DESDE QUE SE REALIZARON los primeros cultivos agrícolas hace 4 000 años, hasta tiempos recientes, el maíz y el maguey formaron parte esencial de la economía tlaxcalteca. Del maíz se derivó el nombre original del lugar: Tlaxcallan (lugar de la tortilla de maíz), y el maguey con su principal fruto, el pulque, le dieron fama y prosperidad al estado en ciertos periodos de su historia. Las condiciones geográficas propias de la región moldearon la vida de los primeros pobladores y el desarrollo de sus descendientes. Los recursos naturales siempre fueron escasos; la agricultura, frágil y pobre. La distribución de los asentamientos humanos reflejaba las desigualdades características naturales imperantes en las dos grandes subregiones: la del norte y la del centro-sur. De ahí que desde hace 2000 años, en esta última, la más fértil, se haya concentrado la mayoría de los pueblos, y que posteriormente se hubiera convertido en el foco de desarrollo económico y demográfico de la entidad.
Con el paso del tiempo, la mayor parte de la población se dedicó a la agricultura, y otra cantidad importante al comercio y al trabajo artesanal, sobre todo textil y alfarero; actividades que hasta la actualidad continúan siendo prioritarias entre muchos tlaxcaltecas. Los partícipes de la antigua civilización también dejaron huellas de su talento en numerosas construcciones monumentales, entre las que destaca la ciudad fortificada de Cacaxtla, hoy considerada patrimonio de la humanidad y obligado punto de referencia en la identidad tlaxcalteca.
El arribo sucesivo de varios grupos culturales y el contacto tributario y comercial con otros más fueron acrisolando lo que sería la antigua Tlaxcallan, uno de los pueblos más importantes de Mesoamérica hacia el siglo XV de nuestra era. Entonces, su organización social se aglutinaba en una veintena de señoríos o cacicazgos, los cuales se confederaron, sin perder su soberanía interna, con el objetivo de defenderse eficazmente de sus enemigos. Por tener mayor poder, cuatro de esos señoríos destacaron y, más tarde, sirvieron de fundamento para organizar la administración política y territorial de Tlaxcala durante el periodo virreinal. Quizá por eso pasaron equívocamente a la historia como los únicos antiguos señoríos. También con erráticos sobrenombres la confederación fue conocida como una "república" y su máxima autoridad como un "senado", sin que tales organismos tuvieran algo que ver con sus homónimos contemporáneos.
Pero mucho más importante que eso fue el arraigo que desde entonces tuvo la compleja y sólida organización política, económica y social de los pueblos tlaxcaltecas, así como su práctica autonomista, consolidada por su permanente lucha frente a sus enemigos históricos: los cholultecas, los huexotzincas y finalmente los mexicas. La creciente enemistad con estos últimos indujo a que las sagradas "guerras floridas" se convirtieran en verdaderas guerras a muerte, que se estrechara el cerco militar sobre el territorio de Tlaxcala, que se invirtieran mayores recursos en la construcción de fortificaciones, que escasearan productos básicos y suntuarios, y que se elevara la demanda de tierras. Aun así, Tlaxcala nunca cayó bajo el imperialismo mexica, aunque siempre quedará la duda de cuánto tiempo más habría podido resistir ese creciente acecho si la llegada de los conquistadores españoles no hubiera cambiado el rumbo de los acontecimientos.
No hay que olvidar que el encuentro inicial entre españoles y tlaxcaltecas fue violento, y que sólo el intenso desgaste que sufrieron ambos bandos después de varias batallas los obligó a pactar, no obstante la oposición de algunos dirigentes tlaxcaltecas a ello. La mejor oferta de los españoles fue la alianza para vencer definitivamente a los poderosos mexicas; una nación indígena pero ajena a Tlaxcallan. Rechazar esa alianza tal vez hubiera significado el sometimiento de Tlaxcala al poder de Tenochtitlan. Desde un principio el pacto estuvo condicionado: los tlaxcaltecas exigirían el trato de pueblo aliado y no el de conquistado; a cambio reconocerían al dios cristiano como el único, y al rey de España como su monarca; serían pueblo realengo con los privilegios que de ello se derivaban. La alianza fue sellada con aguas bautismales y con sangre de guerreros. Así, Tlaxcala logró sobrevivir como una sociedad indígena, con una autonomía y una cohesión disminuidas pero ciertamente mayores que las del resto de los pueblos indios.
