LAS COLECCIONES DE CONCHAS

Los moluscos son animales de cuerpo fofo y blando a los que poco tendr�a que admir�rseles, si no se alojaran en el interior de sus conchas, las que construyen derrochando arte en la forma y el colorido que las ornamentan, para alcanzar una rara y extraordinaria belleza. Los m�s bellos efectos los muestran en la parte externa decorada de tal modo que representa verdaderas obras de arte que la naturaleza brinda al naturalista, quien encuentra en ella el estimulo para su paciente trabajo de recolecta, clasificaci�n y estudio y, al coleccionista, el reto para descubrir a las m�s hermosas.

Aunque son muchas las bellezas que adornan su exterior, tambi�n su interior presenta grandes atractivos, como el estar tapizado de un delicado n�car que ofrece reflejos cambiantes con toda la variedad de matices que se pueda imaginar.

Esto hace que los coleccionistas de conchas y los bi�logos especialistas en el estudio de estos animales, las busquen con m�s inter�s caminando en la arena y al descubrirlas experimenten gran j�bilo y satisfacci�n, por lo que cada d�a es mayor el n�mero de buscadores y coleccionistas de conchas de moluscos.

Despu�s de los insectos, el grupo m�s extendido sobre el planeta es el de los moluscos, que se localizan lo mismo en la copa de los �rboles que en las profundidades abisales marinas. A pesar de la belleza y diversidad de las conchas de algunas especies terrestres, las aguas oce�nicas son el principal h�bitat de los moluscos, siendo all� donde se encuentran los m�s notables ejemplares. Actualmente constituyen uno de los grupos de animales vivientes m�s ampliamente colectados, estudiados, intercambiados, comprados y vendidos en todo el mundo.

Este grupo est� formado por seis grandes clases, de las cuales tres son las m�s abundantes y conocidas: los gaster�podos, que comprenden a los caracoles, caracterizados por desplazarse sobre un pie musculoso, portando la concha encima del cuerpo blando. Los bivalvos, entre los que se hallan todas las conchas de dos piezas, desde las ostras, almejas y p�ctenes, hasta los espectaculares organismos pertenecientes al g�nero Spondylus; y la tercera clase, los cefal�podos, donde se encuentran los pulpos y los calamares que eventualmente construyen una concha para reproducirse, la que despu�s abandonan, aunque existen otros con concha permanente, como los del g�nero Nautilus.

Las conchas de los moluscos est�n formadas por tres capas: una externa, "cuticular", que puede faltar, ser muy delgada o, por el contrario, tener un extraordinario desarrollo formando l�minas o filamentos, en cuyo caso recibe el nombre de "penostracum", "tapiz" o "pa�o marino"; una parte media llamada "ostracum", esencialmente mineral, constituida por una sustancia denominada aragonito, secretada por el manto, cuya composici�n es de carbonato de calcio, entremezclada con una materia org�nica llamada "conquiolina"; y, por �ltimo, la capa m�s interna o "hipostracum", formada ordinariamente por l�minas alternadas de aragonito y conquiolina. Esta capa es la nacarada y est� formada por un pliegue de la piel del molusco que envuelve su cuerpo llamado "manto", revistiendo toda la concha.

El n�car no tiene realmente color propio y sus reflejos, de distintos matices, se deben a su estructura caracter�stica, la cual hace que la luz realice en �l brillantes y vistosos juegos de colores, provocados por ciertos fen�menos f�sicos que determinan la descomposici�n de la luz; para probarlo se toma un pedazo de n�car y se tritura, quedando un polvillo blanquecino que no presenta las irisaciones que antes lo adornaban. Entre las laminillas de aragonito y conquiolina dispuestas paralelamente, se localizan fin�simas grietas que s�lo es posible observar con ayuda del microscopio, en ellas se alojan capas de aire que descomponen la luz en sus siete colores, produciendo el maravilloso efecto que se observa.

Son muchos los moluscos que forman n�car, pero quiz� ninguno de ellos produce las coloraciones cambiantes que se observan en las grandes "madreperlas" de los mares de Oriente, o los abulones, llamados tambi�n "orejas de mar", a los que los antiguos denominaron aurismaris y que tienen una espl�ndida ornamentaci�n nacarada en su interior, la cual contrasta con el color parduzco de su superficie externa, que imita las tonalidades de las rocas sobre las que habita.

