No hay datos que nos informen exactamente sobre la manera en que este hombre tan activo empleó los años de su estancia en Cirey. Lo indudable es que consagró la mayor parte de este tiempo a preparar y escribir sus estudios históricos. Empezó a interesarse por estos estudios durante la edad escolar y siguieron hasta el fin de su larga existencia. Sin embargo, no nos decidimos a clasificar a Voltaire entre los historiadores . Él mismo fue un hecho histórico. Escribía historia porque pretendía hacerla. Nunca pensó que el tiempo fuera un tesoro encerrado, lleno de acontecimientos y cosas ya idos. Él lo sentía como río dinámico en pleno movimiento. Su contribución sistemática a la interpretación científica de la historia fue realmente escasa. En esto lo sobrepasó Montesquieu. pese a las limitaciones de sus análisis. Condorcet, en el atrevido esbozo que escribió sin la ayuda de los libros, mientras huía de la guillotina, logró el primer ensayo para una perspectiva evolutiva. Vico, de quien los filósofos franceses no tuvieron noticia, había sentado ya los cimientos de esta nueva visión. Buckle y Karl Marx dieron el paso decisivo en el último siglo. De todos modos Voltaire introdujo en la historia el sentimiento de la continuidad del hombre a través del tiempo. Ninguno de sus sucesores procuró antes de nuestros días, estudiar a la humanidad en conjunto, con la China, la India e incluso Japón reunidos en el mismo panorama. Pero su principal aportación fue la de introducir en la historia el concepto moderno de la causalidad. Hasta ese día la historia sólo era una de estas dos cosas. O bien una crónica ajena a toda la crítica, en que los chismes, los heroicidades y los milagros se mezclaban con el escueto relato de los acontecimientos dinásticos y militares, o bien un edificante ensayo de adivinación sobre los designios de la Providencia. La piadosa obra maestra de Bossuet, su fragmentaria Historia Universal, fue el último esfuerzo notable de este género. En él, un devoto que era al mismo tiempo genial, procura resucitar la visión del plan divino en la historia, al modo de San Agustín, que lo esbozó con atrevidas pinceladas en La cuidad de Dios. La historia concebida de esta manera no puede ser un cuadro de causas y efectos; es el resumen de la voluntad divina. Tras los primeros éxitos de la física, Voltaire llevó también a ese campo la transición de la especulación sobre las causas últimas a la investigación de las causas auténticas, que señala los principios de esta ciencia. No estaba solo en aquel empeño; en esto, como en todo, fue el arquetipo intelectual de su época. Él y Montesquieu, que nunca se tuvieron gran simpatía, se impusieron en el mismo periodo similares tareas. David Hume y Gibbon eran sus más jóvenes contemporáneos. Todos pretendían establecer una ciencia histórica, en oposición a Bossuet y como reacción consciente frente a él, al jesuita Daniel y a su grupo. Los historiadores actuales, absortos en las minucias de la búsqueda para recoger datos y reunir documentos, se muestran reacios recalcitrantes en reconocer el mérito de Voltaire. Sienten mayor simpatía hacia los eruditos, monjes anónimos muchos de ellos, que durante aquel siglo en París y Viena se preocuparon de recoger y editar las crónicas medievales. Era un trabajo indispensable pero integrado por materia bruta; no es ésa la historia que forma la parte de la cultura. En ese sentido, si consideramos la historia como una rama de la ciencia y de la literatura, como una muestra de la civilización y como una parte de ella, no exageramos al afirmar que Voltaire fue el primer historiador de la Europa moderna. Lo cierto es que entre su Siglo de Luis XIV y los últimos clásicos romanos, no perdura ningún libro que merezca el nombre de historia, nada que pueda considerarse como un testimonio de cultura general, pues las obras de Montesquieu eran más bien ensayos de interpretación que auténtica historia.
Método y propósito
La historia de la civilización
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