VI. EL LENGUAJE EN LA COMUNICACIÓN DE LA CIENCIA

EL LENGUAJE DE LA ALQUIMIA

EN LOS orígenes de la química, los alquimistas preferían expresarse en un lenguaje —basado en analogías— más apropiado para la poesía y el misticismo que para una ciencia exacta.

El uso frecuente de alegorías en los manuscritos de los alquimistas, dificultaba su asociación con las reacciones químicas. También hacía posible la falsa interpretación de un significado alquímico como alegórico, aunque ello no hubiera sido la intención del autor. Así, se agudizaba la separación entre los iniciados y el hombre común, para el cual la alquimia era esencialmente un misterio.

En el lenguaje de los alquimistas se tenía la tendencia a superponer la terminología de la teología, la astronomía y la mitología, con la de la alquimia. Lo anterior fue el origen de las principales fuentes de confusión en la interpretación de los escritos.

La dificultad para decidir si un texto particular se refería a la astronomía o a la alquimia, se puede ilustrar con un pasaje del texto de alquimia conocido como Turba Philosophorum:

Yo afirmo que los envidiosos han dicho que el esplendor de Saturno no aparece a menos que, por casualidad, se oscurezca cuando aparece en el aire, que Mercurio está oculto por los rayos del Sol, y que el argentum vivum vivifica el cuerpo por su intensa fuerza... entonces el trabajo se completa. Pero Venus precede al Sol cuando se convierte en oriental.

 

Es verdad que en ocasiones se confundía la astronomía (o la astrología) con la alquimia en detrimento de ambas, pero las mayores dificultades se presentaron en la superposición de la alquimia con la mitología. Si se considera la diversidad de las alegorías alquímicas, es fácil suponer que la descripción de las reacciones químicas haya tomado la forma de un conflicto cósmico entre las sustancias químicas representadas simbólicamente.

A pesar de que es claro que la teología y la alquimia práctica no tienen conexión, es igualmente claro que la alquimia, en su historia, ha incursionado, a veces, en el campo de la teología. Contribuyeron a unirlas, el sentimiento de que en las transformaciones alquímicas estaba involucrado lo sobrenatural, y la tradición de que la alquimia era un arte divino.

En los textos de alquimia griegos está presente una atmósfera religiosa que también se encuentra entre los árabes y continúa, a la manera cristiana, cuando la alquimia llega a Europa. Además, existieron los místicos que, en forma extrema, usaron los conceptos y operaciones de la alquimia práctica como un ejercicio espiritual: Esteban de Alejandría usaba la transformación de los metales como un símbolo de la fuerza regeneradora de la religión para transformar el alma humana.

El primer capítulo del Génesis era visto, por muchos alquimistas europeos, como una guía para el trabajo químico a desarrollar. Así existieron también las ideas de purificación y contrición: "... la mortificación del mercurio al abandonar la materia en forma de cenizas". Otros ejemplos del paralelismo entre las ideas cristianas y la alquimia se encuentran en los supuestos de que se requerían tres días (resurrección) y cuarenta días (cuaresma) de preparación para alcanzar la perfección. El siguiente pasaje ilustra lo anterior:

Contemplad... nuestro salvador... quien unirá a él, por la eternidad a todas las almas puras y limpias; y arrojará todas las impurezas y suciedad como inservibles para unirse a su Cuerpo divino.

Así, por comparación ved nuestro elíxir blanco, el cual desde ahora unirá inseparablemente a él, toda la naturaleza mecánica pura, cambiándola a su más fina naturaleza plateada y rechazando todo lo impuro y extraño.

 

Es indudable que el lector contemporáneo puede apreciar el lenguaje alegórico de la alquimia en toda su poesía y misticismo; aunque también hay quien afirma que la literatura alquímica era una conspiración, entre generaciones sucesivas de escritores, para usar el máximo número de palabras y dar el mínimo de información. Otros consideran que el lenguaje de la alquimia era tan solo una máscara que servía para encubrir su ignorancia básica. Cualquiera que sea el caso, es cierto que el lenguaje ha sido el principal escollo en la comprensión y descripción de los procesos alquímicos y que muchos aspectos valiosos de los mismos se han perdido entre las ambigñedades de su terminología.

Actualmente, un texto de química puede ser reconocido de inmediato, no sólo por su título, sino también por el lenguaje usado en su contenido.

EL LENGUAJE DE LA CIENCIA

Los conceptos científicos a menudo se presentan utilizando términos del lenguaje común usado en los asuntos cotidianos. Sin embargo, ambos evolucionan de diferente manera: en el lenguaje de la ciencia, los términos se transforman, pierden la ambigñedad asociada al lenguaje de la vida diaria y se hacen más profundos y rigurosos, de manera que puedan ser aplicados al pensamiento científico moderno.

En ocasiones, por razones históricas, aun en las presentaciones formales de los especialistas, sucede que se arrastran —deliberadamente o de manera inconsciente— las imprecisiones o connotaciones de la terminología original. En el mejor de los casos, el especialista puede estar consciente de la ambigñedad de un término, pero mantiene su uso, ya sea por costumbre o porque no ha encontrado una alternativa mejor.

