Al salir de la Bastilla, Voltaire, ojo avizor y mente receptiva, arribó a un mundo de felices contrastes. Sus primeras impresiones fueron buenas. Llegaba en un día primaveral brillante y soleado sorprendiendo a Greenwich (era el cumpleaños del rey y lunes de Pentecostés) en plenas fiestas. El monarca, acompañado de una orquesta flotante, vistaba el Támesis y su gabarra iba avanzado a paso de procesión entre seis millas de barcos con las velas desplegadas. La alegría del pueblo y la belleza de las mujeres contribuyeron a que el desterrado recibiera ante ese jubiloso cuadro una impresión de libertad y abundancia. Desde ese primer día empezó a comprender la influencia del comercio y de la marina mercante en la riqueza de las naciones.
El extranjero fue bien acogido. Bolingbroke, que había sido su huésped durante
un destierro en Francia, estaba ya de vuelta y lo presentó en su círculo literario,
integrado por Swift, Pope y Gay. Sin embargo, estas buenas impresiones se borraron
temporalmente. El clima le sentó mal y el viento Este lo debilitaba. Torturado
por el recuerdo de su humillación, volvió a Francia clandestinamente y durante
varias semanas intentó en vano que Rohan aceptara su reto. Poco después de su
regreso, falleció su hermana y en las cartas de entonces se refleja la angustia
de aquel corazón afectuoso. No hallaba consuelo: "Sólo un hechicero puede pretender
calmar con palabras las tormentas". Buscó el olvido en el trabajo y empezó a
leer toda la literatura inglesa, abarcando no sólo la poesía, sino la historia,
las ciencias e incluso los sermones. Vivía en la mayor pobreza, pues su banquero,
un tal d'Acosta, había quebrado, haciéndole perder hasta veinte mil francos
en una letra de cambio. La vida en Inglaterra le resultaba cara: era necesario
dar buenas propias a los criados de casa grande y además pagar las cuentas del
médico. Pero su fama le había precedido y encontró también muchas atenciones.
Jorge I, al saber de sus pérdidas, le mandó cien guineas. Los Bolingbroke le
ofrecieron su ayuda, pero la rehusó "porque eran lords", y prefirió aceptar
la hospitalidad de un hombre plebeyo, un tal Everard Falkener, con el que se
había encontrado una vez en París. Voltaire en aquella época se llamaba a sí
mismo "republicano". Falkener, que poseía una casa de campo en Wandzworth, era
un rico negociante ya retirado, un tipo nada vulgar, ingenioso, amigo de los
libros y un modelo de generosidad y benevolencia. Más tarde ascendió a la dignidad
y benevolencia. Más tarde ascendió a la dignidad de caballero y entró en el
servicio público, primero como embajador ante la Sublime Puerta y después como
director general de correos, nombramiento que impresionó profundamente a Voltaire,
que lo tomó como una prueba de la importancia política de su clase. Es posible
suponer que Falkener fue su modelo para el tosco, excéntrico y benévolo comerciante
que aparece en esa curiosa comedia de la vida londinense titulada La Escocesa.
Mientras se abría camino en el mundo de las letras y de la moda, e incluso
era presentando en la Corte, Voltaire frecuentaba también, con mayor gusto,
los hogares de la clase media. Se supone que debió de tratar a más de un cuáquero:
a uno de ellos, el patriarca Andrew Pitt, le interrogó sistemáticamente sobre
sus creencias. Conoció y admiró a Samuel Clarke, el veleidoso discípulo y traductor
de Newton, que fue rector de Saint James, literario, teólogo y físico. En aquel
tiempo no había asimilado aún la actitud del empírico espíritu inglés para con
las ciencias metafísicas. Observando un día ante un conocido que el doctor Clarke
era aún mejor metafísico que Newton, le sorprendió la respuesta del inglés:
"Eso es tanto como decir que el uno tiene mayor habilidad que el otro para manejar
los globos de juguete". En el mundo de las letras conoció a todo el que valía
la pena conocer. Y más tarde habló de todos, salvo una excepción, con amistoso
respeto. Era inevitable que él y Samuel Johnson chocaran, pero las anécdotas
que éste transcribe en su Vida de poetas son sin duda inexactas y malintencionadas.
