II. DE LA HERRER�A A LA TABERNA VAN Y VIENEN LAS NOTICIAS Y EL SABIO AFIRMA QUE LO QUE SE TRABAJA CON EL FUEGO, ALQUIMIA ES, YA SEA EN UNA FRAGUA O EN LA ESTUFA DE LA COCINA

AL LLEGAR a la s�ptima laminaci�n del trozo de fierro destinado a servir de peto, el herrero consider� que ya era el momento de darse un muy merecido respiro. �Nada como un buen trago de cerveza!

—�Sim�n! —grit�—, asom�ndose a la puerta �tr�eme un tarro!—.

Despu�s de sumergir la lamina al rojo en arena, beberse la mitad de la cerveza y paladearla, el herrero se limpi� los bigotes y se estir�. Sim�n con regocijo reconoci� de inmediato que las labores de la fragua quedaban suspendidas hasta el d�a siguiente; ahora, el herrero lo despachar�a para pasarse lo que quedaba de la tarde leyendo con suma atenci�n y discutiendo en voz baja con el despensero del convento unas hojas misteriosas, amarillentas y carcomidas. Sim�n, por su parte, podr� ir a gozar del espect�culo de la hoguera de San Juan que para esa noche est�n organizando los estudiantes. Ni tardo ni perezoso, colg� su delantal de cuero en la percha de la entrada, pero no hab�a dado un paso fuera cuando el herrero le orden�:

—�Antes de irte a holgazanear, ve al convento a decirle al hermano despensero que quiero hablar con �l ahora mismo!

Sim�n, �por supuesto!, est� enterado del contenido de las hojas, pues es su orgullo y su habilidad enterarse de cuanta cosa chismosa, escandalosa o misteriosa ocurre a su alrededor; y aunque no ve qu� pueda haber de valioso o de pol�tico en el contenido de esas hojas, le inquieta el secreto que al respecto guarda su amo. Hoy mismo le preguntar� a Leodegario, su cu�ado, qu� podr�n ocultar. A Sim�n se le han pegado algunas palabras de alquimia de su jefe, que es un adepto, y de su cu�ado, que es m�dico, y se da perfecta cuenta de que las hojas tratan de alquimia, pero la verdad es que no ve la raz�n de tanto misterio y tanta reuni�n secreta con el despensero. �Que si los cambios f�sicos son distintos de los qu�micos, que si el fuego es elemento o no! �Bah! �A qui�n har�a rico saber eso? Por otra parte, no deja de ser interesante aclarar qu� sean los elementos y qu� los �tomos. �Seguro que el despensero robó las hojas del convento! Pero, �y qu� con ello? �No ser�a la primera ni la �ltima vez que una cosa as� ocurre. Pero algo, algo... se trae el herrero. Por el momento, piensa Sim�n, no hay m�s que hacer sino esperar el desarrollo de nuevos acontecimientos y buscar la oportunidad de que Leodegario les eche una mirada a esas hojas Con la tarde libre, podr� asomarse al patio de la universidad y ver el final de los festejos del primer d�a de clases, adem�s, all� podr� encontrar a Leodegario y a Rosamunda y comentarles sobre los misteriosos escritos del herrero.

Detr�s del cuarto donde est� la fragua, el herrero ha arreglado dos vastos laboratorios, en el de m�s al fondo tiene su camastro y all� lee en voz alta las hojas que el despensero le ha tra�do.

—Este manuscrito de Zen�n es interesante, quienquiera que haya sido el desgraciado... pero no contiene nada que nos sirva directamente. �Ni d�nde se va a comparar con este otro! Dices que es copia de un papiro del famoso Z�zimo? �Hum...! Este s� que no se anda con teor�as. Le�moslo de nuevo y repasemos con cuidado lo que tenemos que tener listo para hoy por la noche:

"Pulveriza oro y plomo tan finos como harina cada uno. Dos partes de plomo por una de oro, y habi�ndolas mezclado, emp�stalas con goma de tragacanto. Se cubre el anillo de cobre con esta pasta y se calienta. Se repite varias veces hasta obtener el color. Finalmente, se lava con agua. Es dif�cil descubrir el fraude, pues la piedra de toque da la marca del verdadero oro.1[Nota 1]El calor consume al plomo pero no as� al oro."2[Nota 2]

—�Has captado bien todo? —dijo el herrero echando una mirada de duda sobre el monje. Tendr�s cuidado al hacer los calentamientos de colocar el atanor bien al fondo de la chimenea, porque el plomo, al consumirse, se fija en el gaznate y te puedes morir, y si no te mueres te vuelves m�s tonto de lo que ya eres. �Est�s seguro de poder conseguir la goma de tragacanto?

—�Seguro! Puedo entrar a la despensa cuando quiero, por algo soy el despensero, el abad me tiene mucha confianza, y s�lo rara vez echa una mirada a las listas de compras, le aburren, t� sabes, es un hombre muy espiritual —coment� el monje levantado los ojos al cielo y juntando las manos— Pero t�, �tienes ya listo cobre suficiente? �Y est�s seguro de que vendr�n al menos una docena de adeptos?

