QUO VADIMUS, HOMO SAPIENS?

Se ha dicho repetidamente, y se hizo mención de ello al inicio de este libro, que las ideas evolutivas de Darwin plasmadas en la teoría de la evolución por medio de la selección natural, han sido probablemente la mayor revolución de la historia del pensamiento humano. En mi opinión lo son no tanto por la sencillez y belleza del planteamiento de Darwin para resolver ese gran "misterio de los misterios", sino por las profundas implicaciones del pensamiento darwiniano sobre la concepción que el hombre ha tenido de sí mismo. Esta concepción, en el mundo de la cultura occidental y también de algunas culturas orientales, está basada en una visión totalmente antropocéntrica del mundo natural. Así como antes de Copérnico, Bruno y Galileo, la Tierra era considerada por el mundo occidental como el centro rector del Universo y por lo tanto éste estaba condicionado a nuestro planeta, la visión de la civilización occidental estableció la primacía total del hombre sobre la naturaleza, la cual se constituye en un elemento supeditado al servicio incuestionable de las necesidades del hombre. Tal "rectoría" del hombre sobre la naturaleza se basa en su concepción de criatura única y especial, totalmente separada del resto de los organismos, por virtud de un acto especial de creación.

Si aceptamos las ideas evolutivas sintetizadas por Darwin, tendremos también que aceptar, para ser congruentes con ellas, que el factor que hace "único" al hombre de entre los otros millones de especies que aún habitan este planeta es su capacidad de comunicación con otros miembros de su especie, de poder transmitir sus ideas, conocimientos y conceptos y de construir una cultura sobre la experiencia, tanto la propia como la de sus contemporáneos y antepasados. Ninguna otra especie de este planeta, hasta donde sabemos, ha logrado esta capacidad constructiva de conocimiento acerca del medio y los fenómenos naturales que la rodean y menos aún acerca de territorios abstractos tales como la ética, la religión o la metafísica. La ciencia por un lado y la filosofía por el otro, son las expresiones cumbres de tal capacidad.

No obstante lo sobrecogedora que nos pueda parecer esta capacidad, no es sino el resultado de la selección de aptitudes y emociones típicas de muchos mamíferos y primates. Este proceso de selección debe de haber ocurrido en la encrucijada de los procesos de evolución orgánica y evolución cultural por la que primero los homínidos, y en seguida el hombre primitivo, cruzaron en su tránsito para convertirse en lo que, desde la adopción del sistema linneano, catalogamos como Homo sapiens, el "hombre sabio". El hombre se independizó, primero lentamente, después en forma vertiginosa, de la acción de la selección natural, a medida que desarrolló sus diversas formas de cultura. Lo sistemas sociales humanos han evolucionado como respuesta tanto a sus necesidades ambientales como sociales. Así, se ha dado un proceso por el cual, desde hace varias decenas de miles de años, la evolución cultural, en lugar de la orgánica, caracteriza cada vez más la transformación, la estructura y las propiedades de las sociedades humanas y los individuos que las componen. Existen muy pocas razones para creer que el agrandamiento del cerebro humano ocurrió para permitirnos adquirir más conocimientos objetivos. El conocimiento que tenemos en la actualidad sobre la evolución de los homínidos y el comportamiento de primates no dejan margen más que para afirmar que las cualidades "especiales" del cerebro humano son solamente el producto marginal e incidental de un proceso de selección natural para poder sobrevivir en el ambiente hostil en que los primeros homínidos y el mismo hombre primitivo, tuvieron que desarrollarse.