La historia con que Voltaire horrorizó a Pope y Swift por su falta de delicadeza
y su impiedad, haciendo que la anciana madre de Pope se levantara de la mesa,
contiene un absurdo anacronismo y varios datos improbables. Años después seguía
aludiendo afectuosamente a todo el círculo: quería y admiraba a "Sir Homero
" y a "Sir Ovidio", como llamaba bromeando a Pope y Gay. Tropezó sin duda con
cierta frialdad y suspicacia momentáneas, ya que Voltaire en calidad de sabio
observador , alternaba imparcialmente los círculos de los whigs y los
thories, y era igualmente bien recibido en la Cortes antagónicas de Jorge
I y el Príncipe de Gales. Admiraba a Congreve como dramaturgo, pero sentía menos
respeto por el gran señor . Los poetas whigs, al menos Thomson y Young,
lo encontraban entretenido, picaresco y agradablemente shocking , según
la impresión que da el epigrama improvisado de Young. Después de oír a Voltaire
proclamar acaloradamente que la alegoría de la Muerte y el Pecado, de Milton
era de mal gusto, el autor de los Pensamientos nocturnos, que lo quería
sinceramente, garrapateó estos versos:
Sois tan ingenioso, libertino y delgado, que nos parecéis Milton, la Muerte y el Pecado. |
Pasó largas temporada en algunas casa de campo y en Blenheim sostuvo interesantes conversaciones sobre historia contemporánea con la vieja duquesa de Marlborough. Al pedirle que le presentara el manuscrito de sus memorias, ella le contestó con deliciosa franqueza: "Espere un poco; estoy rehaciendo la figura de la reina Ana, porque está empezando a gustarme otra vez".
La estancia de Voltaire en el país le resultó tan agradable como provechosa. Incluso pensó instalarse allí definitivamente. "Aquí", él escribía a su amigo Thiériot, "puede uno usar su inteligencia noble y libremente sin temor ni bajeza. Si siguiera mi impulso permanecería aquí, al menos para aprender a pensar". Dominó enseguida el idioma y nos dice que llegó a pensar en inglés. Podía improvisar un discurso y en cierta ocasión aprovechó esta facilidad para trocar en buen éxito una desgraciada aventura. Los refugiados hugonotes pululaba en Londres a la sazón, aumentando con esto la impopularidad de los franceses entre las masas por su afán de trabajar aceptando jornales más bajos de los corrientes. Algunos obreros, adivinando la nacionalidad de Voltaire, le tiraron barro al verlo pasar. Entonces les improvisó un discurso que los divirtió halagándolos. "¿No es suficiente desgracia les dijo el no haber nacido entre vosotros?", y continuó en este tono hasta que lo alzaron en hombros llevándolo en triunfo hasta su casa. Pero la vida incluso en Inglaterra, tenía sus riesgos y sus sombras. En cierta ocasión, un banquero del Támesis lo insultó diciéndole que todos los franceses eran esclavos. Al día siguiente vio al mismo individuo entre las manos de la ronda de matrícula.
Voltaire empezó su tragedia Brutus en inglés y en prosa . Y publicó dos ensayos sobre la poesía épica y las guerras civiles francesas que ponen de manifiesto su absoluto dominio del estilo inglés. Una serie de poesías dedicadas a Lady Hervey resultan, pese a su trivialidad, todo lo rítmicas e idiomáticas que puede desearse.
Mientras tanto, Voltaire no abandona sus propios estudios. Escribió en Inglaterra la más inteligente y popular de sus obras históricas, la Historia de Carlos XII, en la que trabajó intensamente. Corrigió y en realidad rehizo su poema épico la Henriade, aprovechando según su costumbre todas las críticas que le llegaban, fueran de amigos o enemigos. Este libro, que se imprimió en Francia clandestinamente, fue reeditado en Inglaterra con una dedicatoria que la reina aceptó y que estaba escrita en un lenguaje respetuoso pero decididamente liberal. Entre los suscriptores de la obra se contó lo más oculto de la nobleza, y Voltaire logró reunir una fortunita con la venta de la obra . Parte de la edición entró en Francia de contrabando como papel de envolver.