Nadie sospechar�a que en viviendas tan suntuosas como son las conchas, se alberguen tan modestos inquilinos, capaces de construirlas derrochando arte en la forma y en el colorido que las ornamenta.

Las conchas, probablemente como ning�n otro producto de la naturaleza, han desempe�ado un importante papel en la historia de la humanidad, unas veces como poderoso s�mbolo en el que se encarnaban creencias m�ticas y religiosas, otras como valioso objeto de comercio o como material para fabricar toda clase de adornos, instrumentos musicales o simples enseres dom�sticos; y la mayor�a de las veces como fuente de inspiraci�n est�tica para crear obras art�sticas y arquitect�nicas de singular hermosura, hasta llegar a la tendencia de coleccionarlas met�dicamente por su belleza.

La historia de las conchas se ha convertido en uno de los cuentos m�s maravillosos de todos los tiempos. En d�nde comienza, es dif�cil precisarlo pero, hasta donde los hallazgos arqueol�gicos y antropol�gicos permiten saber, desde la �poca prehist�rica las conchas constituyeron un s�mbolo sexual como encarnaci�n de lo femenino, formaban la parte central de las ceremonias religiosas y su poder se prolongaba m�s all� de la muerte.

Los hallazgos en tumbas prehist�ricas lo confirman: los arque�logos encontraron en las excavaciones que realizaron al sur de Babilonia, en la tumba de Shub-ad, una soberana que rein� en Ur por los a�os 2 500 a.C., un conjunto de conchas del g�nero Cardium, que posiblemente fue una ofrenda.

El significado de las conchas como s�mbolo mitol�gico y religioso de las �pocas prehist�ricas del hombre, pas� a incorporarse, aunque con otras caracter�sticas, a civilizaciones desarrolladas posteriormente, como la griega y la romana. Por ejemplo, ambas mitolog�as cuentan c�mo el mar y una concha dieron origen a Afrodita o Venus, diosa del amor y la belleza.

 

Figura 26. El nacimiento de Afrodita.

Hasta el presente, cierto tipo de conchas lev�giras, llamadas as� porque crecen hacia el lado izquierdo, esto es, en sentido contrario a las manecillas del reloj, son consideradas un poderoso s�mbolo en la religi�n hind�. En sus representaciones de Vishn�, dios protector de la vida, aferra en uno de sus cuatro brazos una concha lev�gira. Se cree que era utilizada por Vishn� como arma o como una especie de instrumento musical mediante el cual anunciaba el triunfo sobre sus enemigos.

Tambi�n las conchas de moluscos han sido empleadas como moneda. A�n en la actualidad ciertos pueblos se sirven de ellas, como algunos africanos y australianos que utilizan el "caur�" (Cypraea moneta). Se cuenta que en �frica Occidental existi� una �poca en la que el hombre pod�a comprar una esposa joven y saludable ofreciendo 60 mil de estas conchas, y por 20 mil a una considerada com�n y corriente. Los nativos de Sud�n tambi�n utilizan a los caur�es como dinero o como ornamento, colocando en todo su cuerpo cadenas de estas conchas. Con la almeja Venus mercenaria, abundante en las costas de Am�rica del Norte, los ind�genas fabricaban el "wampum" que utilizaban en sus transacciones comerciales.

Las civilizaciones precortesianas de Iberoam�rica emplearon tambi�n con profusi�n cierto tipo de conchas en sus ceremonias religiosas; se dec�a que Quetzalc�atl emergi� de la concha de un gaster�podo. La mayor�a de los templos dedicados a este dios estaban ricamente decorados con conchas, tambi�n se le muestra sentado en un pedestal con forma de ellas, como sucede en el templo dedicado a este dios en Teotihuacan, M�xico.

La especie Spondylus americanus, originaria de los litorales del Golfo de M�xico que vive tambi�n en las Antillas y el Caribe, as� como en el Oc�ano Pac�fico, desde M�xico hasta Panam�, era muy usada por aztecas y mayas como objeto de valor que se entregaba en tributo a los emperadores y como s�mbolo de alg�n culto en los funerales de personajes muy importantes.