—�Seguro que s�! Te dir�, vienen a la ciudad, porque no se perder�an por nada del mundo poder asistir a clase con el doctor Paracelso, ver la cara de horror de los doctores m�dicos, y una vez aprobado el curso, ganar dinero a montones con s�lo decir a los pacientes que son alumnos del insigne Paracelso. Adem�s, para que te tranquilices, en primer lugar, la cena ser� gratis, lo que garantiza que no nos faltar�n comensales, y en segundo lugar, ya he soltado por aqu� y por all� comentarios sobre los "manuscritos de la Piedra".

—Hablando de Paracelso, �qu� fulano! �Mira que pretender que los alquimistas y los barberos sean los que curen sin supervisi�n de los m�dicos y querer que �stos se tuesten sus preciosas manos aprendiendo el Arte para as� preparar ellos mismos los medicamentos! �Pedir que los m�dicos se acerquen a sus pacientes para olerlos ellos mismos, cuando generalmente no se acercan a menos de un metro de la cama!

—�Basta, basta, divagas! —exclam� el herrero alzando sus manazas—. �A lo nuestro!, veamos ahora la segunda parte, la parte fundamental dir�a yo, el vino tendr� que ser muy bueno si queremos que bajen la guardia, en esto s� que no debemos cerrar la bolsa... y de sabor fuerte... un tintorro... �No dijiste que hoy tendr�as en tu poder las semillas de adormidera?

—�Aqu� est�n! —contest� en voz baja el despensero extrayendo una bolsita de cuero del interior de su manga—. Es necesario molerlas...

Y as�, el herrero y el monje se preparan para recibir con todos los honores a los adeptos que han llegado de todas partes de Europa. Basilea hierve con el fervor de aprender medicina en la universidad por invitaci�n del impredecible Paracelso.

Al ponerse el Sol, en el patio de la universidad comienzan a chisporrotear los primeros le�os de una hoguera en medio de los cantos y bromas de los estudiantes. Entre ellos se pasean profesores, gentes del pueblo con sus mejores galas y algunos extranjeros reci�n llegados, de aspecto descuidado, con las barbas chamuscadas, las manos te�idas de colores, la ropa agujereada y un extra�o gorro doblado hacia la nuca. Los profesores mueven la cabeza con disgusto e indignaci�n.

—�La provocaci�n de Paracelso ha llegado a l�mites intolerables!

—�Mira que invitar a la universidad a esa chusma de artesanos incultos que dicen saber de alquimia y pretender equipararlos con nosotros los m�dicos!

—�Peor que eso, pretender que nosotros nos ensuciemos las manos preparando substancias minerales para curar! �Est� loco de remate!

—�Mira que pretender que nosotros mismos apliquemos las curaciones! �Para eso est�n los ayudantes y los barberos!

—�En vez de llamarse Felipe Teofrasto deber�a llamarse Cacofrasto! —comenta con voz chillona un estudiante que se cree obligado a halagar a su maestro atacando a Paracelso.

—Lo peor del caso es que esta gente no tardar� en sentirse con derechos de exclusividad para curar y formar� guildas que compitan con las nuestras...

—�No lo creo, no se atrever�n!

—�No digo! �Ya lo ver�n! �De hecho nos quita el pan de la boca! �Nos est� golpeando!

S�bitamente, los presentes se arremolinan abriendo paso a un individuo grueso, joven, de ojos llameantes y nariz colorada, cargado de libros, con una airosa pluma en el sombrero y tama�o espad�n golpe�ndole el muslo; le siguen varios estudiantes cargados tambi�n de libros. Al llegar al pie de la fogata, arroja el Canon a las llamas mientras grita con poderos�sima voz: "�T�, Avicena!, y el Canon, �El Canon, sabidur�a de los siglos, orgullo de la biblioteca universitaria, comienza a arder! �T�, Galeno! �T�, Raz�!", grita y con amplios ademanes va lanzando libros y m�s libros al fuego. "�Todos ustedes, caballeros de Par�s, de Colonia, de Viena y todos ustedes a quienes el Rin y el Danubio puedan nutrir, me seguir�n a m�, al gran Paracelso! sigue lanzando con furia los manuscritos al fuego." �Tambi�n ustedes, atenienses, �rabes, griegos y jud�os, todos me seguir�n; las correas de mis zapatos saben m�s que todos ustedes juntos! �Todos los antiguos y todas las universidades puestos juntos, son menos listos que los pelos de mi barba y los que me queden en la coronilla!"3 [Nota 3]