Como resultado de haberse transformado en esa encrucijada de evolución orgánica y cultural, el hombre ha desarrollado, inevitablemente, una dualidad de valores y de estándares morales que lo ponen en constante conflicto en la actualidad. El grupo familiar, que representaba un alto grado de cooperación social, fue seguramente crucial en el desarrollo del hombre actual. En el seno de ese grupo se generaban lazos afectivos y de protección que ahora calificamos con el rubro general de "amor". Pero de igual forma, la presencia de otros grupos familiares similares representaba la amenaza al territorio, tanto sexual como especialmente de procuración de recursos esenciales para la supervivencia. La vida en grupos familiares compactos y muy integrados produjo, a través de miles de años de historia de vida rural, patrones de comportamiento que resultan francamente inadecuados en la actualidad, en las condiciones impuestas por la era industrial y de megaconcentraciones urbanas. En el mundo de la comunicación instantánea se presenta cada vez más la necesidad de generar patrones de comportamiento que tienen que ver con la preocupación acerca del bienestar o la seguridad de personas o grupos sociales, no solamente ajenos al reducido núcleo familiar, sino que frecuentemente uno no conoce o no podrá ver nunca. Por ejemplo, nuestro comportamiento ha sido condicionado durante milenios para responder de inmediato a las necesidades alimentarias de nuestros hijos o hermanos, pero difícilmente a las de los niños y adultos que mueren de hambre en Biafra o a consecuencia de conflictos sociales en algún otro país. Y sin embargo, en nuestro mundo actual, tenemos la responsabilidad social de atender también a estas demandas.

Otro concepto que el pensamiento darwiniano invalida por necesidad es el de que el hombre se encuentra ubicado en este planeta por designios extranaturales, lo cual implica por un lado una cierta fatalidad y por otro el hecho de que la humanidad depende de una "providencia" que se encarga de que las cosas, a final de cuentas, le salgan bien en este planeta. Aceptar que el hombre se encuentra en la Tierra como resultado de un largo proceso de evolución orgánica, y no de haber sido "implantado" en ella, le quita el sentido de magia, expresado de diversas formas en ritos y religiones y que ha inducido a la humanidad en casi todas las civilizaciones, a no sentirse parte de la naturaleza en y de la que vive, con todas las consecuencias destructivas que ello conlleva.

El principio de incertidumbre, que fue formulado por el físico Werner Heisenberg para describir la imposibilidad de predecir con toda precisión el funcionamiento del Universo, como Laplace proponía, resultó ser una decepción intelectual para muchos físicos, algunos de los cuales se convencieron de que las bases mismas de la investigación científica estaban debilitadas. Sin embargo, los únicos que se sintieron mal al saber que la ciencia estaba basada fundamentalmente en la probabilidad (y no en la certidumbre total) de que un fenómeno ocurra fueron los físicos. Los biólogos, por ejemplo, están acostumbrados a trabajar con fenómenos que no pueden ser medidos u observados con gran precisión; la visión probabilística del Universo es algo muy familiar para ellos. De hecho, la evolución orgánica, el más grande de los fenómenos biológicos, siempre se ha caracterizado por una alta impredecibilidad.

No sabemos si el proceso de evolución orgánica (u otro similar) que ocurrió en este planeta ha tenido lugar en otros objetos astronómicos del Universo. Cualquiera que fuese el caso, lo cierto es que del hombre, y de nadie más, depende su futuro en este planeta y, consecuentemente, en el Universo. Ninguna especie terrestre, nuevamente hasta donde sabemos, ha emergido del proceso de evolución orgánica con el poder y la capacidad no sólo de entender ese proceso del que es un producto, sino de modificarlo profundamente, no sólo por su capacidad de crear nuevas especies, sino particularmente por la de exterminarlas al cambiar profundamente el ambiente en el que él y las especies que lo rodean (y de las que depende) viven. Al modificar abruptamente este proceso de millones de años, el hombre pone en sus manos no solamente el futuro de los millones de especies que le han acompañado en su evolución, sino de su futuro mismo. Así como la idea de que los científicos tienen una responsabilidad social se hizo evidente a raíz del desarrollo de las armas atómicas, ahora una buena parte de esa responsabilidad social tendrá lugar en el desarrollo de las ciencias biológicas más que en el de la física, como ocurrió en el pasado. Los importantes avances en la genética que ya se han dado y que ocurrirán en el futuro posibilitarán al hombre manipular su propia estructura genética para crear fenotipos a voluntad. Los avances en la neurofisiologia y su creciente asociación con las ciencias de la computación podrán poner también al alcance del hombre la posibilidad de controlar el comportamiento humano.