Surgió entonces la provincia de Tlaxcala con un cabildo exclusivamente indígena como máxima autoridad, y se fundó una nueva ciudad con igual nombre, que a diferencia de otras muchas no se edificó sobre las ruinas de antiguos templos como un símbolo de conquista. Las casas señoriales continuaron controlando tierras, trabajos y hombres en sus respectivos pueblos, aunque con el tiempo diversos factores contribuyeron a reducir dicho control. En varias ocasiones estuvieron en peligro de perderse los lazos de dependencia de los pueblos respecto al cabildo, pero la autoridad de éste logró imponerse y mantener la unidad de la provincia, pese a los repetidos embates del gobierno virreinal, de colonos españoles e, incluso, de indios rebeldes. La última victoria sobre el particular se dio con las reformas borbónicas al evitar que Tlaxcala fuera anexada a la intendencia de Puebla.
El privilegio de inviolabilidad territorial (lo cual propició la fundación de la vecina ciudad de Puebla) pronto fue transgredido por el primer virrey. Las protestas dirigidas a la Corona no anularon las mercedes ya dadas y por dar, pero al menos lograron que éstas fueran pocas y respetuosas de los bienes de los naturales. De ahí que la mayor penetración española en tierras de Tlaxcala no fuera mediante las mercedes, sino por las compras hechas a indios y por herencias matrimoniales.
El incremento del valor de la tierra sedujo a la nobleza india, aunque tales ventas generaron pérdidas en términos de su poder señorial. Desde entonces, la mayoría de los predios españoles se ubicaron en la cuenca del Atoyac-Zahuapan y el valle de Huamantla. De las estancias de ganado pasaron al cultivo de cereales, trigo especialmente, y luego también a la producción de pulque. A mediados del siglo XVII aquellas propiedades ya eran consolidadas haciendas, y su sistema perduraría por 300 años. A ello contribuyeron las llamadas composiciones de tierras, en particular la de 1757, que sirvió para impedir que un siglo después entraran a Tlaxcala las compañías deslindadoras, pues ya no había baldíos que repartir. Aunque las haciendas tlaxcaltecas fueron muchas, su productividad y rentabilidad era baja debido a las desfavorables condiciones geográficas. Éstas también provocaron varias crisis agrícolas con sus secuelas de escasez, carestías y hasta hambrunas. Los privilegios reales ayudaron a que los trabajadores de las haciendas tlaxcaltecas no fueran explotados tanto como en otras partes de la Nueva España, y el ayuntamiento veló por ello. Ya desde entonces los trabajadores eventuales combinaron actividades en los obrajes y el comercio para mejorar su economía.
Muchos tlaxcaltecas salieron de su territorio, primero como guerreros con las expediciones militares españolas, más tarde como colonos civilizadores de la Gran Chichimeca. De esta manera, la antigua Tlaxcallan ramificó su cultura por diversas partes de Nueva España y aun fuera de ella. Pero más que la emigración, el enorme despoblamiento que sufrió Tlaxcala a fines del siglo XVI se debió a la gran cantidad de muertes que produjeron las epidemias, las hambrunas y las guerras. Como consecuencia de esa tragedia demográfica, las tierras abandonadas fueron compradas o usurpadas por labradores españoles, y los sobrevivientes disgregados fueron reagrupados en congregaciones, aunque en Tlaxcala éstas fueron posteriores y en menor volumen que en otras partes de la Nueva España.
A pesar de su categoría privilegiada, desde un principio Tlaxcala debió pagar a la Corona tributos en maíz, aun cuando siempre asumió esto como un gesto de vasallaje al rey, y no como una obligación de pueblo conquistado. A esa contribución se sumó la que, en forma de servicios personales, dio un gran número de tlaxcaltecas en diferentes lugares y momentos, sobre todo para la edificación de Puebla. Debido a que el cabildo se opuso a ello constantemente, pues lo consideraba lesivo a sus privilegios de pueblo realengo, el rey concedió que no le fuera incrementado el tributo, y luego prohibió que Tlaxcala fuera sometida a los servicios personales, además de agregar el titulo de "Muy Insigne" a los de "Muy Noble" y "Muy Leal" que ya poseía. No obstante, los tlaxcaltecas no escaparon a la contribución especial (la del "tostón") impuesta por el rey a fines del siglo XVI, y cuya negativa a cubrirla por tiempo indefinido costó el encarcelamiento del cabildo y el embargo de sus bienes.