El regocijo de los estudiantes se desbord� al parejo de la indignaci�n de los profesores. Leodegario, al ver la cara tan asombrada de Sim�n, le coment� que tan s�lo esa misma ma�ana Paracelso hab�a tenido su primer altercado con los miembros de la facultad, a quienes hab�a espetado un discurso del siguiente tenor: Yo soy Teofrasto, y m�s grande que aquellos con quienes me comparan, yo soy Teofrasto y adem�s soy monarcha medicorum y puedo probar lo que ustedes no pueden probar... Dejar� a Lutero defender su causa que yo defender� la m�a, y yo derrotar� a aquellos de mis colegas que se volteen contra m�... y esto lo har� con ayuda de los arcana... No son las constelaciones las que me hicieron m�dico; fue Dios el que me hizo... ni falta me hace una cota de mallas, ni un escudo contra ustedes, porque ustedes no son ni lo suficientemente cultos, ni experimentados, para poder refutar ni una sola de mis palabras... Quisiera poder proteger mi cabeza de las moscas tan f�cilmente como defiendo mi primac�a... Y no defender� esta monarqu�a m�a con pl�ticas vac�as sino con arcana. No receto medicinas de las boticas, esos tendajones no son sino sucias pocilgas, de las que no sale nada si no son caldos apestosos, y en cuanto a ustedes, defienden su reinado arrastr�ndose sobre la panza y adulando. �Cu�nto creen que pueda durar esto?....4 [Nota 4] �Realmente tienen suerte Suiza y Alemania con tenerme a m�!

—�Qu� duro! �No creo que permanezca aqu� por mucho tiempo, lo van a deshacer! Adem�s est� loco, �qui�n se cree que es?

—Su posici�n por el momento es muy fuerte —explic� Leodegario— el nombramiento le fue concedido por el consejo de la ciudad de Basilea gracias a la influencia del editor Frobenius. �Imag�nate! Por el momento, es intocable, pero un d�a de �stos se va a equivocar con alg�n enfermo, o Frobenius se va a morir; Erasmo, admirador suyo, est� lejos, y entonces tendr� que huir para salvar la vida, a menos que siga con la racha de curaciones verdaderamente milagrosas que ha tenido hasta ahora. Por otra parte, es un individuo muy original. As� como desprecia a los acad�micos bien establecidos en sus "dogmas" e intereses de guilda, asimismo exhorta a los estudiantes a no ignorar el conocimiento de las viejas y de los gitanos.

—Con lo que descubrir� muchas verdades de la Naturaleza, pero tambi�n les dar� muchas alas a los charlatanes —coment� Rosamunda, y a�adi�—: �Un hombre que goce de la admiraci�n de Erasmo no podr� ser un sujeto insignificante!

—�Adem�s, se ha cargado la puntada de anunciar que dar� sus clases en alem�n, no en lat�n!

—�Qu� tal si nos vamos a tomar unas cervezas al Caballero Verde? —sugiri� Sim�n enlazando su brazo con el de Rosamunda—, quiero comentarles sobre lo que ha estado ocurriendo en la herrer�a y que me expliques ese aire de reverencia que tomas al hablar de Paracelso, �qu�, es mucha pieza?

Una vez instalados lejos del humo y del ruido de los estudiantes, Leodegario explic�:5 [Nota 5]

—Paracelso sostiene que Dios ha creado o generado el Universo a partir de sucesivas separaciones, coagulaciones, condensaciones o precipitaciones qu�micas, como quieras llamarlas, de una materia primordial. Le he o�do alguna vez comparar la creaci�n divina, que para �l es sin�nimo de generaci�n, guardando la proporci�n, con lo que ocurre cuando se mezcla vinagre con leche, que se separan el suero y los s�lidos. Para �l, los cuatro elementos han sido separados de la materia primordial; en un segundo paso, fue separado el fuego del firmamento; en un tercero, los esp�ritus y los sue�os del aire; peces, plantas marinas y sal, del agua, en otro paso, etc., etc. Tambi�n habla de que todo est� compuesto de tres principios, a saber: azufre, mercurio y sal, pero es muy poco claro y es muy dif�cil seguirlo, adem�s de que se impacienta f�cilmente; esto ha tra�do como resultado que ahora se hable de cinco elementos y cada quien escoja cu�les son, tom�ndolos al gusto de entre los cuatro cl�sicos y los tres paracelsianos, y que los charlatanes se den vuelo hablando de la quinta esencia. Pero no s�lo eso, he o�do a algunos de sus seguidores hablar no s�lo de sales, lo que no es sorprendente, sino de los diversos mercurios y azufres, s�, as�, en plural, como componentes de todas las substancias conocidas, con lo que la confusi�n entre boticarios, m�dicos y alquimistas es espantosa. Todo esto no tendr�a importancia si no fuera porque sostiene que Galeno est� equivocado...

—�O sea, Paracelso contra el mundo!