Voltaire estuvo casi tres años en Inglaterra, pero lo cierto es que en espíritu pasó allí el resto de sus días. Declaró más tarde que aunque había titulado su estudio del último siglo "el siglo de Luis XIV", hubiera debido llamarlo con mayor propiedad "el siglo inglés". Ese país de tolerancia, investigación y libertad era su patria espiritual, y nunca se cansó de alabar las cualidades del carácter inglés y la sagacidad de las instituciones inglesas de una manera que los franceses encontraban un poco fastidiosa . Montesquieu, que llegó a Inglaterra unos meses después del regreso de Voltaire y que pasó dieciocho meses allí, hizo lo mismo, aunque en tono más moderado. En cambio Rousseau, un introvertido que no hablaba inglés, se encontró muy a disgusto y no ganó nada con su viaje. El liberalismo francés, aunque se desarrolló conforme a su original y atrevido concepto, fue inspirado por Inglaterra.
Voltaire se sintió estimulado por aquella sociedad libre y positiva, a la que debió su nueva orientación vital. No perdió su ingenio, aún consideraba el énfasis "como una enfermedad", pero la frivolidad de su juventud había desaparecido. Él mismo se daba perfecta cuenta de su propio cambio. "Olvide", le escribía a Thiériot hablando de sus primeros escritos, "olvide esos delirios de mi juventud. Por mi parte ya bebí las aguas del Leteo. Sólo me acuerdo de mis amigos". Había escapado a las trivialidades de las cenas del Temple, refugiándose en la atmósfera de la Royal Society. Su tabla de valores había sufrido una completa transformación . Desde su estancia en Inglaterra, la vida significaba ante todo para él tres cosas. Primero, la intoxicante aventura de los descubrimientos científicos, que comprendían no sólo la firme demostración de las nuevas verdades en física, óptica o química, sino también la visión deslumbrante de un universo racional y sistemático. Esto era para él una idea inglesa, que aprendió de Newton. Tras este nuevo concepto del sistema racional en el universo, venía el interés por el progreso material, y Voltaire empieza a fijarse en la importancia del comercio, de la industria, y de la clase media como pionera en este esfuerzo para el mejoramiento colectivo, mientras emplea al hablar de ello, frases que recuerdan a Defoe. Y finalmente, aunque entre sus dos estancias en la Bastilla la experiencia le había enseñando todo lo que un muchacho necesita saber acerca de las humillaciones y los peligros de una vida a merced del despotismo, fue en tierra inglesa donde profundizó y cimentó las bases de la libertad. Tenía un espíritu positivo al que no interesaban las "quimeras". Pero había palpado y experimentado la libertad; por lo tanto era una meta asequible.
Su destierro dio fin en marzo de 1729, pero aún tenía que sufrir un periodo de cuarentena fuera de París y se instaló en St. Germains. Con la cabeza llena aún de Inglaterra, se dispuso a completar sus impresiones. Estas Cartas filosóficas encubren con su pedante título un librito ingenioso y alegre, tachado por muchos de superficial. Voltaire sus razones para adoptar ese tono y ellas explican muchos puntos de sus escritos y, en general , de la literatura hecha por los liberales franceses. Si se quería vivir ahorrándose la Bastilla, era indispensable evitar a toda costa los ataques de frente con el ceño fruncido y los músculos en tensión. En cambio, frívolamente y como el que no dice nada que merezca la pena, se podía uno permitir el lujo de adivinar el pensamiento ajeno entre dos alegres carcajadas. Voltaire, antes de arriesgarse a publicar sus explosivas cartas, comprobó su efecto sobre las autoridades, leyéndoselas al primer ministro, cardenal Fleury, personaje de limitada capacidad y manga ancha que se dignó mostrarse divertido. Un francés aunque sea cardenal debe reír incluso ante una blasfemia si es lo suficientemente ingeniosa. Pero esto no significa que deba reírse siempre, lo cual olvidó Voltaire. No había blasfemias en sus Cartas, pero sí ingeniosas y audaces estocadas contra todas las instituciones francesas tradicionales la iglesia, el clero, la nobleza, el sistema de impuestos, incluso contra la inmortal Academia. Más aún, pintaba el cuadro de una sociedad envidiablemente libre, en vías de alcanzar gran influencia y riqueza y mucho más adelantada que Francia en el camino de la civilización con los estudios contemporáneos de la vida inglesa y americana escritos por André Siegfried. Voltaire no se propuso hacer una información exacta. Sus lectores no hallarían en esos esbozos una idea precisa de lo que era la constitución inglesa, ni el detalle del funcionamiento parlamentario. Su intención era sobre todo la de presentar una serie de cuadros cuya contemplación podría serle saludable a un francés. Podría haberse dicho mucho más con provecho. Es curioso que el libro no se refiera para nada a los deístas ingleses aunque esta omisión se subsane en posteriores trabajos. Voltaire nos dice que en su primer borrador suprimió muchos párrafos a propósito de Locke, los cuáqueros y los presbiterianos. Su "corazón sangraba" al hacerlo, "pero después de todo quiero vivir en Francia".
