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          Henos aquí en Atenas. El Cerámico 
          abre espacioso cauce a ingente muchedumbre, que, en ordenada procesión, 
          avanza hacia la ciudad, que no trabaja; se interna en ella, la recorre 
          por donde es más hermosa y pulcra, y trepa la falda del Acrópolis. 
          En lo alto, en el Partenón, Palas Atenea aguarda el homenaje 
          de su pueblo: es la fiesta que le está consagrada. 
        Ves desfilar los magistrados, los sacerdotes, los músicos; 
            ves aparecer doncellas que llevan ánforas y canastas rituales, 
            graciosamente asentadas sobre la cabeza con apoyo del brazo. Pero 
            allí, tras el montón de bueyes lucios, escogidos, que 
            marchan a ser sacrificados a la diosa; allí, precediendo a 
            esa gallarda legión de adolescentes, ya a pie, ya en carros, 
            ya a caballo, que entonan belicoso himno ¿no percibes un concierto 
            venerable de formas y movimientos semejantes a las notas de una música 
            sagrada que se escuchase con los ojos; no ves pintarse un cuadro majestuoso 
            y severo: cuadro viviente, del que se desprende una onda de gravedad 
            sublime, en que se embebe el alma como en la mirada serenante de un 
            dios?... Grandes y firmes estaturas; acompasada marcha, en que la 
            lentitud del movimiento no acusa punto de debilidad ni de fatiga; 
            frentes que dicen majestad, reposo, nobleza, y en las que el espacio 
            natural se ha dilatado a costa de una parte del cabello blanquísimo, 
            que cae en ondas en dirección a las espaldas levemente encorvadas; 
            ojos lejanos, por lo abismados en las órbitas;olímpicos, 
            por el modo de mirar; barbas de nieve que velan en difusa esclavina 
            la rotundidad del pecho anchuroso... ¿qué selección 
            divina ha constituido ese coro de hermosura senil, donde la mirada 
            se alivia del fulgor de juventud radiante que recoge si atiende a 
            la multitud que viene luego? Cada tribu del Ática ha contribuido 
            a él con sus ancianos más hermosos; Atenas las ha invitado 
            a ese concurso; Atenas premiará a la que más hermosos 
            los envíe; y coronando el espectáculo en que parece 
            reunir cuanto hay de bello y noble en la existencia, para ostentarlo 
            ante su diosa, señala así en la ancianidad el don de 
            una belleza genérica, que es, en lo plástico, correspondencia 
            de una belleza ideal, propia también y diferenciada de la que 
            conviene a la idea de la juventud, en la sensibilidad, en la voluntad 
            y en el entendimiento. 
         
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