Independencia y gobierno aut�nomo


En 1808, cuando las autoridades de la intendencia de Guadalajara se aprestaban a celebrar la entronizaci�n de Fernando VII, fueron sorprendidas con la noticia de que en Bayona el nuevo monarca hab�a abdicado en favor de su padre Carlos IV y �ste en Napole�n Bonaparte. De cualquier manera, despu�s de sostener pl�ticas con el intendente y el presidente de la audiencia, el ayuntamiento decidi� jurar fidelidad a Fernando VII.

Posteriormente lleg� la invitaci�n del virrey y del Ayuntamiento de M�xico para reunir representantes de todos los cabildos de la Nueva Espa�a, a efecto de instalar un gobierno provisional que supliera al rey en su ausencia, mas los funcionarios tapat�os prefirieron reconocer en un primer momento a la Junta de Sevilla como la primera autoridad espa�ola; despu�s se desdijeron en virtud de las posturas liberales adoptadas por dicha junta.

Debido a que el Ayuntamiento de M�xico se empe�� en realizar su reuni�n, los ricos comerciantes de aquella ciudad encarcelaron a los miembros del cabildo, depusieron al virrey y dejaron en su lugar a un viejo militar de su confianza. Mientras tanto, crec�a el rumor de que Napole�n se apoderar�a de Am�rica, dando pie a que los criollos y peninsulares tapat�os hiciesen alardes de fidelidad y disposici�n de hacer entrega de cuanto fuese necesario para defender "la religi�n, el rey y la patria".

En abril de 1809, las autoridades tapat�as juraron obediencia a la Suprema Junta Gubernativa de Espa�a e Indias, y nombraron al obispo Caba�as como su representante en ella. Pero la ocupaci�n del suelo espa�ol por los invasores franceses hizo que Caba�as se abstuviera de viajar a Espa�a. En septiembre de 1810, el can�nigo Jos� Sime�n de Ur�a fue electo diputado a las Cortes por la intendencia de Guadalajara. �l s� emprendi� el viaje y a su paso por Quer�taro tuvo noticia del levantamiento del cura Miguel Hidalgo en Dolores, de lo que avis� de inmediato a la capital de Jalisco. A pesar de los esfuerzos por mantenerlo en secreto, antes de finalizar el mes de septiembre el Grito de Dolores hab�a ya encontrado eco. Para estas fechas, dos grupos de insurrectos hicieron su aparici�n en el horizonte de los tapat�os: uno con Toribio Huidobro, que se desplazar�a entre Jalostotitl�n, Arandas y Atotonilco para enfrentar las tropas fieles al rey cerca de La Barca; y otro por Sahuayo, Tizap�n el Alto, Atoyac y Zacoalco, capitaneado por Jos� Antonio Torres, un pr�spero hacendado del Baj�o, conocido como "El Amo".

Se procedi� entonces a exhortar a la unidad y obediencia y a organizar la defensa de Guadalajara armando un contingente con mozos y campesinos respaldados por soldados regulares provenientes de Colima, El Nayar y la zona norte. Por su parte, el obispo Caba�as cre� un regimiento con sacerdotes y personas devotas, mientras lanzaba encendidas condenas a los insurgentes. Mas tales esfuerzos resultaron vanos y el 6 de noviembre los rebeldes salieron victoriosos tanto en La Barca como en Zacoalco, lo que dej� franco el camino a Guadalajara. Esto provoc� que el prelado y un buen n�mero de vecinos pudientes marcharan a San Blas en busca de refugio.

El 11 de noviembre de 1810, despu�s de ofrecer toda suerte de garant�as a sus pobladores, Torres entr� en Guadalajara con su ej�rcito compuesto de campesinos y gente pobre, causando sorpresa por su disciplinado comportamiento y austeridad. M�s tarde se sumaron los vencedores de La Barca y como consecuencia se produjeron numerosos levantamientos en la regi�n. Sobresale entre ellos el de Jos� Mar�a Mercado y Juan Jos� Zea, cura y subdelegado de Ahualulco, respectivamente, quienes lograron apoderarse del puerto de San Blas el 1 de diciembre de 1810.

Torres inform� de inmediato a Hidalgo de sus logros y lo invit� a instalarse en Guadalajara, pues �ste no hab�a sido bien acogido en Valladolid despu�s de su retirada de las inmediaciones de M�xico y de su derrota en Aculco a manos de F�lix Mar�a Calleja. Al frente de casi siete mil jinetes, el p�rroco de Dolores lleg� a la capital neogallega el 26 de noviembre de 1810, donde se le ofreci� una apote�sica recepci�n.


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