No todo es propaganda en ese libro. Su mayor parte sólo tiene el propósito de entretener. Aunque Voltaire simpatizara con los cuáqueros, en contraste con su frialdad hacia todas las sectas protestantes excepto la de los unitarios, su intención no era ciertamente la de prender esa herejía en los pechos católicos. Pero al enumerar todas las sectas que convivían en Inglaterra quiso llamar la atención sobre los felices resultados de una política tolerante. "El ingles", dice "como hombre libre, va al cielo por el camino de su elección ...Si en Inglaterra sólo existiese una religión, el despotismo allí hubiera sido formidable: si hubieran existido dos, los ingleses se cortarían la cabeza los unos a los otros: pero como hay treinta religiones todos viven felices y en paz". Se permite una broma de doble sentido acerca del clero: éste conserva muchas ceremonias católicas, sobre todo la de recoger diezmos con la más escrupulosa puntualidad. A los ministros de estas sectas les gusta ser maestros en sus aldeas, pero tienen que someterse a la autoridad del Parlamento. En general son monógamos y si a veces se emborrachan, lo hacen gravemente y sin escándalo. "Cuando les cuentan que en Francia, jovenzuelos conocidos por su vida crapulosa y encumbrados a la sede episcopal gracias a las intrigas femeninas, hacen el amor en público , se entretienen componiendo madrigales, se refocilan a diario con exquisitos banquetes y van luego a implorar las luces del Espíritu Santo, mientras se llaman a sí mismos sucesores de los apóstoles, los ingleses le dan gracias a Dios por ser protestantes. Pero, como dice el maestro Rabelais, después de todo sólo son unos miserables herejes dignos de ser quemados vivos y de que el diablo se los lleve, por eso voy a dejarlos y que se arreglen solos".
Pero el tono de Voltarie se hace más grave el hablar de la libertad política en Inglaterra. Justifica a medias la ejecución de Carlos I, y compara nuestras fructíferas luchas civiles con las interminables guerras civiles de Francia que sólo consiguieron estrechar sus ligaduras.
"La nación inglesa es la única de este mundo que ha conseguido limitar el poder de los reyes; resistiéndole, con un esfuerzo tras otro, estableció finalmente este sabio sistema de gobierno que deja los príncipes absoluta libertad para hacer el bien, pero les ata las manos en cuanto intentan obrar mal . Como no existen vasallos, los nobles saben ser grandes sin insolencia y el pueblo colabora con los gobernantes sin desorden."
A esto sigue un atrevido resumen de los pasos por los que llegó Inglaterra a la abolición del sistema feudal. Al hablar de Parlamento se complace literariamente explicando el poder del consejo municipal sobre los Tesoros Reales sin hacer hincapié sobre el significado de esto como sistema de control. Para él sólo representa una protección contra los impuestos arbitrarios. En este libro, como en sus obras históricas más importantes, se fija sobre todo en las defensas de la clase media, lo mismo cuando trata de la Reforma protestante, del movimiento galicano o de las luchas por el poder político. Lo importante era salvaguardar la propiedad contra papas y reyes; el resto sólo tenía un valor incidental . Este franco realismo no tiene precio para el estudiante de historia. Nacido en el seno de una familia jansenista y vuelto a nacer en la Inglaterra de la gloriosa revolución de los whig, precursor él mismo de la Revolución francesa, Voltaire conocía por instinto y convivencia la mentalidad de esa clase media a la que dio la más brillante expresión literaria. Los diezmos de los obispos franceses, las gabelas, todos estos agravios económicos son los puntos de partida de la lucha internacional de la clase media cuya lista puede completarse con el te de Boston. He aquí la perorata de Voltaire sobre la libertad inglesa: cada frase implica una crítica indirecta del estado de cosas en Francia: "Porque un hombre sea noble o sacerdote, no está exento de pagar ciertos impuestos; éstos están fijados por la Cámara de los Comunes, que, aunque segunda en rango, es la primera por su influencia".