—S�, pero �l ha curado el mal franc�s,6 [Nota 6]algunos casos de lepra, a muchos tuberculosos y an�micos, ha aliviado la gota del gran Erasmo, adem�s ha descrito las enfermedades propias de los mineros. Realiza todas sus curaciones con minerales y sales. Seg�n �l, la enfermedad no es un desequilibrio de los cuatro humores, sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra, y por lo mismo, la curaci�n, seg�n �l, no consiste en la restauraci�n de la proporci�n adecuada de estos cuatro humores en el cuerpo del enfermo. Seg�n �l, las enfermedades se deben a reacciones o conversiones qu�micas de unas substancias en otras, que ocurren por influencias del exterior sobre determinados �rganos. Las diferentes enfermedades ocurren por diferentes interacciones de las substancias del cuerpo con substancias da�inas en forma de semillas peque��simas que entran al cuerpo y que tienen lugar en diferentes �rganos. Todas las funciones corporales, para �l, no son sino procesos o separaciones qu�micas como los que ocurren en una retorta. Para �l no existen "estados enfermos del cuerpo", sino enfermedades". Y no es sorprendente que sostenga esta teor�a, tomando en cuenta que ha curado el mal franc�s con sales de mercurio y un compuesto de ars�nico que �l mismo fabrica; la anemia, con sales de hierro machacadas en vino generoso; las ro�as y eczemas, con emplastos de azufre y alquitr�n; ha mejorado el estado de los excesivamente sangu�neos reduciendo su consumo de sal, salvado a un minero de la asfixia, que fatalmente acaba con ellos, ayud�ndolo a establecerse como hostelero cerca de las monta�as. �l atribuye la formaci�n de c�lculos y la de sarro en los dientes a exceso de tart�rico.

—Bueno... pero no veo la ventaja de su teor�a sobre la de los cuatro humores —interrumpi� Sim�n.

—�Pero c�mo que no!, —exclam� Rosamunda—, si las enfermedades son espec�ficas sobre los �rganos que afectan, como �l dice, entonces es posible clasificar las enfermedades de acuerdo con los �rganos afectados, y los diagn�sticos se facilitan; adem�s —continu�—, si las enfermedades est�n asociadas a determinadas substancias que entran al cuerpo, en forma de corp�sculos peque��simos, entonces la medicaci�n debe ser a base de substancias espec�ficas que reaccionen con las da�inas y as� se transformen en otras ya no da�inas; por lo mismo, �l est� en contra de las panaceas o medicinas c�ralo todo a las que tan afectos son los herren doktoren. En realidad —concluy� Rosamunda en un tono pensativo—, Paracelso considera que el cuerpo es como un laboratorio alquimista, ni m�s ni menos.

Por un rato los tres amigos paladearon su cerveza en silencio

—Me parece —dijo Leodegario— que lo m�s valioso de Paracelso es su actitud de irreverencia con el pasado, con ella clama que nunca un tiempo pasado fue mejor; hoy, en 1527, cuando ya se ha verificado que la Tierra es redonda, cuando Mart�n Lutero quema bulas, es m�s que tiempo que en asuntos tan cercanos a nosotros, tan �ntimos a nosotros, yo dir�a, y mucho m�s materiales y por lo tanto m�s modestos, alguien provocara la discusi�n. Paracelso ha incitado a pensar a los estudiosos por s� mismos, y los ha impulsado a experimentar para encontrar nuevos datos que nos lleven a una ciencia nueva.

—�Ser�!, pero no duda de los cuatro elementos, ni parece interesado en la constituci�n de la materia, ni en la realidad o irrealidad de los �tomos, as� que no es tan revolucionario como dices —objet� Sim�n y a�adi� con petulancia—: No, no me convence mucho Paracelso, tengo entendido que cree en la transmutaci�n de los metales. �Hazme el favor! Y encima se atreve a arrojar al fuego el Canon, siendo que fue Avicena quien escribi�: "no est� en el poder de los alquimistas cambiar la especie de los metales, s�lo imitar a la plata y al oro."

—�Mira, mira nada m�s, con lo que sales! �De d�nde has sacado tales inquietudes? �De cu�ndo ac� te interesas t� por la filosof�a alqu�mica? �Qu� sabes t� de la posibilidad de la transmutaci�n? —dijo Leodegario mirando con mayor respeto a su cu�ado—. S�, en este sentido tienes raz�n, �l acepta la teor�a de una materia primordial confusa y no le interesan las hip�tesis at�micas, como tampoco a la mayor�a de los alquimistas actuales; quiz� alguno que otro metalurgista tenga este inter�s. �l es, ante todo, un m�dico que quiere curar en serio y que para ello sostiene que nuestros cuerpos no son b�sicamente distintos del mundo que nos rodea. Pero dime, �por qu� te ha dado por pensar en la hip�tesis at�mica?

En ese momento en medio de risas y voces, irrumpi� en la taberna el mism�simo Paracelso, rodeado de estudiantes; tratando autom�ticamente de atrapar a la mesera, pidi� cerveza para todos los alumnos; como ella lo eludiera, se sent� y prosigui� con su conversaci�n: "Donde el m�dico no es tambi�n alquimista y cirujano, no es m�s que un monigote, y no debe haber un cirujano que no sea m�dico y alquimista tambi�n."

