. Calpulalpan | 17. José María Morelos | 28. Teolocholco | 39. Xalostoc |
7. El Carmen | 18. Juan Cuamatzi | 29. Tepeyanco | 40. Xaltocan |
8. Cuapiaxctla Cuapraxtla | 19. Lardizabal | 30. Terrenate | 41. Xicohtencatl |
9. Cuaxomulco | 20. Lázaro Cárdenas | 31. Tetla | 42. Xicohtzingo |
10. Chiautempan | 21. Mariano Arista | 32. Tetlatlahuca | 43. Yauhquemehcan |
11. Domingo Arenas | 22. Miguel Hidalgo | 33. Tlaxcala | 44. Zacatelco |
La falta de tierras cultivables, aunada a la erosión de los suelos, provocó que la economía pueblerina se convirtiera en una mezcla de agricultura de subsistencia, trabajo artesanal y migración laboral hacia fábricas cercanas o hacia centros industriales, como los de Ciudad Sahagún, Puebla y la ciudad de México. Esta movilidad horizontal, así como los contactos con centros urbanos y otros pueblos, facilitados, a su vez, por la mejoría en los medios de transporte y de comunicación, contribuyeron a la desaparición del traje indígena masculino, mientras que el femenino se encuentra en vías de extinción. Asimismo, el escalafón religioso ha dejado de funcionar en muchos pueblos, aunque permanecen los cargos rituales y ceremoniales de las mayordomías de las fiestas. Un gran número de colonias ejidales fundadas desde 1934 en las ex haciendas del norte de Tlaxcala ya no conservan estas tradiciones.
En 1940 había, según el censo oficial, 7 000 habitantes monolingües en náhuatl y otomí, pero 20 años después sólo había 2 300, además de unos 25 000 bilingües en español y en alguna de esas dos lenguas. A mediados de los años setenta los mecanismos tradicionales de control político, social y religioso tenían una fuerza considerable en la mitad de los municipios e influían en el funcionamiento del ayuntamiento y de la vida social del pueblo. Las autoridades municipales no sólo trabajaban con base en la ley, sino que ocupaban cargos relacionados con la organización religiosa y social local.
Desde los años ochenta se realizan esfuerzos, auspiciados por el gobierno del estado y los institutos de cultura, para revivir y conservar tradiciones ancestrales: las fiestas, las costumbres religiosas, la elaboración de artesanías. Tlaxcala cuenta con el Museo Regional del INAH, de carácter arqueológico-histórico y con el Museo de Artes y Tradiciones Populares. Este último se construyó a partir de un concepto nuevo, el de "ecomuseo", pues en él se reproduce el ambiente en que los grupos realizan sus artesanías. El visitante tiene aquí contacto directo con los objetos y los artesanos, quienes a manera de guías transmiten la memoria histórica, la sabiduría popular y las técnicas artesanales tradicionales. Se trata de un museo vivo, dinámico y funcional que no sólo expone las artesanías, sino que rescata y difunde las principales manifestaciones de la religiosidad popular de Tlaxcala.
El mito, creado en el siglo XIX, de la llamada "traición tlaxcalteca", ha sido eliminado gracias al avance de nuestros conocimientos en torno a la dinámica política del imperio mexica y a las condiciones en que se realizó la alianza hispano tlaxcalteca. Subsiste, sin embargo, la conciencia de que se es una nación distinta y aparte. Paralelamente a la lucha por la soberanía estatal, en los últimos 100 años se mantuvo el interés por estudiar la historia de la "nacionalidad" tlaxcalteca, su pasado indígena y colonial, la esencia de su diferenciación.
Los primeros en publicar estudios al respecto fueron los historiadores aficionados tlaxcaltecas, aparte de los especialistas en etnohistoria e historia colonial. Algunos gobernadores estuvieron entre los primeros. Miguel Lira y Ortega escribió La historia de la erección del estado de Tlaxcala, y Próspero Cahuantzi, muy interesado en su pasado indígena, hizo reimprimir el famoso Lienzo de Tlaxcala y como un homenaje a Cristóbal Colón en el cuarto centenario del descubrimiento de América, mandó presentar, en la exposición mundial de Chicago de 1892, una edición de La Historia de Tlaxcala, de Diego Muñoz Camargo. Después de la Revolución, antropólogos como Alfonso Caso emprendieron investigaciones en las ruinas de Tizatlán y en los acervos del Archivo General del Estado. Le siguieron Manuel Carrera Stampa, Charles Gibson y muchos otros. Más tarde vinieron otros antropólogos interesados en estudiar las estructuras político-religiosas indígenas, Hugo Nutini entre ellos. En los años sesenta se inició el proyecto Puebla-Tlaxcala de la Fundación Alemana para la Investigación Científica. Con los estudios realizados como parte de ese proyecto se ampliaron los conocimientos acerca de los suelos, la geología, la geografía, la historia, la flora, la fauna, los agrosistemas y la red de mercados indígenas; un amplio trabajo sobre el campo y la vida tlaxcalteca.
Dentro de este marco de creciente interés por la historia y la cultura de Tlaxcala destacan historiadores y artistas del estado. El desarrollo de la historiografía local mucho se debe al magnífico acervo del Archivo General del Estado de Tlaxcala, que abarca datos desde Conquista hasta la actualidad. La Sociedad de Geografía, Historia, Estadística y Literatura del Estado (SGHELE) y el gobierno mismo varios de los miembros eminentes de esa sociedad fueron gobernadores editaron folletos, artículos y libros sobre la historia del estado con motivo del centenario de la soberanía estatal de Tlaxcala, del centenario de las luchas liberal-republicanas y del cincuentenario de la Revolución.