"Los lords y los obispos pueden rechazar una cuenta de la Cámara de los Comunes, pero no pueden enmendarla. Todo el mundo paga. Cada uno da no conforme a su rango (pues esto sería absurdo) sino conforme a su rango (pues esto sería absurdo) sino conforme a su renta: no existe el impuesto personal (taille), ni el impuesto de capitación arbitrario, sino un verdadero impuesto sobre las tierras; éstas fueron valoradas muy por bajo de su precio en el mercado, durante el reino del famoso Guillermo III.
"El impuesto no varía aunque el valor de la tierra aumente; por la tanto, no se roba a nadie y nadie se queja . El campesino no usa zuecos que lo lastimen; come pan blanco; va bien vestido; no vacila en aumentar sus cabezas de ganado, o en techar su casa con tejas, pues no teme que le suban los impuestos para el año próximo. Hay aldeano que con una renta de quinientas y seiscientas libras esterlinas no desdeña labrar el suelo que lo enriqueció. Sobre él vive como un hombre libre".
Unas páginas más lejos, se encuentra una interpretación menos pedestre del concepto libertad: "En Inglaterra se piensa en alta voz y se honra a letras mucho más que en Francia. Esto es una consecuencia necesaria de su forma de gobierno. Hay en Londres unas ochocientas personas con derecho a hablar en público y a mirar por los intereses de la nación. Unas quinientas o seiscientas pretenden recibir a su vez el mismo honor. Los demás juzgan la conducta de estas personas y pueden manifestar en letras de molde su opinión acerca de la cosa pública: la instrucción es obligatoria en todo el país".
Sigue un peán dedicado al comercio como fuente de la prosperidad en Inglaterra.
"Londres era rústico y pobre cuando Eduardo III conquistó la mitad de Francia. Sólo porque los ingleses se han dedicado al comercio, Londres sobrepasa ahora a París por la extensión de la ciudad y el número de sus habitantes; también por lo mismo pueden poner a doscientos hombres en pie de guerra y alquilar reyes para que les sirvan de aliados".
Luego nos dice que el orgullo del comerciante inglés es legítimo y lo compara con un ciudadano romano. Concluye invitando al francés burgués para que tenga alta idea de sí mismo . ¿Al escribir esto sentirían sus hombros la huella de los azotes?. "El comerciante francés está tan habituado a oír despreciar su profesión que es lo bastante estúpido para avergonzarse de ella. Sin embargo, no sé muy bien quién es más útil al Estado, si el Lord empolvado que sabe la hora precisa en que se levanta el Rey y en que se acuesta, que se da mucho tono mientras hace el papel de esclavo en la antesala de un ministerio, o el comerciante que enriquece a su país; da ordenes desde su oficina a Surat y el Cairo, y contribuye al bienestar del universo."
La religión y la política ocupan apenas la tercera parte de libro; el resto, tras interesante informe acerca de los experimentos ingleses de inoculación contra la viruela, está dedicado a la ciencia y la literatura. No es necesario extenderse aquí sobre el resumen altamente adulador que hace Voltaire de la literatura inglesa tratándola desde su ultra clásico punto de vista: a Pope le da la palma en poesía y considera a Shakespeare como un genio bárbaro. La academia francesa es cortésmente fustigada en Inglaterra, por su modo de honrar el intelecto, se exhibe como modelo digno de imitarse. El funeral con la nación entera honró a Newton impresionó hondamente a Voltaire.
