A�o tras a�o era celebrada, durante la primera quincena de diciembre, una feria en la localidad de San Juan de la jurisdicci�n de Santa Mar�a de los Lagos, que era de enorme trascendencia para toda la regi�n. De hecho, en la Am�rica septentrional s�lo era superada por las ferias de Jalapa y Acapulco. La primera, con mercanc�as de Europa y la segunda, de Filipinas. En San Juan conflu�an compradores de muy diversos puntos, sobre todo del norte, que acud�an a adquirir productos procedentes de Acapulco y Jalapa, para ser distribuidos en ferias menores como las de Chihuahua y Saltillo.
El antiguo poblado ind�gena de Meztitl�n en 1542 empez� a ser llamado San Juan Bautista por los espa�oles, pero no fue hasta 1663 cuando se establecieron en el lugar varias familias hispanas. Su auge y popularidad habr�a de acrecentarse gracias a la imagen religiosa de la Limpia Concepci�n que ah� se venera, a la cual comenzaron a atribu�rsele milagros que atrajeron cada vez m�s viajeros. En 1797, el rey concedi� el privilegio de no pagar impuestos por un plazo inicial de tres d�as a quienes participaran en la feria, pero en 1807 se ampli� a ocho de acuerdo con la Audiencia de Guadalajara.
Estas fiestas serv�an para promover la venta de mercader�as producidas en el pa�s o introducidas legalmente en �l, pero el resto del a�o los monopolios, las restricciones y la carga tributaria, as� como la lejan�a de los principales puertos comerciales, hicieron del contrabando una pr�ctica muy com�n en Nueva Galicia, pues resultaba mucho muy conveniente tanto a compradores como a vendedores.
Los litorales llegaron a configurarse en verdaderos corredores de art�culos
hacia Durango, Zacatecas y Guadalajara, abastecidos principalmente por barcos
ingleses, pero tambi�n holandeses y franceses, contra los cuales casi nada pod�an
hacer los pocos contingentes espa�oles que patrullaban por mar y tierra, m�xime
que en sitios de poca monta las autoridades eran f�cilmente sobornables. Mineros
y rescatadores de plata contribu�an a fomentar el contrabando, ya que burlaban
los registros oficiales; ayudaba tambi�n la permanente escasez de moneda circulante,
debida en parte a su acaparamiento por los comerciantes consulares y por la
Casa de Moneda de la ciudad de M�xico.