Cuando el mensaje científico se dirige a un interlocutor que también es especialista, los riesgos y consecuencias del empleo de términos poco precisos se atenuan ya que, en ese caso, el lenguaje forma parte de la comunión esotérica entre ellos: todos saben de qué están hablando.

El científico posee un arma muy poderosa contra las ambigñedades del idioma: el lenguaje matemático, el más preciso y económico de todos los lenguajes. ¿Pero qué sucede cuando el interlocutor no es un experto o el científico es, a su vez, un profesor? Una de las ilustraciones más conocidas de esta cuestión se da en el manejo del lenguaje en la necesaria distinción entre los términos: calor; temperatura y energía térmica. Creo que no existe un profesor de termodinámica que no tenga la ferviente aspiración de que, al terminar su curso, los alumnos por lo menos hayan entendido claramente el significado de la primera ley. Es natural que así sea, ya que sin este requisito mínimo es difícil aceptar que se pueda manejar y aplicar la estructura formal de la termodinámica.

Calor y calórico

Al establecer Black la ciencia de la calorimetría se originó la "teoría del calórico", basada en los siguientes postulados:

1) El calórico es un fluido elástico que se expande por todo el espacio, las partículas del cual se repelen fuertemente unas a otras.

2) Las partículas del calórico son atraídas por las partículas de la materia.

3) El calórico es sensible (se asocia a un cambio de temperatura) o es latente (se almacena).

4) El calórico se conserva.

5) El calórico tiene peso.

Rumford cuestionó la teoría del calórico, tratando de demostrar que éste se podía crear, y que por lo tanto, no se conservaba. Así, negaba la línea de pensamiento que consideraba al calórico como una sustancia —"las mil o más diferentes clases de materia, que poseían diferentes calores, cuando Black se refería al termómetro".

No puede negarse la valiosa contribución de Thomson a la ciencia, al corregir el rumbo de la teoría del calórico, aunque al hacerlo no se haya preocupado por cambiar, en el desarrollo de su nueva teoría, la terminología, ni de destacar las diferencias entre el calor y la temperatura.

Las expresiones "calor latente", "capacidad calorífica", "flujo de calor", "transferencia de calor", de la antigua teoría, se mantuvieron, aunque fueron cambiando los conceptos asociados a ella. La terminología ha persistido porque es útil, pero debe reconocerse que conlleva fuertes implicaciones verbales que generan problemas, debido más al lenguaje que a la naturaleza inherente a los conceptos. Es indudable que existe un importante impulso verbal que asocia la transferencia o flujo con una sustancia.

El estudiante identifica, así, al calor con un fluido hipotético, lo cual le crea confusiones conceptuales serias; y también se las crea al mantener expresiones como "capacidad calorífica" y "calor latente", que fueron concebidas como una medida de la capacidad de un cuerpo para "almacenar" calórico. Si Clausius no hubiese sustituido el término "cantidad térmica", debido a Carnot, por el de entropía, el lenguaje termodinámico habría constituido una barrera formidable en la comprensión de los principios de una de las teorías más importantes y autoconsistentes de la física.

De esta manera, el estudiante se ve obligado a aprender nuevas definiciones para palabras familiares cargadas de connotaciones largamente establecidas, que al enfrentarse con nuevos significados, pueden ocasionar dificultades semánticas graves, las cuales no por ser conocidas dejan de seguir causando problemas en el aprendizaje.

Este tipo de problemas puede tener la ventaja de que, al hacer consciente de ellos al alumno, sea más fácil estimularlo a preferir el lenguaje matemático y a entender o aceptar de mejor manera la presentación axiomática de la termodinámica, más libre de connotaciones históricas y del lenguaje común.

Es responsabilidad del profesor recomendar los libros de consulta cuyos autores sean cuidadosos y definidos en su lenguaje, así como dar a conocer lo que al respecto se sigue discutiendo, por ejemplo, algunos autores proponen utilizar; en lugar de las expresiones usuales de capacidad calorífica a volumen y presión constantes, las de capacidades energéticas, más acordes con sus expresiones matemáticas. Otros autores, por su parte, hacen notar lo inadecuado del término "espontáneo" para los cambios químicos. Este término tuvo su origen en el lenguaje termodinámico, y se aplica justificadamente al comportamiento de los gases en las máquinas primitivas, pero no es del todo correcto su empleo en la descripción de reacciones químicas tales como la reacción infinitesimalmente lenta del hidrógeno con el oxígeno, las reacciones catalíticas, las bioquímicas y, en general, los procesos biológicos. Los autores proponen cambiar; para ellas, el término "espontáneo" que se asocia a una acción sin restricciones, independiente de causas externas, por el término "ansioso" o impaciente" (eager en inglés) que implica un interés urgente o un deseo de ser realizadas. La preocupación sobre el término "espontáneo" se observa en muchos autores, cuando eligen la expresión "tendencia natural" en sus textos.

La energía y sus adjetivos

Otra fuente de confusiones debidas al empleo poco cuidadoso del lenguaje, la encontramos en la adjetivación de la energía.