Dicha historiografía, claro está, tiene las características costumbristas propias de aquellos tiempos. Se enfocaba más bien a los hombres de prestigio, a los héroes liberal-republicanos y a los de la Revolución. Miguel Lira y Ortega y Domingo Arenas figuraban en primera página, pero de los "enemigos de la causa", como el gobernador imperial Ignacio Ormaechea (1863-1865) y el gobernador huertista Rafael Cuéllar (1913-1914), no se decía nada bueno. Se tachaba de crueles a los hacendados, y Cahuantzi se salvaba en parte porque sus estudiosos reconocían lo positivo de su política educativa y su conocimiento profundo de la historia de su estado.
De todas formas, entre memorias, notas y efemérides, esos historiadores locales, algunos de ellos contemporáneos de la Revolución, indicaron a otros historiadores el camino a seguir y enseñaron lo tlaxcalteca de la Revolución. Es admirable este empeño por conocer la historia de la entidad, sobre todo si se toman en cuenta que por aquellos años Tlaxcala no tenía universidad, institución que en otros estados fue vivero para la historiografía local. Se tuvo que esperar hasta 1975 para tener la universidad autónoma, así que el amor a la historia y a la literatura en Tlaxcala emanó más bien de sus maestros, como Teófilo Pérez y Pérez, Román Saldaña, Ezequiel M. Gracia, Andrés Angulo, Leopoldo Sánchez y Gabino A. Palma.
El renacimiento cultural iba, por cierto, mucho más allá de la historiografía local. Se manifestaba también en el campo de la literatura y la pintura, de la arqueología y la cultura popular tlaxcaltecas. Los años cincuenta y sesenta fueron la época de oro de la literatura y las artes en el estado. En la generación de artistas nacidos a fines del porfiriato y durante los años revolucionarios destaca Miguel N. Lira (1905-1961), quien empezó a publicar poesía desde 1925: Tlaxcala ida y vuelta; en 1940 estrenó su obra de teatro Vuelto a la tierra, un homenaje a su terruño, y en 1947 inició su carrera novelística con La escondida más tarde llevada a la pantalla cinematográfica, seguida por Donde crecen los tepozanes, La mujer en sociedad y Mientras la muerte llega. En todas ellas estaba presente Tlaxcala, su gente, su suelo y sus costumbres.
Dentro de ese grupo también encontramos a Amado C. Morales y a Ezequiel M. Gracia, nacidos en 1891. El primero de ellos, que era autodidacto en lengua y etimología náhuatl, publicó en 1955 La geonimia tlaxcalteca, con dibujos de Desiderio Hernández Xochitiotzin. Ezequiel M. Gracia, hijo de un maestro, fue un ingeniero agrónomo que trabajó con Domingo Arenas en el reparto agrario; asimismo, fue miembro de la Sociedad de Geografía y autor de muchas publicaciones sobre la historia de Tlaxcala. Hernández Xochitiotzin se formó en la Academia de Bellas Artes de Puebla, hizo su primera exposición importante en 1947 y diez años después inició, a propuesta del entonces gobernador Joaquín Cisneros, los extensos y coloridos murales del Palacio de Gobierno, los cuales sintetizan la historia local y despiertan gran admiración entre propios y extraños.
Crisanto Cuéllar Abaroa fue director del Archivo del Estado. Fundador de varias revistas y de la hemeroteca estatal, donó parte de su importante colección prehispánica a la sociedad de Geografía, de la que fue pionero, y colaboró con Lira en Huytlale, una revista ilustrada por Hernández Xochitiotzin en la que ambos difundieron, en un correo amistoso, su gran cariño por la cultura tlaxcalteca. En esos mismos años la sección cultural de El Sol de Tlaxcala tuvo un gran auge, pues publicaba artículos de Xochitiotzin, Cuéllar, Gracia, Lira y Estanislao Mejía, maestro este último del conservatorio y compositor.
Los sucesivos descubrimientos de pinturas murales en el centro ceremonial de Cacaxtla a partir de 1975, así como la restauración de ese y otros sitios arqueológicos de la entidad, han contribuido a reafirmar el glorioso pasado y la identidad cultural de los tlaxcaltecas. En el ámbito religioso se dio una serie de acontecimientos que también vinieron a enriquecer esa identidad histórica: después de más de 400 años, la ciudad de Tlaxcala volvió (1959) a ser sede de una nueva diócesis, a raíz de lo cual la antigua iglesia de San Francisco fue consagrada catedral en 1972. Durante su visita a México en 1990, el papa Juan Pablo II elevó en calidad de beatos a los tres niños indígenas tlaxcaltecas martirizados en los inicios de la evangelización: Cristóbal, Juan y Antonio. Por otra parte, en 1991 se celebró el cuarto centenario de la ocasión en que casi 400 familias emigraron desde Tlaxcala hacia diversos puntos del territorio nacional. Más que conmemorar la partida de una caravana, se trataba de revivir la rica aportación cultural de los tlaxcaltecas, que no debe caer en el olvido o reducirse a momentos festivos, sino permanecer como un elemento activo de integración social.