Pariente de este bivalvo es la "almeja peregrina" (Pecten maximus) que habita en las costas de Galicia, Espa�a y que recibe este nombre porque con ella adornaban sus h�bitos los peregrinos que acud�an a Santiago de Compostela a visitar el sepulcro del ap�stol, patr�n de la ciudad.

Esta concha tan codiciada por los coleccionistas, representa el s�mbolo de la famosa compa��a petrolera Shell Oil Co. creada para comprar conchas en todo el mundo, mientras el petr�leo representaba un negocio secundario. Dicha compa��a public� en 1957 el hermoso libro The Seas callop Studies of Shell and Influences on Human Kind, editado por In Cox London Shell Transport and Freeman Co., e ilustrado con las conchas de estos bivalvos, as� como los usos que se les ha dado en el arte, las artesan�as, la arquitectura, etc�tera.

En casi todas las �pocas y pueblos se les dio a las conchas un uso pr�ctico y, m�s que nada, art�stico, aunque esta �ltima tendencia fue muchas veces resultado y producto de la m�gica relaci�n concha-mito, cuya manifestaci�n en las religiones estimul� poderosamente la mente creadora del hombre.

Se utilizaron con profusi�n como instrumentos musicales que serv�an lo mismo para llamar a los creyentes a la oraci�n que para prevenir a las comunidades de los peligros que los acechaban o para reunir a los guerreros durante la batalla, para anunciar una victoria o la presencia de reyes y h�roes; adem�s, como se�ala la arque�loga Pilar Luna, "caracoles del g�nero Oliva" sirvieron como cascabeles y su utilizaci�n en collares, pulseras y cinturones, fue com�n entre los pueblos de Mesoam�rica".

El uso art�stico y decorativo de las conchas persisti� hasta el siglo XVIII, �poca en la que alcanz� todo su esplendor. Se relata que reyes y nobles de Europa, amantes en extremo del lujo, usaron mucho las conchas y se inspiraron en sus formas para construir sus palacios, mansiones, iglesias y jardines, como parte del estilo "rococo".

En tiempos recientes, en varios entierros mayas de la pen�nsula de Yucat�n en M�xico, se han encontrado conchas en tal cantidad y variedad que los arque�logos creen que podr�an formar parte de verdaderas colecciones formadas por "conch�logos" o "conquili�logos" de la antig�edad.

Las primeras colecciones consideradas importantes pertenecen a esa �poca y entre sus due�os se contaban personajes tan famosos como Leonardo da Vinci, Erasmo de Rotterdam y Alberto Durero. Posteriormente, con el descubrimiento de Am�rica por Col�n a fines del siglo XV, se abren nuevos horizontes a la colecci�n de conchas, pues los numerosos viajes exploratorios que se realizaron llevaron a Europa incontables tesoros y objetos hasta entonces desconocidos, entre los que hab�a especies de conchas cuyas formas y colores fascinaron a nobles y burgueses que comenzaron a coleccionarlos.

En los siglos XVIII y XIX se abre un nuevo cap�tulo en la historia de las conchas; el poder sobrenatural que se les concedi� y su papel como instrumento de creaci�n art�stica termina en esta �poca y las ricas y variadas existencias descubiertas por esos naturalistas aventureros en las costas de Am�rica, pero sobre todo de Polinesia y Filipinas, abren un horizonte insospechado, inici�ndose el comercio y la colecci�n de conchas. Se forman incluso compa��as que operan exclusivamente como proveedoras de las numerosas personas que se inician en el arte de coleccionarlas.

Pero esta tendencia de "guardar" no es nueva y se remonta al menos hacia el siglo II a.C.; Cicer�n relata que el pasatiempo favorito de los c�nsules romanos era coleccionar conchas, porque esto "les ayudaba a olvidarse de los problemas inherentes al trabajo de gobernar"

A fines del siglo XVIII empiezan en Inglaterra las subastas de los m�s bellos y raros ejemplares, es entonces cuando se desarrolla notablemente el inter�s cient�fico por las conchas marinas. Estos remates e inter�s alcanzaron su auge en el siglo XIX, cuando en realidad se inicia la apertura hacia la verdadera ciencia de la concholog�a o conquiliolog�a.