Figura 6. La alquimia.

—Pero maestro —replic� uno de los estudiantes—, nuestro cuerpo es hermano de las plantas y de los animales, por lo tanto la manera de curarlo deber� ser con extractos de hierbas. Los alquimistas s�lo se ocupan de substancias no vegetales, por decirlo de alguna manera; m�s bien los m�dicos debieran ser herbolarios...

—�No, no �nicamente! —exclam� Paracelso—. Dentro de tu cuerpo hay fuego, que te mantiene tibio, no me dir�s que est�s helado como un muerto, y lo que se trabaja con fuego, alquimia es, sea org�nico como dices o mineral.

—�Tambi�n la cocina? —pregunt� burl�n un estudiante—.

—�Tambi�n la cocina! —replic� solemne Paracelso—.

—�Y el amor? —terci� otro—.

—�Tambi�n! —exclamaron todos levantando sus tarros entusiasmados—.

—Ser�a bueno que nos fu�semos —dijo Rosamunda—, porque es posible que m�s tarde estos estudiantes se pongan hasta las boinas y no me agrada tener que presenciar espect�culos.

—�De acuerdo! —dijo Leodegario levant�ndose—. Adem�s, me gustar�a un lugar m�s tranquilo para hablar con Sim�n sobre sus flamantes intereses.

Una vez en la calle, de camino a la herrer�a, Sim�n puso al tanto a Leodegario de las idas y venidas del despensero y de sus concili�bulos con el herrero, le detall� con bastante fidelidad el contenido de las hojas de un tal Zen�n, fuente de sus reci�n adquiridos conocimientos y de otros manuscritos que el herrero y el despensero llevaban meses devorando en secreto.

—Me parece —termin� diciendo— que como el inter�s por la filosof�a natural del herrero no est� por encima de toda duda, m�s bien est� planeando una estafa. Es m�s, sospecho que tendr� lugar hoy por la noche, durante una cena. Has de saber que me ha pedido que regrese a la herrer�a para ayudar a servir la mesa, porque, me dijo, va a tener invitados. Y esto tiene que ver con los pergaminos que el despensero sustrae del monasterio, �estoy seguro! Aunque no es aparente que el manuscrito de Zen�n, el que le�, se refiera a falsificaciones o a trucos; m�s bien expresa dudas al respecto de los cuatro elementos y de la transmutaci�n de los metales, y trata de clasificar las operaciones que se realizan en el laboratorio, como te he platicado, m�s o menos; tendr�as que leerlo t� mismo.

Figura 7. Fuego-salamandra

Leodegario se qued� pensando un rato. —�Una cena, dices? Ayer por la ma�ana uno de los estudiantes que se aloja con nosotros me pregunt� si hab�a sido invitado yo tambi�n a una cena de bienvenida para los adeptos extranjeros dada por parte de la hermandad de Basilea. Me sorprendi� la pregunta, porque es la primera noticia que tengo de la existencia de tal hermandad aqu� en Basilea, posiblemente se trate de la misma cena... as� que el herrero es alquimista... bueno... era de esperarse, "todo lo que se trabaja con el fuego, alquimia es". Mira, siendo yo m�dico y adem�s paracelsiano, no hay mentira en ello, me presentar� a la cena, no creo que no me admitan, siendo adem�s cu�ado tuyo y all� tratar� de echarle un ojo al tal manuscrito de Zen�n.

El delicioso y "adobado" vino y el abundante lomo acompa�ado de col agria y salchichas crepitantes, parec�a que hab�a ya logrado el efecto buscado por el herrero de desarmar la desconfianza de los invitados. Hombres sencillos y solemnes, una vez vencida la timidez inicial y seguros del respeto de los dem�s, se entregaron con fervor al canto y al alcohol.

�Brindemos, brindemos!
�Primero por quien da el vino!
Por �l bebamos libres o libertinos,
Otra vez por los cautivos,
Una tercera por los vivos,
Una cuarta por los buenos juntos,
A la quinta por los fieles ya difuntos,
Una sexta por las hermanas no vestales,
S�ptima por los guardias forestales,
Octava por los fieles m�s perversos,
Novena por los frailes m�s dispersos,
Diez veces por los navegantes,
Once veces por los litigantes,
Doce por los penitentes,
Trece por los caminantes,7 [Nota 7]
�Salud! �Salud!