En el campo religioso Tlaxcala también obtuvo privilegios. Desde el principio, a los franciscanos les fue concedido el monopolio de su evangelización. Estos frailes, además de respetar mucho la organización social y territorial de los indígenas, los ayudaron a frenar la penetración española. La aculturación que recibieron los tlaxcaltecas mediante los franciscanos estuvo permeada por ilustres hombres, como Motolinía, Mendieta y Valadés, aunque, por otro lado, el proceso de evangelización tuvo ribetes de violencia: indios ejecutados por resistirse a abandonar su religión y niños martirizados por adoptar la nueva.
Como parte de los privilegiados, Tlaxcala fue designada sede episcopal, aunque muy pronto los españoles poblanos le arrebataron tal honor al llevarse a la ciudad de Puebla la cabecera diocesana. A partir de entonces y durante cuatro siglos Tlaxcala dependió eclesiásticamente de Puebla. Como una especie de compensación en el campo de lo sagrado, en Tlaxcala surgieron entonces dos santuarios donde se veneraban dos portentos milagrosos: la Virgen de Ocotlán y San Miguel Arcángel. La fuerte influencia franciscana en la vida de los tlaxcaltecas sólo pudo ser minada con la secularización de sus doctrinas por órdenes del obispo Palafox. Un proceso, por cierto, muy conflictivo y prolongado que afectó a indios y a frailes, sobre todo por el reacomodo jurisdiccional de los pueblos cabeceras y sujetos, y su consecuente reparto de tributos.
A pesar de que todos los privilegios habían sido trastocados, los indios sobrevivían y gozaban de las bases jurídicas e históricas suficientes para continuar defendiéndolos. Esto explica por qué, cuando soplaron los vientos independentistas, el cabildo declaró su lealtad a la Corona y consiguió el derecho a participar en la Junta Central Gubernativa y más tarde en las Cortes de Cádiz. También aquello explica por qué frente a la insurgencia encabezada por Hidalgo el cabildo apoyó de nuevo a la autoridad virreinal. Pero los privilegios reales y la forma de autogobierno indio acabaron por dividir a los tlaxcaltecas en dos bandos en pugna.
Consumada la Independencia y al fundarse la República, Puebla reintentó la anexión a ella de Tlaxcala, aprovechando la desaparición de sus privilegios proteccionistas. Aun cuando el Congreso nacional reconoció la soberanía y la integridad territorial a que Tlaxcala tenía derecho, no le otorgó la categoría de estado, sino la de territorio dependiente del poder federal. La lucha de Tlaxcala por llegar a ser estado soberano atravesó por numerosas vicisitudes políticas, cambios de gobierno y guerras internas y de intervención. Al finalizar la guerra con los Estados Unidos, en la que los tlaxcaltecas participaron activamente en defensa de la nación, Puebla retomó su plan de absorber a Tlaxcala, pero se lo impidió el tenaz esfuerzo de la diputación tlaxcalteca.
Con la rebelión de Ayutla y la restauración del federalismo, Tlaxcala consiguió por fin, en 1856, al cobijo del nuevo Congreso Constituyente, ser elevado a estado libre y soberano de la República. Con la formación de un Congreso local, la promulgación de una Constitución estatal y la elección de su propio gobernador, la tradición autonomista de Tlaxcala cristalizaba en una nueva figura política. A pesar de haber obtenido su soberanía política, su precaria situación económica le dificultaba alcanzar una verdadera autonomía. Había evitado su anexión a Puebla, pero buena parte de su desarrollo dependía irónicamente de los capitales poblanos.
La lucha entre liberales y conservadores, republicanos y monarquistas dividió al país entero y quebró la cohesión que la clase política de Tlaxcala había mantenido en su larga lucha por obtener su soberanía estatal. Dos gobiernos simultáneos y opuestos se asentaron dentro de sus fronteras, y dos guerras sucesivas: la de Reforma y la de intervención francesa, desgarraron su sociedad y llevaron al desastre su ya maltrecha economía. Durante el gobierno imperial, Tlaxcala fue convertida en un departamento que incluía, no sin ironía, tres porciones territoriales de Puebla. No obstante, fuerzas poblanas hicieron alianza con las tlaxcaltecas para liberar a sus respectivos territorios de los ejércitos imperiales.
Con la restauración republicana, Tlaxcala recuperó su soberanía de estado federal; devolvió Zacatlán a Puebla, pero se quedó con Calpulalpan al ser desgajado del Estado de México. Posiblemente como una herencia cultural de lo que fue la tradición autonomista de los pueblos indios, Lira y Ortega propuso en aquella época convertir al municipio en un cuarto poder, otorgándole mayor soberanía. Pero el centralismo autoritario que estaba por venir socavaría tales proyectos.