Acuciosos cient�ficos comienzan a publicar libros sobre ellas, prol�ficos en datos y con ilustraciones hechas con tal precisi�n y arte que, hasta la fecha, son considerados �nicos en su especialidad, como es el caso de la "concholog�a ex�tica" de Swainson, y la "concholog�a ic�nica" de Reeve. Los libros eran adquiridos por museos de historia natural en cuanto se editaban, al igual que las colecciones en las que se basaban los autores para preparar estas obras. Actualmente, muchas de esas colecciones est�n todav�a en museos de Europa, como la tra�da a bordo de los barcos Coquille y Bonite, famosos por los numerosos mares que cruzaron y que se encuentran en el Museo de Historia Natural de Par�s; en el de Londres est�n las de los barcos Beagle y Samarang.

Si bien ya en el siglo XVIII el cient�fico sueco L�nneo y otros naturalistas se hab�an ocupado de clasificar buena parte de los miles de espec�menes descubiertos, sus colegas del siglo XIX se enfrentaron a serios problemas para identificar los nuevos ejemplares que eran descubiertos en grandes cantidades al intensificarse, en esa �poca, las exploraciones del mundo marino.

En algunos casos, se ahorraban trabajo traduciendo los nombres populares al lat�n. Ya fuesen adecuados o no los t�rminos aplicados por los cient�ficos, sus esfuerzos para organizar y sistematizar la informaci�n disponible propiciaron el surgimiento de la concholog�a, que se ocupa exclusivamente del estudio y clasificaci�n de las conchas.

Muchas conchas consideradas como raras y excepcionales, dejaron de serlo al descubrirse nuevas poblaciones de ellas en otras playas; esto contribuy� en gran medida a que, a finales del siglo XIX y principios delXX, decayera el inter�s en ellas por parte de muchos fervientes coleccionistas que llegaban a pagar verdaderas fortunas por las m�s bellas y desconocidas descubiertas por los exploradores. Con todo, el desinter�s de nobles y millonarios no merm� de ninguna manera la peculiar atracci�n ejercida por las conchas.

De todos los mares, el m�s interesante para los coleccionistas es el Oc�ano Pac�fico. Los lugares donde se considera que se encuentran los mejores y m�s variados ejemplares son la Gran Barrera de Arrecifes de Australia, las costas de las islas de Jap�n y de las Filipinas as� como dos peque�as islas de la Florida llamadas Sanible y Captiva. En esos privilegiados lugares de las costas americanas, las conchas marinas que un temporal deja en la playa forman capas de m�s de medio metro de espesor. Los coleccionistas de todo el mundo aguardan con impaciencia al mal tiempo del verano tropical para lanzarse en busca del tesoro que el mar arroja a la playa, compuesto por decenas o cientos de miles de esas peque�as joyas naturales que despiertan su inter�s.

Entre los ejemplares que alcanzan m�s valor figuran la "oliva dorada", la "junonia" y la "garra de le�n", que pueden llegar a tener un precio unitario de varios cientos de d�lares cuando se les encuentra en perfectas condiciones. Pero la concha marina m�s cotizada es la del g�nero Conus, llamado com�nmente "gloria de mar", que seg�n su color y tama�o puede alcanzar hasta los 500 mil pesos. Esta joya natural, de la que actualmente se calcula que existen s�lo unos 30 ejemplares, procede de las Indias orientales y las Filipinas. Con ella compiten en precio y rareza otras tres especies: la "pleurotomaria" de las Antillas, la "cauri pr�ncipe" y la "cauri gigante moteada".

Figura 27. Colecci�n de conchas.

Actualmente los especialistas piensan que el n�mero de conchas coleccionables corresponde m�s o menos a 100 mil especies, aunque tal cantidad no es com�n encontrarla ni en las m�s vastas y famosas colecciones. La mayor�a de los grandes coleccionistas, si bien cuentan en su haber con conchas de muchas clases, regularmente tienden a adquirir s�lo ejemplares de 10 o 12 familias. Casi todas las obtienen en tiendas y, en ciertos casos, en subastas que se realizan en centros especializados, sobre todo en Florida, que es actualmente el centro mundial de la afici�n de las colecciones de conchas.

