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          Rítmica y lenta evolución de ordinario; 
          reacción esforzada si es preciso; cambio consciente y orientado, 
          siempre. O es perpetua renovación o es una lánguida muerte, 
          nuestra vida. Conocer lo que dentro de nosotros ha muerto y lo que es 
          justo que muera, para desembarazar el alma de este peso inútil; 
          sentir que el bien y la paz de que se goce después de la jornada 
          han de ser, con cada sol, nueva conquista, nuevo premio, y no usufructo 
          de triunfos que pasaron; no ver término infranqueable en tanto 
          haya acción posible, ni imposibilidad de acción mientras 
          la vida dura; entender que toda circunstancia fatal para la subsistencia 
          de una forma de actividad, de dicha, de amor, trae en sí, como 
          contrahaz y resarcimiento, la ocasión propicia a otras formas; 
          saber de lo que dijo el sabio cuando afirmó que todo fue hecho 
          hermoso en su tiempo: cada oportunidad, única para su 
          obra: cada día, interesante en su originalidad; anticiparse al 
          agotamiento y el hastío, para desviar al alma del camino en que 
          habría de encontrarse con ellos, y si se adelantan a nuestra 
          previsión, levantarse sobre ellos por un invento de la 
          voluntad (la voluntad es, tanto como el pensamiento, una potencia inventora) 
          que se proponga y fije nuevo objetivo; renovarse, transformarse, rehacerse... 
          ¿no es ésta toda la filosofía de la acción 
          y la vida; no es ésta la vida misma, si por tal hemos de significar, 
          en lo humano, cosa diferente en esencia del sonambulismo del animal 
          y del vegetar de la planta?... Y ahora he de referirte cómo vi 
          jugar, no ha muchas tardes, a un niño, y cómo de su juego 
          vi que fluía una enseñanza parabólica. 
         
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