Durante las fiestas religiosas no podía faltar el toque de diversión que ponía la fiesta brava. Las corridas de toros, tan gustadas por los zacatecanos, primero tuvieron lugar en la plaza principal de la ciudad y posteriormente en la plazuela de Villarreal. Cada año se sacaba a pregón la venta de concesión para la lidia de toros y se levantaban con madera las barreras y el tablado.
Las corridas alteraban la rutina de la ciudad. El comercio aumentaba con la llegada de forasteros que acudían de otros puntos a presenciar la fiesta brava. Los trabajadores de las minas trabajaban con mayor intensidad unas semanas antes para reunir dinero suficiente para la fiesta taurina, pero iniciada ésta solían abandonar sus labores, hecho que hacía pensar a algunos que sólo causaba perjuicios económicos y sociales porque se gastaba en exceso, aumentaban las deudas, los desórdenes, los robos y la embriaguez.
Aparte de las corridas de toros, los grupos de buena posición social tenían otras diversiones y maneras de ocupar el tiempo libre. Disfrutaban de las comedias, los autos sacramentales, las tertulias que se asemejaban a los salones literarios y, entre la gente educada, la lectura pasatiempo muy apreciado, sobre todo de libros religiosos, pero no faltaba el Quijote, o las obras de Quevedo, así como textos que difundían el pensamiento ilustrado.
Las fiestas profanas y populares alternaban con las religiosas; se organizaban, especialmente los fines de semana, peleas de gallos y bailes; había maromeros, volantineros, disfraces, fuegos artificiales y carreras de caballos. Los grandes mineros patrocinaban la presentación de óperas, farsas, dramas, comedias y zarzuelas. Para ejercitar el cuerpo se practicaba el juego de pelota, cuya cancha fue construida en la ciudad de Zacatecas según el modelo vasco.