Los nombres de muchas conchas se deben a la forma que �stas presentan; por ejemplo, entre los bivalvos est�n las "navajas de mar" (Tagelus californicus), los "mangos de cuchillo" (Ensis siliqua), las "alas de �ngel" del g�nero Pholas o del g�nero Barnea; dentro de los gaster�podos, los "conos" del g�nero Conus, la "bocina" (Charonia), las "conchas de porcelana" (Cyprea), el "caracol higo" (Ficus); entre los escaf�podos est� el "colmillo de elefante", del g�nero Dentalium.

Para que los organismos mantengan su valor como piezas de colecci�n, deben conservar ciertas estructuras: los bivalvos tienen que presentar completas las dos valvas, as� como la "charnela" que las articula; en el caso de los gaster�podos, el extremo distal del caracol y el op�rculo, pieza que sirve para cerrar la entrada de la concha, tambi�n deben estar completos.

Hay coleccionistas que recorren varios kil�metros siguiendo las l�neas de marea en busca de algunas piezas deseadas entre los escombros del mar arrojados por las olas a la playa; otros penetran bajo las aguas con equipos de buceo, logrando de esta manera recolectar magn�ficos ejemplares en el lugar donde viven y hay quienes prefieren el uso de redes, dragas o artefactos dise�ados para el caso

El valor de la concha puede variar de acuerdo con los datos que sobre ella se tenga, ya que para que una colecci�n tenga valor, es esencial llevar un registro de sus piezas que consiste en anotar el lugar donde se encontr� la concha, la fecha, el nombre cient�fico, la profundidad y tipo de fondo en que fue hallada. Actualmente se cuenta con gran cantidad de cat�logos y libros sobre conchas de diversas partes del mundo.

Cuando el coleccionista consigue ejemplares vivos, acostumbra colocarlos en agua y calentarla a fuego lento hasta hervir para extraer al animal entero; la concha la limpia generalmente con un cepillo met�lico de cerdas finas; nunca se utilizan �cidos, ya que alteran la calidad y los colores de la concha.

Dentro de la conquiliolog�a tambi�n se ha llegado a la especializaci�n, por lo que existen coleccionistas que solamente buscan conchas de una especie determinada, o bien, limitan la b�squeda a una regi�n particular. Muchos de los estudios m�s conocidos en el campo de la conquiliolog�a comenzaron como simples colecciones de conchas.

A estas colecciones que representan para los bi�logos una herramienta de trabajo y un medio para realizar la difusi�n de la cultura, se les conoce con el nombre de colecciones malacol�gicas; mientras que las que re�nen los coleccionistas no profesionales son llamadas conquiliol�gicas y pueden estar integradas por pocos espec�menes colectados sin ning�n orden, conocidas como colecciones de principiantes o bien contar con m�s ejemplares y seguir un orden sistem�tico, formando entonces las colecciones privadas.

En M�xico se tienen colecciones profesionales como las del Instituto de Ciencias del Mar y Limnolog�a de la UNAM y la de la Escuela Nacional de Ciencias Biol�gicas del IPN que poseen varios miles de espec�menes arreglados en familias, g�neros y especies.

Se ha reportado que las colecciones particulares se iniciaron a principios del presente siglo con la colecci�n reunida por las se�oritas Burjois.

En la actualidad en M�xico son famosas dos colecciones conquiliol�gicas perfectamente clasificadas, con ellas se montan exposiciones y son la del licenciado Ernesto Santos Galindo, que es base de un museo situado a orillas del lago de Tequesquitengo, Morelos; y la del licenciado Carlos Prieto, alojada en un museo de Monterrey, Nuevo Le�n.

Entre todos los objetos que colecciona el ser humano, las conchas tienen la ventaja de ponerlo en contacto con la naturaleza, adem�s esta afici�n representa una actividad educativa muy grande, por lo que es muy bueno desarrollarla en los ni�os. Sin embargo, es importante recomendar que cuando se colectan los animales vivos, no se capturen en grandes cantidades, porque se corre el peligro de sobreexplotarlos y producir un da�o que puede ser irreparable ya que, por simple ego�smo, se privar�a a las futuras generaciones del goce de esta afici�n.

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