—�Se�ores! —exclam� el herrero dominando el barullo con su vozarr�n—. Ha llegado el momento de compartir con ustedes el fruto del gran descubrimiento que la sabidur�a de la pir�mide de los egipcios nos ha legado. Por caminos que, ustedes comprender�n, no puedo revelar ha llegado a mis manos un manuscrito del sublime Hermes Trimegistos, que contiene el secreto de la piedra filosofal. Por los votos de nuestra hermandad tengo de guardarlo para m� solo, sin embargo, no me est� vedado en esta noche de San Juan en que se ha abierto para nosotros el campo de la medicina, compartir con ustedes el fruto del secreto. �Ay! �Pecador de m�!, por poco y sucumbo a la tentaci�n del Maligno de hacerme rico solamente yo sin compartir mi riqueza con los adeptos mis hermanos, pero los muchos padecimientos que s� por experiencia propia sufren, me han conmovido, y hoy, con el coraz�n rebosante, me dispongo a multiplicar para ustedes el poqu�simo oro que puedan tener en este momento.

—�Multiplicar, s�, en mil veces o m�s!, de modo a que, de aqu� en adelante, no sufran ya m�s las durezas de la vida. Esta es la raz�n de haberlos reunido hoy aqu�. En estas hojas viej�simas est� escrito c�mo proceder —en este punto el herrero, mientras se paseaba alrededor de la mesa, agitaba bajo las narices de los comensales el manuscrito de Zen�n, de manera que �stos s�lo alcanzaban a ver trozos de renglones latinos llenos de s�mbolos. M�s de uno quiso atrapar los papeles, pero el herrero lo eludi� f�cilmente—.

—Vean este anillo de cobre— dijo, al tiempo que retiraba �gilmente de la mano de un comensal un modesto anillo, y lo mostraba para que todos lo vieran—. Mientras rematamos este delicioso lomo, un fraile experto en cosas egipcias, colaborador m�o siguiendo las indicaciones escritas aqu� lo transformar� en un anillo del divino metal.

Un escalofr�o recorri� a los invitados y a m�s de uno se le disip� la borrachera. Se hubiera podido o�r el volar de una mosca. Todos eran demasiado alquimistas de coraz�n como para que semejante anuncio no los dejara mudos de asombro y de ilusi�n. �El sue�o de una vida al alcance de la mano!

—Para poder proceder; hermanos, todos saben que es preciso contar con una semilla, as� pues yo, como anfitri�n, entrego ante ustedes estos granitos de oro para que sirvan de semilla en la transmutaci�n del anillo. —As� diciendo entreg� al despensero el anillo, el manuscrito y unos cuantos granitos de oro. El despensero se inclin� con solemnidad y se retir� al laboratorio del fondo. Algunos invitados reaccionaron y exclamaron—: �Queremos ver c�mo se realiza la operaci�n! �S�, s�! —exclamaron otros, el entusiasmo parec�a salir del control del herrero, pero su poderosa voz, su cuerpo gigantesco y sus peludas manazas dominaron el tumulto—.

—Lo siento hermanos, no pueden ver la divina operaci�n, eso ser�a como entregar el SECRETO. Ustedes saben que �ste se debe adquirir por el trabajo y los m�ritos en el laboratorio, mucho hago ya con multiplicar su oro.

Ante la inflexibilidad del herrero se fueron calmando los �nimos y nuevas rebanadas de lomo ba�adas en salsa bearnesa aparecieron en los platos al conjuro de Sim�n. Entonces se levant� de la mesa un joven metalurgista h�ngaro pidiendo la palabra.

—Estoy de acuerdo—, dijo, no ser�a justo que se nos revelara el Secreto, sin embargo, s� me parece justo que se nos permita verificar el peso del anillo respecto del peso del agua, antes y despu�s de ser transmutado.

El herrero, cogido fuera de guardia, trag� gordo, presinti� una trampa, pero sin percibir con claridad qu� ten�a que ver en la transmutaci�n el asunto del peso. Se desat� una creciente ola de comentarios y opiniones, y cuando el herrero se sent�a ya perdido ante el argumento que se impon�a de que nada se perd�a con pesar, uno de los alquimistas m�s respetados y ancianos sali� involuntariamente en su ayuda:

—El examen de los pesos por la balanza difiere del realizado por la raz�n. Este �ltimo s�lo puede ser empleado por el juicioso; en cambio, el primero puede ser practicado hasta por el m�s payaso. El examen de la raz�n siempre es exacto, mientras que el de la balanza rara vez ocurre sin enga�o y siempre es inexacto, sobre todo ahora que estamos tan, tan alegres. Por lo mismo, ponernos a pesar ahora, s�lo nos har�a perder el tiempo, ya veremos, cuando se nos muestre el anillo transmutado, si es de oro o no con la prueba del toque8 [Nota 8]fundada en la raz�n.

El grueso de los invitados aplaudi�, pero entonces el peque�o grupo de metalurgistas, tres o cuatro, se levant� de la mesa y se retir� con toda dignidad, acompa�ado del alivio del herrero disimulado bajo una m�scara de circunstancia. —�Por Dios, se�ores, no se vayan, aunque pertenezcamos a distintas escuelas de pensamiento, son bienvenidos!,—les dijo al tiempo que irreprimiblemente les tend�a sus capas mientras caminaba en direcci�n de la puerta.