La lucha entre los grupos liberales triunfantes: juaristas, lerdistas y porfiristas se reflejó en las sucesiones del poder estatal, hasta que el triunfo de la rebelión de Tuxtepec consolidó la hegemonía de los porfiristas. Uno de ellos, Próspero Cahuantzi, permanecería en la gubernatura de Tlaxcala durante 26 años ininterrumpidos, por lo que a ese periodo lo denominamos hoy "prosperato".
La economía estatal de esa época siguió basándose en la agricultura, aunque también se fortaleció la industria textil. Las haciendas vivieron entonces su apogeo con base en la producción comercial, en tanto que muchas pequeñas propiedades intentaban cubrir el autoabasto pueblerino. La desamortización de tierras comunales fue lenta e incompleta, pero más intensa que en los años anteriores. Muchos pueblos evadieron su aplicación mediante simulaciones y ocultamientos, mientras que las adjudicaciones estuvieron cargadas de irregularidades. Más que a las haciendas, la desamortización benefició a las capas ricas pueblerinas, con lo que se acentuaron las diferencias socioeconómicas hacia el interior de los pueblos.
El fenómeno mencionado, aunado a la creciente injerencia del gobierno estatal en la selección de las autoridades municipales, provocó una crisis de cohesión comunal y de autonomía. En un esfuerzo por compensar tal pérdida, algunos pueblos, por medio de compras colectivas de haciendas, continuaron practicando ciertas formas de posesión y organización comunal. Al mismo tiempo que los campesinos sin tierra o con muy poca ingresaban a las haciendas como mano de obra eventual o permanente, otros se fueron a las fábricas, intensificándose así el tipo de trabajo mixto obrero-campesino, especialmente en la región centro-sur de la entidad.
Por otro lado, la multiplicación de vías férreas mejoró considerablemente el comercio y la rentabilidad de las empresas agrícolas e industriales, aunque también influyó en un fuerte aumento del precio de la tierra y en la consecuente especulación de la misma, así como en la elevación del impuesto predial. Precisamente, la contribución fiscal fue la palanca que el gobierno empleó para sanear el erario público, multiplicar las obras de infraestructura, mejorar la educación y ampliar la burocracia. Pero esta "modernización" tendría un alto precio.
La escasa producción agrícola generó varias crisis durante el prosperato, que se tradujeron en escasez y carestía de artículos básicos. Entonces se hizo necesaria la eventual intervención del gobierno para evitar hambrunas y explosiones sociales. Sólo el pulque tuvo una bonanza más o menos estable en este periodo, aunque sus productores resintieron la saturación del mercado, la disminución de precios y el pago de contribuciones impuestas a la producción y comercialización de esa bebida popular.
La presión fiscal provocó un descontento creciente entre todas las capas sociales, especialmente en la de los pequeños propietarios, que a finales del siglo XIX desembocó en conatos de rebelión popular. A ese descontento se sumaron muchos otros, como el desatado por el reclutamiento forzoso al ejército y la imposición de autoridades municipales. Cuando las inconformidades se articularon con el movimiento obrero y el antirreeleccionista, de manera particular en la región sur del estado, el gobierno recurrió entonces a la represión y hasta al asesinato político. Así Andrés García pasó a ser protomártir de la Revolución en Tlaxcala. A finales de la primera década de este siglo, el frágil juego de equilibrios sociales, fraguado por el gobernador Cahuantzi, estaba quebrado y a punto de desmoronarse.
El movimiento revolucionario de Tlaxcala contó con un fuerte apoyo de los pueblos predominantemente indígenas del centro-sur. Fue radical y temprano, aunque debido a las limitaciones propias del estado, pronto vio reducidos sus recursos. Los revolucionarios tlaxcaltecas tuvieron que combatir los repetidos intentos que hubo por controlarlos desde afuera. Sólo en dos ocasiones gozaron de cierta anatomía: con el maderismo de 1911 y con el agrarismo de 1916, aunque en ambos casos terminaron desalojados del poder por fuerzas externas.