Al tener acceso a esas posibilidades, el hombre se enfrentará de inmediato a dilemas éticos de gran magnitud, y principios consagrados como básicos para la naturaleza humana, tales como la libertad, el valor de la individualidad, etc., se verán seriamente amenazados. La humanidad, particularmente las sociedades científica y tecnológicamente avanzadas enfrentarán serios dilemas de decisión y habrá necesidad de reconsiderar valores y principios éticos. Ahora mismo, sin necesidad de mayores avances, la humanidad, pero en especial las sociedades que se han desarrollado o las que estamos en el proceso de hacerlo, encaramos la necesidad de adoptar nuevos valores y nuevos principios éticos.

Lo anterior ocurre principalmente por el efecto que las poblaciones humanas están teniendo sobre el medio en que viven y los recursos de los que dependen. El crecimiento poblacional, resultado en buena parte de los avances en la biología, está ocurriendo en los presentes años a una velocidad enorme; la población mundial se duplica cada 35 años. En contraste, los ecosistemas naturales y los creados por el hombre, de los que depende la humanidad para su subsistencia, no solamente no aumentan, sino que se han ido reduciendo por el serio deterioro causado por las prácticas inadecuadas de uso a que el hombre las sujeta. Cada vez más suelos agrícolas se vuelven improductivos por erosión, infertilidad, etc. y cada vez más el costo de recuperar su capacidad productiva es menos redituable económica y ecológicamente. Los sistemas ecológicos de los que depende el hombre para su subsistencia, incluidos desde luego los sistemas agrícolas y pecuarios, se mantienen a base de energía solar, por medio del proceso de la fotosíntesis. La diversidad biológica total que se ha dado en este planeta en los casi tres mil millones de años de evolución orgánica, y de la cual se encuentra presente en la actualidad menos del 1 %, ha ocurrido fundamentalmente a partir de la materia prima producida por las plantas fotosintetizadoras. Este proceso es el que ha permitido también la constitución de ecosistemas extremadamente ricos en especies que el hombre se ha empeñado en remplazar por sistemas de una o muy pocas especies, sostenidos artificialmente por el uso de herbicidas y plaguicidas para mantener una casi nula diversidad y la adición creciente de nutrientes (por medio de fertilizantes) que ya no pueden existir naturalmente en tales ecosistemas depauperados.

En la actualidad ya no hacen falta más estudios ni más información para convencernos de que tal uso de los ecosistemas no puede continuar a menos de que estemos dispuestos a pagar un costo sumamente elevado no sólo desde el punto de vista económico, sino particularmente desde el social.

Curiosamente, la presencia del hombre en la Tierra ocurre aproximadamente a la mitad del periodo en el que habrá vida en este planeta, en unos tres mil millones de años más, nuestra fuente de energía, el Sol, se habrá convertido en una estrella enana roja para extinguirse poco después. La vida, como hoy la conocemos, seguirá poco después también ese destino. El hombre es, como cualquier otra de los cientos de millones de especies que han existido, producto del proceso de evolución orgánica. Al adquirir la capacidad de modificar su ambiente de la manera que lo hace, el hombre amenaza al escenario mismo del cual es un producto. ¿Podrá haber representación teatral sin escenario, ni contexto, ni otros actores que den soporte al papel del hombre?

La vida en la Tierra no se extinguirá, no importa que atroz cataclismo pueda desatar el hombre, incluido un holocausto nuclear. En estas condiciones, la especie humana seguramente podrá desaparecer o caer en estados de deterioro social y cultural que ahora se nos antojarían totalmente inaceptables, pero la vida, el proceso de variación biológica sujeta a las fuerzas de la selección natural, continuará y tomará rumbos impredecibles. Nuevas especies poblarán este planeta y nuevos grupos dominarán la faz de la Tierra en forma sucesiva. Formas y funciones vitales fascinantes poblarán continentes y mares. Mientras exista energía solar y pueda ser capturada por organismos que la transformen en sustancias orgánicas, la vida en la Tierra no cesará. En nuestras manos está el convertirnos en un accidente curioso en la larga historia de la evolución orgánica del planeta Tierra (que por cierto en esas circunstancias no quedaría alguien a quien le interesase) o en tener otro tipo de trascendencia.

Ante la enorme y fatal destrucción de la naturaleza causada por cada vez más expresiones de la evolución cultural del hombre, sólo nos queda preguntarnos con un sentimiento de extrema angustia: Quo vadimus, Homo sapiens?

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