Al cabo de una hora, apareci� de nuevo el despensero al lado de la mesa: con aire triunfal tendi� el anillo "transmutado" para ser examinado por los comensales.

—Ahora bien, se�ores, espero que est�n satisfechos —tron� de nuevo el herrero—. Mucho lamento la actitud de los j�venes metalurgistas, pero es que ellos por trabajar cerca de las minas se creen que todo lo saben y su pr�ctica del Arte es muy pobre. �Es su problema! Para poder ayudar a los que lo deseen, tengo aqu� estas barras de cobre dispuestas para ser transmutadas en favor de ustedes, sin embargo es preciso contar con semillas, yo soy un hombre pobre, y por otro lado no es bueno recibir nada sin haber contribuido, aunque sea una semillita. As� pues, les ruego que, si aceptan mi ofrecimiento, cada uno de vosotros entregue a mi reverendo colega las monedas de oro que traiga, pues cuanto m�s pongan como semilla, tanto m�s cobre podr� ser transmutado en su favor. �As� ha hablado la sabidur�a de la pir�mide!

Enfrentados ante la acci�n concreta de vaciar sus bolsillos, los comensales vacilaban, pero el anillo brillaba cada vez m�s intensamente al pasar de mano en mano, y el vino, exquisito, acab� con sus reservas al tiempo que el herrero proclamaba:

—No quiero forzarlos, yo cumplo con mi voto de generosidad; si ustedes no lo aceptan, yo no he perdido nada.

El resto es doloroso; una vez que las monedas, ahorradas con tanto esfuerzo para pagar un a�o de vida universitaria en Basilea hallaron el camino del atanor, comida, vino, asombro y emociones del d�a dieron cuenta de los invitados. Al anunciar los gallos el alba, se les hubiera podido ver roncando debajo de la mesa y tambi�n se hubiera podido ver a un par de sombras montadas en mulas tomar el camino del Norte mientras Sim�n y Leodegario bien despabilados, buscaban con af�n, en la revuelta herrer�a, unas hojas viejas y carcomidas.

No hallaron la copia del manuscrito de Z�zimo, s�lo el de Zen�n. Ya tranquilos en casa de Rosamunda, con sendas tazas de t� caliente entre las manos y vasitos de aguardiente al lado, pregunt� Sim�n a Leodegario:

—�Por qu� pidieron los metalurgistas que se pesara el anillo?

—Para verificar que antes de la transmutaci�n el anillo ten�a la densidad del cobre, y despu�s, la del oro. Si despu�s de la pretendida transmutaci�n resultara que la densidad era poco m�s o menos la misma que la inicial, se hubiera probado el fraude, se hubiera visto lo que me sospecho que fue, un simple dorado. El valor de la densidad es una propiedad caracter�stica de cada substancia pura, no puede ser que se tengan distintas muestras de mercurio puro, por ejemplo, con distintas densidades, o distintas muestras de alcohol puro que hiervan a distinto grado de calentamiento. Por cierto que tu admirado Zen�n, al tratar de definir qu� sea una substancia pura no se dio cuenta de que pudo haber escrito que una substancia es pura cuando, adem�s de ser homog�nea y tener siempre las mismas propiedades,9 [Nota 9]no se puede separar en otras substancias sin alterarla —recalc� Leodegario—.

—Pero entonces —terci� Rosamunda—, me est�s diciendo que una substancia es pura mientras no se demuestre lo contrario y en consecuencia substancias que ahora se clasifiquen como puras quiz� dentro de un tiempo se descubra que no lo son.

—�As� parece! —replic� Leodegario—, no queda de otra, pero no es tan desventajoso porque siempre hay manera de controlar una purificaci�n. Suponte, por ejemplo, que deseo agua pura y s�lo cuento con agua de un puerto; primero la filtro, despu�s la destilo una vez y verifico su densidad, transparencia y sabor; despu�s la congelo de manera de tener hielo y agua, y como es sabido que los cristales de hielo incluyen menos sal y menos impurezas que el l�quido, separo algunos de ellos, los dejo fundirse y los destilo otra vez, es claro que despu�s de varias repeticiones de este procedimiento obtengo agua pura. Podr� declarar que tengo agua pura cuando posteriores operaciones ya no cambien sus propiedades. Y por cierto no creo que se llegue a probar que la substancia que llamamos agua sea una mezcla homog�nea de algunas otras substancias puras desconocidas hasta el momento.

En resumidas cuentas, una substancia es identificable por el conjunto de sus propiedades —reflexion� Sim�n y continu�—. Si me encuentro un l�quido transparente, blanco, inodoro, que sabe a agua, de su misma densidad pero que comienza a hervir con un grado de calentamiento tan bajo como el de un �ter; �he de concluir que no es agua?