Es innegable el origen popular de los dirigentes revolucionarios de Tlaxcala: obreros, comerciantes ambulantes, campesinos parceleros y maestros metodistas, casi todos vinculados al movimiento maderista de Puebla y al partido magonista. El reclutamiento de sus militantes fue mediante formas tradicionales: redes familiares, de vecinos y de compañeros de trabajo que vivían o laboraban en la región centro-sur, ya que el norte tuvo otra participación y una dinámica más lenta y tardía.
Con el triunfo del maderismo y tras la renuncia de Cahuantzi, los revolucionarios llegaron al poder por medio del sufragio, gracias al apoyo de la incipiente clase media y aprovechando, además, las divisiones de la elite local. El inicio de un programa de reivindicaciones sociales radicalizó al movimiento y provocó que los hacendados se organizaran en una liga. Por medio de ella resistieron las huelgas de peones e impidieron la creación de colonias agrícolas dentro de las haciendas, estrategias que acabaron perdiendo el respaldo del gobierno maderista. La contrarrevolución aceleró la caída del gobernador Hidalgo y desató las venganzas de la liga, incluyendo el asesinato de algunos maderistas. Con el derrocamiento de Huerta, las milicias tlaxcaltecas fueron incorporadas, a su pesar, al constitucionalismo, mientras sus dirigentes se dividían entre villistas, zapatistas y carrancistas. Dentro de esta última facción, Arenas emprendió en el estado una vasta reforma agraria que no pudo prolongar por mucho tiempo.
Aquel reparto fue una combinación de anhelos de justicia social, caos jurídico, ajuste de cuentas y enriquecimiento personal. Con el asesinato de Arenas, el carrancismo tomó el control político y militar de Tlaxcala. La orden de devolver las haciendas invadidas y frenar el reparto agrario inconformó a los campesinos arenistas, quienes formaron su propio partido y luego presentaron candidato a gobernador. Un supuesto fraude electoral en 1918 dio el triunfo a Rojas, el candidato opositor.
Durante el movimiento armado la situación económica varió mucho en las diferentes regiones de la entidad y durante las sucesivas etapas de la rebelión. Las fábricas se recuperaron relativamente pronto y la producción agrícola no paró totalmente. El problema central fue, más bien, la interrupción del transporte, así como la apropiación de los productos por parte de los diversos grupos revolucionarios. La producción de pulque se reavivó en la década de los veinte, debido a que las haciendas norteñas que lo elaboraban aún no habían sido afectadas. Tampoco lo fueron las haciendas cerealeras del valle de Huamantla, por ser muy productivas.
Además de otorgar numerosos derechos sociales, la Revolución en Tlaxcala gestó, desde abajo, un profundo y prolongado movimiento laboral y agrario; también permitió la sustitución de la antigua élite política por otra surgida de los grupos revolucionarios. Sin embargo, la emergencia del nuevo liderazgo fue un proceso violento, como en otras partes del país. Con el tiempo, los dirigentes urbanos y profesionistas fueron desplazando a los de origen obrero y campesino, a la vez que se retomaban viejas prácticas de hacer política basadas en clanes familiares, clientelismo, cooptación y represión.
La pugna Carranza-Obregón se reflejó en una lucha entre las facciones que aspiraban al poder en Tlaxcala: rojistas, arenistas y mendocistas. Estos últimos iniciaron un cacicazgo que llevó a la gubernatura a tres de sus miembros. La débil base popular de los gobernadores mendocistas los hizo más dependientes del poder central, y el apoyo que éste les proporcionó aseguró su lealtad. Con ella se procuró el equilibrio entre los intereses regionales, así como un cierto control sobre las insubordinaciones políticas de Puebla, por lo cual los mendocistas no fueron derrocados. A su permanencia también contribuyó el eventual respaldo de los campesinos que entonces recibieron tierras.
Durante la década de los treinta, la creciente fuerza centralizadora del partido oficial limitó la consolidación de una maquinaria política local, así como la autonomía de los movimientos obreros y campesinos en el estado. Se desató una larga disputa por el control de las organizaciones agrarias, sobre todo al intensificarse la reforma cardenista. Hubo enfrentamientos de partidos, de líderes, de agrupaciones y de campesinos. Sin embargo, la actitud desafiante y autonomista de los pueblos de la región centro-sur, que existía mucho antes de la Revolución y que con ella recibió un gran impulso, impidió que éstos fueran sometidos del todo.
Al iniciar la década de 1940, había una gran inconformidad campesina debido a las contradicciones entre la política federal y la estatal en relación con la reforma agraria. Además, aún sobrevivían los resentimientos derivados de la aplicación de la educación socialista, que al difundir con vigor lo más radical del ideario revolucionario generó gran cantidad de conflictos entre varios grupos sociales.