Ya había empezado la gran obra de su vida, que consistió en transmutar los valores del mundo conforme a los principios liberales. Nos asegura que Newton es el hombre más grandes producido por diez centurias. "Debemos venerar al que conquistó nuestra mente con la fuerza de la verdad, no a los que esclavizan al hombre con la violencia, al que conoce el universo y no a los que lo desfiguran". En seis capítulos, escritos al alcance de todos y amenizados con su habituales chispas de ingenio, empezando con Bacon y siguiendo desde Locke hasta Newton, hace el relato de la revolución intelectual en Inglaterra que se abrió camino paralelamente a la transformación social y religiosa. Para los lectores franceses fue ésta la primera información sobre la filosofía empírica y la física moderna. Dentro de sus límites está admirablemente logrado. Voltaire no contribuyó con ningún elemento original a la filosofía ni a las ciencias físicas, pero poesía el don que le faltaba a Newton, el de interpretar clara y atractivamente. Gracias a él, los más sólidos cimientos de la creencia moderna en un universo racional se introdujeron pronto en la cultura europea pues en aquel siglo el francés era el lenguaje universal de las clases cultas. Las Cartas no son más que un prólogo. La descripción completa del sistema newtowiano un libro tan oportuno como de fácil lectura se publicó más tarde. Aquí prepara a sus lectores, con un desdeñoso vistazo sobre la filosofía griega (que en realidad apenas conocía), algunas bromas acerca de los estudiantes y una crítica no respetuosa del sistema cartesiano, a acercarse a los pensadores ingleses. El terreno eras peligroso. En sus tiempos Descartes tuvo que refugiarse en Holanda, pero desde entonces la Iglesia había asimilado sus enseñanzas y para el mundo eclesiástico y culto ése era en Francia el sistema científico ortodoxo y tolerado. Voltaire tuvo que presentar sus excusas por esos modestos turbadores de la paz intelectual. El cauto empirismo de Locke lo describe en otro lugar como el hombre que tantea el universo lo mismo que el ciego con su bastón había alarmado a los ortodoxos, incluso en Inglaterra. "Los supersticiosos son en la sociedad lo que los cobardes en el ejército: sienten el pánico y lo difunden". Después de poner las cosas en claro de este modo característico, describe ingeniosamente la teoría de la atracción de Newton, su óptica, sus reformas de la cronología y hace una levísima referencia al cálculo infinitesimal en resumen un cargamento de dinamita intelectual demasiado grande para tan exiguo librito. Pese a su levedad, innumerables lectores hallaron en él el primer panorama de una nueva sociedad y de un universo sistemático. Condorcet afirma que su publicación revolucionó toda una época.
Los cinco años que siguieron al regreso de Voltaire fueron pródigos en acontecimientos. Se representaron tres de sus tragedias, y la última, Zaira (un eco de Otelo), tuvo tanto éxito como Edipo, pero despertó a los ortodoxos, que la encontraron teológicamente errónea. Sus versos sobre la muerte de Adriana Lecouvreur enfurecieron al alto clero, como es natural, pues en ellos arde la llama de una noble indignación. Había amado a la gran actriz y acompañó su cadáver cuando lo sepultaron en tierra profana, pues la Iglesia negaba aún los últimos ritos religiosos a los actores, por muy célebres que éstos fueran. En su poema les dice a sus compatriotas que los ingleses enterraron a Anne Oldfield junto a Newton y Addision en la Abadía de Westminster. He aquí la libre traducción de un fragmento:
Rival de Atenas, Londres, bendito seas, que con tus tiranos te arrancaste los prejuicios que ciertas castas alimentan. El hombre piensa alto y el valor se abre camino donde el arte honra el nombre de un burgués . El que derrotó en Blenheim a Tallard, el altivo Dryden, el sabio Addison, la hechicera Olldfield y Newton comparten el templo de tu fama. En Londres, Lecouvreur tendría sepultura entre los príncipes, los héroes y los sabios. Allí el talento hace a los hombres grandes.
Al publicarse en un poema muy anterior, la Epístola a Urania, el arzobispo de París presentó una queja a la policía. Su Templo del gusto, brillante ensayo crítico a la manera de la Dunciada, escrito mitad en verso mitad en prosa, desató una furiosa controversia con Rousseu el Viejo, y su escuela. París se dividía implacablemente siempre que publicaba algo, y se llevaron a las tablas parodias de Zaira y del Templo. Su Historia de Carlos XII fue prohibida por razones de orden dinástico, y tuvo que imprimirla secretamente en Rouen. Su editor contrabandista dio a la luz sin su permiso, en 1734, las Cartas filosóficas sobre Inglaterra. Voltaire no estaba aún dispuesto a lanzar ese reto cuidadosamente meditado.
La Francia oficial reaccionó rápidamente. El gesto divertido del cardenal Fleury se borró pronto. Un registro en el domicilio del autor sirvió para dejarlo sin dinero ni papeles. El libro fue confiscado y condenado en los tribunales . El 10 de junio de 1734 la edición fue quemada públicamente como "obra escandalosa, contraria a la religión, a la moral y al respeto debido a los poderes vigentes". Una carta sellada (lettre de cahet) disponía que lo condujeran al castillo de Auxonne, tétrica cárcel situada en las cercanías de Dijon. Pero advertido a tiempo por su amigo d'Argental, logró huir de París.
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