—En efecto, no lo ser�a. Imag�nate un trozo de metal, con la densidad del esta�o, pero del color del cobre, la fusibilidad del cobre y su maleabilidad, no puedes concluir que sea cobre ni tampoco que sea esta�o; o se trata de un metal nuevo, o de alguna aleaci�n nueva.

—Por otra parte —continu� Sim�n mientras se serv�a m�s t�—, el maestro de Zen�n dir�a que una substancia pura es aquella que en todas sus partes tiene la misma proporci�n de los cuatro elementos, mientras que Zen�n dir�a que si se pudiera probar la existencia de las part�culas �ltimas, una substancia pura ser�a aquella constituida toda por part�culas id�nticas.

—Pero, �se dan cuenta? Si a cada substancia corresponde un juego de valores de sus propiedades, tiene un cuerpo o extensi�n y permanece en el tiempo, entonces, �qu� clase de substancia es el fuego?

Un largo silencio transcurri� punteado por los movimientos de Rosamunda en el servicio del t� y del aguardiente y por el crepitar del fuego que los calentaba.

—Y, �sabes? —a�adi� Leodegario—, este Zen�n est� de acuerdo con la teor�a de Averroes.

—�Averroes? �Qu� tiene que ver con lo que estamos hablando? —dijo Sim�n escandalizado y casi enojado—.

—S�, s�, Abulgualid Muhammad Ibn-Ahmad Ibn-Muhammad Ibn-Rushd, comentarista de Arist�teles, tiene mucho que ver —contest� con solemnidad Leodegario levantando el �ndice—, Este eminent�simo �rabe propuso una teor�a de la materia seg�n la cual "cada clase de substancia consiste de entidades naturales peque��simas propias, a saber; sus minima naturalia, de ninguna manera indivisibles en sentido riguroso, y tales que al ser divididas se transforman en las minima naturalia de otra substancia".

—�Pero esto es sorprendent�simo! —exclam� Sim�n—. Estas minima naturalia no son los �tomos que postula Dem�crito, porque los de Dem�crito son indestructibles y todos de la misma materia �nica. �Yo no sab�a de esta teor�a! —termin� diciendo Sim�n al tiempo que, poni�ndose de pie, se cog�a la cabeza con ambas manos—.

—Bueno, pero �por qu� dices que Zen�n est� de acuerdo con la teor�a de Averroes?

—Porque se puede decir que los cambios o procesos f�sicos son los que no son tan dr�sticos que modifiquen la naturaleza de las minima naturalia, la substancia permanece la misma y las mismas permanecen sus minima naturalia. En cambio, los procesos qu�micos son suficientemente dr�sticos como para modificarlas. Vamos —continu� Leodegario divertid�simo al ver que su cu�ado se paseaba con las manos en la cabeza—, se puede suponer que en una reacci�n alqu�mica las minima naturalia de los reactivos desaparecen y aparecen las minima naturalia de los productos.

—�Vamos, Rosamunda, s�rveme otra copa por favor; esto ya pasa de casta�o oscuro! —finaliz� Sim�n al tiempo que se dejaba caer en un sill�n—. Esto es un enredo infernal. �Qu� relaci�n hay entre part�culas �ltimas, naturalia o no, modificables o no, con �tomos y elementos? �Son todos lo mismo o no?

—�Hum, qui�n pudiera saberlo! —suspir� Rosamunda—. Y por cierto —coment� al cabo de un rato , por lo que me cuentan, los metalurgistas h�ngaros no son ningunos tontos...

—�Qu� va! —replic� Leodegario—, puedo afirmar sin temor a equivocarme que en lo que se refiere a alquimia los metalurgistas son los m�s adelantados de nuestra �poca. Me han llegado noticias de Siena de que maese Vannoccio est� escribiendo un libro sobre la obtenci�n y la qu�mica de los metales,10 [Nota 10]otro tanto Bauer11[Nota 11] y mi querido Lazarus12 [Nota 12]en Alemania.

 

Figura 8. "El alquimista" (Catedral de Notre-Dame, Par�s.)

—Perdona que te corrija, pero ya se te est� olvidando el Liber de arte distillandi de compositis, de Jer�nimo Brunschwygk.

—�Bueno, s�!, pero aunque m�todos y aparatos est�n muy bien descritos en �l, �ste es s�lo �til para la preparaci�n de medicamentos a partir de hierbas y no se preocupa de calcular rendimientos.

—Por cierto —pregunto Sim�n—, �Paracelso no ha escrito alg�n libro?

—Tengo entendido que s�, pero la animadversi�n y las tormentas que desata no s�lo por la audacia de sus puntos de vista sino tambi�n por su temperamento, han hecho que Frobenius no se arriesgue a publicarlo. �Pese al agradecimiento que le debe!

—Mejor sigamos adelante con las p�ginas que nos faltan del manuscrito de Zen�n —sugiri� Rosamunda siempre pr�ctica...—

Figura 10. Farmacia Persa, seg�n manuscrito de Diosc�rides.

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