Conforme a una larga tradición, la minería zacatecana se especializaba en las últimas décadas del siglo XIX
en la producción de plata. La depreciación de ese metal, que se inició con fuerza en la década de 1890 y sólo concluyó parcialmente con la reforma monetaria de 1905, ejerció algunos de sus efectos más perniciosos sobre el estado de Zacatecas, que vio mermados los términos de intercambio de sus productos pese a un incremento casi constante en los volúmenes de producción. Por otra parte, esa misma tradición platera actuó como uno más de los factores que dieron fuerza a la inercia del atraso, pues inhibió la diversificación en el proceso de extracción de minerales y mantuvo a la entidad en muchos sentidos atada a la dinámica de la producción de ese metal. Un factor más actuó entonces en el mismo sentido: el advenimiento de la comunicación ferroviaria, que al abaratar los costos de transporte para la pesada carga mineral, propició el traslado de los minerales extraídos en el estado a las grandes plantas beneficiadoras localizadas fuera de él, lo que arrebató a Zacatecas la fase más dinámica de la producción minera: el beneficio.
En las dos primeras décadas del periodo que nos ocupa las principales limitaciones de la industria minera zacatecana fueron probablemente la concentración geográfica y la escasa diversificación productiva. En cuanto a lo primero, los momentos de auge que se experimentaron entonces tuvieron lugar sobre todo en la serranía de Zacatecas, sin llegar a beneficiar a los demás partidos del estado, no obstante la conocida riqueza potencial de algunos de sus yacimientos. La diversificación, por otro lado, sólo se produciría cuando se crearan condiciones que hicieran rentable la explotación de minerales no preciosos. Estas condiciones aparecieron en parte con la llegada de los ferrocarriles y de cierta modernización tecnológica, aunque el acicate fundamental para la diversificación lo constituyó sin duda la continua depreciación de la plata.
Más allá de las variaciones que año con año experimentaba la actividad minera puede decirse que, al menos en lo que se refiere a la producción de plata, la situación no fue mala entre la restauración republicana y finales de la década de 1880. De 1875 a 1888 se acuñó en Zacatecas entre 19 y 26% de la plata acuñada en todo el país, lo que si bien no implica una participación idéntica en términos de producción, sí constituye un indicador de la importancia que en este terreno poseía el estado a nivel nacional. A partir de 1889 parece iniciarse una tendencia recesiva, acentuada por la caída del precio de la plata a partir de 1893 y por la crisis que en ese mismo año afectaría profundamente la economía de la entidad. Aunque con breves repuntes hacia el cambio de siglo, la tendencia seguramente continuó hasta el final del periodo, a juzgar por los efectos que sobre la producción debió tener la nueva devaluación del metal y la crisis mundial de 1907, que provocó el cierre de numerosas empresas en Zacatecas.
Pero la probable disminución en la producción de plata en Zacatecas sólo parcialmente refiere a un proceso recesivo. Tiene que ver, por otra parte, con la notable diversificación de la actividad minera que se inició desde la década de 1890. Ya en 1892, a la explotación de los minerales de oro y plata empezaban a sumarse las de estaño, plomo y cobre, que se volvieron aprovechables en virtud de la modernización tecnológica y de la disminución en los costos del transporte. Como se puede comprender, este proceso significó también una modificación sustancial en el mapa minero del estado, que implicó el desarrollo de distritos como Sombrerete, Nieves y Mazapil, en los que a las negociaciones tradicionales se sumaron algunas empresas extranjeras de grandes dimensiones.
El desarrollo de la minería zacatecana en las últimas décadas del porfiriato se caracterizó también por un importante proceso de concentración, que modificó no sólo las dimensiones del negocio minero, sino también su composición técnica y sus pautas organizativas. Sin embargo, ello no significó ni la eliminación de los inversionistas mexicanos ni la desaparición de las pequeñas empresas y de los antiguos métodos de explotación que, bien o mal, sobrevivirían en proporción significativa hasta después de la caída del régimen. Las tendencias a la concentración de la industria minera en pocas manos fueron más agudas en el ámbito del beneficio de los minerales que en el de la extracción. Así, según algunas fuentes, 11 de las 12 haciendas de beneficio que se reportaron como activas en el estado en 1907 pertenecían a anglosajones y se hallaban incorporadas a complejos mineros que les garantizaban un abasto permanente de mineral para beneficiar.
En parte como consecuencia de la modernización técnica, pero también debido
a la profunda inestabilidad del sector desde 1890, el número de trabajadores
empleados en las actividades mineras tendió a disminuir y experimentó fluctuaciones
significativas de uno a otro año en las dos últimas décadas del periodo. Baste
decir que esa cifra pasó de poco menos de 10 000 en 1900 a casi 22 000 en 1901,
para descender a 8 700 en 1903. Si bien el nivel de los salarios tendió a elevarse,
persistieron grandes diferencias entre los salarios de una empresa a otra, o
aun entre las diversas ocupaciones dentro de una misma negociación. Aunque los
salarios se incrementaron, las condiciones de vida de los trabajadores mineros
siguieron siendo difíciles hasta el final del periodo. A más de los riesgos
de accidentes individuales o colectivos, que no fueron remediados con el progreso
técnico, los obreros de la minería tuvieron que enfrentar a partir de cierto
momento la amenaza permanente de desocupación, propiciada por la modernización
técnica y por la inestabilidad que caracterizó a la evolución de este sector.