Es muy frecuente encontrar en los libros de ciencias naturales, en particular los de física y los de química, una lista de las posibles manifestaciones de la energía: cinética, radiante, calorífica, eléctrica, potencial, nuclear, química, en ocasiones la humana, la biológica y hasta la energía química fisiológica. De acuerdo con lo anterior; un estudiante, sobre todo de secundaria o preparatoria, podría suponer que existen tantas "clases" de energía como adjetivos encuentre en ella. Para evitar esto es necesario iniciar el estudio de la energía expresando sus contribuciones formales, de preferencia acompañadas de sus expresiones matemáticas (o su significado, en el caso de la energía interna, en términos de la energía potencial y cinética a nivel microscópico):

Energía total del sistema = Energía cinética + Energía potencial + Energía interna.

Posteriormente se debe precisar lo que califican algunos adjetivos, como es el de hacer hincapié sobre en qué sistema ocurren los procesos energéticos (humano, biológico, químico), o bien el trabajo que se puede efectuar con la energía adquirida o liberada por el sistema (mecánico, eléctrico). Señalando que éstas son manifestaciones de la combinación de las contribuciones cinética y potencial del sistema.

Es ineludible la eliminación de adjetivos erróneos como calorífica, que refuerza la confusión entre energía y calor. El adjetivo "térmica" es adecuado siempre y cuando se tenga en mente que se refiere a la relación de la energía cinética promedio de las moléculas con la temperatura, dentro de los argumentos que maneja la teoría cinéticomolecular.

En la distinción entre calor; energía y trabajo, y las relaciones entre ellos —primera ley de la termodinámica— debe destacarse que el calor y el trabajo son la energía en transito, esto es, la forma como se transfiere la energía entre el sistema y su entorno.

Asimismo, cabe señalar que no tiene sentido hablar del calor o el trabajo "que contiene el sistema", ya que tanto el trabajo como el calor no existen, ni antes ni después, del proceso de transferencia de energía entre el sistema y los alrededores. Lo indicado sería distinguir; como propone Atkins, el trabajo como una transferencia de energía asociada a un movimiento ordenado de las moléculas, y el calor como una transferencia de energía asociada a un movimiento aleatorio de las moléculas.

EL LENGUAJE DE LA ALQUIMIA FRENTE AL LENGUAJE CIENTÍFICO

El lenguaje de la alquimia permite la transformación poética de la realidad, hace lo que quiere con las palabras; se puede decir que ejerce una libertad irrestricta, sin responsabilidades. El discurso poético goza de este privilegio y por ello puede escapar a todo intento de explicación racional, considerando la sinrazón como una manifestación de su soberanía. En la metáfora, el lenguaje y las imágenes no tienen limitaciones, la ambigñedad de significados es válida, como también lo es la subjetividad. El lenguaje científico procura destruir los mitos e inhibir lo subjetivo, intenta describir la realidad, que es lo que la ciencia busca. La ciencia rompe el orden establecido por los mitos y al hacerlo debe romper también el lenguaje, buscando la precisión y el rigor; con el fin de redefinir los significados de los términos.

La ciencia busca delimitar las fronteras entre lo falso y lo verdadero; fronteras que no existen en el lenguaje poético de la mitología. Se ve obligada a amarrar los términos para así establecer en el significado único de cada uno de ellos, su veracidad, aunque no puede evitar el riesgo de crear ambigñedades y falsas interpretaciones, asociadas con sus significados originales. Otro riesgo que se corre al "amarrar" el lenguaje, es el hacerlo nuevamente esotérico, sólo comprensible para un grupo de especialistas, y así volver a cerrar el círculo que obstaculiza la comunicación.

De acuerdo con el lingñista Weinrich:1 [Nota 1]"el saber algo y saberlo científicamente, no tiene valor si no se da a conocer. El compromiso de comunicar va acompañado de la demanda de recibir y analizar el mensaje. De esa manera, se asegura la validez de los resultados obtenidos y de las teorías propuestas." 1:1 mismo autor afirma que el mundo tiene poco que esperar y mucho que temer del especialista que sólo se ocupa de difundir sus resultados dentro de los límites de su especialidad particular. Para estimular el trabajo interdisciplinario, propone una máxima:

"Cuando escribas para tus colegas especialistas, asegúrate de tener un receptor de otras especialidades, afines o no, con el objeto de evitar los ghettos científicos."

Al seguir esta máxima, el autor se obliga a modificar su lenguaje habitual, para que sea comprensible a otros interlocutores. Sin embargo, el camino directo para la comunicación entre científicos de diferentes especialidades no puede ser siempre el técnico, sino que, en la mayoría de los casos, es necesario hacer un rodeo a través del lenguaje común.

Por ello, el científico no puede ni debe soslayar el papel esencial del lenguaje en la comunicación, ni restarle importancia a las difíciles relaciones entre el lenguaje común y el técnico. El dominio del lenguaje formal y el común, la selección oportuna de ellos en el tipo de comunicación que se requiere proporcionar a los que la reciben, destacará al buen profesor y al divulgador.

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