En ese entonces los recursos eran suficientes para satisfacer las demandas de empleo y servicios de una creciente población. El gobierno buscó ingresos adicionales intensificando la recolección de impuestos, pero el descontento provocado lo obligó a dar marcha atrás; para compensarse no repartió las haciendas que seguían produciendo y pagando impuestos. Puede decirse que la lenta recuperación económica influyó en la postergación de la reforma agraria. Desde los años veinte se había intentado diversificar la economía del estado mediante el fomento de la industria, pero el proceso era lento y no culminaría sino hasta la década de los setenta.
A partir de los años cuarenta, la sucesión y el reparto del poder estatal quedaron definidos, en gran parte, por la estrecha relación que había entre los miembros de los grupos políticos locales y la de éstos con el gobierno federal. El partido oficial tendría en Tlaxcala una presencia continua y fuerte, que llegaba hasta los ámbitos pueblerinos por medio de caciques y organizaciones institucionalizadas.
En la década de los cincuenta, las tierras ya estaban muy fraccionadas, las parcelas eran reducidas, los créditos escasos, y la agricultura pobre. Por otra parte, un cambio en la política agraria, a raíz del cual se otorgaron certificados de inafectabilidad a pequeñas propiedades, disminuyó la dotación de ejidos y, más tarde, la paralizó. La escasez de tierras provocó cultivos demasiado intensivos, tala inmoderada de montes, erosión de suelos y, en general, una amplia movilización campesina.
En los años setenta, ese movimiento campesino alcanzó elevadas proporciones debido al apoyo que recibió de parte de agrupaciones estudiantiles. Numerosas invasiones de tierras y la demanda al presidente de la República para que fueran afectados los latifundios simulados, obligó a un nuevo reparto a partir de expropiaciones y compra de propiedades. Pero como no se logró cubrir todas las solicitudes, se originaron más invasiones, esta vez seguidas de desalojos forzados. La reactivación industrial era impostergable. La creación de corredores industriales abrió entonces nuevos y mejores horizontes a la economía de Tlaxcala, a la vez que convirtió a esta entidad en un buen ejemplo de la desconcentración industrial.
El proceso de industrialización-urbanización, aunado al incremento de los medios de comunicación y transporte, trajeron consigo múltiples beneficios, pero también su lastre de problemas. Se generaron cambios, por ejemplo, en muchas costumbres pueblerinas, en el vestido indígena y en las lenguas nativas, que parecían poner en peligro la tradicional homogeneidad cultural y étnica de Tlaxcala. Sin embargo, la gran riqueza de producción literaria, pictórica, arqueológica, artesanal, textil, editorial, culinaria y festiva, así como la abundante labor historiográfica tanto de aficionados como de profesionales, desarrollada a lo largo de la historia por su propia gente, constituyó el sólido contrapeso que ha permitido preservar la identidad y las tradiciones peculiares de este pueblo.
Al llegar al final de este libro debemos estar conscientes de que la historia aquí narrada, como cualquier otra, no tiene obviamente el carácter de única ni definitiva. Siempre existe la posibilidad de que surjan nuevas fuentes y se construyan diferentes interpretaciones. Por otra parte, hacer generalizaciones y simplificaciones entraña muchos riesgos, pero son inevitables cuando se elabora una historia, como lo es ésta, que tiene la condición de ser general y al mismo tiempo breve. Entonces, la limitación de espacio obliga a que algunos temas adquieran predominio sobre otros y que ciertos hechos y personajes sean omitidos. Eso sin contar con que determinados sucesos y periodos históricos son aún hoy día poco conocidos, debido a la escasa investigación hecha al respecto.
A pesar de lo anterior, sigue siendo valioso y necesario realizar ese tipo de historias, ya que permite un primer acercamiento sobre un tema especifico, en este caso la historia de Tlaxcala. El propósito es despertar en el lector un interés germinal que más tarde lo lleve, por otras vías, a ampliar y profundizar sus conocimientos y, en el mejor de los casos, a investigar y difundir nuevos estudios.
La historia de Tlaxcala tiene sus peculiaridades en comparación con otras regiones del país, pero también comparte con ellas muchos elementos, de ahí que para comprender mejor su pasado no la aislemos, sino para fines prácticos de estudio. Una comparación y contextualización más amplias darán realce y sentido a sus propios procesos históricos y a sus valores culturales.